La cultura de los chibchas es una de
las más famosas de América del Sur. Los chibchas ocupaban la región que
se extiende desde Nicaragua hasta Ecuador. Su cultura fue la más
importante entre los dos grandes centros de civilización de México y
Perú. Fue inevitable que afectaran con sus bienes culturales a los
pueblos que se desarrollaron en esos polos de civilización, y que, a su
vez, recibiesen profundas influencias de ellos. Los chibchas (o muiscas,
"hombres", como se llamaban algunos de ellos), no constituían una
unidad cultural o política. Se trataba más bien de diversos pueblos
agrícolas, organizados en clanes y tribus.
Los chibchas no llegaron a alcanzar un
gran desarrollo cultural. No utilizaron la piedra en sus
construcciones, no conocían la irrigación, ni desarrollaron técnicas
avanzadas en cerámica y orfebrería. Estuvieron a punto de lograr
grandes progresos, pero la llegada de los españoles cortó abruptamente
ese proceso.
Los dioses de Colombia
En el altiplano de Bogotá, Colombia,
la religión tenía como centro a una gran diosa, madre del universo, que
era venerada como divinidad de la fecundidad, de los antepasados y
especialmente de los héroes míticos. Su nombre era Bachúe (también
conocida como Fura – chogue, "mujer benévola"). Esta salió de las
aguas de un pequeño lago, acompañada de su hijo de tres años, con quien
se casó más tarde. Con él procreó a los seres humanos, para luego
desaparecer nuevamente en el agua del lago, transformándose ambos en
serpientes. Bachúe tenía su lugar entre las deidades lunares. Ella era
la protectora de las cosechas, y su ofrenda preferida era el incienso.
Entre las deidades solares cabe
mencionar a Bochica, llamado también Xue (señor), quien fue un héroe
civilizador. Algunos afirmaban que había vivido unas veinte
generaciones antes de la llegada de los españoles. Según la leyenda,
este dios apareció en un momento en que los habitantes del valle de
Bogotá vivían en condiciones deplorables: desnudos, sin organización
política, errando al azar, sin practicar la agricultura y sin dios.
Bochica quiso poner remedio a la situación, pero su bella esposa, Chía,
intentó impedir la obra. Buena parte de la leyenda se dedica a explicar
esta lucha entre Bochica (el bien) y Chia (el mal).
Bochica es descrito como un personaje
viejo y barbado. Se dice que predicaba y enseñaba, especialmente la
virtud, la caridad y la observación de las leyes consuetudinarias. Su
labor civilizadora consistió en enseñar al pueblo el arte de hilar,
tejer y pintar telas. Era adorado mediante diversas ofrendas,
especialmente oro.
Chía, también conocida como Huitaca y
Jubchas-guaya (guaya significa "madre") practicaba y predicaba el
placer, la danza, la borrachera y la laxitud sexual, y tenía muchos
seguidores. Se dice que apareció después de Bochica, y que fue
transformada en lechuza. Otra versión del mito dice que Bochica le
ordenó que abandonara la tierra y se convirtiera en la luna, dándole
así la misión reparadora de iluminar la noche.
El peor enemigo de Bochica era Chibcha-chum.
Este era el dios de los orfebres, mercaderes y labradores. Enojado por
la maldad de los seres humanos, mandó un diluvio sobre el altiplano de
Bogotá moviendo dos ríos. Esta inundación anegó el valle y mató a la
mayor parte de sus habitantes. La bondad de Bochica hizo que se
presentara sobre un arco iris. Utilizando una vara de oro, Bochica logró
dar a las aguas una salida al valle del Magdalena, creando la cascada
de Tequendama. Chibcha-Chum fue obligado a ir bajo la superficie a
cargar con la tierra, la cual anteriormente descansaba sobre grandes
postes de madera. Cada vez que Chibcha-Chum cambiaba la tierra de
hombros, había un terremoto. Bochica ayudó a los sobrevivientes a
reconstruir sus casas, les enseño el culto del sol, los organizó
políticamente y se retiró al valle sagrado de Iraca, donde vivió por
mil años.
Hay otras variantes de este mito
legendario. Es interesante notar que, entre las tribus serranas del
Ecuador, existía también una leyenda de un diluvio. La inundación se
produjo porque los hijos del primer hombre mataron a una serpiente
mítica. Los sobrevivientes se salvaron subiendo a un cerro alto.
Las prácticas religiosas
Además de los templos con sus
"ídolos", había templetes a lagos y ríos, cuevas y montañas. En
Colombia existía también el culto a los lagos sagrados. Estos lagos
tenían algún tipo de asociación con las serpientes. A ellos se
arrojaban ofrendas de joyas de oro, mientras el pueblo celebraba a su
alrededor, mediante música, incienso, borracheras y carreras. Estas
últimas tenían un sentido religioso, como el juego de pelota entre los
aztecas. En la fiesta de la primavera, el festival de la cosecha del
maíz, el pueblo se entregaba a orgías sexuales, danzas con máscaras
con lágrimas pintadas, y otros actos religiosos. También se practicaban
sacrificios humanos en honor al sol. Generalmente se ofrendaban niños,
que eran considerados mensajeros al dios y que servían para su
alimento.
Por influencia de los cultos del
norte, suelen encontrarse ciertas plataformas (especies de pirámides),
que servían como base para los templos. Algunos creían en una previa
creación imperfecta del hombre y en la colaboración del dios del viento
en la actual. El camino al mundo inferior pasaba por varios ríos
anchos, que sólo podían atravesar aquellos muertos que estaban pintados
conforme a los mandamientos. En algunas tribus existía la flagelación
mutua de los participantes en las fiestas religiosas. Los brujos gozaban
de gran prestigio entre todas estas tribus.
Entre los indios cueva de Colombia se
rendía culto, con oraciones y sacrificios, a un dios celeste, creador
del mundo. Además, se veneraba a Dobaiba, la diosa de las tormentas, y a
Tuyra, el espíritu maligno. El culto ancestral era común en el valle
del Cauca, en Colombia. Los ritos de enterramiento de los cadáveres eran
variados. Su frecuencia, según consta por los hallazgos arqueológicos,
testifica de la importancia que tenía la muerte en el mundo chibcha.
Parece ser que ciertos "templos" encontrados por los conquistadores
españoles eran en realidad casas mortuorias.
El jefe de la religión chibcha era el
zipa o saque. El culto estaba a cargo de sacerdotes, llamados xeques
(cheques o jeques). Estos eran los encargados de los sacrificios,
vivían en el templo o sus inmediaciones y llevaban una vida de
abstinencia y penitencia. Había también médicos, brujos y adivinos.
Generalmente, estos eran ancianos o mujeres, que merodeaban vendiendo
sus pociones y recursos mágicos.
Los chibchas practicaban los
sacrificios humanos, dedicados especialmente al Sol, que "comía
personas". Cuando llegaron los españoles, los chibchas sacrificaban
niños, a quienes consideraban hijos del Sol. A estos se los criaba hasta
los quince años en el templo del Sol de Sogamoso. A esa edad se los
llevaba en peregrinación por los caminos por donde había andado
Bochica, para ser muertos a flechazos, mientras permanecían atados a
una columna. El corazón era ofrecido a Bochica.
Los chibchas practicaban también la
ceremonia de la momificación y el culto a los muertos. Los cadáveres
eran enterrados con sus riquezas, que los conquistadores españoles
buscaron tan afanosamente y algunas de las cuales los arqueólogos han
sacado a la luz.
Proyección de la religión chibcha
Los indios cuna actuales conservan
muchos rasgos de la religión chibcha antigua. Su dios celeste es
parecido a los dioses supremos de muchas tribus americanas. Si bien es
el creador del mundo, es indiferente al mismo. Por eso, no recibe
sacrificios ni oraciones. Sus subordinados son dioses del mundo
inferior, que tienen a su cargo las lluvias, inventaron las costumbres y
ceremonias, e iniciaron a los seres humanos en la escritura pictórica y
en las artes, como también en la medicina, la cerámica y la
orfebrería.
En el panteón cuna hay además
numerosos espíritus de la naturaleza, enemigos del hombre, que le roban
el alma cuando está dormido. Si esto ocurre, el brujo puede recuperarla
mediante los espíritus tutelares o con una piedra de virtudes mágicas.
Los demonios acompañan al sol y la luna cuando éstos navegan en sus
barcas por el cielo. Los muertos enfrentan numerosos peligros en su
viaje a través de los ochos niveles en que está dividido el mundo
inferior.
Un repaso de la religión de los
antiguos pueblos de nuestro continente no puede dejar de impresionarnos
con el patetismo de su idolatría y extravío moral. Antes de la llegada
de los españoles, la oscuridad de una religión demoníaca prevalecía
en la conciencia de los habitantes de estas tierras. Los rasgos más
crueles y las sombras más densas caracterizaban los esfuerzos de
aquellos seres humanos por encontrar algún mecanismo que garantizara la
estabilidad y seguridad de su vida.
No obstante, la llegada de los
españoles, si bien abrió cierta oportunidad para el conocimiento del
evangelio, no resultó en la disipación de las tinieblas de la idolatría
demoníaca. Fuera del horror de la conquista, en buena medida lo que se
dio fue un cambio de idolatrías. Bajo la forma de un cristianismo de
tipo colonial, se impuso sobre los pueblos indígenas una adoración
idolátrica de matiz cristiano. Los dioses y los mitos cambiaron de
nombre, pero la raíz demoníaca de la religión quedó incólume.
Los pueblos
latinoamericanos indígenas, mestizos y criollos siguen a la espera de
una fe que los arranque de la hegemonía satánica y de las tinieblas del
pecado. Este continente, que estuvo sepultado por siglos bajo las
aberraciones de la idolatría nativa y más tarde bajo el paganismo
seudocristiano, tiene hoy la oportunidad de conocer la verdadera luz del
evangelio. Los creyentes e iglesias bíblicos tienen la gran
responsabilidad de dar a conocer la buena noticia acerca de Jesús, el
Mesías, a estos pueblos, e inaugurar así una nueva etapa en la
historia religiosa de América Latina.
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