Estatua del emperador Augusto llamada de Prima Porta. Roma. Museos Vaticanos.
El poeta romano Ovidio nos cuenta en su libro Metamorfosis,
escrito en la primera década del siglo I e.c., cómo César se
metamorfoseó en estrella y dios. Por eso su hijo adoptivo, Augusto, que
gobernaba en ese momento, podía decir que era hijo de dios. De esta
forma se fue estableciendo el culto a los emperadores:
«Pero
mientras Esculapio no es más que un extranjero que ha encontrado un
lugar entre nuestros santuarios, César es dios en su propia ciudad [...]
y debe su metamorfosis a su hijo. Porque de entre todo lo hecho por
César nada ha sido más glorioso que ser el padre de tal hijo [...].
César, tras dejar a buen recaudo el imperio, fue colocado entre las
estrellas ya que, apenas hubo muerto, Venus, invisible para todos, bajó y
tomó el alma del cuerpo para llevarla al alto cielo, donde se
convertiría en estrella [...] y desde lo alto del cielo, César, viendo
las hazañas de su hijo, reconoce que le supera y se regocija al verse
vencido [...] porque también Saturno es menos grande que su hijo
Júpiter. Júpiter es el soberano de las altas moradas celestes [...] del
mismo modo la tierra se halla sometida al poder de Augusto. Ambos son
padres y jefes de su imperio.»
El
ensalzamiento de Augusto y otros emperadores se produjo por influencia
de los faraones egipcios, ya que es tras la conquista de Egipto cuando
se instaura en Roma el culto imperial. También ocurrió en algunas
monarquías helenísticas, que consideraban dioses a los reyes y que
cayeron progresivamente bajo el poder de Roma.
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