La fiesta es tanto más necesaria cuanto más difíciles sean las
circunstancias cotidianas. Precisamente cuando el hombre es víctima de
la opresión y de la injusticia, ha de afirmar y despabilar con más
frecuencia su fe en la vida, recordar su derecho a la libertad y
plenitud, evitando caer en la indiferencia resignada. La celebración es
ya por sí misma una protesta contra el agobio y mantiene la aspiración
por una vida más justa. La fiesta, con su alegría por los verdaderos
valores, iza el estandarte de la intransigencia cristiana. De que ésta
existe, no hya la menor duda; de lo contrario, nunca habría habido
mártires. Deriva del propósito cristiano de vida auténtica y sincera,
signo del reino de Dios y principio de unidad entre los hombres. Por eso
la intransigencia se opone al principio de desunión, que es la ambición
del mundo: "Los bajos apetitos, los ojos insaciables, la arrogancia del
dinero" (1 Jn 2,16). Si la celebración no tuviera impacto alguno sobre
la actitud habitual, no sería cristiana, por mucho que en ella se
aireasen los términos y símbolos de la fe. La experiencia de la unión en
Cristo ha de traducirse en intransigencia con la maldad del mundo y en
empeño por la reconciliación de los hombres. La más suave emoción o
arrebatada exaltación festiva no alcanza nivel cristiano si no se
traduce en aliento para la obra de promoción del hombre, sembrando la
paz y la igualdad. La experiencia de Cristo entre los hermanos fue
expresada por él mismo en un dicho no registrado en los evangelios, pero
conservado por varios escritores cristianos primitivos, entre ellos
Tertuliano, de fines del siglo II: "Vidisti fratrem, vidisti Dominum
tuum" (Al ver a tu hermano estás viendo a tu Señor) (De Oratione, 26,1).
El hombre necesita destruir la personalidad llamada por muchos "normal", cúmulo de tabúes y represiones, encanijamiento de emociones e ideales, para formar una persona capaz de admiración y de sorpresa, de expresión y de apertura al misterio, aceptadora y sin miedo a comunicar. Ha de combatir la personalidad social ajustada a todas las incongruencias y criterios malvados del mundo. Cristo desajustó a los apóstoles, y por eso el mundo los odiaba. A la ambición opuso la sencillez, la pobreza y la generosidad; al honor, la igualdad, sin tratamientos ni primeros puestos; a la rivalidad, la sinceridad y el amor mutuo. Nadie podía soportar eso, decían que no estaba en sus cabales (Mc 3,21).
El hombre necesita destruir la personalidad llamada por muchos "normal", cúmulo de tabúes y represiones, encanijamiento de emociones e ideales, para formar una persona capaz de admiración y de sorpresa, de expresión y de apertura al misterio, aceptadora y sin miedo a comunicar. Ha de combatir la personalidad social ajustada a todas las incongruencias y criterios malvados del mundo. Cristo desajustó a los apóstoles, y por eso el mundo los odiaba. A la ambición opuso la sencillez, la pobreza y la generosidad; al honor, la igualdad, sin tratamientos ni primeros puestos; a la rivalidad, la sinceridad y el amor mutuo. Nadie podía soportar eso, decían que no estaba en sus cabales (Mc 3,21).
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