La figura de Pericles
Durante
todo el tiempo que estuvo al frente de la ciudad en época de paz, la
gobernó con moderación y veló por ella con seguridad, y durante su
mandato Atenas llegó a ser la ciudad más poderosa; y una vez que la
guerra estalló, también en aquellas circunstancias quedó claro que había
previsto su potencia.
Sobrevivió dos años y seis meses al inicio del conflicto, y después de su muerte se reconoció aún más la clarividencia de sus previsiones respecto a la guerra. Sostenía, en efecto, que los atenienses vencerían si permanecían tranquilos y se cuidaban de su flota sin tratar de acrecentar su imperio durante la guerra y sin poner la ciudad en peligro. Pero ellos hicieron todo lo contrario, y, con miras a sus ambiciones particulares y a su particular beneficio, emprendieron una política diferente que parecía no tener nada que ver con la guerra y que resultaba perjudicial para sus intereses y los de sus aliados.
Era una política que en los casos de éxito redundaba sobre todo en honor y provecho de los particulares, pero que en los fracasos acarreaba a la ciudad un quebranto para la guerra. La causa era que Pericles, que gozaba de autoridad gracias a su prestigio y a su talento, y resultaba además manifiestamente insobornable, tenía a la multitud en su mano, aun en libertad, y no se dejaba conducir por ella, sino que era él quien la conducía; y esto era así porque, al no haber adquirido el poder por medios ilícitos, no pretendía halagarla en sus discursos, sino que se atrevía incluso, merced a su prestigio, a enfrentarse a su enojo.
Así, siempre que los veía confiados de modo insolente e inoportuno, los espantaba con sus palabras hasta que conseguía atemorizarlos, y, al contrario, cuando los veía dominados por un miedo irracional, los hacía retornar a la confianza.
En estas condiciones, aquello era de nombre una democracia, pero, en realidad, un gobierno del primer ciudadano. Sus sucesores, en cambio, al ser más iguales entre ellos y aspirar cada uno a ser el primero, cambiaron de política hasta el punto de someter los asuntos públicos a los antojos del pueblo.
Sobrevivió dos años y seis meses al inicio del conflicto, y después de su muerte se reconoció aún más la clarividencia de sus previsiones respecto a la guerra. Sostenía, en efecto, que los atenienses vencerían si permanecían tranquilos y se cuidaban de su flota sin tratar de acrecentar su imperio durante la guerra y sin poner la ciudad en peligro. Pero ellos hicieron todo lo contrario, y, con miras a sus ambiciones particulares y a su particular beneficio, emprendieron una política diferente que parecía no tener nada que ver con la guerra y que resultaba perjudicial para sus intereses y los de sus aliados.
Era una política que en los casos de éxito redundaba sobre todo en honor y provecho de los particulares, pero que en los fracasos acarreaba a la ciudad un quebranto para la guerra. La causa era que Pericles, que gozaba de autoridad gracias a su prestigio y a su talento, y resultaba además manifiestamente insobornable, tenía a la multitud en su mano, aun en libertad, y no se dejaba conducir por ella, sino que era él quien la conducía; y esto era así porque, al no haber adquirido el poder por medios ilícitos, no pretendía halagarla en sus discursos, sino que se atrevía incluso, merced a su prestigio, a enfrentarse a su enojo.
Así, siempre que los veía confiados de modo insolente e inoportuno, los espantaba con sus palabras hasta que conseguía atemorizarlos, y, al contrario, cuando los veía dominados por un miedo irracional, los hacía retornar a la confianza.
En estas condiciones, aquello era de nombre una democracia, pero, en realidad, un gobierno del primer ciudadano. Sus sucesores, en cambio, al ser más iguales entre ellos y aspirar cada uno a ser el primero, cambiaron de política hasta el punto de someter los asuntos públicos a los antojos del pueblo.
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