Alberto Treiyer
Doctor en Teología
Método católico para reconvertir Europa y el resto del mundo.
Siendo que Europa se había secularizado y la Iglesia romana había perdido su supremacía, el papado debía reemprender ahora con paciencia su reconquista de Europa y del mundo durante el S. XX. Esto lo haría poco a poco, a medida que la “providencia” le permitiese imponerse mediante el ejercicio pleno de la autoridad política de sus gobernantes clero-fascistas. Aunque lograría de esa manera detener el avance del comunismo en Europa, sus sueños “providenciales” no se iban a cumplir como quería. Perdería su hegemonía sobre todos los países católicos del Este que caerían bajo los gobiernos totalitarios comunistas, y no podría ejercer un control absoluto sobre el resto de Europa.
a) En Ucrania. Ya vimos cómo los católicos intentaron imponerse en forma absoluta en Croacia, bajo un típico liderasgo fascista bajos los ustashis. Por su vínculo con la raza eslava que es mayoritaria en casi todos los países europeos orientales, el papado esperaba conseguir misioneros para poder evangelizar a Rusia, aprovechando las oportunidades que se le abrían con la campaña militar nazi a Rusia. Ya había intentado hacerlo a través de la católica Polonia en 1926, logrando que un dictador católico fascista, Pilsudski, hiciese expediciones militares a Ucrania para castigar a los así llamados “ucranianos rebeldes”, especialmente en los lugares que Pilsudski anexaba a Polonia. Entre el polaco y el ucraniano hay una distancia idiomática equivalente a la que existe entre el castellano y el portugués. Por quince años, los sacerdotes católicos acompañaban a los soldados polacos que incursionaban en Ucrania. Las iglesias ortodoxas eran quemadas y “miles y miles” eran ejecutados.
Si hay un país que vivió en casi toda su historia sometido, fue Ucrania. Por siglos estuvieron bajo los polacos, los mongoles y los rusos. El régimen comunista ruso los afectó enormemente a comienzos del S. XX, tanto que murieron unos seis millones de campesinos en las famosas purgas soviéticas. Por tal razón, los ucranianos sintieron que con la invasión nazi podía comenzar una nueva era de libertad. Pero a poco de llegar los alemanes captaron que con los nuevos invasores no iban a lograr la libertad que anhelaban y que, por el contrario, los nazis eran tanto o más crueles que los comunistas.
Stalin captó el desengaño de la población ucraniana bajo la ocupación alemana, y decidió cambiar de táctica acercándose a los ortodoxos con promesas de apoyo. Los ortodoxos, por otro lado, captaban también que todo era cuestión de política, pero la perspectiva de un reavivamiento de la fe ortodoxa con el apoyo de Moscú no era para desaprovechar. En ese contexto, Hitler se dio cuenta que iba a remar contra corriente innecesariamente, y decidió cambiar de estrategia. Hasta ese momento el fuhrer se había estado oponiendo a la intromisión papal de su campaña, y negándole el pedido de enviar monjes y sacerdotes con sus tropas para evangelizar los países del Este. Si sumaba a los sentimientos nacionalistas ucranianos el apoyo de la población católica y, en especial, el de los católicos de rito oriental pero ligados a Roma, iba a poder atraer con ese apoyo religioso a los mismos ortodoxos y lograr la unión de ambas religiones, la ortodoxa y la católica.
La iglesia católica de los Uniates fue concebida por los jesuitas en el S. XVI, y apoyada por la dinastía católica de los Habsburg en Austria, para contrabalancear la influencia rusa ortodoxa. El papado había aceptado entonces que los sacerdotes que practicaban el rito al estilo oriental pero que querían mantenerse ligados a Roma, pudieran incluso casarse. Hasta hoy esa práctica continúa allí, mientras que en occidente el celibato les es impuesto a los sacerdotes católicos. Los Uniates, considerados por algunos católicos como “híbridos”, operaron como una entidad eclesiástica algo más libre que la de los ortodoxos que dependían del patriarcado de Moscú, y que de los católicos que dependían del papado Romano. Estaban en un punto intermedio y eran más propensos al nacionalismo, ya que habían sufrido en forma especial bajo las dominaciones extranjeras más recientes. Aunque no eran mayoría, constituían un grupo no desconsiderable de cinco millones de adherentes.
Pronto los Uniates se enteraron que los alemanes los iban a apoyar en su nacionalismo ucraniano, y recibían al mismo tiempo el respaldo del Vaticano para entrar en conversaciones con los ortodoxos y explorar la posibilidad de unir ambas iglesias, la católica y la ortodoxa, dentro de la línea intermedia Uniate. La perspectiva era alentadora también para los ortodoxos ucranianos y podía terminar también facilitando un arreglo semejante para que los ortodoxos de toda Rusia, perseguidos implacablemente hasta entonces por el gobierno comunista, terminasen acoplándose al sistema, bajo la orientación y sumisión papales.
Cuando los comunistas rusos vieron cómo se movían las fichas del lado alemán y papal, se dieron cuenta que la única alternativa que les quedaba era dividir a los ortodoxos para que no se unieran al movimiento nacionalista Uniate. Para ello, lograron infiltrar espías rusos dentro de las iglesias ortodoxas y evitaron tal unión. Muchos ortodoxos no querían saber nada, por otro lado, de someterse al papa de Roma. La herencia ortodoxa rusa no proviene de Pedro, según pretende el Vaticano para el papado, sino de Andrés. Esa división ortodoxa ucraniana promovida por los rusos hace más de medio siglo atrás, continúa hasta el día de hoy.
A pesar de los intentos rusos por dividir también a los Uniates, un ejército nacionalista logró finalmente formarse con el apoyo nazi, que tendría por misión no sólo lograr la independencia ucraniana, sino también llevar capellanes en sus filas para catolizar todo el mundo ortodoxo, incluyendo Rusia. Para 1942, el Vaticano estaba trabajando con los Uniates con este fin, y se enviaron jesuitas disfrazados a la Unión Soviética con el propósito de recoger informes de inteligencia favorables a la unión de las dos iglesias más tradicionales de Europa. Unos 300 “apóstoles” voluntarios se enrolaron con esa misión, de los cuales sólo un puñado logró volver con vida. Rusia había logrado introducir espías dobles dentro de los Uniates que los orientaban en esa campaña, pero que pasaban la información al Kremlin.
Aunque esa campaña nacionalista pro-católica fue brutal en su accionar, contó con el apoyo del Vaticano. Los sueños evangelizadores de corte militar, sin embargo, terminarían para el papa en 1944, cuando el ejército católico fue destruido por los rusos en la Batalla de Brody. Los intentos posteriores de reunirse para conformar un comité de Liberación de los pueblos de Rusia fracasarían igualmente. Medio siglo debía transcurrir hasta que los sueños papales, con Juan Pablo II especialmente, comenzaran a florecer otra vez. Los dos pulmones de Europa, según el papa polaco Wojtila, son la Iglesia Ortodoxa rusa y la Iglesia Católica romana. Pero todo el antecedente dejado por el Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial, más los claros intentos papales de lograr por vías diplomáticas lo que no pudo hacer Pío XII mediante los ejércitos nazis y nacionalistas, han endurecido el corazón del patriarcado de Moscú que no confía en las intenciones papales. Los esfuerzos diplomáticos religioso-políticos de la Santa Sede, sin embargo, no han muerto.
En la actualidad (2004), se están llevando a cabo conversaciones positivas entre los ortodoxos rusos y los representantes papales para unir a Ucrania usando como modelo el estilo intermedio de adoración tradicional de los Uniates. El Vaticano está logrando convencer no solamente a los evangélicos y protestantes, sino también a los mismos ortodoxos rusos, que deben unirse para que los gobiernos secularizados de Europa no se salgan con la suya en la redacción de la Constitución Europea. Ha logrado convencer a los cristianos europeos de las iglesias más tradicionales que Europa no tiene derecho a ignorarlas, y que es un atrevimiento por parte de las autoridades seculares pasar por alto el rico patrimonio histórico que legó el cristianismo al continente.
El papado está convenciendo al otro pulmón que es la ortodoxia rusa, que si no se logra frenar el secularismo en este momento fundacional de la nueva Europa, no se lo logrará jamás. De allí es que en mayo del 2004 esperan reunirse todas estas iglesias para insistir en la imperiosa necesidad de que Europa no renuncie a su alma. Esta es una clara iniciativa por recobrar otra vez el poder, ya que en la teología católica, la autoridad religiosa es el alma que está por encima de la autoridad civil que es el cuerpo. Y esto es más significativo si tenemos en cuenta que es en torno a esa época que todos los países católicos del Este ya liberados del comunismo ateo van a ingresar oficialmente a la Comunidad Europea. Todo esto es crucial para el voto definitivo que, en principio, deberá tomarse para la misma ocasión sobre esa Constitución Europea, y en la que el Vaticano tiene tantos intereses puestos.
Intentos de confederar los países católicos anticomunistas. Después que terminó la Primera Guerra Mundial, el Vaticano intentó restaurar la monarquía austríaca y fortalecer su presencia en el centro de Europa. Favoreció también un movimiento que se gestó para entonces (en los años 20 y 30), conocido primeramente como los Blancos, para contrastarlo con los Rojos comunistas, y luego como Intermarium. Ese movimiento se proponía constituir un “cordón sanitario” contra el comunismo, equivalente al “cordón sanitario” de los S. XVI al XVII que España había levantado mediante la Inquisición contra la inmigración protestante y judía en latinoamérica. El propósito era ahora conformar una Confederación Pan-Danubia católica y anticomunista que abarcase 16 naciones en el centro de Europa, “inter”, es decir, entre el Báltico, los mares Negro, Egeo, Jónico y Adriático. Esa organización recibió el apoyo del Vaticano, y pretendía una Europa libre de los alemanes protestantes y rusos comunistas.
La restitución de la monarquía de los Habsburg no fue posible y, en su lugar, el papado fue dando su bendición a todos los gobiernos fascistas que se fueron levantando en todos los países católicos, que él mismo inspirara a través de sus encíclicas. Aunque la organización Intermarium se volvió impráctica por las rivalidades étnicas de quienes la conformaban al principio, para cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial en 1939, sus líderes terminaron apoyando el nazismo de Hitler y, en general, como lo hizo el papado, a todos los gobiernos fascistas (UT, 63). Esos líderes de Intermarium fueron la fuente informante de Hitler, su mayor instrumento de inteligencia.
Toda Europa, exceptuando Inglaterra, terminó transformándose en un conjunto de estados fascistas o dominados por ellos una vez que Hitler se apoderó de toda la región central del continente. Las posibilidades para que el papado pudiese recuperar el reconocimiento y hegemonía política en Europa, nunca se habían visto tan grandiosas desde que esos dominios le habían sido quitados siglo y medio atrás por los revolucionarios franceses. Pero todo ese sistema fascista pasó a depender demasiado del nazismo alemán, de tal manera que la mayor parte de los países europeos que lo adoptaron como forma de gobierno sucumbieron una vez que terminó la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué debía hacer ahora el Vaticano? ¿Debía comenzar de nuevo para reconquistar Europa? ¿Qué sistemas de gobiernos podría ahora inspirar para recuperar otra vez su hegemonía en tantos países católicos que de golpe quedaban a la deriva? ¿No podía tambalear también su autoridad política, por haberse vinculado tan estrechamente a los gobiernos dictatoriales fascistas de la guerra? ¿Cómo podría hacer frente a la amenaza comunista con países y gobiernos divididos y debilitados después de tantos genocidios sangrientos? ¿Qué podría hacer para evitar que los EE.UU., el país de la libertad religiosa y fortaleza de la democracia protestante, terminase dominando sobre todos los países católicos del centro de Europa?
Así como el papado había inspirado los gobiernos fascistas antes y durante la Segunda Guerra Mundial, para evitar el triunfo de la democracia occidental y del comunismo oriental; así también iba a verse al papado, ya antes de terminar la Segunda Guerra Mundial—una vez que captó que Hitler iba a fracasar—intentando formar otra vez una confederación de estados católicos en Europa Central. Su propósito era el mismo. Quería contrabalancear el dominio comunista soviético oriental y el protestantismo norteamericano occidental. Así como había reemplazado el sistema monárquico que había favorecido durante toda la Edad Media, por el fascismo de la primera mitad del S. XX; ahora recurría otra vez al sistema monárquico tratando de resucitar la dinastía austríaca de los Habsburg para que se impusiese sobre todo el centro de Europa, esto es, sobre todos los países con población mayoritariamente católica (UT, 17). Lo mismo esperaba poder hacer con los poderes orientales de Europa y, para ello, intentó juntar los deshechos del nazismo que recurrían hacia Roma en busca de refugio en el mismo Vaticano.
¿Cómo podía el Vaticano lograr la unión de Europa después de la guerra, bajo la bandera de la Iglesia? Un recurso era la resurrección de la organización Intermarium, con todos sus sobrevivientes nazis, ustashis y fascistas. Contaba ahora, además, con el General De Gaulle en Francia, y Adenauer en Alemania, ambos católicos devotos y, por lo tanto, dispuestos a colaborar con el Vaticano en la reconstrucción de Europa. Pero los franceses no tenían dinero para poder reavivar Intermarium. Se enteraron, sin embargo, que Ferenc Vajta, exconsul general de Hungría en Viena, había logrado evacuar la industria húngara junto con la mayoría de la clase dirigente, antes que llegasen los rusos. Recurrieron, pues, a él para obtener su apoyo al plan de reavivar Intermarium. Vajta compartió con ellos ese dinero robado a los húngaros, para fortalecer el proyecto de integración de los pueblos católicos contra el comunismo (UT, 52).
Ya apenas había terminado la guerra, De Gaulle había iniciado una campaña decidida para “ganar la simpatía de los pueblos de Europa Oriental. Quería contrabalancear los planes británicos que también estaban interesados en liderar la reconstrucción de Europa. El general francés creía que debían prepararse para una nueva guerra contra Stalin si Francia iba a recuperar su papel legítimo en esa región. Necesitaba, para ello, el concurso del Vaticano, ya que los franceses habían quedado muy debilitados. La Confederación Europea que se proponía crear con la ayuda del papa, debía juntar a los católicos de España, Francia, Italia, Austria, Alemania, Polonia, Hungría, Eslovaquia, Croacia, Eslovenia y los estados Bálticos, entre otros.
¿En qué podía contribuir el papado al sueño del general francés? En bendecir un tratado secreto que firmaría Francia con España e Italia, estableciendo así un poderoso “triángulo” al que se sumarían los estados católicos de Sudamérica. Necesitaba también el apoyo del Vaticano para separar la Bavaria, Würtemberg y Baden-Baden de la mayoría protestante en Alemania, y crear así un estado federal católico alemán. Por último, una Confederación Pan-Danubia Católica permitiría la unión de Polonia y los estados Bálticos, así como la separación de los católicos eslavos de sus compatriotas ortodoxos y protestantes. Con semejante unión caerían más fácilmente Yugoeslavia, Checoeslovaquia y grandes regiones de la Unión Soviética. Así podría eliminarse más fácilmente la amenaza del bolchevismo comunista.
Los planes de De Gaulle pronto se vieron confrontados con los planes de Inglaterra, que en varios respectos eran similares. Por ejemplo, tanto los ingleses como los franceses querían tener a los EE.UU. fuera de estos planes clandestinos. Por eso adoptaron un slogan: “Europa para los europeos, sin los rusos y los norteamericanos. Hagamos pelear a los norteamericanos con los rusos, y explotemos la victoria”. La diferencia principal entre Francia e Inglaterra era, sin embargo, que Londres quería un dominio completo de las operaciones. Pero, ¿había necesidad de excluir totalmente a los EE.UU. del plan? ¡No, por supuesto que no! Los EE.UU. podían contribuir con la bomba atómica y la bomba de hidrógeno. La coordinación para el ataque a Rusia junto con las fuerzas militares del resto de Europa, según veremos luego, se daría en el Vaticano mismo. La Santa Sede era el mejor centro para camuflar toda acción clandestina de esa naturaleza.
¿Cuál sería el método para recuperar los países de mayoría católica que habían caído bajo el régimen comunista después de la guerra? ¿De dónde obtendrían los recursos y con qué gente podrían contar para esa guerra que no debía detenerse contra el comunismo bolchevique? Había que tratar de recuperar todos los criminales de guerra posibles, sin importar cuán homicidas los revelaban sus legajos y, en consecuencia, cuán requeridos eran por la justicia internacional. Después de todo, ¿quiénes otros podrían revelar un cometido tan leal e indiscutible para destruir el comunismo? Mediante ellos esperaban “construir centros militares y terroristas” para desestabilizar los gobiernos comunistas del Este. El costo de la empresa podría ser pagado, en parte, por el oro que los fugitivos nazis y ustashis habrían logrado llevarse consigo al escapar del ejército comunista.
¿Qué papel jugaría el Vaticano en todo esto, además de ejercer su influencia en unir los países católicos para hacer frente al comunismo? El Vaticano, en realidad, no era una agencia pasiva en todos estos planes, sino que formaba parte de todas las iniciativas y llevaba la delantera en todas ellas. El Vaticano, por su condición geográfica extraterritorial, era el lugar ideal para convertirse en nido de todo ese movimiento clandestino (véase Apoc 18:2-3). Allí se establecería el centro de operaciones de Intermarium, con todos los deshechos del nazismo y del fascismo que quedasen vivos. También se transformaría el Vaticano en el centro de toda operación diplomática, ya que por su influencia ante tantos países católicos, podía aglutinar todos los esfuerzos más fácilmente.
La protección clandestina de todos los criminales de guerra en el Vaticano debía darse, según las directivas del Vaticano, bajo la condición de que todos los criminales “refugiados” fuesen probadamente católicos y anticomunistas. Los jesuitas serían, además—como en las conquistas comerciales, políticas y militares de los españoles, portugueses y franceses durante la Edad Media en el Asia y Latinoamérica—los agentes del Vaticano claves en el “programa de penetración” dentro de las áreas ocupadas por el comunismo. Mientras que los criminales fascistas procurarían destruir los gobiernos comunistas, los jesuitas tendrían la misión de reconstruir esos estados en una unión indivisa con la Iglesia de Roma. ¿De dónde obtendrían los recursos económicos? Del contrabando del oro robado primeramente a las víctimas mayormente judías del nazismo, y del lavado de dinero a través del banco del Vaticano y su transferencia a los bancos secretos suizos.
La magnitud de todo lo que implicó el plan de Intermarium, así como su implementación por el Vaticano, merecería una consideración más abarcante que escaparía del propósito de este trabajo. Concluyamos aquí, sin embargo, con la mención del fracaso de semejante complot post-guerra debido al éxito soviético en introducir espías dobles que lograron infiltrarse aún en el mismo Vaticano. Hasta algunos sacerdotes, endurecidos por la guerra, perdieron la fe y se volcaron a favor del comunismo, pasando a ser agentes secretos de Rusia. Por su parte, otros líderes que enfervorizaban y organizaban a los criminales de guerra, con el concenso hipócrita de Francia, Inglaterra y el Vaticano, eran igualmente espías de los rusos y les pasaban toda la planificación. De esta manera, tanto Tito en Yugoeslavia, como otros gobernantes comunistas en los otros países católicos del Este, podían arrestarlos apenas entraban en sus territorios, a menudo en cuestión de horas, y acabar fácilmente con ellos. [La misma táctica la ha seguido Fidel Castro quien tiene espías metidos en el mismo corazón del anticastrismo cubano en los EE.UU].
Toda esta historia, por supuesto, es triste desde antes, luego y después de la guerra. Acostumbrados a ver el mundo comunista como el malo de la película, pasamos por alto a menudo que igualmente malos fueron los gestores de la contraofensiva nazi y fascista aún después de la guerra. ¿Qué hubiera pasado, si los intentos papales de unificar Europa bajo el primado de Pedro hubiesen triunfado bajo los regímenes clero-fascistas que se multiplicaban por doquiera? Indudablemente habría llegado pronto el fin, con el regreso de la intolerancia religiosa medieval que no pudo, gracias a Dios, ser impuesta entonces en forma universal.
Pero ese día final ya se acerca, porque la mayoría de esos estados católicos que el papado intentó unir entonces para reconstruir una nueva Europa, están pasando al comenzar el S. XXI, a formar parte de la Unión Europea gracias a la caída del comunismo. Ahora puede el papado volver a soñar y con ojos más abiertos, en la recuperación de la primacía de Pedro en el viejo continente europeo. Se deleita en informar, a través de Zenit, el órgano informativo por internet del Vaticano, que el porcentaje de católicos es inmensamente mayoritario en la mayoría de todos esos países del centro de Europa. En marzo del 2004 informó, incluso, que el catolicismo en Europa constituye el 80 % de la población. No aclara cómo obtuvo esa estadística, ya que sólo el 10% en el Oeste asiste a la Iglesia, debido al secularismo tan generalizado de la población. Es probable que haya hecho un balance general de países denominados protestantes y países denominados católicos.
Lo que cuenta para Roma es el número, ya que en regímenes democráticos, la representatividad numérica es sinónimo de poder. Algo equivalente se da con el Concilio Mundial de Iglesias que agrupa a más de 342 iglesias. Se trata de regímenes religiosos que buscan un poderío humano como lo busca siempre todo aquel que procura justificarse por sus obras. A diferencia del papado, el verdadero pueblo de Dios procura reunir un “remanente” de toda la cristiandad y de todos los pueblos de la tierra. Su poder se basa en las promesas divinas, no en la fuerza humana. Esto es lo que buscan todos los que ponen su confianza en Dios (Juec 7:2; 1 Crón 21:1-8; Zac 4:6; Rom 9:27; 1 Cor 1:25-29; 2 Cor 12:9; Apoc 12:17). A esa fe, que se basa en la voluntad divina y cree en lo que Dios puede hacer a través de la debilidad humana, Dios la imputa como justicia (Rom 4:18-25; véase 3:24-28).
- No exclusión, sino inclusión de las demás religiones. Los intentos papales que contaron con el aval de los presidentes católicos europeos para organizar una confederación de pueblos católicos mayoritarios mediante los cuales pudiese restablecer su poder y gobernar sobre el mundo, iban a fracasar porque pretendían excluir a los protestantes y a los ortodoxos y a las demás religiones del mundo con las cuales debía constituir, según la profecía, la Babilonia (“confusión”) final de los últimos días. La anticipación profética de la Biblia decía que todos los poderes políticos y religiosos, en el fin, lograrían confederarse para hacerle guerra al Dios del cielo mediante la anulación de su ley (Apoc 16:13-16; 17:13-14). Esa anulación no tendría que ver, por supuesto, con la anulación de todos los mandamientos divinos. Pero por pasar por encima de uno o dos de esos mandamientos, presumiendo que con el resto iba a ser suficiente para recibir la bendición divina, se harían reos ante el universo entero de violarlos a todos. “Porque el que guarda toda la Ley, y ofende en un solo punto, es culpable de todos” (Sant 2:10-11).
Antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, vemos al papado tratando de lograr la supremacía del mundo en materia política y religiosa, pasando por encima del protestantismo norteamericano y, en gran medida también, inglés y alemán. No sabía que, proféticamente, sin el apoyo protestante aún del gobierno norteamericano, no podría lograr jamás la primacía que tanto anhelaba recuperar sobre el mundo. Por consiguiente, no debía esperarse el fin con la exclusión de los EE.UU., sino más bien con su inclusión y apoyo (Apoc 13:11-18). Aunque le iba a llevar tiempo en tener que aceptar esa realidad, su política debía volverse inclusiva, no del todo exclusiva. También vemos el intento del papado en la primera mitad del S. XX de suplantar la religión Ortodoxa por la Católica. Pero, así como los Protestantes debían ser integrados, no repelidos; también los ortodoxos debían ser asociados, no suprimidos ni aniquilados. De allí la política actual del papa Juan Pablo II de considerar al mundo ortodoxo como el otro pulmón de Europa.
E. de White escribió antes de la primera y segunda guerra mundiales lo siguiente. “Aunque ya se levanta nación contra nación y reino contra reino, no hay todavía conflagración general. Todavía los cuatro vientos son retenidos hasta que los siervos de Dios sean sellados en sus frentes. Entonces las potencias ordenarán sus fuerzas para la última gran batalla” (CS, 650). La historia del S. XX nos muestra que los intentos por lograr esa “coflagración general” de las naciones mediante el papado romano se dieron durante ese siglo, pero con resultados infructuosos. Esto parece haberlo entendido el papado en la actualidad, ya que esta vez está llevando a cabo y con éxito, una política de integración política, económica y religiosa sin precedentes. Nosotros, los adventistas, sabíamos también que al final habría “un lazo universal de unión, una confederación” de “todos los poderes corrompidos que se han apartado de la lealtad a la ley de Jehová” (CS, 681-2).
- Nido de criminales de guerra. Cuando termina una guerra, muchos esperan que pueda levantarse un espíritu perdonador y que todo comience de nuevo olvidando el pasado. Esto podrá ser adecuado y correcto en un número de casos considerable, con gente que fue engañada por falsas ideologías y diferentes circunstancias. Pero cuando consideramos los criminales de guerra nazis y fascistas, debemos tener en cuenta que se trató de gente genocida culpable de crímenes contra la humanidad, cometidos contra civiles indefensos e inocentes y en una escala jamás conocida antes. Y por si esto fuera poco, quedamos pasmados al descubrir que en su mayoría, tales genocidas no reconocieron culpa alguna ni pidieron perdón hasta el día de su muerte. Antes bien, reivindicaron hasta el final su comportamiento genocida que tenía como propósito, según aducían, salvar el país, la cristiandad, la humanidad.
En otras palabras, para los criminales nazis y fascistas católicos, el fin justificaba todo medio, aún el más bajo y brutal, un principio que la Iglesia Católica Romana siempre consideró válido al enfrentarse con elementos opositores. Es el principio que el papado empleó durante todo su período de dominio medieval en sus cruzadas de exterminio de herejes. Los criminales de guerra habían contado con todo el apoyo y respaldo de la Iglesia Católica, una Iglesia que pretende ser infalible. ¿Por qué había de culpárselos a ellos, si al matar en las cámaras de gas o en concentraciones masivas genocidas, habían estado peleando para avanzar el dominio romano sobre todo el mundo?
Otro aspecto que llama la atención es que se terminase inventando, para explicar la fuga de tantos miles de criminales de guerra, una supuesta organización llamada Odesa, en relación con la ciudad portuaria de Ucrania que tiene ese nombre. Los fugitivos nazis y fascistas habrían huído a esa ciudad, según la teoría, donde habrían conseguido toda la documentación falsa que necesitaban para poder escapar a Sudamérica y otros países, aprovechando las flotas de barcos internacionales que llegaban hasta ese lugar. Aunque aparece esa teoría en un film supuestamente histórico que se hizo hace unos años atrás, los historiadores concuerdan hoy en que no hay fundamento alguno para creer que tal organización llamada Odesa haya existido alguna vez. El nido no fue Odesa en Ucrania, sino Roma y, más precisamente, el Vaticano y sus conventos. Odesa no sirvió para otra cosa que desviar la atención del verdadero centro de contrabando del oro nazista y ustashi, y de todo fugitivo buscado por la justicia por sus crímenes contra la humanidad.
La Santa Sede no quería desperdiciar tanta gente útil para sus sueños expansionistas y anticomunistas. Siendo que la confrontación del mundo religioso con el ateo se estaba dando en todo el mundo, en cualquier lugar en que tales criminales fieles a la Iglesia se encontrasen, iban a ser útiles para ella. Para captar la naturaleza de la operación, convendrá considerar, a continuación, algunos de los más notables genocidas a quienes el Vaticano dio protección, albergue, falsa identificación, y una ruta de escape para Sudamérica en especial, y algunos otros países como Australia, EE.UU., Canadá, Inglaterra y aún Siria (confrontada esta última tradicionalmente con los judíos).
1) Franz Stangl. Fue comandante del campo de exterminio de Treblinka, donde murieron 900.000 judíos. Cuando los vagones atestados de gente deportada (mayormente judíos), llegaban a esa estación, Stangl ordenaba desembarcar a los prisioneros para un descanso de rutina y tomar un baño. A diferencia de Auschwitz, ese campo de concentración no existió para trabajar, sino pura y simplemente para matar gente, ya que las duchas eran de gas. Capturado por el ejército norteamericano, Stangl fue transferido en julio de 1945 a un alto campamento de prisioneros de guerra en Glasenbach, donde permaneció como una figura anónima por dos años. En la navidad de 1947 los norteamericanos lo transfirieron a la prisión austríaca de Linz. En mayo de 1948 logró escapar y emprendió la ruta del sur conocida por todos los genocidas católicos, esto es, hacia Roma.
Cuando la organización judía dirigida por Simon Wiesenthal lo recapturó en Brasil, en 1967, confesó que todos los nazis sabían que debían escapar a Roma y que una vez allí, debían dar con el obispo Alois Hudal. Ese obispo les daría albergue, documentos falsos de la Cruz Roja Internacional, y visas así como trabajo a distintos países fuera de Europa. Debían, pues, llegar a Roma para escapar de la red aliada que buscaba a los criminales de guerra. “Ud. debe ser Franz Stangle”, le dijo Hudal cuando lo vio. “Lo estaba esperando”, agregó. Aunque el obispo Hudal le dio dinero, papeles y trabajo en Siria, Stangl terminó yendo a Brasil.
2) Gustav Wagner. Fue comandante en Sobibor, el otro campo mayor de exterminio en Polonia. Luego de escaparse de la custodia aliada, se topó con su amigo Stangl en Graz, Austria, y ambos se dirigieron a pie hasta Roma. Ambos se fugaron también a Brasil, y ambos alabaron al obispo Hudal por su ayuda. Muchos otros criminales de guerra iban a agradecer también a ese obispo de gran trayectoria nazi, por ayudarlos a escapar de la justicia internacional. Ya hemos considerado la íntima amistad y relación del obispo Hudal con el papa Pío XII, por lo que no volveremos a hacerlo aquí.
3) Alois Brunner. Fue uno de los oficiales principales más brutales en la deportación de los judíos. A través de Roma y del obispo Hudal, escapó a Damasco, Siria, donde todavía vive con el nombre de Dr. Georg Fischer. Continúa sin arrepentirse por los cientos de miles de víctimas que envió a los campamentos de muerte de Stangl y Wagner en Treblinka y Sobibor respectivamente.
4) Adolf Eichmann. El más infame criminal de guerra, ya que fue el jefe arquitecto del Holocausto. Como cabeza del departamento SS para “Asuntos Judíos”, debía velar para que la maquinaria de muerte dirigida por Stangl y Wagner trabajase al máximo de su capacidad. A través del obispo Hudal, Eichmann recibió otra identidad como refugiado croata bajo el nombre de Ricardo Klement, y fue enviado a Génova donde permaneció escondido en un monasterio bajo el control caritable del obispo Siri. Cáritas, la organización de ayuda social católica, le pagó todos los gastos de viaje a Argentina. La inteligencia israelí siguió sus trazos hasta Buenos Aires donde logró raptarlo, juzgarlo y ejecutarlo en Jerusalén, en 1962. Tampoco Eichmann se arrepintió, ni pidió perdón por lo que había hecho, ni siquiera antes de morir ahorcado. Su cuerpo fue quemado y transformado en cenizas en una réplica de lo que había mandado hacer con los judíos durante la guerra.
5) Walter Rauff. Tuvo la tarea de supervisar el desarrollo del programa de vanes móbiles conectadas al gas de los motores diesels, para que 100.000 judíos muriesen finalmente asfixiados durante el camino. Una vez que cayó Musolini fue enviado al norte de Italia, en la región de Génova, Turín y Milán. Allí se le asignó, de nuevo, el exterminio de los judíos. Fue en esa época que el obispo Alois Hudal pudo hacer contacto con este notable asesino de masas. Rauff le ayudó a Hudal a hacer lavado de dinero nazi a través de su amigo Frederico Schwendt, considerado uno de los más grandes estafadores de la historia, por haber falsificado millones de notas de banco durante la guerra.
En años posteriores, el Vaticano trataría de negar que su ayuda humanitaria en los campos de prisión hubiera tenido que ver con el deseo de lograr una ruta de escape nazista, ya que pretendería no haber conocido quiénes lo eran y quiénes no. También declararía no estar informado de lo que ciertos obispos hacían en Roma en esa dirección. Pero las pruebas que hoy se poseen son imposibles de negar. Las relaciones que tenían esos obispos con el papado mismo, mas los documentos que se abrieron por ejemplo, del gobierno de Juan Domingo Perón en Argentina, en donde aparecen los nombres de los obispos encargados de ese contrabando de criminales nazis, no pueden ser negados más. Está, además, el testimonio mismo de los fugados que fueron apresados dos o tres décadas después. Y por si fuera poco, se suma el testimonio del obispo Hudal antes de morir, quien nunca se arrepintió por su nazismo declarado.
Fue el Vaticano mismo quien asignó al obispo Hudal una obra de “caridad” en los campos de prisioneros nazis en manos de los Aliados. Todos conocían sus antecedentes nazis y su antisemitismo que mantuvo hasta su muerte. ¿Por qué lo eligieron a él para esa “noble” tarea? El Vaticano seleccionó a sacerdotes fascistas de Europa central y oriental que se refugiaron en Roma para lograr el escape de todos los genocidas de la guerra que probasen haber sido católicos.
6) Ante Pavelic y su élite ustashi después de la guerra. No necesitamos volver aquí sobre la historia genocida del poglavnik de Croacia, conocido también como “el carnicero de los Balcanes”. Tal vez convenga recordar que fue el más salvaje y cruel de todos los genocidas de entonces, ya que recibía cantidades de pedazos de cuerpos de serbios ortodoxos en prueba de lealtad de sus fieles ustashis. Lo que Hitler fue para Alemania, Musolini para Italia, Franco para España, lo fue Pavelic para Croacia. No podía el máximo líder aducir después, que todo lo que hizo fue en obediencia debida, salvo su devoción al papado y al fomento de su causa. Pudo escapar junto con prácticamente todo su cuerpo dirigente vía Austria a Roma.
Pavelic vivió en Austria en el monasterio de Klagenfurt disfrazado de monje. Cuando se descubrió su paradero huyó a Roma en abril de 1946, acompañado de un teniente ustashi, Dragutin Dosen, ambos disfrazados de sacerdotes. Dosen había pertenecido a la guardia corporal personal de Pavelic, y era un líder del colegio de San Girolamo en Roma, donde se refugiaban gran parte de los criminales de guerra. Pronto, la inteligencia norteamericana descubrió algo que fue confirmado después. Pavelic se refugiaba en Castelgandolfo mismo, la residencia de verano de los papas, y tenía reuniones secretas con monseñor Montini, el Secretario de Estado del Vaticano y futuro papa Pablo VI. Allí se hospedaba junto con el exprimer ministro del gobierno nazi de Rumania.
Pavelic recibió en Roma un pasaporte español con el nombre de Don Pedro Gonner, en la perspectiva de escapar a España o a Sudamérica. Pero al captar de cuán cerca se lo seguía, decidió volver a la católica Austria a mediados de 1946. En Enero de 1947, la inteligencia norteamericana detectó que había estado el mes anterior en el Colegio de San Girolamo, y que se desplazaba bajo varios seudónimos. Pudieron detectar también varios de los seudónimos que utilizaba. Los jesuitas eran los que más lo ayudaban para entonces. Bajo el nombre de Padre Gómez, supuestamente “un ministro español de religión”, Pavelic esperaba poder partir para Sudamérica.
Para mediados de julio, los norteamericanos descubrieron que Pavelic estaba viviendo “dentro de la ciudad del Vaticano. En Agosto supieron que se camuflaba bajo el nombre de Giuseppe, un exgeneral húngaro, con barba y pelo corto. Vivía en una propiedad de la Iglesia bajo protección del Vaticano. Pero podía salir con un auto que llevaba una placa o patente del cuerpo diplomático del Vaticano, para evitar ser arrestado. Finalmente, la noticia se filtró a los medios de prensa italianos, y no se supo más de su paradero.
Pavelic escapó a Argentina el 13 de septiembre de 1947, con un documento falso que le otorgó Draganovic, un sacerdote croata, con el nombre de Pablo Aranyos. Viajó a Argentina con otro sacerdote, padre Josip Bujanovic, otro criminal de guerra buscado por haber participado en la masacre de los campesinos ortodoxos de Gospic, y que vive aún pacíficamente en Australia. Casi todo su gobierno encontró refugio en Argentina, en donde formaron una élite ustashi que recomenzó una nueva campaña de terror y que alcanzó finalmente a los EE.UU. en los años 70 y 80 con secuestros, bombas y asesinatos. No se conocen casos de arrepentimiento entre los ustashis. El hecho de recibir amparo, protección y asistencia espiritual de la jerarquía católica, les hizo sentir siempre que habían luchado y continuaban luchando por una causa justa a favor de la Iglesia de Roma.
En Buenos Aires los ustashis formaron en 1956 el Movimiento de Liberación Croata (HOP), con un gobierno efectivo en el exilio que fue reconocido como legítimo por varios gobiernos, incluyendo el de Taiwan y Paraguay. Ese tal gobierno ustashi contó con un ejército terrorista (HVO) que asesinó al cónsul uruguayo en Paraguay. Esa organización logró establecerse también en Chicago, desde donde subvencionaron el terrorismo por el mundo entero. Aún contra Lumumba en el Congo pelearon mercenarios croatas. Igualmente fueron recrutados en 1966 por el padre Draganovic para una intervención en República Dominicana.
El dictador Juan Domingo Perón empleó a Pavelic como su “consejero de seguridad”. Su gobierno recrutó tropas ustashis con una función intimidatoria antes de ser derrocado por los militares. Lo mismo hizo el general Stroessner, dictador fascista del Paraguay, cuyo apoyo a los ustashis se extendió hasta bien avanzada la década de los 80. Desde Argentina esperaban reavivar el aparato terrotista ustashi en la esperanza de que el comunismo terminaría cayendo en Yugoeslavia. Para lograr la fuga de todo el cuerpo gubernamental de Pavelic, la inteligencia norteamericana pudo saber que un tal Daniel Crljen fue enviado a Argentina con la asistencia diplomática del Vaticano, para ultimar los arreglos con el general Perón. Crljen fue uno de los principales ideólogos y propagandistas que ejercieron un papel clave en la masacre genocida sobre los serbios durante la guerra.
Hasta hoy, la Iglesia Católica considera a Ante Pavelic como un hijo que peleó a favor de la Iglesia Católica y contra los ortodoxos. Aunque haya errado, revelaba su digno cometido militante peleando aún contra los comunistas. Su extradición a la comunista Yugoeslavia hubiera debilitado, según el argumento del Vaticano, las fuerzas que peleaban contra el ateísmo. Muy por el contrario, hubiera apoyado al comunismo en su campaña contra la Iglesia. En este contexto vemos otra vez al papado más interesado en proteger su prestigo que la verdad, en salvar las apariencias antes que la justicia. Aún así, ese argumento no lo emplea para explicar la razón por la que protegió a los criminales nazis, ya que en Alemania subió Adenahuer, un fiel devoto católico que reemplazó a Hitler, y que le rezaba regularmente a la virgen de Fátima. La extradición de esos criminales nazis para ser juzgados y condenados en Alemania no hubiera podido ser usado por los comunistas como propaganda para su política, como presuntamente pretendía el Vaticano de una extradición ustashi a Yugoeslavia.
Pavelic volvió posteriormente de Argentina a Europa, viviendo hasta el día de su muerte bajo la protección del general español Francisco Franco, el único gobierno fascista de la guerra que sobrevivió en Europa. En la actualidad, el Estado Independiente de Croacia logró restablecerse produciendo derramamiento de sangre y agitación política en Yugoeslavia. El presidente de ese estado croata actual está tratando de llevar los restos de Pavelic a Croacia, en donde todos los católicos lo veneran. Del lado serbio-ortodoxo hay una indignación muy grande porque se está juzgando en la corte de La Haya, Holanda, a Milosevic por las masacres que hizo con los croatas, y que no fueron nada en comparación con el genocidio perpetrado por Pavelic. Mientras que a uno lo condenan, al otro lo quieren honrar levantándole estatuas por toda Croacia como héroe nacional.
7) Sacerdotes criminales fascistas. Todo ese nido de contrabando de criminales de guerra ustashis así como del oro robado primeramente a las víctimas, se dio en Roma bajo la administración de sacerdotes también buscados como criminales de guerra. Esos sacerdotes se sintieron orgullosos de su papel hasta el final. Ellos fueron los padres Cecelja y Draganovic, ambos fascistas declarados [Draganovic volvió repentinamente a Yugoeslavia después de la muerte de Pío XII, lo que ha llevado a algunos a especular que fue un espía doble]. El tercer sacerdote implicado fue el padre Dragutin Kamber, un asesino sangriento de masas y que había levantado un campo de concentración que dirigió como comandante. En su época, Kamber dispuso leyes raciales para su distrito, obligando a los judíos a vestir bandas amarillas como brazaletes (como lo habían determinado los papas en la Edad Media), y bandas blancas a los serbios. Más tarde “proclamó que los serbios y los judíos tenían que ser exterminados como perjudiciales para el estado Ustasha. Llevó a cabo muchos interrogatorios en su propia casa, en cuyos sótanos fueron muertas sus víctimas. Los primeros en ser muertos de esta manera fueron los profesores y sacerdotes serbios. Instigó y dirigió también masacres masivas en Doboj.
Un cuarto sacerdote implicado en el contrabando de criminales ustashis fue el padre Dominik Mandic, el representante oficial del Vaticano en San Girolamo. Esa institución, según los agentes italianos, era “una guarida de nacionalistas croatas y ustashis. Se dice que las paredes del colegio están cubiertas con cuadros de Pavelic”. El quinto sacerdote fue monseñor Karlo Petranovic, quien pudo escapar más tarde a Canadá, viviendo en Niagara Falls por las siguientes tres décadas y probablemente más. Durante el régimen de Pavelic, Petranovic instigó y dirigió varias masacres contra serbios ortodoxos. Fue segundo en el comando del campo de muerte de Ogulin.
El principal sacerdote, conocido como el sacerdote de oro, fue el padre Draganovic. Pudo contrabandear cuatroscientos quilos de oro, valorados en millones de dólares, y una cantidad considerable de dinero extranjero. Ese dinero lo necesitaban para lanzar una cruzada a Croacia, considerada “un bastión en la pelea contra el más grande estado serbio (Yugoeslavia). Cuando Pavelic estaba aún liderando Croacia, pudo a través de la ayuda de los sacerdotes católicos, comenzar a transferir grandes cantidades de oro a los bancos suizos (desde principios de 1944), con el propósito de armar y sostener a los cruzados. Unos 2.400 kgs. de oro permanecen todavía en un banco de Berna, como uno de los depósitos del Vaticano. Esos Krizari (cruzados) se dirigieron al papa por ayuda y éste les respondió positivamente. Les consiguió a través de sus gestiones armas y municiones para recuperar Croacia.
c) El oro lavado en los bancos del Vaticano y de Suiza. El padre Draganovic no sólo fue la cabeza del “partido Clerical Croata” que se formó con ese fin, sino que también fue un líder principal de los Krizari. Contaba con el respaldo de la iglesia Católica, ya que su así llamado “Partido Clerical” estaba “bajo el liderazgo directo del papa”, quien quería crear la Confederación Católica Pan-Danubia. Conociendo esas intenciones, los norteamericanos y los ingleses hicieron a menudo la vista gorda, haciéndose así cómplices de ese contrabando, y estando enterados de quiénes escapaban especialmente para Argentina. Los ingleses ayudaron a los utashis a contrabandear enormes cantidades de oro de su país, acompañados de un número de sacerdotes, con el propósito de ayudar a los Krizari a conformar una fuerza política y militar que desestabilizase los gobiernos comunistas.
Tanto las potencias occidentales como el papado mismo tenían mucho dinero invertido en Alemania. Ese dinero era lavado en el Banco del Vaticano, transferido luego a los bancos suizos, y de allí enviado a Argentina. El católico Allen Dulles, quien fue Secretario de la CIA en los EE.UU., era el abogado que invertía los fondos robados en un número de negocios argentinos, y lograba frenar la otra rama de la CIA que quería apresar a los criminales nazis y ustashis que huían con el oro de sus países a Sudamérica y aún a los EE.UU. De allí la contradicción que se da a veces entre una rama de la CIA que quería apresar a los criminales de guerra en el Vaticano, y otra rama de la CIA que procuraba no interferir en su escape vía Vaticano hacia el sur.
Los documentos recién liberados del Banco Central de Argentina mostraron que durante la guerra, el Banco central suizo y una docena de bancos suizos privados mantenían sospechozas cuentas de oro en Argentina. Hubo un momento en que había tantos lingotes de oro en el Banco Central, que no había depósito que pudiera contenerlos a todos, de tal manera que tuvieron que poner grandes cantidades de oro en los mismos pasillos del banco. En los años 50 esos fondos volvieron a ser lavados por los mismos bancos para regresar a Alemania, permitiendo el gran reavivamiento económico de la Alemania occidental. Con la recuperación alemana, gran parte de ese dinero volvería a los inversores originales, inclusive al Vaticano. No obstante, el oro que pasó por Argentina habría sido suficiente como para que el general Juan Domingo Perón fundase una industria de aviones militares con técnicos nazis exiliados que pusiesen el fundamento para la intervención militar porterior de las Malvinas.
El papado tenía prácticamente todos sus activos en Alemania antes de la guerra. Los millones que Musolini le había pagado en compensación por gran parte de Italia que perdía, los depositó en Alemania. Esa es otra razón indiscutible por la que el papa mismo parecía querer que el nazismo no fracazase, y también por la que se esforzó tanto en lograr el contrabando de los criminales de guerra. Los autores judíos de Unholy Trinity concluyen diciendo que el Vaticano hizo más que recibir bienes robados. Fue cómplice en el robo.
- ¿Santa Sede? Podrán los criminales y estafadores más grandes de este mundo encontrar refugio en una ciudad terrenal cuyo gobernante máximo se hace llamar Santo Padre, y su asiento de gobierno Santa Sede. Pero no podrán entrar en la única y verdadera “Santa Ciudad” de Dios, “la Nueva Jerusalén” (Apoc 21:2), o “Jerusalén celestial” (Heb 12:22), porque allí ninguna suciedad encuentra refugio. En la ciudad del cielo, el único rey y esposo de ella es el Cordero, Cristo Jesús (Apoc 19:7,9,16; 21:9-10). “No entrará en ella ninguna cosa impura, ni quien cometa abominación o mentira, sino sólo los que están escritos en el Libro de la Vida del Cordero” (Apoc 21:8,27). “Quedarán fuera los perros y los hechiceros, los disolutos y los HOMICIDAS, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira” (Apoc 22:15; véase 1 Cor 5:9-13). “¿No sabéis que los injustos no herederán el reino de Dios? No erréis, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1 Cor 6:9-10; véase 1 Tim 1:9-10: “parricidas, matricidas, homicidas..., mentirosos”).
Llama la atención que dos libros anónimos disidentes se hayan publicado reciéntemente en Roma, escritos por sacerdotes y obispos del Vaticano, titulados respectivamente “El Vaticano contra Dios” (1999), y “El Humo de Satanás” (2003), ambos en referencia a la Ciudad del Vaticano, la única ciudad-iglesia del mundo. ¿Quién no puede dejar de ver la contradicción tan grande entre esa arrogante y blasfema ciudad terrenal y la que la Biblia describe del cielo? Es la misma contradicción que describe el Apocalipsis entre la ciudad terrenal simbólica de Babilonia y la Nueva Jerusalén celestial. “Y la mujer [prostituta: v. 3-6] que viste es aquella gran ciudad que impera sobre los reyes [o gobernantes] de la tierra” (Apoc 17:18). Antes, durante y después de la guerra, hasta el día de hoy, se vió y se sigue viendo en esa presunta Santa Sede blasfema, un cuerpo impresionante de gente criminal, homosexual, abusadora de menores, espiritistas que celebran misas negras y pretenden comunicarse con las presuntas almas desencarnadas de muertos, representantes de las diferentes religiones del mundo, algunas de ellas igualmente relacionadas con comunicaciones extraterrestres.
¡Qué contraste entre los que buscan refugio en esa presunta Santa Sede terrenal, bajo el salvoconducto de su presunto Santo Padre que la gobierna como su rey con una triple corona! En todo se ve el mismo intento de Satanás de procurar ocupar el lugar de Dios. Pero al no estar poseída esa ciudad por el mismo espíritu y carácter divinos, su intento de imitación no es otra cosa que una farsa. ¡Tanto alarde de santidad sólo sirve para buscar a toda costa ocultar, tapar su inmundicia. El Apocalipsis no tiene un lenguaje doble para describirla. Llama sin ambagues a esa ciudad por un término simbólico, Babilonia, cuyo significado revela esos dos contrastes entre lo que pretende ser la ciudad terrenal, y lo que es en realidad. Mientras que Babel significaba “Puerta de los dioses” en el lenguaje caldeo, en el lenguaje hebreo significaba “confusión”.
El mensaje final que un “resto” fiel del cristianismo debe dar al mundo, según la descripción apocalíptica (Apoc 12:17), es un dramático llamado de denuncia y escape: “¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia! Y se ha vuelto habitación de demonios, guarida de todo espíritu impuro, y albergue [nido] de toda ave sucia y aborrecible. Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación. Los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido con su excesiva lujuria!”. “Y en ella fue hallada la sangre de los profetas, de los santos, y de todos los que han sido sacrificados en la tierra” (Apoc 18:24). “¡Salid de ella, pueblo mío”, dice el Señor, “para que no participéis de sus pecados, y no recibáis de sus plagas! Porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo, y Dios se acordó [para juicio] de sus maldades!” (Apoc 18:4-5).
No nos preocupemos, pues, ya que llámense criminales nazis, ustashis, fascistas, inquisidores, o inmorales pederastras, homosexuales y fornicarios, todos los que encuentran refugio en esa ciudad maldita de Roma no entrarán en la ciudad de Dios. Por el contrario, “los... abominables y homicidas, los fornicarios y hechicheros, los idólatras y todos los mentirosos, tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apoc 21:8).
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