La caballería es un fenómeno cultural que nace en el interior del Imperio
Romano durante los primeros años de su cristianización. La institución
de los caballeros fue un matraz cultural para promover valores
fundamentales tales como la virtud, el honor y la nobleza de carácter,
ideales que hoy se escuchan poco pese a ser tan necesarios. Su origen en
el mundo cristiano se remonta a la fundación de la Caballería Aurata
Constantiniana de parte de San Constantino, emperador romano y
legalizador del cristianismo en los territorios del imperio que antaño
le había perseguido con cruel ferocidad. Los primeros cincuenta
caballeros armados por San Constantino llevaban el lábaro en sus escudos
como emblema victorioso del Salvador. Nace así el arquetipo de la
caballería espiritual cristiana.
No deja de tener ribetes poéticos recordar que la caballería cristiana tiene su origen en un sueño del emperador (otra versión habla de una visión en el cielo) que le reveló el símbolo del crismón o lábaro para vencer en la batalla del Puente Milvio el 28 de Octubre del año 312. En un momento crucial para la historia del cristianismo, la Divina Providencia intervino sobre el desenlace de la ofensiva otorgando a Constantino el sello personal de Cristo para salir victorioso: In Hoc Signo Vinces. A partir de ese momento la caballería cristiana inicia un largo proceso de desarrollo a lo largo de la historia del Medioevo que culminará con la preservación de sus ideales en los remanentes actuales de las Órdenes de Caballería y en los altos grados de la Francmasonería Tradicional.
A pesar de que dicha historia se halla plagada de hechos lamentables y de dudoso apego a los valores morales de la caballería original, (como los genocidios en Tierra Santa o el saqueo de Constantinopla por los cruzados) su herencia se deja sentir en la sublimación de su carácter militar y temporal hacia una condición espiritual en donde el enemigo no es ya el moro ni el infiel a la religión cristiana, cosa por demás espuria y politizada, sino aquel enemigo interior que habita en el alma humana en forma de pasiones y egoísmos. Esa es la verdadera caballería espiritual cristiana, aquella en donde el combate se realiza con la espada de la virtud y el escudo de la fe, en donde las obras que garantizan la victoria en la batalla son aquellas del esfuerzo por rectificar el corazón, tan dado a las contaminaciones y a los falsos ídolos de la razón, la autojustificación y la desidia en el amor a Dios y al prójimo.
En concordancia con esta espiritualización de la caballería, emerge la figura de un guerrero contemplativo, el talante de un caballero cuya principal fortaleza es la oración del corazón que lo amuralla frente a los persistentes ataques del ego que codicia con tanto furor las cosas de esta tierra. La guerra interior contra la propia oscuridad es la única guerra santa posible, la única guerra válida y honorable a los ojos de Dios. Porque de un corazón recto surge la paz y la misericordia hacia todas las criaturas del Señor. No es extraño entonces que las Órdenes contemporáneas hagan tanto énfasis en el valor de la beneficencia como eje central de su actuar en el mundo.
El santo patrono de los caballeros es San Jorge de Capadocia (275-303), soldado romano, guerrero espiritual y mártir que revelando su condición de cristiano se negó a participar en la persecución de sus hermanos de fe contradiciendo las órdenes del emperador Diocleciano. Tras largas torturas fue decapitado ante las murallas de Nicomedia el 23 de Abril del año 303, fecha en que las Iglesias de Oriente y Occidente le recuerdan y conmemoran. En torno a él existe la hermosa leyenda, al parecer surgida durante el siglo IX, que narra su aventura por liberar a una ciudad del Asia Menor de la terrible voracidad de un dragón. Cuenta la historia que un día llegó un dragón hasta la única fuente de agua del poblado, haciendo su nido en él. Para poder beber agua, los ciudadanos debían apartar al dragón todos los días sacrificándole una víctima que lo distrajera. Para hacer las cosas justas, se decidió realizar un sorteo en donde nadie quedaba exento. Hasta el rey tuvo que estar de acuerdo con ello. Sucedió que en una oportunidad la víctima sorteada fue la princesa de la ciudad. Con gran congoja los reyes tuvieron que entregar a su hija para el sacrificio. Justo en el momento en que depositaban a la doncella pasaba por el lugar San Jorge, quién montado en su blanco corcel se enfrentó con el dragón, matándolo y liberando a la princesa de su muerte. Esta leyenda será la base arquetípica para todos los posteriores cuentos de hadas sobre princesas y dragones en la Edad Media.
San Jorge, montado en su albo caballo y empuñando una lanza contra el monstruo, permanecerá como imagen indeleble en la conciencia colectiva de la cristiandad perfilando la figura del caballero espiritual que vence al mal para rescatar a la Iglesia. El simbolismo del ícono nos muestra al espíritu (San Jorge) empuñando el poder de la fe (lanza) para vencer a las pasiones (dragón) y rescatar al alma (princesa). El caballero cristiano busca lograr la realización interior con este mismo heroísmo triunfal.
Las leyendas del ciclo artúrico y la búsqueda del Santo Grial son otra importante fuente de inspiración para la imaginería de la caballería espiritual. El Rey Arturo, Merlín, Parzival y el Graal han alimentado la imaginación de generaciones de escritores y artistas a lo largo de casi mil años. Sería demasiado pretencioso hacer siquiera una referencia al rico simbolismo detrás de este extenso conjunto de leyendas medievales, pero a modo de sencilla referencia baste mencionar que la búsqueda del Santo Grial es en realidad el esfuerzo del caballero cristiano por encontrar la Verdad de Cristo en su propia sangre, porque los seres humanos somos de linaje divino aunque exiliados de nuestra verdadera patria. Habiendo perdido esa genealogía divina tras la caída adámica la recuperamos en Cristo por medio de incorporación de su carne y sangre en la Eucaristía. Esto convierte a cada cristiano en un Cristophoros, un portador de Cristo en sus propias entrañas. Hay aquí un misterio impronunciable del que bien vale la pena investigar. Encontrar el Graal es sin lugar a dudas la máxima aspiración de todo caballero de Cristo.
La palabra caballero proviene del latín caballarius que designa al hidalgo que cabalga sobre su rocín. El caballo es el alma concupiscible e irascible, es decir, el alma con sus deseos y su voluntad, que aprende a ser dominada por el caballero que es el espíritu inteligible, aquél que es capaz de percibir intelectivamente (por intuición) las verdades trascendentes manifestadas por Dios en la revelación, cuya máxima expresión es la figura de Jesús el Cristo, Dios hecho hombre. La caballería espiritual es una vía de desarrollo interior para el laicado, un llamado a extender la virtud y la bondad mediante la vida secular proclamando al Cristo como cabeza espiritual de la Iglesia Interior.
Cristo es el Señor de todo caballero. Somos vasallos de Jesucristo y somos convocados por Él a levantar su estandarte para vencer en la batalla espiritual contra la oscuridad que reina en nosotros tras la caída, hasta reintegrarnos a la naturaleza primordial revoloteando en inocencia en torno a la Luz como las polillas ante la lámpara. El éxtasis espiritual es el verdadero martirio del alma, porque en ella entregamos nuestro yo hasta desaparecer en Dios, aniquilados con la cabeza en el suelo ante la Luz Tabórica, como Pedro, Santiago y Juan en la Transfiguración de Cristo. Que seamos dignos caballeros para recibir un día esa Gracia inefable del Gran Arquitecto del Universo.
No deja de tener ribetes poéticos recordar que la caballería cristiana tiene su origen en un sueño del emperador (otra versión habla de una visión en el cielo) que le reveló el símbolo del crismón o lábaro para vencer en la batalla del Puente Milvio el 28 de Octubre del año 312. En un momento crucial para la historia del cristianismo, la Divina Providencia intervino sobre el desenlace de la ofensiva otorgando a Constantino el sello personal de Cristo para salir victorioso: In Hoc Signo Vinces. A partir de ese momento la caballería cristiana inicia un largo proceso de desarrollo a lo largo de la historia del Medioevo que culminará con la preservación de sus ideales en los remanentes actuales de las Órdenes de Caballería y en los altos grados de la Francmasonería Tradicional.
A pesar de que dicha historia se halla plagada de hechos lamentables y de dudoso apego a los valores morales de la caballería original, (como los genocidios en Tierra Santa o el saqueo de Constantinopla por los cruzados) su herencia se deja sentir en la sublimación de su carácter militar y temporal hacia una condición espiritual en donde el enemigo no es ya el moro ni el infiel a la religión cristiana, cosa por demás espuria y politizada, sino aquel enemigo interior que habita en el alma humana en forma de pasiones y egoísmos. Esa es la verdadera caballería espiritual cristiana, aquella en donde el combate se realiza con la espada de la virtud y el escudo de la fe, en donde las obras que garantizan la victoria en la batalla son aquellas del esfuerzo por rectificar el corazón, tan dado a las contaminaciones y a los falsos ídolos de la razón, la autojustificación y la desidia en el amor a Dios y al prójimo.
En concordancia con esta espiritualización de la caballería, emerge la figura de un guerrero contemplativo, el talante de un caballero cuya principal fortaleza es la oración del corazón que lo amuralla frente a los persistentes ataques del ego que codicia con tanto furor las cosas de esta tierra. La guerra interior contra la propia oscuridad es la única guerra santa posible, la única guerra válida y honorable a los ojos de Dios. Porque de un corazón recto surge la paz y la misericordia hacia todas las criaturas del Señor. No es extraño entonces que las Órdenes contemporáneas hagan tanto énfasis en el valor de la beneficencia como eje central de su actuar en el mundo.
El santo patrono de los caballeros es San Jorge de Capadocia (275-303), soldado romano, guerrero espiritual y mártir que revelando su condición de cristiano se negó a participar en la persecución de sus hermanos de fe contradiciendo las órdenes del emperador Diocleciano. Tras largas torturas fue decapitado ante las murallas de Nicomedia el 23 de Abril del año 303, fecha en que las Iglesias de Oriente y Occidente le recuerdan y conmemoran. En torno a él existe la hermosa leyenda, al parecer surgida durante el siglo IX, que narra su aventura por liberar a una ciudad del Asia Menor de la terrible voracidad de un dragón. Cuenta la historia que un día llegó un dragón hasta la única fuente de agua del poblado, haciendo su nido en él. Para poder beber agua, los ciudadanos debían apartar al dragón todos los días sacrificándole una víctima que lo distrajera. Para hacer las cosas justas, se decidió realizar un sorteo en donde nadie quedaba exento. Hasta el rey tuvo que estar de acuerdo con ello. Sucedió que en una oportunidad la víctima sorteada fue la princesa de la ciudad. Con gran congoja los reyes tuvieron que entregar a su hija para el sacrificio. Justo en el momento en que depositaban a la doncella pasaba por el lugar San Jorge, quién montado en su blanco corcel se enfrentó con el dragón, matándolo y liberando a la princesa de su muerte. Esta leyenda será la base arquetípica para todos los posteriores cuentos de hadas sobre princesas y dragones en la Edad Media.
San Jorge, montado en su albo caballo y empuñando una lanza contra el monstruo, permanecerá como imagen indeleble en la conciencia colectiva de la cristiandad perfilando la figura del caballero espiritual que vence al mal para rescatar a la Iglesia. El simbolismo del ícono nos muestra al espíritu (San Jorge) empuñando el poder de la fe (lanza) para vencer a las pasiones (dragón) y rescatar al alma (princesa). El caballero cristiano busca lograr la realización interior con este mismo heroísmo triunfal.
Las leyendas del ciclo artúrico y la búsqueda del Santo Grial son otra importante fuente de inspiración para la imaginería de la caballería espiritual. El Rey Arturo, Merlín, Parzival y el Graal han alimentado la imaginación de generaciones de escritores y artistas a lo largo de casi mil años. Sería demasiado pretencioso hacer siquiera una referencia al rico simbolismo detrás de este extenso conjunto de leyendas medievales, pero a modo de sencilla referencia baste mencionar que la búsqueda del Santo Grial es en realidad el esfuerzo del caballero cristiano por encontrar la Verdad de Cristo en su propia sangre, porque los seres humanos somos de linaje divino aunque exiliados de nuestra verdadera patria. Habiendo perdido esa genealogía divina tras la caída adámica la recuperamos en Cristo por medio de incorporación de su carne y sangre en la Eucaristía. Esto convierte a cada cristiano en un Cristophoros, un portador de Cristo en sus propias entrañas. Hay aquí un misterio impronunciable del que bien vale la pena investigar. Encontrar el Graal es sin lugar a dudas la máxima aspiración de todo caballero de Cristo.
La palabra caballero proviene del latín caballarius que designa al hidalgo que cabalga sobre su rocín. El caballo es el alma concupiscible e irascible, es decir, el alma con sus deseos y su voluntad, que aprende a ser dominada por el caballero que es el espíritu inteligible, aquél que es capaz de percibir intelectivamente (por intuición) las verdades trascendentes manifestadas por Dios en la revelación, cuya máxima expresión es la figura de Jesús el Cristo, Dios hecho hombre. La caballería espiritual es una vía de desarrollo interior para el laicado, un llamado a extender la virtud y la bondad mediante la vida secular proclamando al Cristo como cabeza espiritual de la Iglesia Interior.
Cristo es el Señor de todo caballero. Somos vasallos de Jesucristo y somos convocados por Él a levantar su estandarte para vencer en la batalla espiritual contra la oscuridad que reina en nosotros tras la caída, hasta reintegrarnos a la naturaleza primordial revoloteando en inocencia en torno a la Luz como las polillas ante la lámpara. El éxtasis espiritual es el verdadero martirio del alma, porque en ella entregamos nuestro yo hasta desaparecer en Dios, aniquilados con la cabeza en el suelo ante la Luz Tabórica, como Pedro, Santiago y Juan en la Transfiguración de Cristo. Que seamos dignos caballeros para recibir un día esa Gracia inefable del Gran Arquitecto del Universo.