Exordio
1. 1. Al emperador Tito Elio Adriano
Antonino Pío, Augusto, César, César, hijo de Augusto, filósofo, y a
Lucio, filósofo, hijo por naturaleza del César, y de Antonino Pío por
adopción, amantes del saber, al sagrado Senado y a todo el pueblo
romano, en favor de los hombres de toda raza, injustamente odiados y
perseguidos, yo, Justino, uno de ellos, hijo de Prisco, nieto de
Bacquio, natural de Flavia Neápolis, ciudad de Siria Palestina, dirijo
este discurso y esta súplica.
2. 1. Los que son de verdad piadosos y
filósofos, manda la razón que, desechando las opiniones de los antiguos,
si no son buenas, sólo estimen y amen la verdad: la sana razón ordena,
en efecto, no seguir a quienes han obrado o enseñado la injusticia, pues
el amador de la verdad, por todos los modos, con preferencia a su
propia vida, así se le amenace con la muerte, debe estar siempre
decidido a decir y practicar lo que es justo. 2. Ahora bien, ustedes se
oyen llamar por doquiera piadosos y filósofos, guardianes de la justicia
y amantes de la instrucción; pero que realmente lo sean, es cosa que
tendrá que demostrarse. 3. Porque no venimos a halagarlos con el
presente escrito ni a dirigirles un discurso por conseguir sus favores,
sino a pedirles que pronuncien su juicio al cabo de una exacta y
rigurosa investigación, y que no dicten sentencia contra ustedes mismos,
llevados de un prejuicio o del deseo de complacer a hombres
supersticiosos, o movidos por una irreflexiva precipitación o de unos
pérfidos rumores inveterados. 4. Contra ustedes, decimos, porque
nosotros estamos convencidos de que por parte de nadie se nos puede
hacer daño alguno, mientras no se demuestre que somos obradores de
alguna acción criminal o nos reconozcamos culpables. Ustedes pueden
matarnos, pero dañarnos, no.
3. 1. Para que nadie crea que se trata de
propósitos insensatos y temerarios, pedimos que se examinen las
acusaciones contra nosotros, y si se demuestra que son reales, se los
castigue como es conveniente; pero si no hay crimen de que argüirnos, la
recta razón prohíbe que por rumores malévolos se cometa una injusticia
con hombres inocentes, o, por mejor decir, la cometan contra ustedes
mismos, si es que creen justo que los asuntos se resuelvan no por
juicio, sino por pasión. 2. Porque todo hombre sensato ha de declarar
que la exigencia mejor y aun la única exigencia justa es que los
súbditos puedan presentar una vida y un pensar irreprensibles; pero que
igualmente, por su parte, los que mandan den su sentencia, no llevados
de violencia y tiranía, sino siguiendo la piedad y la filosofía, pues de
este modo gobernantes y gobernados pueden gozar de felicidad. 3. Y es
así que, en alguna parte, dijo uno de los antiguos: “Si tanto los
gobernantes como los gobernados no son filósofos, no es posible que los
estados prosperen” (cf. Platón, República V, 473; Filón de Alejandría, Vida de Moisés II,2; Alcínoo, Didascalikón
34). 4. A nosotros, pues, nos toca permitir a todos el examen de
nuestra vida y de nuestras enseñanzas, no sea que nos hagamos
responsables del castigo, en lugar de quienes hacen profesión de ignorar
nuestra religión, de las faltas que cometen por ceguera contra
nosotros; pero también es deber de ustedes, oyéndonos, mostrarse buenos
jueces. 5. Porque ya en adelante, instruidos como están, no tendrán
excusa alguna delante de Dios, en caso que no obren justamente.
Argumentación
Refutación de las acusaciones dirigidas contra los cristianos
4. 1. Por el sólo hecho llevar un nombre no
se puede juzgar a nadie bueno ni malo, si se prescinde de las acciones
que ese nombre supone; ahora bien, ateniéndose al nombre de que se nos
acusa, se comprueba que somos los mejores ciudadanos. 2. Pero como no
tenemos por justo pretender se nos absuelva por nuestro nombre, si somos
convictos de maldad; por el mismo caso, si ni por nuestro nombre ni por
nuestra conducta en la ciudad se ve que hayamos dilinquido, es deber de
ustedes poner todo empeño para no hacerse responsables de justo
castigo, condenando injustamente a quienes no han sido convencidos de
crimen alguno. 3. En efecto, de un nombre no puede razonablemente
originarse alabanza ni reproche, si no puede demostrarse por hechos algo
virtuoso o vituperable. 4. Y es así que a nadie que sea acusado ante
sus tribunales, le castigan antes de que sea convicto; sin embrago,
tratándose de nosotros, toman el nombre como prueba, siendo así que, si
por el nombre va, más bien deberían castigar a nuestros acusadores. 5.
Porque se nos acusa de ser cristianos, pero no es bueno odiar lo que es
excelente. 6. Y hay más, con sólo que un acusado niegue de viva voz ser
cristiano, lo ponen en libertad, como quien no tiene otro crimen de que
acusarle; pero el que confiesa que lo es, por la sola confesión le
castigan. Lo que se debiera hacer es examinar la conducta lo mismo del
que confiesa que del que niega, a fin de poner en evidencia, por sus
obras, la calidad de cada uno. 7. Porque de la misma manera que algunos,
que han aprendido en la escuela Cristo a no negarle (cf. Mt
10,33), cuando son interrogados dan una lección de coraje; otros, con su
mala conducta ofrecen asidero a quienes ya de suyo están dispuestos a
calumniar a todos los cristianos de impiedad e iniquidad. 8. Al obrar
así no se procede rectamente; pues sabido es que el nombre y atuendo de
filósofo se lo arrogan algunos que no practican acción alguna digna de
su profesión; y ustedes no ignoran que entre los antiguos, personas que
profesaron opiniones y doctrinas opuestas, son designados con la común
denominación de filósofos. 9. Y de éstos hubo quienes enseñaron el
ateísmo, y los que fueron poetas cuentan las impudencias de Zeus y de
sus hijos; y, sin embargo, a nadie prohíben profesar las doctrinas de
ellos, antes bien establecen premios y honores para quienes sonora y
elegantemente insulten a sus dioses.
5. 1. ¿Qué decir entonces? Nosotros nos
comprometemos por juramento a no cometer injusticia alguna y no admitir
esas impías opiniones; y ustedes no examinan las acusaciones que nos
hacen , sino que, movidos de irracional pasión y aguijoneados por
perversos demonios, nos castigan sin proceso alguno y sin sentir por
ello remordimiento. 2. Vamos, pues, a decir la verdad: antiguamente unos
demonios perversos, multiplicando sus apariciones, violaron a las
mujeres, corrompieron a los jóvenes y mostraron fenómenos espantosos a
los hombres (cf. Gn 6,1-4). Con ello se aterraron aquellos que no
juzgaban por razonamiento las acciones practicadas, y así, llevados del
miedo, y no sabiendo que eran demonios malos, les dieron nombres de
dioses y llamaron a cada uno con el nombre que cada demonio se había
puesto a sí mismo. 3. Pero cuando Sócrates, con razonamiento verdadero e
investigando las cosas, intentó poner en claro todo eso y apartar a los
hombres de los demonios, éstos lograron por medio de hombres perversos
que se gozan en la maldad, que fuera también ejecutado como ateo e
impío, alegando contra él que introducía nuevos demonios. Y lo mismo
exactamente intentan contra nosotros. 4. Porque no sólo entre los
griegos, por obra de Sócrates, se demostró por razón la acción de los
demonios, sino también entre los bárbaros por el Verbo en persona, que
tomó forma, se hizo hombre y fue llamado Jesucristo; por cuya fe,
nosotros, a los demonios que esas cosas hicieron, no sólo no decimos que
son buenos, sino malvados e impíos demonios, cuya conducta no se
asemeja minímamente a la de los hombres que aspiran a la virtud.
6. 1. De ahí que se nos dé también nombre de
ateos; y, si de esos supuestos dioses se trata, confesamos ser ateos;
pero no respecto del Dios verdaderísimo, Padre de la justicia, de la
castidad y de las demás virtudes, en quien no hay mezcla de maldad
alguna. 2. A Él y al Hijo, que de Él vino y nos enseñó todo esto, y al
ejército de los otros ángeles buenos que le siguen y le son semejantes, y
al Espíritu profético, le damos culto y adoramos, honrándolos con razón
y verdad, enseñando sin reserva, a quien quiera saberlo, lo mismo que
nosotros hemos aprendido.
7. 1. Se nos objetará que ya algunos
cristianos, han sido detenidos y condenados como malhechores. 2. De
hecho, cuando examinan la vida de cada uno de los acusados, a menudo
condenan también a muchos otros, pero no los condenan por los que
anteriormente fueron convictos. 3. Ahora bien, de modo general, no hay
inconveniente en admitir que, del mismo que entre los griegos a quienes
siguen las doctrinas que les placen, aunque sean contradictorias entre
sí, siempre y por todas partes se les da el nombre único de filósofos;
así también, un solo nombre común llevan los que entre los bárbaros han
adquirido la reputación de sabios: todos se llaman cristianos. 4. De ahí
que les pidamos sean examinadas las acciones de todos los que los son
denunciados, a fin de que quien sea hallado culpable de un crimen sea
castigado como tal, pero no como cristiano (cf. 1P 4,15-16); pero
el que aparezca inocente, sea absuelto como cristiano, por no haber en
nada dilinquido. 5. Porque no les vamos a pedir que castiguen a nuestros
acusadores, pues bastante tienen con la maldad que llevan consigo y con
su ignorancia del bien.
8. 1. Lo que les hemos dicho es en el
interés de ustedes; reconózcanlo por el hecho de que está en nuestra
mano negar cuando somos interrogados; 2. pero no queremos vivir en la
mentira, porque deseando la vida eterna y pura, aspiramos a la
convivencia con Dios, padre y creador del universo, y por ello nos
apresuramos a confesar nuestra fe, persuadidos como estamos y creyendo
que pueden esos bienes aquellos que por sus obras demostraron a Dios
haberle seguido y deseado su convivencia, allí donde ninguna maldad ha
de contrastarnos. 3. A la verdad, y dicho compendiosamente, eso es lo
que esperamos, eso es lo que aprendimos de Cristo y nosotros enseñamos.
4. También Platón, de modo semejante, dijo que Minos y Radamante han de
castigar a los inicuos que se presentan ante ellos (cf. Platón, Gorgias 523e; Apología de Sócrates 41a; Homero, Odisea
XI, 568); nosotros afirmamos que eso mismo sucederá, pero por medio de
Cristo, y que el castigo que recibirán en sus mismos cuerpos, unidos a
sus almas, será eterno (cf. Dt 32,22; Is 1,16-20; 66,24; Mt 5,29; 25,41; Mc 9,48; Rm 8,10; 1Co 15,35), y no sólo por un período de mil años, como lo dijo Platón (Fedro 249a; República
X,615a). 5. Ahora, si hay quien diga que esto es increíble o imposible,
a nosotros nos toca el engaño y no a otro, mientras no seamos
declarados culpables de haber cometido algún delito.
9. 1. Tampoco honramos con variedad de
sacrificios y coronas de flores a esos seres que los hombres, tras
fabricarlos y colocarlos en los templos, los llaman dioses, pues sabemos
que son objetos sin alma y sin vida, que no tienen forma divina (cf. Sal
134,15-18); nosotros no creemos, en efecto, que la divinidad tenga una
forma semejante como pretenden algunos haber imitado para tributarle
honor, sino que llevan los nombres y figuras de aquellos malos demonios
que un día aparecieron en el mundo. 2. Porque ¿qué necesidad hay de
explicarles a ustedes, que lo saben, los modos como los artífices
transforman la materia, ora puliendo y tallando, ora fundiendo y
martillando? Y muchas veces a partir de un material sin valor, con sólo
cambiarle la figura y darle forma conveniente por medio del arte, se le
pone nombre de dios. 3. Lo cual no sólo lo tenemos por cosa irracional,
sino un insulto a la divinidad, pues teniendo, la que poseyendo gloria y
belleza inefables, ve su nombre atribuido a cosas corruptibles y que
necesitan de atentos cuidados. 4. Ustedes saben perfectamente que los
artífices de tales dioses son gente disoluta y que viven envueltos en
toda clase de vicios, que no voy a enumerar aquí. No faltan entre ellos
quienes llegan hasta violar a las esclavas que trabajan a su lado. 5.
¡Qué estupidez decir que hombres intemperantes fabrican y transforman
dioses para ser adorados! Y que tales gentes sean puestas por custodios
de los templos en que aquéllos son consagrados, sin comprender que es
una impiedad pensar o decir que los hombres son guardianes de los
dioses.
10. 1. Por el contrario, nosotros hemos
aprendido que Dios no tiene necesidad de ofrendas materiales por parte
de los hombres, porque vemos que es Él quien nos lo procura todo (cf. Is 1,11-15; 58,6s; 2M 14,35; Hch 17,25); en cambio, se nos ha enseñado (cf. 1Co
11,23; 15,1), y de ello estamos persuadidos y así lo creemos, que sólo
aquellos le son a Él gratos que tratan de imitar los bienes que le son
propios: la templanza, la justicia, el amor a los hombres y cuanto
conviene a un Dios que por ningún nombre impuesto puede ser nombrado. 2.
También se nos ha enseñado que Él, al principio, porque es bueno, creó
todas las cosas de una materia informe, por causa de los hombres (cf. Gn
1,1-29); los cuales, si por sus obras se muestran dignos del designio
de Dios, nosotros hemos recibido la creencia que se les concederá
habitar con Él, hechos incorruptibles (cf. 1Co 15,52) e impasibles, participando de su reino (cf. 2Tm
2,12). 3. Porque a la manera que al principio creó los seres que no
existían, así creemos que a quienes han escogido lo que a Él es grato,
les concederá, a causa de esa misma libre elección, la incorrupción y
convivencia con Él. 4. Porque el hecho de ser creados no fue mérito
nuestro; pero ahora Él nos persuade y nos lleva a la fe, para que
busquemos, por libre elección, por medio de las potencias racionales que
Él mismo nos regaló, lo que le es agradable. 5. También consideramos
que es de interés para todos los hombres no se les impida aprender estas
verdades, antes bien exhortarlos vivamente a ellas. 6. Porque lo que no
lograron las leyes humanas, ya lo hubiera realizado el Verbo, puesto
que es divino, si los malvados demonios no hubieran esparcido muchas e
impías calumnias, tomando por aliado el deseo perverso, multiforme, que
habita en cada hombre; calumnias con las que nada tenemos que ver
nosotros.
11. 1. Ya que ustedes han oído que nosotros
esperamos un reino, suponen sin más averiguación que se trata de un
reino humano (cf. Jn 18,36), cuando nosotros hablamos del reino
de Dios, como aparece claro por el hecho de que al ser por ustedes
interrogados confesemos ser cristianos, sabiendo como sabemos que
semejante confesión lleva consigo la pena de muerte. 2. Porque si
esperáramos un reino humano, negaríamos (ser cristianos) para evitar la
muerte y trataríamos de vivir ocultos, a fin de alcanzar lo que
esperamos; pero como no ponemos nuestra esperanza en lo presente, nada
se nos importa de nuestros verdugos, más que más que de todos modos
tenemos que morir.
12. 1. Nosotros somos sus mejores
auxiliares y aliados para el mantenimiento de la paz, pues profesamos
doctrinas como la de que no es posible que se le oculte a Dios un
malhechor, un avaro, un conspirador, como tampoco un hombre virtuoso, y
que cada uno camina, según el mérito de sus acciones, al castigo o a la
salvación eterna. 2. Porque si todos los hombres conocieran esto, nadie
escogería la maldad, ni siquiera por un breve instante, sabiendo que va a
su condenación eterna por el fuego, sino que por todos modos se
contendría y se adornaría de virtud, a fin de alcanzar la felicidad que
viene de Dios y verse libre de los castigos. 3. Quienes ahora, por causa
de las leyes y castigos por ustedes impuestos, tratan de ocultarse al
cometer sus crímenes y, sin embargo, los cometen por saber que ustedes
no son más que hombres (cf. Sb 17,3), y es posible ocultárselos,
si se enteraran y persuadieran que no puede ocultarse a Dios nada, ni
acción ni intención, siquiera por el castigo que les amenaza se
moderarían de todos modos, como ustedes mismos han de convenir. 4.
Parece que temen que todos se decidan a obrar bien y no tengan ya a
quien castigar; semejante actitud convendría a verdugos, pero de ninguna
forma a príncipes buenos. 5. Estamos persuadidos que eso es también,
como dijimos, obra de los demonios perversos, los cuales exigen de
quienes viven irracionalmente sacrificios y adoraciones; pero no podemos
concebir que ustedes, que aspiran a la piedad y a la filosofía, hagan
nada irracionalmente. 6. Pero si también ustedes, de modo parecido a los
insensatos, estiman en más la costumbre que la verdad, procedan
conforme a lo que pueden; pero sepan que el poder de los príncipes, que
ponen la opinión por encima de la verdad, equivale al de los bandidos en
el desierto. 7. Pero no será bajo auspicios favorables que ustedes
inmolarán las víctimas, declara el Verbo, que es el príncipe más alto y
más justo que conocemos, después de Dios que le engendrara. 8. Porque a
la manera que rehúsan todos heredar de sus padres la pobreza, los
sufrimientos o las deshonras; así no habrá hombre sensato que acepte lo
que el Verbo le manda que no debe aceptarse. 9. Que todo esto sucedería
lo predijo, como digo, nuestro Maestro, Jesucristo, que es el Hijo y el
enviado (cf. Hb 3,1) de Dios, Padre y Señor del universo, de
quien hemos recibido nuestro nombre de cristianos. 10. De ahí justamente
viene nuestra firmeza para aceptar todas sus enseñanzas, pues aparecen
en la realidad cumplidas cuantas cosas se adelantó Él a predecir que
sucederían. Ciertamente esta es una obra de Dios: predecir cada
acontecimiento antes de su realización y que aparezca luego realizado
tal como fue predicho. 11. Aquí pudiéramos terminar nuestro discurso sin
añadir nada más, considerando que reclamamos justicia y verdad; pero
como sabemos bien que no es fácil cambiar a prisa un alma poseída de la
ignorancia, hemos determinado añadir unos breves puntos más, con el fin
de persuadir a los amantes de la verdad, pues sabemos que no es
imposible disipar la ignorancia cuando se expone la verdad.
Exposición de la doctrina cristiana
¿Quién es Jesucristo?
13. 1. No somos ateos, nosotros que
adoramos al creador de este universo, que decimos, según se nos ha
enseñado, no tener necesidad ni de sangres, ni de libaciones, ni de
inciensos (cf. Is 1,11-14), nosotros que le alabamos, conforme a
nuestras fuerzas, por todo alimento que tomamos, con palabra de oración y
acción de gracias; nosotros que hemos aprendido que la única forma
digna de honrarlo es ésta: no consumir inútilmente (cf. 1S 15,22; Sal 51,18-21; Is 1,17; Am 5,24; Mi
4,2s.) por el fuego lo que por Él fue creado para nuestra subsistencia,
sino usarlo para nosotros mismos y para los necesitados. 2. Y
mostrándonos a Él agradecidos, dirigirle en solemne homenaje preces e
himnos por habernos llamado a la existencia, por los medios todos de
salud, por la variedad de seres de toda especie y por los cambios de
estaciones, a par que le suplicamos nos conceda revivir en la
incorrupción por la fe que en Él tenemos, ¿qué hombre sensato no
aceptará esto? 3. Luego demostraremos que con razón honramos también a
Jesucristo, que ha sido nuestro maestro en estas cosas y que para ello
nació; el mismo que fue crucificado bajo Poncio Pilato, procurador que
fue de Judea en tiempo de Tiberio César, que hemos aprendido ser el hijo
del mismo verdadero Dios y a quien tenemos en el segundo lugar, así
como al Espíritu profético, a quien ponemos en el tercero. 4. A este
respecto, efectivamente, se nos tacha de locura (cf. 1Co 1,23)
diciendo que damos el segundo puesto después del Dios inmutable, aquel
que siempre es y creó el Universo, a un hombre que fue crucificado (cf. Dt 21,23); y es que ignoran el misterio que hay en ello, al que les exhortamos que atiendan cuando nosotros lo expongamos.
Jesucristo es el maestro divino
14. 1. De antemano les avisamos que esos
mismos demonios, que nosotros acabamos de desenmascarar, no los engañen y
los aparten de leer hasta el final y de entender lo que decimos, pues
ellos pugnan por tenerlos por sus esclavos y servidores, y ora por
apariciones entre sueños, ora por artes de magia, se apoderan de todos
aquellos que de un modo u otro no trabajan por su propia salvación;
tengan cuidado, como nosotros lo hemos hecho, después de creer en el
Verbo, nos apartamos de ellos y por medio de su Hijo seguimos al solo
Dios ingénito. 2. Los que antes nos complacíamos en la disolución, ahora
abrazamos sólo la castidad; los que nos entregábamos a las artes
mágicas, ahora nos hemos consagrado al Dios bueno e ingénito; los que
amábamos por encima de todo procurarnos dinero y bienes, ahora lo que
tenemos lo ponemos en común (cf. Hch 2,42-45) y lo compartimos
con todo el que está necesitado; 3. los que nos odiábamos y matábamos
los unos a los otros y no compartíamos el hogar con quienes no eran de
nuestra propia raza por la diferencia de costumbres, ahora después de la
manifestación de Cristo, compartimos con ellos el mismo género de vida,
rogamos por nuestros enemigos y tratamos de persuadir a los que nos
aborrecen injustamente (cf. Mt 5,44; Lc 6,28; 23,34; Hch
7,60), a fin de que, viviendo conforme a los hermosos consejos de
Cristo, tengan buenas esperanzas de recibir junto con nosotros los
mismos bienes de parte de Dios, soberano de todas las cosas. 4. Pero
para que no parezca que recurrimos a argumentos sofísticos, hemos creído
oportuno, antes de la demostración, recordar unas pocas de las
enseñanzas del mismo Cristo, y quede ya a cargo de ustedes, en virtud de
la autoridad imperial, examinar si verdaderamente eso es lo que se nos
ha enseñado y lo que nosotros enseñamos. 5. Sus discursos, empero, son
breves y compendiosos, pues no era Él ningún sofista, sino que su
palabra era una fuerza de Dios.
La enseñanza de Cristo sobre la castidad
15. 1. Ahora bien, sobre la castidad dijo
lo siguiente: “Cualquiera que mirare a una mujer para desearla, ya
cometió adulterio en su corazón delante de Dios” (Mt 5,28). 2. Y:
“Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo, pues más te vale con un
solo ojo entrar en el reino de los cielos, que no con los dos ser
enviado al fuego eterno” (Mt 18,9). 3. Y: “El que se casa con una mujer repudiada por otro hombre, comete adulterio” (Mt 5,32; Lc
16,18). 4. Y: “Hay quienes han sido hechos eunucos por los hombres; hay
también quienes nacieron ya eunucos; pero hay quienes se hicieron a sí
mismos eunucos por causa del reino de los cielos; sólo que no todos
comprenden esto (Mt 19,12. 11). 5. Así, pues, para nuestro
maestro, no sólo son pecadores los que contraen doble matrimonio
conforme a la ley humana, sino también los que miran a una mujer para
desearla, porque para él no sólo es reprobable el que comete de hecho un
adulterio, sino también el que quiere cometerlo, como quiera que ante
Dios no están sólo patentes las obras, sino también los deseos. 6. Y
entre nosotros hay muchos y muchas que, hechos discípulos de Cristo
desde niños, perseveran en la virginidad hasta los sesenta y setenta
años, y yo me glorío de podérselos mostrar de entre toda la raza de
hombres. 7. Y eso sin contar la muchedumbre incontable de los que se han
convertido de una vida disoluta y han aprendido esta doctrina, pues no
vino Cristo a llamar a penitencia a los justos ni a los castos, sino a
los impíos, intemperantes e injustos. 8. Pues dijo así: “No vine a
llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia” (Mt 9,13). Pues el Padre celestial quiere la penitencia del pecador, no su castigo.
9. Sobre el amar a todos enseñó lo
siguiente: «Si aman a los que los aman, ¿qué cosa nueva hacen? ¿No hacen
eso también los impúdicos? Yo, en cambio, les digo: “Rueguen por sus
enemigos y amen a los que los aborrecen y rueguen por los que los
calumnian”» (Lc 6,32. 27-28). 10. Sobre el deber de compartir con
los necesitados y no hacer nada por ostentación, dijo así: «A todo el
que les pida, denle y no se aparten del que quiere pedirles prestado (Mt 5,42). Porque si prestan sólo a aquellos de quienes esperan recibir (Lc 6,34), ¿qué cosa nueva hacen? Eso hasta los publicanos lo hacen (Mt
5,46)». 11. “Pero ustedes no atesoren para ustedes sobre la tierra,
donde la polilla y la herrumbre destruyen y los ladrones socavan, sino
atesoren para ustedes en los cielos, donde ni la polilla ni la herrumbre
destruyen” (Mt 6,19-20). 12. «Porque, ¿qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué dará a cambio de ella? (Mt 16,26). Atesoren, pues, en los cielos, donde ni polilla ni herrumbre destruyen» (Mt 6,20). 13. Y: «Sean benignos y misericordiosos, como el padre de ustedes es benigno y misericordioso (Lc 6,36), y hace salir su sol sobre pecadores, y sobre justos y malvados» (Mt 5,45). 14. «No se preocupen sobre qué comerán o qué vestirán (Mt 6,25). ¿No valen ustedes más que los pájaros y las fieras? Y Dios los alimenta» (Mt 6,26 + Lc 12,24). 15. «No se preocupen, pues, sobre qué comeréis o qué vestirán (Mt
6,25), pues su Padre celestial sabe que tienen necesidad de estas
cosas. 16. Busquen el reino de los cielos, y todo eso se les dará por
añadidura (Mt 6,32-33). Porque donde está el tesoro del hombre, allí también está su espíritu» (Mt
6,21). 17. Y: “No hagan estas cosas para ser vistos de los hombres;
pues en ese caso, no tendrán recompensa de su Padre que está en los
cielos” (Mt 6,1).
Paciencia, no violencia, sinceridad
16. 1. Sobre que seamos pacientes, prontos a
servir a todos y ajenos a la ira, lo que dijo es esto: “A quien te
golpee en una mejilla, preséntale la otra, y a quien quiera quitarte tu
túnica o tu manto, no se lo impidas” (Lc 6,29). 2. «Quienquiera que se irrite, es reo de fuego (cf. Mt 5,22). A quien te requiera para una milla, acompáñale dos (Mt 5,41). Brillen sus obras delante de los hombres, a fin de que viéndolas admiren a su Padre que está en los cielos» (Mt
5,16). 3. No debemos, pues, ofrecer resistencia, porque no quiere Él
que seamos imitadores de los malvados, sino que nos exhortó a practicar
la paciencia y la bondad para apartar a todos los hombres de la
abyección y del deseo del mal (cf. Mt 5,39). 4. Esto lo podemos
demostrar con muchos que han vivido entre ustedes, que dejaron sus
hábitos de violencia y tiranía, convencidos ora contemplando la
constancia de vida de sus vecinos, ora considerando la extraña paciencia
de compañeros de viaje víctimas de injusticias, ora por haberlo
experimentado ellos mismos en los negocios que tuvieron con aquellos. 5.
Sobre no jurar absolutamente, sino decir siempre la verdad, nos mandó
como sigue: «No juren de ninguna manera (Mt 5,34); que su sí sea sí no, y su no, no (St 5,12), pues todo lo que pasa de esto viene del Maligno (Mt 5,37)».
6. En cuanto que a solo Dios hay que adorar, nos lo persuadió diciendo así: «El más grande mandamiento (cf. Mt 22,28) es éste: Al Señor Dios tuyo adorarás y a Él solo servirás (Mt 4,10) con todo tu corazón y toda tu fuerza (Mc 12,30; cf. Dt
6,5), al Señor Dios que te ha creado». 7. Y una vez que se le acercó
uno y le dijo “Maestro bueno”, Él respondió diciendo: “Nadie es bueno
sino sólo Dios” (Mc 10,17-18), que creó el universo.
8. Pero aquellos que se vea no viven como
Él enseñó, sean declarados como no cristianos, por más que con la lengua
repitan las enseñanzas de Cristo, pues Él dijo que habían de salvarse
no los que sólo hablaran, sino que también practicaran las obras. 9. Y
efectivamente dijo así: «No todo el que me diga “Señor, Señor”, entrará
en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que
está en los cielos (Mt 7,21). 10. Porque el que me oye y hace lo que yo digo, oye a aquel que me ha enviado (Lc 10,16; cf. Mt
7,24). 11. Muchos me dirán: “Señor, Señor, ¿no es así que en tu nombre
comimos y bebimos e hicimos prodigios?”. Y entonces les contestaré yo:
“Apártense de mí, obradores de iniquidad (Mt 7,22-23; cf. Lc 13,26). 12. Entonces habrá llanto y crujir de dientes, cuando los justos brillen como el sol (Mt 13,42-43) y los injustos sean enviados al fuego eterno. 13. Porque muchos vendrán en mi nombre (Mt 24,5), vestidos por fuera con pieles de oveja, pero que son por dentro lobos rapaces; por sus obras los conocerán (Mt 7,15-16). Todo árbol que no produzca buen fruto, será cortado y echado al fuego (Mt
7,19)». 14. Ahora bien, que quienes no viven conforme a las enseñanzas
de Cristo y sólo de nombre son cristianos, sean castigados, nosotros
somos los primeros en pedírselo.
La lealtad de los cristianos
17. 1. En cuanto a tributos y a los
impuestos, nosotros procuramos pagarlos antes que nadie a quienes
ustedes tienen para ello ordenados por todas partes, tal como fuimos por
Él enseñados. 2. Pues por aquel tiempo se le acercaron algunos a
preguntarle si había que pagar tributo al César. Y Él respondió:
«“Díganme, ¿qué efigie lleva la moneda?”. Ellos le dijeron: “La del
César”. Él les respondió: Entonces den al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios”» (cf. Lc 20,22-25). 3. De ahí que sólo a
Dios adoramos; pero en todo lo demás, les servimos a ustedes con gusto,
confesando que son reyes y gobernantes de los hombres y rogando en
nuestras oraciones (cf. Rm 13,1-7; Tt 3,1; 1P
2,13-17) que, junto con el poder imperial, se halle que también tienen
prudente razonamiento. 4. Pero si no hacen caso de nuestras súplicas, a
pesar de esta exposición detallada que les hacemos públicamente,
nosotros ningún daño hemos de recibir, creyendo o, más bien, estando
como estamos persuadidos que cada uno pagará la pena conforme merezcan
sus obras en el fuego eterno, y que tendrá que dar cuenta a Dios según
las facultades que de Él mismo recibió, conforme nos lo indicó Cristo
diciendo: “A quien Dios dio más, más se le exigirá de parte de Él” (Lc 12,48).
La enseñanza de los “fines últimos”
18. 1. Miren, en efecto, el fin que han
tenido los emperadores que los han precedido: han padecido la suerte
común a todos los hombres, la muerte. Y si la muerte terminara en la
inconsciencia, ella sería buena suerte para los malvados todos. 2. Pero
puesto que la conciencia permanece en todos los nacidos, y nos amenaza
un castigo eterno, no sean negligentes en convencerse y creer que son
verdad estas cosas. 3. La nigromancia, en efecto, la adivinación hecha
sobre las entrañas de niños inocentes, las evocaciones de las almas
humanas, las prácticas entre los magos de los llamados “enviados de los
sueños” y “asistentes”, y los fenómenos que se dan bajo la acción de los
que saben estas cosas, deben persuadirles que aún después de la muerte
conservan las almas la conciencia. 4. También podríamos citar a los
hombres que son arrebatados y agitados por las almas de los muertos, a
quienes todos llaman posesos y locos furiosos, los que entre ustedes se
llaman oráculos de Anfíloco, de Dodona y de Pitó, y otros que hay por el
estilo. 5. Y también las doctrinas de escritores como Empédocles,
Pitágoras, Platón y Sócrates, el hoyo aquel de Homero, la bajada de
Ulises para visitar los infiernos y los relatos de otros autores que han
dicho cosas semejantes. 6. Reciban entonces nuestro testimonio, por lo
menos de modo semejante a éstos, pues no menos que ellos creemos en
Dios, sino más, como que esperamos recuperar nuestros propios cuerpos
después de muertos y arrojados a la tierra, porque nosotros afirmamos
que para Dios nada hay imposible.
La resurrección
19. 1. Para quien bien lo considera, ¿qué
cosa pudiera parecer más increíble que, de no estar nosotros en nuestro
cuerpo, nos dijeran que de una menuda gota del semen humano sea posible
nacer huesos, tendones y carnes con la forma en que los vemos? 2.
Digámoslo, en efecto, por vía de suposición. Si ustedes no fueran lo que
son y de quienes son, y alguien les mostrara el semen humano y una
imagen pintada de un hombre y les asegurara que ésta se forma de aquél,
¿acaso le creerían antes de verlo nacido? Nadie se atrevería a
contradecirlo. 3. De la misma manera, por el hecho de no haber visto
nunca resucitar un muerto (cf. 1Co 15,34s.; 2Co 5,4), la
incredulidad los domina ahora. 4. Pero de la misma manera que al
principio no hubieran creído que de una gota pequeña de esperma nacieran
tales seres y, sin embargo, los ven nacidos; así, consideren que no es
imposible que los cuerpos humanos, después de disueltos y esparcidos
como semillas en la tierra, resuciten a su tiempo por orden de Dios y
“se revistan de la incorrupción” (cf. 1Co 15,53). 5. Porque, a la
verdad, no sabríamos decir de qué potencia digna de Dios hablan los que
dicen que todo ha de volver allí de donde procede y que, fuera de esto,
nadie, ni Dios mismo, puede nada; pero sí que vemos bien lo que
dijimos: que no hubieran éstos creído ser posible que un día llegaran a
ser tales como se ven a sí mismos lo mismo que el mundo entero, creados,
y a partir de qué elementos. 6. Por lo demás, nosotros hemos aprendido
ser mejor creer aun lo que está por encima de nuestra propia naturaleza y
es a los hombres imposible, que ser incrédulos a la manera de otros,
como quienes sabemos que Jesucristo, maestro nuestro, dijo: “Lo que es
imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc 18,27). 7. Y
dijo más: “No teman a los que los matan y después de eso nada pueden
hacer; teman más bien a Aquel que después de la muerte puede arrojar
alma y cuerpo al infierno” (Lc 12,4-5; cf. Mt 10,28). 8.
Es de saber que el infierno es el lugar donde han de ser castigados los
que hubieren vivido inicuamente y no creyeren han de suceder estas cosas
que Dios enseñó por medio de Cristo.
El combate final
20. 1. Por lo demás, la Sibila e Histaspes
anunciaron que todo lo corruptible había de ser consumido por el fuego;
2. y los filósofos llamados estoicos tienen por dogma que Dios mismo ha
de resolverse en fuego y afirman que nuevamente, por transformación,
volverá a nacer el mundo. Pero nosotros tenemos a Dios, creador de todas
las cosas, por algo superior a todos los seres que experimentan
transformaciones. 3. Si sobre ciertos puntos estamos de acuerdo con los
poetas y filósofos que ustedes estiman, y sobre otros nuestra doctrina
es más elevada y digna de Dios, sin embargo, somos los únicos que
ofrecemos una demostración, ¿por qué entonces más que a todos los otros
se nos odia injustamente? 4. Cuando nosotros decimos que todo fue
ordenado y hecho por Dios, no parecerá sino que enunciamos un dogma de
Platón; al afirmar la conflagración universal, otro de los estoicos; al
decir que son castigadas las almas de los inicuos que aun después de la
muerte conservarán su conciencia, y que las de los buenos, libres de
todo castigo, serán felices, parecerá que hablamos como sus poetas y
filósofos. 5. En fin, que no haya de adorarse a las obras de las manos
de los hombres (cf. Lv 26,1; Is 2,18; Sal 115,4-6;
135,15, etc.), no es sino repetir lo que dijeron Menandro, el poeta
cómico, y otros con él, que afirmaron ser mayor el artífice que lo que
él fabrica.
Jesucristo es el Verbo divino
21. 1. Cuando nosotros decimos también que el Verbo, que es el primogénito de Dios (cf. Col
1,15), fue engendrado sin comercio carnal, es decir, Jesucristo,
nuestro maestro, y que éste después de ser crucificado y matado,
resucitó y subió al cielo (cf. Sal 3,6), nada nuevo presentamos,
si se atiende a los que ustedes llaman hijos de Zeus. 2. Porque ustedes
saben bien la cantidad de hijos que los escritores por ustedes estimados
atribuyen a Zeus: Hermes, el verbo que interpreta y enseña todas las
cosas; Asclepio, que fue médico y después de haber sido fulminado, subió
al cielo; Dionisio, después que fue despedazado; Heracles, después de
arrojarse a sí mismo al fuego para huir de sus dolores; los Dioscuros,
hijos de Leda; Perseo de Dánae, y Belerofonte, nacido de hombres, sobre
el caballo Pegaso. 3. ¿Para qué hablar de Ariadna y de los que, de modo
semejante a ella, se dice haber sido colocados en las estrellas? Y paso
igualmente por alto sus emperadores difuntos, a quienes tienen siempre
por dignos de la inmortalidad y nos presentan a algún infeliz que jura
haber visto remontarse al cielo desde la pira al César hecho cenizas. 4.
Tampoco hay necesidad de repetir aquí las acciones que se cuentan de
cada uno de los supuestos hijos de Zeus, pues ustedes las saben
perfectamente. Basta indicar que eso se ha escrito para utilidad e
incitación de los jóvenes que se educan, porque todos tienen por cosa
bella ser imitadores de los dioses. 5. Sin embargo, un hombre sensato
rechazaría semejante concepción de la divinidad que admite que Zeus
mismo, jefe y padre de todos los dioses, haya sido parricida y nacido de
parricida y, vencido por placeres bajos y vergonzosos (cf. Lv
18,22; 20,13), haya ido a Ganimédes y a muchedumbre de mujeres con las
que cometió adulterio, y aceptar que sus hijos practicaron acciones
semejantes. 6. La verdad es, como anteriormente dijimos, que fueron los
demonios malvados quienes tales cosas hicieron. Ahora alcanzar la
inmortalidad, a nosotros se nos ha enseñado que sólo la alcanzan los que
viven santa y virtuosamente cerca de Dios, así como creemos que han de
ser castigados con fuego eterno quienes vivieren injustamente y rehúsen
convertirse.
Jesús es el Hijo de Dios
22. 1. En cuanto al Hijo de Dios, que se
llama Jesús, aún cuando fuera hombre al modo común, merecería, por su
sabiduría, llamarse Hijo de Dios, pues todos los escritores llaman a
Dios padre de hombres y de dioses (cf. Homero, Ilíada 1, 544; 4,
68). 2. Y si afirmamos que Él, el Verbo de Dios, fue engendrado de modo
peculiar, diferente de la común generación, como ya dijimos (cf.
I,21,1), admitan entonces que este punto es coincidente con lo que
ustedes dicen de Hermes, a quien llaman el Verbo mensajero de parte de
Dios. 3. Si se nos echa en cara que fue crucificado, también esto es
común con los antes enumerados hijos de Zeus que ustedes admiten haber
sufrido. 4. En efecto, se cuenta de ellos que no sufrieron un mismo
género de muerte, sino diferentes; de suerte que ni por el hecho de
haber sufrido (Cristo) una pasión particular es inferior a ellos; al
contrario, como lo habíamos prometido (cf. I,13,3) demostraremos que es
muy superior, o, por mejor decir, ya está demostrado (cf. I,15-17),
pues el que es superior se muestra por sus obras. 5. Nosotros,
predicamos que nació de una virgen, y ustedes deben admitir que este un
punto común con Perseo. 6. En fin, que sanara a lisiados, paralíticos,
enfermos de nacimiento y resucitara muertos (cf. Mt 11,5), también en esto parecerá que decimos cosas semejantes a lo que se cuenta haber hecho Asclepio.
Excelencia de la doctrina cristiana
23. 1. Todo lo que nosotros afirmamos, por
haberlo aprendido de Cristo y de los profetas que le precedieron, es la
sola doctrina verdadera y más antigua que todos los escritores que han
existido, y no pedimos se acepte nuestra doctrina por coincidir con
ellos, sino porque decimos la verdad, a saber: 2. que sólo Jesucristo
fue engendrado como Hijo de Dios en el sentido propio del término,
siendo su Verbo (cf. Jn 1,1), su primogénito (cf. Col 1,15; Rm 8,29; Hb 1,6; 11,28; 12,23; Pr 8,22) y su potencia (cf. 1Co
1,24); que, hecho hombre por designio suyo, nos enseñó esas verdades
para la transformación y renovación del género humano; 3. antes de
hacerse hombre entre los hombres, hubo algunos, digo los malvados
demonios antes mentados, que se adelantaron a decir por medio de los
poetas haber sucedido los mitos que se inventaron, a la manera que
fueron ellos también los que hicieron las obras ignominiosas e impías de
las que se nos acusa, sin que para ello haya testigo ni demostración
alguna. Para que todo esto les quede claro, haremos la refutación que
sigue.
El politeísmo
24. 1. La primera prueba es que, diciendo
nosotros cosas semejantes a los griegos, somos los únicos a quienes se
odia por el nombre de Cristo y, sin cometer crimen alguno, como a
malvados se nos quita la vida. Mientras que unos acá y otros acullá, dan
culto a árboles, a ríos, a ratones, a gatos, a cocodrilos y a
muchedumbre de animales irracionales; aún más, no todos lo dan a los
mismos, sino unos son honrados en una parte, otros en otra, con lo que
todos (sus adoradores) son impíos los unos a los ojos de los otros,
porque no adoran los mismos objetos. 2. Lo único que ustedes nos pueden
recriminar, es que no veneramos los mismos dioses que ustedes y que, en
las acciones públicas, no ofrecemos ni libaciones, ni grasas de
víctimas, ni coronas, ni sacrificios. 3. Ahora bien, que los mismos
animales son por unos considerados dioses, por otros fieras, por otros
víctimas para sacrificios, ustedes lo saben perfectamente.
La mitología
25. 1. En segundo lugar, porque hombres de
toda raza, que antes dábamos culto a Dionisio, hijo de Sémele, y a
Apolo, hijo de Leto, de los cuales sería una vergüenza el sólo narrar
las acciones que cometieron por amor a los jóvenes; los que adorábamos a
Perséfone y Afrodita, que fueron aguijoneadas de amor por Adonis y
cuyos misterios aún celebran ustedes, o a Asclepio u otro de los demás
llamados dioses; ahora, no obstante amenazársenos con la muerte, a todos
ésos los hemos despreciado por amor de Jesucristo, 2. y nos hemos
consagrado al Dios ingénito e impasible; el Dios que creemos no ha de
ir, aguijoneado por el deseo, a seducir una Antíope ni a otras por el
estilo ni a Ganimédes, ni tendrá que ser desatado con ayuda de Tetis de
aquel famoso gigante de cien brazos, ni que preocuparse, para pagar este
favor, de matar a una muchedumbre de griegos, por la mano de Aquiles,
el hijo de Tetis, a causa de su concubina Briseida. 3. Lo que sí hacemos
es compadecer a quienes tales cosas hacen, y bien sabemos que los
responsables de ellos son los demonios.
Las herejías
26. 1. En tercer lugar, después de la
ascensión de Cristo al cielo, los demonios han impulsado a ciertos
hombres a decir que ellos eran dioses, y ésos no sólo no han sido
perseguidos por ustedes, sino que han llegado hasta juzgarlos dignos de
recibir honores. 2. Así, a un tal Simón, samaritano (cf. Hch
8,9-11), originario de una aldea por nombre Gitón, habiendo hecho en
tiempo de Claudio César prodigios mágicos, por arte de los demonios que
en él obraban, en su imperial ciudad de Roma, fue tenido por dios y como
dios fue por ustedes honrado con una estatua, que se levantó en la isla
del Tíber, entre los dos puentes, y lleva esta inscripción latina: “A
Simón Dios Santo”. 3. Casi todos los samaritanos, y algunos pocos
individuos en las otras naciones, le adoran considerándole como a su
primer dios; y a una cierta Helena, que le acompañó por aquel tiempo en
sus peregrinaciones, que antes había estado en el prostíbulo, y sería su
primera emanación. 4. Sabemos también que un cierto Menandro,
igualmente samaritano, natural de la aldea de Caparatea, discípulo que
fue de Simón, poseído también por los demonios, hizo su aparición en
Antioquía y allí engañó a muchos por sus artes mágicas, llegando a
persuadir a sus discípulos que no habían de morir jamás. Y no faltan aún
ahora algunos de ellos que se lo siguen creyendo. 5. En fin, un tal
Marción, natural del Ponto, está ahora mismo enseñando a los que le
siguen a creer en un Dios superior al Creador, y con la ayuda de los
demonios ha conducido a muchos, en todas las naciones, a proferir
blasfemias y negar al Dios Creador del universo, confesando, en cambio,
otro Dios al que, por suponérsele superior, se le atribuyen obras
mayores. 6. Todos los que de éstos proceden, como dijimos (I,4,7; 7,3),
son llamados cristianos, a la manera que quienes no participan de las
mismas doctrinas entre los filósofos, reciben de la filosofía el nombre
común con que se les conoce. 7. Ahora, si también practican todas esas
ignominiosas obras que contra nosotros se propalan, a saber: echar por
tierra el candelero, unirnos promiscuamente y alimentarnos de carnes
humanas, no lo sabemos; de lo que sí estamos ciertos es de que no son
por ustedes perseguidos ni condenados a muerte, por lo menos a causa de
sus doctrinas. 8. Por lo demás, nosotros mismos hemos compuesto una
“Tratado contra todas las herejías” (obra perdida), si quieren leerlo,
lo pondremos en sus manos.
Costumbres abominables del paganismo
27. 1. Nosotros, en cambio, a fin no
cometer ninguna injusticia ni impiedad, profesamos la doctrina de que
exponer a los recién nacidos es obra de malvados. En primer lugar,
porque vemos que casi todos van a parar a la prostitución, no sólo las
niñas, sino también los varones; y al modo como de los antiguos se
cuenta que mantenían rebaños de bueyes, cabras, ovejas o de caballos de
pasto, así se reúnen ahora rebaños de niños con el único fin de usar
torpemente de ellos, y una muchedumbre, lo mismo de afeminados que de
andróginos y pervertidos, está preparada por cada provincia para
semejante abominación. 2. Por ello perciben ustedes tasas,
contribuciones y tributos, siendo así que el deber de ustedes sería
extirparlos de raíz de su imperio. 3. Ahora bien, cuando de tales seres
se abusa, aparte de tratarse de una unión propia de gentes sin Dios,
impía y abyecta, posiblemente no faltará quien se una con un hijo, con
un pariente o con un hermano.
4. Hay también quienes prostituyen a sus
propios hijos y mujeres; otros se mutilan públicamente para la torpeza y
refieren el origen de esos misterios a la madre de los dioses; en fin,
en todos los que ustedes tienen por dioses, una serpiente es
representada como un símbolo eminente y un misterio. 5. Lo mismo que
ustedes practican y honran públicamente, nos lo achacan a nosotros, como
si lo cumpliéramos después de haber derribado y extinguido la luz
divina; pero, libres como estamos de practicar nada de eso, ningún daño
nos hacen sus calumnias; sí a quienes esas torpezas cometen y encima nos
levantan falsos testimonios.
El culto a la serpiente
28. 1. Entre nosotros, el príncipe de los malos demonios se llama serpiente, Satanás, diablo (cf. Ap
20,2), como pueden aprenderlo consultando nuestras escrituras; y que él
con todo su ejército juntamente con los hombres que le siguen haya de
ser enviado al fuego para ser castigado eternamente (cf. Mt
25,41), cosa es que de antemano fue anunciada por Cristo. 2. La
paciencia que Dios muestra en no hacerlo de pronto, tiene su causa en su
amor al género humano, pues Él sabe con antelación que algunos han de
salvarse por la penitencia, de los que algunos tal vez no han nacido
todavía. 3. Al principio, creó Él al género humano racional y capaz de
escoger la verdad y obrar el bien, de suerte que no hay hombre que tenga
excusa delante de Dios, como quiera que todos han sido creados
racionales y capaces de contemplar la verdad (cf. Rm 1,18-21). 4.
Pero si alguno no cree que Dios se cuide de las cosas humanas, una de
dos, o tendrá que confesar indirectamente que no existe o que,
existiendo, se complace en la maldad o permanece insensible como una
piedra. Virtud y vicio no tendrían entonces ninguna consistencia, y por
su sola opinión distinguirían los hombres unas cosas por buenas y otras
por malas, lo que es el colmo de la impiedad e injusticia.
La castidad cristiana
29. 1. En segundo lugar (cf. I,27,1),
[evitamos la exposición de los niños], por temor de que, al no ser
recogidos algunos de los expósitos, vengan a morir y seamos culpables de
homicidio. Nosotros o nos casamos desde el principio por el solo fin de
la generación de los hijos, o si renunciamos al matrimonio, es para
observar una castidad perfecta. 2. Ya se ha dado el caso que uno de los
nuestros, para demostrarles que la unión promiscua no es misterio que
nosotros celebramos, presentó un memorial al prefecto Félix en
Alejandría, suplicándole autorizara a su médico para cortarle los
testículos, pues decían los médicos de allí que semejante operación no
podía hacerse sin permiso del gobernador. 3. Félix se negó en absoluto a
firmar el memorial, y el joven permaneció célibe, contentándose con el
testimonio de su conciencia y con el apoyo de sus hermanos en la fe. 4. Y
aquí hemos creído no estaría fuera de lugar recordar a Antínoo, que
vivió recientemente, a quien todos, por miedo, se apresuraron a honrar
como a un dios, no obstante saber muy bien quién era y de adónde venía.
Demostración de la divinidad de Cristo
El argumento profético
30. 1. Se nos podría objetar: ¿Qué
inconveniente hay en que ese que nosotros llamamos Cristo sea un hombre
que viene de otros hombres y que por arte mágica (cf. Mt 9,34; 12,24; Mc 3,22; Lc
11,15) hizo los prodigios que decimos y por ello pareció ser hijo de
Dios? Vamos, pues, ya a presentar la demostración, no dando fe a quienes
nos cuentan los hechos, sino creyendo por necesidad a los que los
profetizaron antes de suceder, como quiera que los vemos cumplidos o que
se están cumpliendo ante nuestra vista tal como fueron profetizados,
demostración que creemos ha de parecerles la más fuerte y la más
verdadera.
Las fuentes bíblicas: la versión de los Setenta
31. 1. Hubo entre los judíos hombres que fueron profetas de Dios (cf. Hch 1,16; 28,25 [que cita Is 6,9s.]; 1P
1,11), por medio de los cuales el Espíritu profético anunció
anticipadamente los acontecimientos por venir; y los reyes que según los
tiempos se sucedieron entre los judíos, haciendo propiedad suya tales
profecías, las guardaron cuidadosamente, tal como fueron dichas al
momento de su proclamación y tal como los mismos profetas las
consignaron en sus libros escritos en su propia lengua hebrea. 2. Pero
cuando Ptolomeo, rey de Egipto, trató de formar una biblioteca y reunir
en ella las obras de todos los escritores, habiendo tenido noticia de
estas profecías, solicitó al que entonces era rey de los judíos,
Herodes, le remitiera los libros de los profetas. 3. El rey Herodes le
envió esos escritos, como hemos dicho, en hebreo, su lengua original; 4.
pero como su contenido no podía ser entendido por los egipcios, le
dirigió una nueva petición, rogándole le enviara hombres que los
vertieran a la lengua griega. 5. Esto hecho, se quedaron los libros
entre los egipcios hasta el presente, y los judíos los usan por todo el
mundo, pero sin embargo, no entienden al leerlos lo que está escrito,
sino que nos tienen por enemigos y adversarios, matándonos lo mismo que
ustedes y atormentándonos apenas tienen poder para hacerlo, como pueden
fácilmente persuadirse. 6. Efectivamente, en la reciente guerra de
Judea, Bar Kokebas, el cabecilla de la rebelión judía, sólo a los
cristianos mandaba someter a terribles tormentos, si se negaban a
renegar y blasfemar contra Jesucristo.
7. Ahora bien, en los libros de los
profetas hallamos de antemano anunciado que Jesús, nuestro Cristo, había
de venir, debía nacer de una virgen (cf. Is 7,14); que había de llegar a edad viril y curar toda enfermedad y toda debilidad (cf. Mt
4,23), y resucitar muertos; que había de ser odiado, desconocido y
crucificado; que moriría, resucitaría y subiría a los cielos; que es y
se llama Hijo de Dios; que habían de ser enviados por Él algunos para
proclamar estas cosas a todo el género humano, y serían los hombres de
las naciones paganas (cf. Mt 28,19) quienes más le creerían. 8.
Estas profecías se hicieron unas cinco mil años, otras tres mil, otras
dos mil, otras mil u ochocientos años antes de que Él apareciera; pues
es de saber que los profetas se fueron sucediendo unos a otros de
generación en generación.
La profecía de Moisés
32. 1. Así, pues, Moisés, que fue el
primero de los profetas, dijo literalmente así: “No faltará rey de la
descendencia de Judá, ni jefe de sus muslos hasta que venga aquel a
quien está reservado. Y Él será la expectación de las naciones, atando a
la viña su pollino, lavando sus vestidos en la sangre de la uva” (Gn
49,10-11). 2. Ahora es deber de ustedes averiguar con todo rigor y
enterarse hasta cuándo tuvieron los judíos jefe y rey salido de su
nación: hasta la aparición de Jesucristo, Maestro nuestro e intérprete
de las profecías desconocidas, tal como fue de antemano dicho por el
Espíritu Santo profético por medio de Moisés, que no faltaría príncipe
de los judíos hasta venir Aquel a quien está reservado el reino (cf. Gn
49,10). 3. Porque Judá fue el antepasado de los judíos y de él
justamente han recibido ese nombre; y ustedes, después de la
manifestación de Cristo, establecieron su reino sobre los judíos y se
apoderaron de toda su tierra. 4. Lo de que: “Él será la expectación de
las naciones” (Gn 49,10), quería decir que los hombres de todas
las naciones esperarán su segunda venida, cosa que pueden ver con su
propios ojos y comprobar en la realidad; pues de todas las razas de
hombres esperan al que fue crucificado en Judea, tras cuya muerte,
inmediatamente, la tierra de los judíos, tomada a punta de lanza, les
fue entregada a ustedes. 5. La expresión: “Atando a la cepa su pollino,
lavando su vestido en la sangre de la uva” (Gn 49,11), era un
símbolo de lo que había de suceder a Cristo y de lo que por Él mismo
había de ser hecho. 6. Porque fue así que a la entrada de cierta aldea
estaba un pollino (cf. Mt 21,1) atado a una parra (cf. Mt
21,2), y Él mandó a sus discípulos que se lo trajeran y, traído que fue
el pollino, montó sobre él y así entró en Jerusalén (cf. Mt
21,10), donde estaba el templo más grande de los judíos, el mismo que
fue más adelante destruído por ustedes. Después de la entrada en
Jerusalén fue crucificado, a fin de que se cumpliera el resto de la
profecía. 7. Puesto que lo de que “había de lavar su vestido en la
sangre de la uva” (Gn 49,11), era anuncio anticipado de su
pasión, la que había de padecer para lavar por su sangre a los que
creyeran en Él. 8. Porque lo que el Espíritu divino llama por el profeta
“su vestido”, son los hombres que creen en Él, en los que mora la
semilla que de Dios procede, que es el Verbo. 9. Y se habla también de
“la sangre de la uva”, para dar a entender que el que había de aparecer
tendría ciertamente sangre, pero no de semen humano, sino de poder
divino. 10. Ahora bien, el primer poder después de Dios, Padre y Señor
de todas las cosas, es el Verbo, que es también su Hijo. Cómo se haya
Éste hecho carne y nacido hombre (cf. Jn 1,14), lo diremos más
adelante. 11. Porque a la manera que la sangre de la uva no la hace el
hombre, sino Dios, por semejante manera se daba a entender en esas
palabras que la sangre de Cristo no procedería de semen humano, sino del
poder de Dios, como ya hemos dicho (cf. I,32,9).
12. Isaías, otro profeta, viene a decir lo mismo con otras palabras, profetizando así: “Se levantará una estrella de Jacob (Nm 24,1) y una flor subirá de la raíz de Jesé (Is 11,1); y en su brazo, las naciones esperarán” (Is
51,5). 13. En efecto, una estrella brillante se levantó y una flor
subió de la raíz de Jesé, que es Cristo. 14. Porque Él fue concebido,
con el poder de Dios (cf. Lc 1,35), por una virgen de la
descendencia de Jacob, que fue el padre de Judá, antepasado, como lo
hemos demostrado, de los judíos; y Jesé, según el oráculo, fue un
ancestro de Cristo, y Él, según la sucesión de las generaciones, hijo de
Jacob y (nieto) de Judá.
La concepción virginal de Cristo
33. 1. Escuchen ahora cómo a su vez fue
literalmente profetizado por Isaías que Cristo había de ser concebido
por una virgen. Sus palabras son éstas: «Miren que una virgen concebirá y
dará a luz un hijo y le pondrán por nombre “Dios con nosotros”» (Is 7,14; Mt
1,23). 2. Porque lo que los hombres pudieran tener por increíble e
imposible de suceder, eso mismo indicó Dios anticipadamente por medio de
su Espíritu profético que se realizaría, para que cuando sucediera no
se le negara la fe (cf. Jn 14,29), sino que fuera creído por
haber sido predicho. 3. Y vamos ahora a poner en claro las palabras de
la profecía, no sea que, por no entenderla, se nos objete lo mismo que
nosotros decimos contra los poetas cuando nos hablan de Zeus que, por
satisfacer su pasión libidinosa, se unió con diversas mujeres. 4. Así,
pues, lo de que “una virgen concebirá” (Is 7,14) significa que la
concepción sería sin comercio carnal, pues de darse éste, ya no sería
virgen; al contrario, fue el poder de Dios el que vino sobre la virgen y
la cubrió con su sombra (cf. Lc 1,35) y, permaneciendo virgen,
hizo que concibiera. 5. Fue así que el ángel que de parte de Dios le fue
enviado por aquel tiempo a la misma virgen, le dio la buena noticia
diciéndole: “Mira que concebirás del Espíritu Santo, y darás a luz un
hijo y se llamará Hijo del Altísimo (Lc 1,31-32), y le pondrás por nombre Jesús, pues Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt
1,21). Así nos lo han enseñado los que consignaron todos los recuerdos
referentes a nuestro Salvador Jesucristo, y nosotros les hemos dado fe,
puesto que el Espíritu profético, como ya hemos indicado, anunció por el
citado Isaías su futuro nacimiento. 6. Ahora bien, ninguna otra cosa es
lícito entender por el Espíritu y el poder que de Dios procede sino el
Verbo, que es el primogénito de Dios, como Moisés, profeta antes
mentado, lo reveló; y viniendo éste Espíritu sobre la virgen y
cubriéndola con su sombra, no por comercio carnal, sino por el poder de
Dios, hizo que ella concibiera. 7. “Jesús” es un nombre que significa,
en hebreo, Hombre; y en griego, Salvador. 8. De ahí que el ángel le dijo
a la virgen: “Le pondrás por nombre Jesús, pues Él salvará a su pueblo
de sus pecados” (Mt 1,21). 9. Ahora, que los que profetizan no
son inspirados por otro ninguno, sino por el Verbo divino, aún ustedes,
como supongo, convendrán en ello.
La profecía de Miqueas: el lugar del nacimiento
34. 1. Escuchen ahora cómo Miqueas, otro de
los profetas, predijo el lugar de la tierra en que había de nacer. He
aquí sus palabras: “Y tú, Belén, tierra de Judá, en modo alguno eres la
más pequeña entre las principales ciudades de Judá, pues de ti ha de
salir el jefe que pastoreará a mi pueblo” (Mt 2,6; cf. Mi
5,1. 3). 2. Belén es una aldea de Judea, distante de Jerusalén treinta y
cinco estadios; en ella nació Jesucristo, como pueden comprobarlo por
las listas del censo, hechas en tiempos de Quirino, que fue el primer
procurador de ustedes en Judea.
Profecías diversas sobre la misión de Cristo
35. 1. También fue predicho que Cristo,
después de nacer, había de vivir oculto a los otros hombres hasta llegar
a la edad viril. Escuchen lo que a este propósito fue anticipadamente
dicho. 2. He aquí las palabras: “Un niño nos ha nacido, un pequeñuelo
nos ha sido regalado, cuyo imperio reposa sobre sus hombros” (Is
9,5), este (texto) señala el poder de la cruz, sobre la cual él apoyó
sus hombros cuando fue crucificado, como andando el discurso se mostrará
más claramente. 3. El mismo profeta Isaías, inspirado por el Espíritu
profético, dijo: “Yo extenderé mis manos hacia un pueblo que no cree y
que contradice, a los que andan por camino no bueno” (Is 65,2). 4. “Y ahora me vienen a pedir juicio y tienen atrevimiento para acercarse a Dios” (cf. Is
58,2). 5. De nuevo, por otro profeta dice con otras palabras: “Ellos
taladraron mis pies y mis manos; y echaron a suerte mis vestiduras” (Sal 21,17. 19).
6. David, rey y profeta, que esto dijo,
nada de eso padeció, pero Jesucristo extendió sus manos al ser
crucificado por los judíos que le contradecían y decían que no era el
Cristo. En efecto, como lo había anunciado el profeta, para burlarse de
Él, le sentaron sobre un estrado, y le dijeron: “Júzganos”. 7. Lo de
“taladraron mis manos y mis pies” (Sal 21,17) significaba los
clavos que traspasaron en la cruz sus pies y manos. 8. Y después de
crucificarle, los que le crucificaron echaron a suerte sus vestiduras (Sal 21,19), y se las repartieron entre sí (cf. Jn 19,24). 9. Y que todo esto sucedió así, pueden comprobarlo por las Actas redactadas en tiempo de Poncio Pilato.
10. Vamos también a citar la profecía de
otro profeta, Sofonías, cómo literalmente fue profetizado que había de
montar sobre un pollino y entrar así a Jerusalén. 11. He aquí sus
palabras: “Alégrate sobremanera, hija de Sión; proclámalo, hija de
Jerusalén; mira que tu rey viene hacia ti manso, montado sobre la cría
de un asno, hijo de animal de yugo” (Za 9,9; Mt 21,5).
Reglas de interpretación
36. 1. Cuando oyen que los profetas hablan
en nombre de algún personaje, no deben de pensar que eso lo dicen los
mismos hombres inspirados, sino el Verbo divino que los mueve. 2. Porque
unas veces habla como anunciando de antemano lo que ha de suceder, a la
manera de una predicción; otras como en persona de Dios, Maestro y
Padre del universo; otras en persona de Cristo; otras, en fin, en nombre
de las naciones que responden al Señor o a su Padre. Algo semejante
pueden constatar entre sus escritores: es un mismo autor el que compuso
todo la obra, pero pone en escena varias personas que dialogan entre sí.
3. Por no entender eso los judíos, que son quienes poseen los libros de
los profetas, no sólo no reconocieron a Cristo ya venido, sino que nos
aborrecen a nosotros, que decimos haber en efecto venido y mostramos
que, como estaba profetizado, fue por ellos crucificado.
Profecías atribuidas al Padre
37. 1. Para que también eso les resulte
claro, he aquí unas palabras que fueron dichas por el profeta Isaías,
antes mentado, en nombre del Padre: «El buey conoció a su amo y el asno
el pesebre de su señor; pero Israel no me ha conocido y mi pueblo no me
ha entendido. 2. ¡Ay de la nación pecadora, el pueblo lleno de pecados,
descendencia mala, hijos inicuos: han abandonado al Señor!» (Is
1,3-4). 3. Y nuevamente, en otro pasaje en que habla igualmente el mismo
profeta en nombre del Padre: «¿Qué casa me van a edificar?, dice el
Señor. 4. El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies» (Is
66,1). 5. Y otra vez en otro pasaje: «Sus novilunios y sus sábados, mi
alma los aborrece; y su día grande de ayuno y su ociosidad, no los
soporto (Is 1,13-14), ni aun cuando se presenten ante mi vista (Is 1,12), los escucharé.6. Llenas están de sangre sus manos (Is 1,15). 7. Aun cuando me traigan flor de harina o incienso, me es una abominación (Is 1,13); grasa de corderos o sangre de toros, no la quiero. 8. Porque, ¿quién requirió esas ofrendas de sus manos? (Is
1,11-12). Desata más bien toda atadura de injusticia, rompe las cadenas
de los violentos contratos, cubre al sin techo y al desnudo, comparte
tu pan con el hambriento (Is 58,6-7)». 9. Por estos pasajes pueden entender de qué naturaleza son las enseñanzas que en nombre de Dios dan los profetas.
Profecías atribuidas al Hijo
38. 1. Cuando el Espíritu profético habla
en persona de Cristo, se expresa así: “Yo extendí mis manos a un pueblo
que no cree y que contradice, a los que andan por camino no bueno” (Is
65,2). 2. Y de nuevo: «Presenté mi espalda a los azotes y mis mejillas a
las bofetadas, y mi rostro no lo aparté del ultraje de los salivazos.
3. Pero el Señor se hizo mi ayudador; por eso no quedé confundido, sino
que puse mi rostro como roca dura, y supe que no había de ser
confundido, pues cerca está el que me justifica» (Is 50,6-8). 4. Y lo mismo cuando dice: «Ellos echaron suerte sobre mis vestiduras, y taladraron mis manos y mis pies (Sal 21,19. 17). 5. Pero yo me dormí y me entregué al sueño, y resucité, porque el Señor me protegió» (Sal 3,6). 6. Y otra vez, cuando dice: «Cuchicheaban con sus labios y movieron su cabeza diciendo: “Que se salve a sí mismo”» (Sal
21,8-9). Todo esto pueden comprobar que se cumplió por los judíos en
Cristo. 8. Pues cuando fue Él crucificado, retorcían sus labios y
meneaban sus cabezas diciendo: “El que resucitó muertos, que se salve a
sí mismo” (cf. Mt 27,39. 43).
Profecías atribuidas al Espíritu
39. 1. Cuando el Espíritu profético habla
para profetizar lo por venir, dice así: “De Sión saldrá la ley, y la
palabra del Señor de Jerusalén; Él juzgará en medio de las naciones y
convencerá a un pueblo numeroso. De sus espadas forjarán arados y de sus
lanzas hoces; y no tomará nación contra nación espada ni sabrán ya qué
cosa sea la guerra” (Is 2,3-4; cf. Mi 4,2-3). Que así haya sucedido, en sus manos está comprobarlo. 3. Porque de Jerusalén salieron doce hombres (cf. Mt 10,2s.; Mc 3,14s.; Lc 16,13s.) por el mundo, y éstos ignorantes (cf. Hch
4,13), incapaces de elocuencia, que, sin embargo, anunciaron por el
poder de Dios a todo el género humano haber sido ellos enviados por
Cristo para enseñar a todos la palabra de Dios (cf. Hch 2,6-11). Y
los que antes nos matábamos unos a otros, no sólo no hacemos ahora la
guerra a nuestros enemigos, sino que, por no mentir ni engañar a
nuestros jueces al interrogarnos, morimos gustosos por confesar a
Cristo. 4. Sin embargo, pudiéramos nosotros aplicar a nuestro caso el
dicho famoso: “La lengua juró, pero el corazón no ha jurado” (Eurípides,
Hipólito 612). 5. Pero seguramente sería ridículo que los
soldados que ustedes reclutan y enrolan, pongan la lealtad hacia ustedes
por encima de su propia vida, por encima de sus padres, su patria y
cuanto les pertenece, siendo así que nada imperecedero les pueden
procurar, y nosotros, que aspiramos a la incorrupción, no lo soportemos
todo a trueque de recibir los bienes que esperamos ardientemente de
Aquel que tiene poder para dárnoslo.
Los Salmos 18, 1 y 2
40. 1. Escuchen ahora lo que fue predicho
sobre los que predicaron su doctrina y anunciaron su venida; el ya
mentado profeta y rey dice así por moción del Espíritu profético: «El
día al día le transmite una palabra, y la noche a la noche le anuncia
conocimiento. 2. No hay discursos ni palabras cuya voz no se oiga. 3.
Sobre toda la tierra se esparció el sonido de su voz y a los términos
del orbe de la tierra llegaron sus palabras. 4. En el sol puso su
tienda, y éste, como esposo que sale de su cámara nupcial, se regocijará
como gigante para recorrer su camino» (Sal 18,3-6).
5. Hemos creído oportuno y propio hacer
mención de otras palabras profetizadas por el mismo David, por las que
podrán enterarse qué regla de vida el Espíritu profético propone a los
hombres, 6. y cómo anuncia la conjura que se tramó contra Cristo entre
Herodes, rey de los judíos; éstos mismos judíos y Pilato, que fue
procurador de ustedes en Judea, y los soldados de éste (cf. Hch
4,27). 7. Noten también cómo se profetiza que habían de creer en Él
hombres de toda raza; que Dios le llama Hijo suyo y le promete someterle
a todos sus enemigos; cómo los demonios, en cuanto pueden, tratan de
escapar al poder de Dios Padre y Soberano de todo y al de Cristo; y
cómo, en fin, llama Dios a todos los hombres a la penitencia antes que
llegue el día del juicio. 8. Las profecías dicen así: «Bienaventurado el
hombre que no camina según el consejo de los impíos, ni se para en el
camino de los pecadores, ni se sienta sobre la cátedra pestilente, sino
que su voluntad está en la ley del Señor, y en su ley medita día y
noche. 9. Será como árbol plantado junto a las corrientes de las aguas,
que dará su fruto a debido tiempo y sus hojas no caerán, y todo cuanto
hiciere le saldrá prósperamente. 10. No así los impíos, no así, sino que
serán como el polvo que esparce el viento sobre la superficie de la
tierra. Por eso, no se levantarán los impíos en el juicio, ni los
pecadores en el consejo de los justos; porque conoce el Señor el camino
de los justos y el camino de los impíos perecerá (Sal 1,1-6). 11.
¿Por qué bramaron las naciones y los pueblos vanos pensamientos? Se
levantaron los reyes de la tierra y los príncipes se aliaron contra el
Señor y contra su Cristo, diciendo: “Rompamos sus ataduras y arrojemos
de nosotros su yugo”. 12. El que mora en los cielos se reirá de ellos, y
el Señor los hará objeto de su mofa. Entonces les hablará en su ira, y
en su furor los conturbará. 13. Yo, en cambio, fui por Él constituido
rey sobre Sión, su monte santo, para anunciar su decreto. 14. El Señor
me dijo: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. 15. Pídemelo y te
daré las naciones por herencia, y por posesión tuya los confines de la
tierra. Los apacentarás con vara de hierro, como vasos de alfarero los
harás añicos. 16. Y ahora, reyes, entiendan; instrúyanse los que juzgan
la tierra. 17. Sirvan al Señor con temor y exulten en Él con temblor.
18. Sométanse a sus enseñanzas, en el temor de que se irrite el Señor y
se pierdan fuera del camino recto, cuando de pronto se encienda su
cólera. 19. Bienaventurados todos los que confían en Él”» (Sal 2,1-12).
El triunfo de Cristo: Salmo 95
41. 1. En otra profecía, el Espíritu
profético anuncia por medio del mismo David que Cristo había de reinar
después de ser crucificado, dijo así: «Alabe al Señor toda la tierra, y
anuncien de día en día su salvación, porque grande es el Señor y digno
de alabanza sobremanera, temible sobre todos los dioses. Porque todos
los dioses de las naciones son imágenes de demonios, pero Dios hizo los
cielos. 2. Gloria y alabanza en su presencia, fuerza y esplendor en el
lugar de su santificación. Den gloria al Señor, al que es Padre de los
siglos. 3. Presenten la ofrenda, llévenla a su presencia y adórenle en
sus atrios santos. Tema ante su faz toda la tierra, que se afirme y no
vacile. 4. Alégrense en las naciones: el Señor estableció su reino desde
lo alto del madero» (1Cro 16,23-25. 28a. 29b.-31; cf. Sal 95.1-10).
La predicción del futuro
42. 1. Vamos también a aclarar el caso en
que el Espíritu profético habla de lo porvenir como ya cumplido, como
puede ya conjeturarse en los textos antes alegados, a fin de que tampoco
en esto tengan excusa los que leen. 2. Lo absolutamente conocido como
que va a suceder, el Espíritu profético lo predice como ya sucedido; y
que haya de tomarse así, pongan toda la atención de su mente a lo que
vamos a decir. 3. Las profecías citadas las pronunció David mil
quinientos años antes de que Cristo, hecho hombre, fuera crucificado, y
ninguno de los antes nacidos procuró, al ser crucificado, alegría a las
naciones (cf. Sal 96,10; I,41,4), ni nadie tampoco después de Él.
4. En cambio, fue en nuestro tiempo que Jesucristo fue crucificado,
murió y resucitó, y que después de subir al cielo estableció su reino; y
porque esto fue proclamado en su nombre por medio de los apóstoles en
todas las naciones, la alegría reina entre quienes esperan la
inmortalidad que Él nos ha prometido.
Profecías, destino y libertad
43. 1. De lo anteriormente por nosotros
dicho no tiene nadie que sacar la consecuencia de que nosotros afirmamos
que cuanto ocurre, sucede por necesidad del destino, por el hecho de
que decimos ser de antemano conocidos los acontecimientos. Para ello,
vamos a resolver también esta dificultad. 2. Nosotros hemos aprendido de
los profetas (cf. Jr 17,9-10), y afirmamos que ésa es la verdad,
que los castigos y tormentos, lo mismo que las buenas recompensas, se
dan a cada uno conforme a sus obras; pues de no ser así, sino que todo
sucediera por destino, no habría en absoluto libre albedrío. Y, en
efecto, si está determinado que éste sea bueno y el otro malo, ni aquél
merece alabanza, ni éste vituperio. 3. Si el género humano no tiene
poder para huir por libre determinación del mal y escoger el bien, es
irresponsable de cualesquiera acciones que haga. 4. Pero que el hombre
es virtuoso y peca por libre elección, lo demostramos por el siguiente
argumento: 5. Vemos que el mismo sujeto pasa de un contrario a otro. 6.
Ahora bien, si estuviera determinado ser malo o bueno, no sería capaz de
cosas contrarias ni se cambiaría con tanta frecuencia. En realidad, ni
podría decirse que unos son buenos y otros malos, desde el momento que
afirmamos que el destino es la causa de buenos y malos, y que se
contradice a sí mismo en su accionar, o habría que tomar por verdad lo
que ya anteriormente insinuamos, a saber, que la virtud y el vicio son
puras palabras, y que sólo por opinión se tiene algo por bueno o por
malo. Lo cual, como demuestra la verdadera razón, es el colmo de la
impiedad y de la iniquidad. 7. Lo que sí afirmamos ser destino
ineludible es que a quienes escogieron el bien, les espera digna
recompensa; y a los que lo contrario, les espera igualmente digno
castigo. 8. Porque no hizo Dios al hombre a la manera de las otras
criaturas, por ejemplo, árboles o cuadrúpedos, que nada pueden hacer por
libre determinación; pues en este caso el hombre no sería digno de
recompensa o alabanza, no habiendo por sí mismo escogido el bien, sino
nacido ya bueno; ni, de haber sido malo, se le castigaría justamente, no
habiéndolo sido libremente, sino por no haber podido ser otra cosa que
lo que fue.
Libre arbitrio y responsabilidad
44. 1. Esta doctrina nos la ha enseñado el
Espíritu profético, que por medio de Moisés le hacer decir a Dios la
siguiente sentencia al primer hombre, al que había creado: “Mira que
ante ti está el bien y el mal, escoge el bien” (Dt 30,15. 19). 2.
A su vez, por Isaías, otro de los profetas, hablando en nombre de Dios,
Padre y Señor del universo, le hace decir: 3. «Lávense, purifíquense,
quiten la maldad de sus almas. Aprendan a obrar el bien, obren
rectamente con el huérfano, hagan justicia a la viuda, y entonces vengan
y conversemos, dice el Señor. Aún cuando sus pecados fueren como la
púrpura, como lana los dejaré blancos; aún cuando fueren como escarlata,
como nieve los blanquearé. 4. Y si quieren y me escuchan, comerán los
bienes de la tierra; pero si no me escuchan, la espada los devorará,
porque la boca del Señor lo ha dicho» (Is 1,16-20). 5. La anterior expresión: “La espada os devorará” (Is
1,20), no quiere decir que hayan de ser pasados a filo de espada los
que desobedecieren, sino que por “la espada del Señor” hay que entender
el fuego, cuya presa son los que han escogido practicar el mal. 6. Por
eso dice: “La espada los devorará, porque la boca del Señor lo ha dicho”
(Is 1,20). 7. Porque si hubiera hablado de la espada que corta y
mata al instante, no hubiera dicho “los devorará”. 8. De suerte que
Platón mismo, al decir: “La culpa es de quien elige, Dios no tiene
culpa” (República X,617e), lo dijo por haberlo tomado del profeta
Moisés, pues es de saber que éste es más antiguo que todos los
escritores griegos. 9. Y, en general, cuanto filósofos y poetas dijeron
acerca de la inmortalidad del alma, de los castigos después de la
muerte, de la contemplación de las cosas celestiales y de otras
doctrinas semejantes, de los profetas tomaron los principios no sólo
para poderlo entender, sino también para expresarlo. 10. De ahí que
parezca haber en todos, unas como semillas de verdad; sin embargo, se
les puede reprochar no haberlo entendido exactamente por el hecho de que
se contradicen unos a otros. 11. En conclusión, si decimos que los
acontecimientos futuros han sido profetizados, no por eso afirmamos que
sucedan por necesidad del destino; lo que afirmamos es que Dios conoce
de antemano cuanto ha de ser hecho por cada hombre, es decreto suyo
recompensar a cada uno según el mérito de sus obras, y por ello
justamente anuncia por medio del Espíritu profético lo que a cada uno ha
de venir de parte de Él, conforme a lo que sus obras merezcan: con lo
que constantemente conduce al género humano a la reflexión y al
recuerdo, demostrándole que tiene cuidado y providencia de los hombres.
12. Sin embargo, por la acción de los malvados demonios, se decretó pena
de muerte contra quienes leyeran los libros de Histaspe, de la Sibila o
de los profetas, a fin de apartar a los hombres, por el terror, de
alcanzar, leyéndolos, el conocimiento del bien, y retenerlos ellos como
esclavos suyos; cosa que en definitiva, no pudieron conseguir los
demonios. 13. Porque no sólo los leemos intrépidamente nosotros, sino
que, como ven, se los ofrecemos para que los examinen ustedes, seguros
como estamos que han de aparecer gratos a todos. Y aún cuando sólo a
unos pocos logremos persuadir, nuestra ganancia será muy grande, pues
recibiremos del amo, como buenos agricultores, nuestra remuneración.
La Ascensión y el triunfo
45. Ahora escuchen lo que dijo el profeta
David sobre que Dios, Padre del universo, había de llevar a Cristo al
cielo después de su resurrección de entre los muertos, y retenerle
consigo hasta herir a los demonios, enemigos suyos, y completar el
número de los que Él sabía de antemano serían buenos y virtuosos,
aquellos justamente por cuyo causa no ha cumplido todavía la universal
destrucción. 2. Las palabras del profeta son éstas: «Dijo el Señor a mi
Señor: “Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies”. 3. Cetro de poder te enviará el Señor desde
Jerusalén y tú domina en medio de tus enemigos. 4. Contigo el imperio en
el día de tu potencia en medio de los esplendores de tus santos. De mi
seno, antes del lucero de la mañana, te he engendrado» (Sal 109,1-3).
5. Ahora bien, las palabras: “Cetro de poder te enviará desde Jerusalén” (Sal
109,2), era anticipado anuncio de la palabra poderosa, que, saliendo de
Jerusalén, predicaron por doquiera sus apóstoles; y que nosotros, a
despecho de la muerte decretada contra los que enseñan o sólo confiesan
el nombre de Cristo, por doquiera, también la abrazamos y la enseñamos.
6. Si también ustedes leen como enemigos estas palabras nuestras, fuera
de matarnos, como ya antes dijimos (I,2,4; 11,2; 12,6), nada pueden
hacer; y eso, a nosotros, ningún daño nos acarrea; a ustedes, empero, y a
todos los que injustamente nos aborrecen y no se convierten, ha de
traerles castigo de fuego eterno.
La salvación de los hombres antes de Cristo
46. 1. Algunos, sin razón, para rechazar
nuestra enseñanza, pudieran objetarnos que, diciendo nosotros que Cristo
nació hace sólo ciento cincuenta años bajo Quirino y enseñó su doctrina
más tarde, en tiempo de Poncio Pilato, ninguna responsabilidad tienen
los hombres que le precedieron. Adelantémonos a resolver esta
dificultad. 2. Nosotros hemos recibido la enseñanza de que Cristo es el
primogénito de Dios, y anteriormente hemos indicado (cf. I,23,2) que Él
es el Verbo, de que todo el género humano ha participado. 3. Así,
quienes vivieron conforme al Verbo, son cristianos, aún cuando fueron
tenidos por ateos, como sucedió entre los griegos con Sócrates,
Heráclito y otros semejantes, y entre los bárbaros con Abrahám, Ananías,
Azarías y Misael, y otros muchos cuyos hechos y nombres, que sería
largo enumerar, omitimos por ahora. 4. De suerte que también los que
anteriormente vivieron sin el Verbo, fueron malvados, enemigos de Cristo
y asesinos de quienes viven con el Verbo; pero los que han vivido y
siguen viviendo con el Verbo son cristianos y no saben de miedo ni
turbación. 5. Ahora bien, por qué causa nació hombre de una virgen por
el poder del Verbo conforme al designio de Dios, Padre y Soberano del
universo, fue llamado Jesús y después de crucificado y muerto, resucitó y
subió al cielo, el lector inteligente podrá perfectamente comprenderlo
por las largas explicaciones hasta aquí dadas (cf. I,45-46,4). 6. Por
nuestra parte, como quiera que no sea al presente necesario demostrar
ese punto, pasaremos por ahora a las demostraciones más urgentes.
La ruina de Jerusalén
47. 1. Escuchen ahora lo que por el
Espíritu profético fue predicho sobre la devastación futura de la tierra
de los judíos. Las palabras están dichas como pronunciadas por las
naciones que se maravillan de lo sucedido. 2. Son de este tenor:
«Desierta ha quedado Sión, como soledad ha quedado Jerusalén, execrada
ha sido la casa, nuestro santuario; y su gloria que nuestros padres
celebraron, ha venido a ser presa del fuego y todas sus maravillas se
han hundido. 3. Ante todo esto, tú permaneciste impasible, te callaste y
nos has humillado sobremanera» (Is 64,9-11). 4. Ahora bien, que
Jerusalén haya quedado desierta, tal como había sido predicho, cosa es
de que están bien persuadidos. 5. Y no sólo se predijo su devastación,
sino también, por el profeta Isaías, que a ninguno de ellos se le
permitiría habitar en ella, con estas palabras: “La tierra de ellos está
desierta, delante de ellos sus enemigos la devoran (cf. Is 1,7), y ninguno de ellos la habitará” (Jr
50,3 [27,3 LXX]). 6. Ustedes mismos tienen montada guardia para que
nadie se halle en ella, y han decretado la pena de muerte contra el
judío que sea sorprendido queriendo retornar, esto lo saben
perfectamente.
El poder de Cristo y la persecución de los discípulos
48. 1. Que nuestro Cristo había de curar todas las enfermedades (cf. Is
35,5) y resucitar muertos, escuchen las palabras con que fue
profetizado: 2. Son éstas: “Ante su advenimiento, saltará el lisiado
como ciervo, y se soltará la lengua de los mudos (Is 35,6), los ciegos recobrarán la vista, los leprosos quedarán limpios, los muertos resucitarán y echarán a andar” (cf. Mt 11,5; Is
35,5; 26,19). 3. Que todo esto lo hizo Cristo, pueden comprobarlo por
las “Actas” redactadas en tiempo de Poncio Pilato. 4. Y sobre cómo fue
de antemano señalado que a Él lo iban a matar, junto con los hombres que
en Él esperan, escuchen las palabras del profeta Isaías: 5. «He aquí
cómo hicieron perecer el justo y nadie reflexiona en su corazón; varones
justos son quitados de en medio y nadie presta atención. 6. A la vista
de la iniquidad es eliminado el justo y su sepultura estará en paz; ha
sido quitado de en medio de los hombres» (Is 57,1-2).
La conversión de los paganos y la incredulidad de Israel
49. 1. Escuchen lo que dice el profeta
Isaías: los pueblos de las naciones que no le esperaron habían de
adorarle; los judíos, en cambio, que le estaban esperando, venido que
hubo, le desconocieron. Las palabras están dichas en nombre de Cristo
mismo, 2. y son de este tenor: «Me manifesté a quienes no preguntaban
por mí, fui hallado por quienes no me buscaban. Dije: “Heme aquí”, a una
nación que no invocaba mi nombre. 3. Extendí mis manos a un pueblo que
no cree y que contradice, a los que andan por un camino no bueno, tras
sus pecados. 4. El pueblo que me exaspera, está delante de mí» (Is 65,1-3; cf. Rm
10,20-21). 5. En efecto, los judíos que estaban en posesión de las
profecías y esperaban continuamente a Cristo, venido que fue, no le
reconocieron; y no sólo eso, sino que le hicieron violencia (cf. Hch
13,27-28) [a las profecías]; en cambio, los gentiles, que jamás habían
oído hablar de Él hasta que los Apóstoles salidos de Jerusalén les
contaron su vida y les entregaron las profecías, llenos de alegría y de
fe (cf. Hch 13,48) renunciaron a los ídolos y se consagraron por
medio de Cristo al Dios ingénito. 6. Y que de antemano fueron conocidas
estas calumnias que habían de propalarse contra los que confiesan a
Cristo y que la desgracia debía golpear a quienes los maldicen
pretendiendo que es bueno conservar las antiguas tradiciones, escuchen
cómo brevemente lo dice el profeta Isaías. 7. Son sus palabras: “¡Ay de
los que llaman a lo dulce amargo y a lo amargo dulce!” (Is 5,20).
Los sufrimientos de Cristo
50. 1. Escuchen ahora las profecías
relativas a la pasión y ultrajes que había de sufrir por nosotros hecho
hombre, y a la gloria con que ha de volver (cf. Is 53,12 LXX). 2.
Son éstas: «Porque entregaron su alma a la muerte y fue contado entre
los inicuos, Él cargó con los pecados de muchos y obtendrá misericordia
para los criminales (Is 53,12). 3. Porque he aquí que mi siervo
entenderá, será levantado y glorificado sobremanera. 4. Al igual que
muchos quedarán atónitos ante ti, así tu apariencia será objeto de burla
para los hombres, y tu gloria arrojada lejos de ellos; así también se
maravillarán las naciones y quedarán mudos los reyes; porque aquellos a
quienes no se les anunció sobre Él, lo verán, y los que no oyeron,
entenderán. 5. Señor, ¿quién creyó en nuestra palabra? Y el brazo del
Señor, ¿a quién le fue revelado? Anunciamos la noticia delante de Él,
como niño pequeño, como raíz en tierra sedienta. 6. No tiene figura ni
gloria; le vimos y no tenía figura ni hermosura, sino que su figura
estaba deshonrada y deficiente en parangón con los hombres. 7. Hombre
entregado a los azotes y que sabe de soportar el sufrimiento; ante su
rostro se desvía la mirada, fue deshonrado y no fue considerado. 8. Él
lleva sobre sí nuestros pecados, y por nosotros sufre dolor, pero
nosotros consideramos que Él estaba en el sufrimiento, los suplicios y
los malos tratos. 9. Él fue llagado por causa de nuestras iniquidades y
sufrió por causa de nuestros pecados. El castigo que nos procura la paz
cayó sobre Él, por sus llagas fuimos nosotros curados. 10. Todos
anduvimos errantes como ovejas; cada uno erró en su camino; Él fue
entregado a causa de nuestros pecados, y Él, al ser maltratado, no abre
su boca. Como oveja fue llevado al matadero; como cordero que está mudo
ante el que le trasquila, así tampoco Él abre su boca. 11. En su
humillación, su juicio fue abolido» (Is 52,13-53,8). 12. Ahora bien, después de ser crucificado, hasta sus discípulos todos le abandonaron y negaron (cf. Mt
26,70); pero luego, cuando hubo resucitado de entre los muertos y fue
por ellos visto; después que les enseñó a leer las profecías en que
estaba predicho que todo eso había de suceder (cf. Lc 24,27) y le vieron subir al cielo (cf. Hch 1,9), creyeron y recibieron la fuerza que Él les envió de lo alto, y se esparcieron entre los hombres de toda raza (cf. Hch 1,8), para enseñarnos todas estas cosas y fueron llamados apóstoles.
El regreso de Cristo en la gloria
51. 1. Para darnos a entender que aquel que
conoció sus sufrimientos tiene un origen inefable y que reina sobre sus
enemigos, el Espíritu profético dijo así: «La generación de Él, ¿quién
la explicará? Porque es arrebatada de la tierra su vida, por las
iniquidades de ellos va a la muerte. 2. E intercambiaré a los malos por
su sepultura y a los ricos por su muerte, porque Él no cometió iniquidad
ni se halló engaño en su boca. El Señor quiere purificarle de su
herida. 3. Si hicieran una ofrenda por el pecado, el alma de ustedes
recibirá una descendencia duradera.4. El Señor quiere apartar el
sufrimiento del alma de Él, mostrarle la luz y formarle en inteligencia,
justificar al justo que ha servido bien a muchos, y Él mismo llevará
nuestros pecados. 5. Por eso, Él recibirá en herencia a muchos pueblos y
repartirá los despojos de los fuertes, por haber sido contado entre los
inicuos, por haber llevado los pecados de muchos y haberse entregado
por las iniquidades de ellos» (Is 53,8-12). 6. Y que había de
subir al cielo, como fue profetizado, escúchenlo. 7. La profecía es
ésta: “Levanten las puertas de los cielos; ábranse, puertas, para que
entre el rey de la gloria. ¿Quién es ese rey de la gloria? El Señor
fuerte, el Señor poderoso” (Sal 23,7-8). 8. Pero que también ha
de venir de los cielos con gloria, escuchen lo que sobre esto fue dicho
por el profeta Jeremías. 9. Dice así: “He aquí como un hijo de hombre
viene sobre las nubes del cielo (Dn 7,13; cf. Za 14,5; Judas 14), y sus ángeles con Él” (cf. Mt 25,31).
El doble advenimiento de Cristo
52. 1. Ahora, pues, como hemos demostrado
que todo lo hasta ahora sucedido fue de antemano anunciado por los
profetas, es necesario también que creamos ha de cumplirse íntegramente
lo que ha sido igualmente profetizado, pero tiene todavía que suceder.
2. Porque a la manera que lo ya sucedido, anticipadamente anunciado, por
más que no fuera comprendido, ha sucedido; del mismo modo, lo que aún
falta por cumplirse sucederá, por más que no se lo comprenda ni se le dé
fe. 3. Pues los profetas anunciaron dos advenimientos de Cristo: uno
cumplido ya, como hombre depreciado y pasible (cf. Is 53,3); el segundo, cuando venga con gloria de los cielos acompañado de su ejército de ángeles (cf. Dn
7,13), que es cuando resucitará también los cuerpos de todos los
hombres que han existido, y a los que sean dignos los revestirá de
incorrupción (cf. 1Co 15,53), y a los inicuos los enviará, junto con los perversos demonios, al fuego eterno, para un sufrimiento eterno (cf. Mt
25,41). 4. Vamos a mostrar cómo también fue profetizado que ha de
suceder esto. 5. El profeta Ezequiel fue quien lo dijo así: «Se unirá
articulación con articulación, y hueso con hueso, y volverán a brotar
las carnes (cf. Ez 37,7-8). 6. Y toda rodilla se doblará ante el Señor y toda lengua le confesará» (cf. Is 45,23; Rm 14,11; Flp
2,10). 7. En qué tormento y castigo han de hallarse los injustos,
escuchen lo que sobre esto fue dicho. 8. Es lo siguiente: “Su gusano no
descansará y su fuego no se extinguirá” (Is 66,24). 9. Entonces,
sí se arrepentirán, cuando ya de nada les servirá. 10. Qué dirán y harán
entonces las tribus de los judíos, cuando vean al Cristo volver en
gloria, por el profeta Zacarías fue dicho en esta profecía: «Yo mandaré a
los cuatro vientos que reúnan a mis hijos dispersos, mandaré al Bóreas
(viento del norte) que los traiga (cf. Za 2,10; Is 11,12) y al Noto (viento del sur) que no se oponga. 11. Y entonces habrá en Jerusalén llanto grande (cf. Za 12,11), no llanto de bocas ni de labios, sino llanto de corazón (cf. Is 29,13); y no rasgarán sus vestidos, sino sus conciencias (cf. Jl 2,13). 12. Se lamentarán tribu por tribu, y entonces mirarán al que traspasaron (cf. Za 2,10; Ap 1,7) y dirán: “¿Por qué, Señor, nos extraviaste lejos de tu camino?” (Is 63,17). La gloria que nuestros padres bendijeron, se nos ha convertido en oprobio» (Is 64,10).
La fuerza demostrativa de las profecías bíblicas
53. 1. Muchas otras profecías pudiéramos
alegar; aquí, sin embargo, ponemos término a esta prueba, considerando
que las citadas son bastante para persuadir a quienes tengan oídos para
oír y entender (cf. Mt 13,9). Porque creemos que pueden
percatarse que no somos nosotros como los inventores de fábulas sobre
los supuestos hijos de Zeus, que nos contentamos con sólo afirmar, y no
tenemos pruebas que alegar. 2. Pues ¿con qué razón íbamos a creer que un
hombre crucificado es el primogénito del Dios ingénito y que Él ha de
juzgar a todo el género humano, si no halláramos testimonios sobre Él
proclamados antes que viniera y se hiciera hombre, y no los viéramos
literalmente cumplidos: 3. la devastación de la tierra de los judíos,
hombres de todas las naciones que creen por la enseñanza de sus
apóstoles y rechazan sus antiguas costumbres, en cuyos errores se
criaron, y aún al vernos a nosotros mismos, los cristianos que
procedemos de la gentilidad, que somos más numerosos y sinceros que los
de origen judío y samaritano? 4. Porque es de saber que el resto de las
naciones todas, son llamadas por el Espíritu profético: “Gentiles”; la
nación, empero, de judíos y samaritanos se llama “tribu de Israel” y
“casa de Jacob”. 5. Y vamos a citarles la profecía en que se predice que
serán más los creyentes que proceden de la gentilidad que los de origen
judío y samaritano. Dice así: “Alégrate, estéril, la que no das a luz;
prorrumpe en gritos de júbilo, la que no sufres dolores de parto; porque
más son los hijos de la abandonada que de la que tiene marido” (Is 54,1 [LXX]; cf. Ga
4,27). 6. Es así que abandonadas del verdadero Dios estaban todas las
naciones que daban culto a obras de las manos; los judíos y samaritanos,
empero, que tenían la palabra de Dios, que les fue transmitida por los
profetas, y estaban constantemente esperando a Cristo, venido que fue,
no le reconocieron, fuera de unos pocos, que había predicho el Espíritu
Santo profético por Isaías que habían de salvarse. 7. Dijo éste hablando
en su nombre: “Si el Señor no nos hubiera dejado un pequeño resto,
habríamos venido a ser como Sodoma y Gomorra” (Is 1,9; cf. Rm
9,29). Sodoma y Gomorra, de las que cuenta Moisés la historia, fueron
ciudades de hombres impíos, que Dios destruyó abrasándolas con fuego y
azufre, sin que en ellas se salvara nadie más que un extranjero, de
origen caldeo, llamado Lot, juntamente con sus hijas (cf. Gn 19).
9. Aún ahora el que quiera puede ver toda aquella tierra que sigue
desierta, calcinada y estéril. 10. Sobre que los cristianos de la
gentilidad habían de ser más sinceros y más fieles, lo demostraremos
citando al profeta Isaías. 11. He aquí lo que dijo: “Israel es
incircunciso de corazón, las naciones lo son de prepucio” (Jr
9,25). 12. La contemplación, por ende, de tantos hechos bien pueden
llevar, con la ayuda de la razón, a la persuasión y a la fe a quienes
aman la verdad, no son amigos de la gloria ni se dejan dominar por sus
pasiones.
Las fábulas paganas
54. 1. Los que enseñan los mitos inventados
por los poetas, ninguna prueba pueden ofrecer a los jóvenes que los
aprenden de memoria, y nosotros vamos a demostrar que esos mitos fueron
compuestos por instigación de los malvados demonios para engaño y
extravío del género humano. 2. En efecto, como oyeran por los profetas
que el Cristo anunciado debía venir y que los hombres impíos habían de
ser castigados por el fuego, produjeron leyendas atribuyendo a Zeus una
multitud de hijos, creyendo que así lograrían que los hombres
consideraran la historia de Cristo como un cuento fabuloso, semejante a
las leyendas contadas por los poetas. 3. Estos relatos se propagaron en
Grecia y en todas las demás naciones, en que los demonios habían
previsto, por los anuncios de los profetas, que más se había de creer en
Cristo. 4. Sin embargo, nosotros vamos a poner de manifiesto que, no
obstante oír lo que dicen los profetas, no lo entendieron exactamente,
sino que imitaron como a tientas lo referente a nuestro Cristo.
5. Así, pues, el profeta Moisés, es más
antiguo de todos los escritores, como ya dijimos (cf. I,44,8), hizo la
profecía siguiente, que antes citamos (cf. I,32,1): “No faltará rey de
la descendencia de Judá, ni jefe de sus muslos hasta que venga aquel a
quien está reservado. Y Él será la expectación de las naciones, atando a
la viña su asno, lavando sus vestidos en la sangre de la uva” (Gn
49,10-11). 6. Oyendo los demonios estas palabras proféticas, dijeron
que Dioniso había sido hijo de Zeus, enseñaron haber él inventado la
viña; inscribieron al vino en el número de sus misterios y divulgaron
que Dionisio después de haber sido despedazado subió al cielo. 7. Pero
como en la profecía de Moisés no se significaba con toda claridad si el
que había de nacer sería Hijo de Dios (o un hombre), ni si el que había
de montar un asno se quedaría en la tierra o subiría al cielo. Por otra
parte, el nombre de asno, originariamente, lo mismo puede significar la
cría del asno que del caballo. De ahí que no sabiendo si el profetizado
había de tomar por símbolo de su venida montar en una cría de asno o de
caballo, ni si había ser hijo de Dios, como dijimos (cf. I,21,1; 32,10),
o de hombre, los demonios se inventaron que Belerofonte, hombre nacido
de hombres, subió al cielo sobre el caballo Pegaso. 8. Como además
oyeron lo dicho por otro profeta Isaías, que el Cristo había de nacer de
una virgen (cf. Is 7,14) y que por su propio poder subiría al
cielo, produjeron de Perseo. 9. Por la misma razón, conociendo lo que
fue dicho de Él en las profecías anteriormente citadas: “Fuerte como un
gigante para recorrer su camino” (Sal 18,6), se inventaron un
Heracles (= Hércules), héroe poderoso, que recorrió toda la tierra. 10.
En fin, al enterarse que estaba profetizado que había de curar toda
enfermedad y resucitar muertos, suscitaron a Asclepio.
El símbolo de la cruz
55. 1. Sin embargo, jamás, ni siquiera uno
de los supuestos hijos de Zeus, propusieron una imitación de la
crucifixión, por no haberla entendido, como quiera que, según antes
manifestamos (cf. I,35; Is 9,5-6), todo lo referente a la cruz
fue dicho de modo simbólico. 2. Justamente lo que es, como predijo el
profeta (cf. I,35,2), el símbolo más importante de la fuerza de Cristo y
de su autoridad, como se muestra aún por las mismas cosas que caen bajo
nuestros ojos. Consideren, en efecto, si cuanto hay en el mundo puede
ser administrado o tener consistencia sin esta figura. 3. Porque el mar
no se surca si ese trofeo, llamado mástil, no se alza intacto en la
nave; sin ella no se ara la tierra; ni cavadores ni artesanos llevan a
cabo su obra si no es por instrumentos que tienen esa figura. 4. La
misma figura humana no se distingue en otra ninguna cosa de los animales
irracionales, sino por ser recta, poder extender los brazos y llevar,
partiendo de la frente, la prominencia llamada nariz, por la que se
verifica la respiración del viviente, designando precisamente la imagen
de la cruz. 5. Y el profeta dijo de esta manera: “El aliento delante de
nuestra cara, es Cristo, el Señor” (Lm 4,20). 6. Incluso sus
mismas enseñas ponen de manifiesto la fuerza de esta figura, quiero
decir, sus estandartes y sus trofeos de victoria, que los preceden por
dondequiera realizan sus marchas, mostrando los signos de la autoridad y
del poder de ustedes, aun cuando lo hagan sin percatarse de ello. 7.
Las mismas imágenes de sus emperadores, cuando mueren, las consagran por
esta figura, y los llaman dioses en sus inscripciones. 8. Ahora bien,
una vez que los hemos exhortado por la vía del razonamiento y por una
figura patente, en cuanto nuestra fuerza lo ha consentido, nosotros nos
sentiremos en adelante irresponsables, aún cuando ustedes sigan
incrédulos, pues lo que de nosotros dependía, hecho está y a término ha
llegado.
La falsedad de las herejías: Simón y Menandro
56. 1. Pero no se contentaron los malos
demonios con inventar, antes de la aparición de Cristo, las fábulas de
los supuestos hijos de Zeus, sino que aparecido ya y habiendo conversado
con los hombres, como había sido anunciado por los profetas que se le
creería y sería esperado en todas las naciones, nuevamente, como dijimos
(cf I,26,1 y 4), echaron por delante a otros personajes como Simón y
Menandro, ambos de Samaria, los cuales, obrando prodigios mágicos,
engañaron a muchos y los tienen todavía engañados. 2. En efecto, como
antes dijimos (cf. I,26,2), estando Simón en su imperial ciudad de Roma
en tiempo de Claudio César, de tal manera impresionó tanto al venerable
Senado y al pueblo romano, que fue tenido por un dios y honrado con una
estatua, al igual que los otros que ustedes tienen por dioses. 3. Por
eso les suplicamos soliciten al venerable Senado y al pueblo romano
actuar como jueces asociados de este escrito nuestro, a fin de que si
alguno hubiere que sea aún engañado por las enseñanzas de aquél,
conocida la verdad, pueda huir del error. 4. Y la estatua, si les place,
háganla destruir.
La muerte del cristiano
57. 1. Porque los demonios no logran
persuadir que no se producirá la destrucción del mundo por el fuego para
castigo de los impíos, a la manera que tampoco lograron que la venida
de Cristo permaneciera oculta. Lo único que pueden hacer es que quienes
viven irracionalmente, y se crían en malas costumbres, entregados a sus
pasiones y siguiendo la vana opinión, nos quiten la vida y nos
aborrezcan; pero nosotros, no sólo no los aborrecemos a ellos, sino que,
como es patente, queremos, por pura compasión que les tenemos,
persuadirles que cambien de parecer. 2. Porque no tememos la muerte,
cuando reconocemos que hay absolutamente que morir y nada nuevo sucede
en este orden de cosas, sino lo mismo de siempre (cf. Qo 1,9-10).
Y si éstas producen disgusto a los que las gozan aún sólo un año, que
atiendan a nuestra enseñanza, para que estén siempre exentos de dolor y
de necesidades. 3. Pero si creen que nada hay después de la muerte, sino
que afirman que los que mueren van a parar a un estado de
insensibilidad, en ese caso nos hacen un beneficio al librarnos de los
sufrimientos y necesidades de acá; sin embargo, ellos se muestran
malvados, enemigos de los hombres y amigos de las apariencias, pues no
nos quitan la vida para liberarnos, sino que nos matan para privarnos de
la vida y del placer.
La herejía de Marción
58. 1. También a Marción, originario del
Ponto, como antes dijimos (cf. I,26,5), lo suscitaron los malos
demonios, quien ahora mismo está enseñando a negar al Dios creador de
todo lo que existe en la tierra y en el cielo, así como a Cristo, su
Hijo, que fue anunciado por los profetas, y predica no sabemos qué otro
Dios fuera del artesano de todas las cosas, así como a otro hijo suyo.
2. Muchos le han prestado creído, como si fuera el único que conoce la
verdad, y se burlan de nosotros, a pesar de que no tienen prueba alguna
de lo que dicen, sino que, sin razón ninguna, como ovejas arrebatadas
por el lobo (cf. Mt 7,15; Jn 10,12), son presa de
doctrinas ateas y de los demonios 3. Porque en nada ponen los llamados
demonios tanto empeño como en apartar a los hombres de Dios Creador y de
Cristo, su primogénito; para lo cual, a quienes no son capaces de
levantarse de la tierra, los clavaron y siguen clavando a las cosas
terrenas y hechas por manos de los hombres; y a los que buscan elevarse a
la contemplación de lo divino, si no poseen un juicio sano,
permaneciendo en una vida pura y exenta de pasiones, les acechan para
precipitarlos en la impiedad.
Platon, discípulo de Moisés. La creación
59. 1. De nuestros maestros también,
queremos decir del Verbo que habló por medio de los profetas, tomó
Platón lo que dijo sobre que Dios creó el mundo, transformando una
materia informe. Para convencernos de ello, escuchen lo que literalmente
dijo Moisés, que fue el primero de los profetas, como se dijo antes
(cf. I,10,2), más antiguo que los escritores griegos. Por él, dándonos a
entender el Espíritu profético cómo y de qué elementos hizo Dios al
principio al mundo, dijo así: 2. «En el principio creó Dios el cielo y
la tierra. 3. La tierra era invisible e informe, las tinieblas estaban
encima del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía por sobre las aguas.
4. Y dijo Dios: “Sea hecha la luz”. Y fue hecha luz» (Gn 1,1-3).
5. En conclusión, que todo el universo fue hecho por la palabra de Dios a
partir de los elementos señalados por Moisés, cosa es que aprendió
Platón y los que siguen sus doctrinas y también la aprendimos nosotros, y
ustedes pueden persuadirse de ello. 6. Sabemos asimismo que lo que
entre los poetas se llama “Erebo” (abismo), fue antes mencionado por
Moisés.
La segunda y tercera potestad
60. 1. La explicación, a partir de los
principios naturales, dada por Platón en el Timeo sobre el Hijo de Dios,
cuando dice: “Le dio forma de X en el universo” (Timeo 36bc), la
tomó igualmente de Moisés. 2. Efectivamente, en los escritos de Moisés
se cuenta que por el tiempo en que los israelitas habían salido de
Egipto y se hallaban en el desierto, les acometieron fieras venenosas,
víboras, áspides y todo género de serpientes, que causaban la muerte al
pueblo. 3. Entonces, por inspiración e impulso de Dios, tomó Moisés
bronce e hizo una figura en forma de cruz y la colocó sobre el santo
tabernáculo, diciendo al pueblo: “Si miran a esta figura y creen, por
ella se salvarán”. 4. Hecho esto, cuenta él que murieron las serpientes y
que el pueblo escapó así de la muerte (cf. Nm 21,6-9). 5. Platón
hubo de leer esto, y, no comprendiéndolo exactamente ni entendiendo que
se trataba de la figura de una cruz y tomándolo él por la X griega,
dijo que después de Dios, el primer principio, la segunda potencia,
estaba extendida por el universo en forma de X. 6. Y hablar él de un
tercer principio, se debe también a haber leído, como dijimos (cf.
I,59,3), las palabras de Moisés en las que de dice que el Espíritu de
Dios se cernía por sobre las aguas (cf. Gn 1,2). 7. Porque Platón
da el segundo lugar al Verbo, que viene de Dios y que él dijo estar
esparcido en forma de X en el universo; y el tercero, al Espíritu que se
dijo cernerse por encima de las aguas, y así dice: “Lo tercero sobre lo
tercero” (Seudo Platón, Epístola II, 312c).
8. Que se producirá una destrucción del
mundo por el fuego, escuchen cómo de antemano lo anunció el Espíritu
profético por Moisés. 9. Dijo así: “Bajará un fuego siempre vivo y
devorará hasta el fondo del abismo” (cf. Dt 32,22; 2R 1,10; Platón, Las leyes [Epinomis]
566a). 10. No somos, pues, nosotros los que profesamos opiniones
iguales a los otros, sino que todos, no hacen más que imitar y repetir
nuestras doctrinas. 11. Ahora bien, entre nosotros todo eso, puede oírse
y aprenderse aún de quienes ignoran las formas de las letras, gentes
ignorantes y bárbaras de lengua, pero sabias y fieles de pensamiento, y
hasta de enfermos y ciegos; de donde cabe entender que esto no es el
efecto de una humana sabiduría, sino la expresión del poder de Dios (cf.
1Co 2,5).
Los ritos cristianos
El bautismo
61. 1. Vamos a explicar ahora de qué modo,
después de renovados por Cristo, nos hemos consagrado a Dios, no sea
que, omitiendo este punto, demos la impresión de presentar una
exposición en parte defectuosa. 2. Cuantos se convencen y tienen fe de
que son verdaderas estas cosas que nosotros enseñamos y decimos, y
prometen poder vivir conforme a ellas, se les instruye ante todo para
que oren y pidan, con ayunos, perdón a Dios de sus pecados,
anteriormente cometidos, y nosotros oramos y ayunamos juntamente con
ellos. 3. Luego los conducimos a sitio donde hay agua, y por el mismo
modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados, son
regenerados ellos, pues en el nombre de Dios, Padre y Soberano del
universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19), toman entonces un baño en esa agua.
4. Porque Cristo dijo: “Si no son regenerados, no entrarán en el reino de los cielos” (cf. Jn 3,3. 5; Mt
18,3). 5. Ahora bien, evidente es para todos que no es posible, una vez
nacidos, volver a entrar en el seno de nuestras madres (cf. Jn
3,4). 6. También el profeta Isaías, como anteriormente lo citamos (cf.
I,44,3), dijo la manera como habían de ser liberados de sus pecados
aquellos que antes pecaron y ahora hacen penitencia. 7. He aquí sus
palabras: «Lávense, purifíquense, quiten la maldad de sus almas.
Aprendan a obrar el bien, obren rectamente con el huérfano, hagan
justicia a la viuda, y entonces vengan y conversemos, dice el Señor. Aún
cuando sus pecados fueren como la púrpura, como lana los dejaré
blancos; aún cuando fueren como escarlata, como nieve los blanquearé (Is
1,16-18). 8. Y si quieren y me escuchan, comerán los bienes de la
tierra; pero si no me escuchan, la espada los devorará, porque la boca
del Señor lo ha dicho» (Is 1,20). 9. La razón que para esto
aprendimos de los apóstoles es ésta: 10. Puesto que de nuestro primer
nacimiento no tuvimos conciencia, engendrados que fuimos por necesidad
de un germen húmedo por la mutua unión de nuestros padres, y nos criamos
en costumbres malas y en conducta perversa; ahora, para que no sigamos
siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia, sino de la libertad y
del conocimiento, para obtener el perdón de nuestros anteriores pecados,
se pronuncia en el agua sobre el que ha elegido regenerarse, y se
arrepiente de sus pecados, el nombre de Dios, Padre y Soberano del
universo, y este solo nombre se invoca por aquellos que conducen al baño
a quien ha de ser lavado. 11. Porque nadie es capaz de poner nombre al
Dios inefable; y si alguno se atreviera a decir que ese nombre existe,
sufriría la más incurable locura. 12. Este baño se llama iluminación
(cf. 2Co 4,4-6), para dar a entender que son iluminados los que
aprenden estas cosas. 13. El que es iluminado es lavado también en el
nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el
nombre del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19; Hch 1,5; 11,16), que por los profetas nos anunció de antemano todo lo referente a Jesús.
Las falsificaciones paganas
62. 1. También este baño oyeron los demonios que estaba anunciado por el profeta (cf. Is
1,16-20), y de ahí es que hicieron también rociarse a los que entran en
sus templos y van a presentarse ante ellos para ofrecerles libaciones y
sacrificios, y aún llegan a obligar a lavarse completamente antes de
entrar a los templos donde residen. 2. Asimismo el que los sacerdotes
manden descalzarse a quienes entran en los templos y dan culto a los
demonios, lo imitaron éstos después de haberlo aprendido de lo sucedido a
Moisés, el profeta de que antes hablamos. 3. Pues es de saber que por
el tiempo en que se le mandó a Moisés bajar a Egipto para sacar de allí
al pueblo de Israel, cuando estaba él apacentando en tierra de Arabia
las ovejas de su tío materno (cf. Ex 3,1; 4,18), nuestro Cristo
habló con él, bajo la apariencia de un fuego saliendo desde una zarza, y
le dijo: “Desata las sandalias de tus pies, acércate y oye” (cf. Ex
3,1-5). 4. Él de descalzo, se acercó y oyó que se le mandaba bajar a
Egipto y sacar de allí al pueblo de Israel. Fue entonces cuando recibió
fuerza considerable del mismo Cristo que le hablara bajo la apariencia
de un fuego; bajó, en efecto, (a Egipto) y sacó al pueblo, después de
cumplir grandes y maravillosos prodigios, que, si lo desean, pueden
conocer detalladamente en sus escritos.
Las teofanías veterotestamentarias
63. 1. Todos los judíos, empero, aun ahora,
enseñan que fue el Dios innominado el que habló a Moisés. 2. De ahí que
el Espíritu profético por boca del ya mentado profeta Isaías,
reprendiéndolos en texto ya citado anteriormente (cf. I,37,1; 63,12)
dijo: “Conoció el buey a su dueño y el asno el pesebre de su señor, pero
Israel no me ha conocido y mi pueblo no me ha entendido” (cf. Is 1,3). 3. También Jesucristo mismo, reprendiendo a los judíos por no conocer qué cosa fuera el Padre ni qué el Hijo (cf. Jn
8,19; 16,3), dijo también: “Nadie conoce al Padre, sino el Hijo; ni al
Hijo le conoce nadie, sino el Padre y a quienes el Hijo lo revelare” (Mt
11,27). 4. Ahora bien, el Verbo de Dios es Hijo suyo, como antes
dijimos (cf. I,21,1; 22,2; 32,10). 5. Y también se llama Ángel
(mensajero) y Apóstol (enviado), porque Él anuncia lo que hay que
conocer y es enviado para revelarnos todo lo que está anunciado, como Él
mismo, nuestro Señor, nos lo ha dicho: “El que a mí me oye, oye a Aquel
que me ha enviado” (Lc 10,16; cf. Mt10,40). 6. Esto ha de resultar
patente por los escritos de Moisés 7. En éstos, en efecto, se dice así:
«Habló el ángel del Señor en la llama del fuego desde la zarza con
Moisés (cf. Ex 3,2) y le dijo: “Yo soy el que es (cf. Ex 3,14), el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios de tus padres (Ex 3,15). 8. Baja a Egipto y saca de allí a mi pueblo» (cf. Ex
3,10). 9. Lo que sigue, pueden, si quieren, saberlo por sus propios
escritos, pues no es posible transcribirlo aquí todo. 10. Pero las
palabras citadas bastan para demostrar que Jesús el Cristo es el Hijo de
Dios y su Enviado, el que antes era su Verbo, y que apareció unas veces
en forma de fuego, otras en imagen incorpórea; y ahora, hecho hombre
por voluntad de Dios, para la salvación del género humano, se sometió a
sufrir todos los malos tratos que los demonios quisieron infligirle por
medio de los insensatos judíos. 11. Éstos, teniendo expresamente dicho
en los escritos de Moisés: «Habló el ángel de Dios a Moisés en una llama
de fuego desde la zarza y le dijo: “Yo soy el que soy (Ex 3,14), el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”» (Ex
3,15), pretendían haber sido el Padre y creador del universo quien dijo
esas palabras. 12. De ahí que, reprendiéndolos, dijo el Espíritu
profético: “Israel no me conoció, ni mi pueblo me ha entendido” (Is
1,3). 13. A su vez, Jesús, como ya indicamos, estando entre ellos,
dijo: “Nadie conoce al Padre, sino el Hijo; ni al Hijo le conoce nadie,
sino el Padre y a quienes el Hijo se lo revelare” (Mt 11,27). 14.
Así, pues, los judíos que piensan haber sido siempre el Padre del
universo quien habló a Moisés, cuando en realidad le habló el Hijo de
Dios, que se llama también Ángel y Enviado suyo, con razón son
reprendidos por el Espíritu profético y por el mismo Cristo de no haber
conocido ni al Padre ni al Hijo (cf. Jn 8,19; 16,3). 15. Porque
los que dicen que el Hijo es el Padre, dan prueba de que ni saben quién
es el Padre ni se han enterado de que el Padre del universo tiene un
Hijo, que, siendo Verbo (cf. Jn 1,1) y primogénito (cf. Col
1,15) de Dios, es también Dios. 16. Él fue quien primeramente apareció a
Moisés y a los otros profetas en forma de fuego o de una figura
incorpórea, y el que ahora, en los tiempos del imperio de ustedes, como
ya dijimos, nació hombre de una virgen, conforme al designio del Padre;
para la salvación de los que creen en Él, quiso ser despreciado y sufrir
(cf. Mc 9,12), para vencer, con su muerte y resurrección, la
muerte misma. 17. Ahora, las palabras que Moisés oyó salir de la zarza
(cf. Ex 3,12): “Yo soy el que es (Ex 3,14), el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob y el Dios de sus padres” (Ex 3,15), significaban que, aún después de muertos, aquellos personajes seguían existiendo (cf. Lc
20,37), y que son hombres de Cristo mismo, como que ellos fueron los
primeros de entre todos los hombres que se ocuparon en la búsqueda de
Dios: Abraham, padre que fue de Isaac y éste de Jacob, como el mismo
Moisés dejó escrito.
Los mitos de Core y de Atenas
64. 1. De lo hasta aquí dicho pueden
entender que fueron también los demonios quienes introdujeron el uso de
colocar la imagen de la diosa llamada Core sobre las fuentes de las
aguas, diciendo ser ella la hija de Zeus; con lo que quisieron imitar lo
que dijo Moisés. 2. Este, en efecto, como antes citamos (cf. I,59,3),
dijo: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra. 3. La tierra era
invisible e informe, y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas» (Gn
1,1-2). 4. A imitación, pues, de este Espíritu de Dios que se dijo
cernerse sobre las aguas, dijeron los demonios que Core era una hija de
Zeus. 5. Con parecida malicia dijeron que Atenas era también hija de
Zeus, pero no nacida de unión carnal; sino que como supieron que Dios
creó el mundo por medio de su Verbo, que antes había concebido en su
pensamiento, pretendieron que Atenas era de alguna forma aquel primer
pensamiento; cosa que tenemos por absolutamente ridícula, presentar a
una figura femenina como imagen del pensamiento. 6. De manera semejante
(ocurre) con los otros pretendidos hijos de Zeus; sus acciones les
condenan.
La Eucaristía bautismal
65. 1. Por nuestra parte, nosotros, después
de haber conducido al baño al que ha abrazado la fe y se ha adherido a
nuestra (doctrina), le llevamos a los que se llaman hermanos, allí donde
están reunidos; elevamos fervorosamente oraciones en común por nosotros
mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros
esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos
conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras, personas de buena
conducta y observantes de los mandamientos, para así alcanzar la
salvación eterna. 2. Terminadas las oraciones, nos saludamos mutuamente
con un beso. 3. Luego, al que preside (cf. 1Tm 5,17) la asamblea
de los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de agua y vino templado, y
tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el
nombre de su Hijo y por del Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción
de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen.
Cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo
presente aclama diciendo: “Amén” (cf. 1Co 14,16). 4. “Amén”, en
hebreo, quiere decir “así sea”. 5. Una vez que el presidente ha
terminado la acción de gracias y todo el pueblo ha manifestado su
acuerdo, los que entre nosotros se llaman “diáconos”, dan a cada uno de
los asistentes parte del pan y del vino mezclado con agua sobre los que
se dijo la acción de gracias, y lo llevan a los ausentes.
66. 1. Este alimento se llama entre
nosotros “Eucaristía”, de la que a nadie es lícito participar, sino al
que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y ha recibido el baño para
la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a los
preceptos que Cristo nos enseñó. 2. Porque no tomamos estas cosas como
pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo,
nuestro Salvador, hecho carne (cf. Jn 1,14) por virtud del Verbo
de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así también el
alimento “eucaristía” por una oración que viene de Él -alimento con el
que son alimentados nuestra sangre y nuestra carne mediante una
transformación-, es precisamente, conforme a lo que hemos aprendido, la
carne y la sangre de Jesús hecho carne. 3. Es así que los Apóstoles en
las “Memorias”, por ellos escritos, que se llaman “Evangelios”, nos
transmitieron que así le fue a ellos mandado obrar, cuando Jesús,
tomando el pan y dando gracias, dijo: “Hagan esto en memoria mía, éste
es mi cuerpo” (Lc 22,19). E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: “Esta es mi sangre” (c. Mt 26,27-28), y que sólo a ellos se las dio.
4. Por cierto que también esto, por
imitación, enseñaron los perversos demonios que se hiciera en los
misterios de Mitra; pues en los ritos de un nuevo iniciado se presenta
pan y un vaso de agua con ciertas recitaciones; ustedes lo saben o
pueden de ello informarse.
La asamblea dominical
67. 1. En cuanto a nosotros, después de
esta primera iniciación, recordamos constantemente entre nosotros estas
cosas; y los que tenemos (bienes), socorremos a los necesitados todos y
nos asistimos siempre unos a otros. 2. Por todo lo que comemos,
bendecimos siempre al Creador de todas las cosas por medio de su Hijo
Jesucristo y por el Espíritu Santo. 3. El día que se llama del sol se
celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los
campos; y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las “Memorias de
los Apóstoles o los escritos de los profetas. 4. Luego, cuando el
lector termina, el que preside toma la palabra para hacernos una
exhortación e invitación para que imitemos esas hermosas enseñanzas. 5.
Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos (a Dios) nuestras
preces, y éstas terminadas, como ya dijimos (cf. I,65,3), se ofrece pan,
vino y agua, y el que preside, según sus fuerzas, hace igualmente subir
a Dios sus oraciones y acciones de gracias, y todo el pueblo expresa su
conformidad diciendo: “Amén”. Luego se hace la distribución y
participación de la eucaristía, para cada uno. Enviándose su parte, por
medio de los diáconos, a los ausentes. 6. Los que tienen y quieren, cada
uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo
recogido se entrega al que preside. 7. Y él socorre con ello a huérfanos
y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están en la
indigencia, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso,
y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en
necesidad. 8. Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el
día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia,
hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador,
resucitó de entre los muertos; pues es de saber que le crucificaron el
día antes del día de Saturno, y al siguiente al día de Saturno, que es
el día del sol, se apareció a sus apóstoles (cf. Mt 28,9) y discípulos, enseñándoles estas mismas doctrinas que nosotros les exponemos para su examen.
Recapitulación
68. 1. Ahora, pues, si les parece que tales
doctrinas son conformes a la razón y a la verdad, tómenlas en
consideración; pero si las tienen por charlatanería, como cosa de
charlatanes desprécienlas, mas no decreten pena de muerte, como contra
enemigos, contra quienes ningún crimen cometen. 2. Porque de antemano
les avisamos que, si se obstinan en su injusticia, no escaparán al
venidero juicio de Dios (cf. Mt 3,7). Nosotros, por nuestra parte, exclamaremos: “¡Lo que a Dios sea grato, eso suceda” (cf. Mt 6,10; 26,42, Platón, Critón 43d).
3. Pudiéramos también exigirles que manden
celebrar los juicios sobre los cristianos conforme a nuestra petición,
fundándonos en la carta del máximo y gloriosísimo César Adriano, padre
de ustedes; sin embargo, no les hemos hecho nuestra súplica ni dirigido
nuestra exposición porque Adriano lo haya decidido así, sino porque
estamos persuadidos de la justicia de nuestras peticiones. 4. Con todo,
adjunta les hemos puesto copia de la carta de Adriano, para que vean
cómo también a tenor de ella decimos la verdad.
5. La copia es la siguiente: “A Minucio
Fundano. 6. Recibí una carta que me fue escrita por Serenio Graniano,
varón clarísimo, a quien tú has sucedido. 7. No me parece, pues, que el
asunto deba dejarse sin examen, a fin de que ni se perturben los
inocentes ni se dé facilidad a los calumniadores para sus fechorías. 8.
Así, pues, si los habitantes de las provincias son capaces de sostener
abiertamente sus acusaciones contra los cristianos, de suerte que
respondan de ellas ante el tribunal, a este procedimiento han de
atenerse; pero prohíbo las peticiones y simples griterías. 9. Mucho más
conveniente es, en efecto, que si alguno intenta una acusación,
entiendas tú en el asunto. 10. En conclusión, si alguno acusa a los
cristianos y demuestra que obran en algo contra las leyes, determina la
pena conforme a la gravedad del delito. Pero, ¡por Hércules!, si la
acusación es calumniosa, determina el grado de su perversidad y ten buen
cuidado que no quede impune”.
Texto obtenido de la página web del
Monasterio Benedictino Santa María de Los Toldos (Argentina).
Agradecemos la encomiosa labor de los monjes que trabajaron en su muy
cuidadosa edición electrónica.
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