La loba capitolina con Rómulo y Remo, uno de los símbolos religiosos de Roma.
Los romanos contaban la siguiente leyenda para explicar los orígenes de su ciudad.
Decían
que Rómulo, el fundador mítico de la ciudad, y Remo, su hermano gemelo,
eran hijos de la princesa Rea Silvia y del dios Marte. Rea Silvia era
descendiente de Eneas, el único jefe troyano que había sobrevivido a la
destrucción de Troya. Este era considerado hijo de Venus y antepasado de
varias familias nobles de Roma.
Rómulo
y Remo fueron abandonados nada más nacer en la colina del Capitolio,
pero sobrevivieron amamantados por una loba. Cuando Rómulo se hizo un
hombre, fundó, ayudado por sus compañeros, la ciudad de Roma en el lugar
donde había sido salvado por la loba. Era el año 753 a.e.c. Por esta
razón, el Capitolio era tan importante para la religión romana, ya que
fue el lugar elegido por Rómulo. Se dice que no murió, sino que ascendió
a los cielos en una nube y fue reconocido como un ser divino, el dios
Quirino.
Al
igual que ocurría con la religión griega, los dioses romanos en muchas
ocasiones se comportaban como humanos, incluso con sus mismos tropiezos.
Pero, en este caso, se observa cómo determinados relatos religiosos
servían para justificar el origen noble y la superioridad de ciertas
familias patricias. Por ejemplo, se decía que los miembros de la gens
Iulia (como Julio César y sus sucesores) eran descendientes de Eneas, y
por tanto de Venus. Es decir, la familia imperial intentaba vincular sus
orígenes con un pasado glorioso y divino. De esta forma, y también con
la ayuda de algunos intelectuales, los emperadores pudieron instaurar un
culto personal que les proporcionó mayor poder.
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