Introducción
En su encíclica Redemptoris Mater al hablar del sentido del Año Mariano, decía S.S. Juan Pablo II que "deberá promover también una nueva y profunda lectura de cuanto el Concilio ha dicho sobre la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia" (n. 48). Pero no se trata de una mera lectura de los textos conciliares, en cuanto doctrinales, "se trata aquí no sólo de la doctrina de fe, sino también de la vida de fe y, por tanto, de la auténtica "espiritualidad mariana” considerada a la luz de la Tradición y, de modo especial de la espiritualidad" (ig.).
Para realizar esta renovación, el santo Padre exhortaba a recurrir a lo que llama "fuente riquísima": "la experiencia histórica de las personas y de las diversas comunidades cristianas, que viven entre los distintos pueblos y naciones de la tierra" (ig.). El contacto con esa fuente ha de enriquecer la vida de piedad filial mariana de todo el pueblo de Dios.
Buscando hacerse eco de esta iniciativa del Romano Pontífice, la revista "Vida y Espiritualidad" publica en esta ocasión un texto, inédito en español, del gran maestro de la escuela francesa de espiritualidad Cardenal Pedro de Bérulle.
El Cardenal Pedro de Bérulle (1575-1629) es una figura de suma importancia para la vida de la Iglesia en su tiempo. Difícil sería hacer justicia a todos los aspectos de su actuación. Fundador del Oratorio de Francia, es también él quien introduce el carmelo teresiano en su patria y participa en la reforma de diversas familias religiosas. No se puede olvidar su labor en la reforma de la formación sacerdotal, buscando hacer efectivas las prescripciones del Concilio de Trento.
Pero parece indudable que la trascendencia de la figura de Pedro de Bérulle se debe ante todo a su labor como escritor. Aunque buena parte de su obra escrita son sus brillantes polémicas contra la herejía lo que más destaca son sus escritos espirituales. Resulta sintomático que sea un escrito sobre la abnegación, el “Breve discurso sobre la abnegación interior” el primero publicado por nuestro autor a la precoz edad de 18 años. También su último escrito publicado, fruto maduro aunque inconcluso, es un tratado de doctrina espiritual, “La vida de Jesús”; que sólo logró comenzar pues abarca tan sólo el designio de la Encarnación y algunas de sus circunstancias, sin llegar a exponer el nacimiento.
Igualmente sintomático del pensamiento berulliano es que esta última obra contenga algunos de los más bellos pasajes mariológicos del autor. Este hijo piadosísimo de la Madre del Redentor había de cerrar su labor de escritor con un himno de amor a Aquella que, para de Bérulle, era inseparable de su Hijo, el Verbo hecho carne en el seno de María. Toda la doctrina mariana del Fundador del Oratorio de Francia gira, en efecto, en torno al misterio de la Encarnación, que es también el núcleo de su doctrina espiritual. Si todo el sistema de quien fuera llamado "Apóstol del Verbo Encarnado" se caracteriza por su cristocentrismo, esto vale también para su aproximación a la Madre del Verbo Encarnado.
La Encarnación —según insiste de Bérulle a lo largo de toda su obra y en especial en su trabajo más importante, el "Discurso sobre el estado y las grandezas de Jesús"— ha cambiado radicalmente las relaciones entre Dios y el hombre. La realidad del pecado había roto el vínculo entre Dios y el hombre. Solamente a través del bautismo, incorporándose a Cristo, es posible volver a relacionarse con Dios. La actitud interna que corresponde a esa incorporación la llama Bérulle adherencia: el hombre debe esforzarse conscientemente por conformar toda su vida interior con la vida interior de Jesús, con los estados del Verbo Encarnado. Entre estos estados, el de Hijo de María tiene un rol particular: "no podemos conocer al Hijo de Dios solo, sino al Hijo de Dios con su Madre, no podemos unirnos al Hijo de Dios solo sino al Hijo de Dios y a su Madre juntos".
El texto que presentamos, tomado de "Obras de Piedad”, es una hermosa reflexión, que partiendo del misterio del silencio de Jesús y de María, conduce a una meditación cristológica sobre la Encarnación. A partir de la riqueza de su doctrina y piedad mariana, el texto permite una aproximación a las líneas fundamentales de la visión beruliana de la vida cristiana.
El silencio de Jesús 1.- Mientras que el Hijo de Dios se encuentra en silencio e incluso en impotencia de hablar de su infancia, debemos hablar por él, y lo debemos hacer, tanto más voluntariosamente cuanto es que, es por nosotros que se halla en este humilde estado de silencio y de impotencia, porque por su propio ser y por su nacimiento eterno, El es el Poderío, la Palabra y la Sabiduría de su Padre. Reconociendo entonces lo que El es en la Divinidad, contemplemos lo que se digna ser en nuestra humanidad, y veamos cuánto será el poderío de su amor y la grandeza de su bondad que le han reducido a este estado de pequeñeces y de impotencia. Adoremos, admiremos un estado tan abyecto y un ser tan grande y una tal debilidad y un tal poder.
2.- Me gustaría mucho más oír hablar de Jesús, que hablar de El: este estado de silencio que veo en Jesús me arrebata y me atrae en silencio, como veo también que arrebató entonces y atrajo en silencio a su Muy Santa Madre. Elegiría con mayor voluntad estar en compañía de - Jesús y de María, en su silencio, que con todo el resto del cielo y de la tierra, que incluso con todos aquellos que, en provecho del Evangelio, hablan tan elevada y divinamente de las maravillas que han acontecido en esos días. Ese silencio sacralizado es más propio para honrar cosas tan grandes y tan profundas, y para reverenciar dignamente las grandezas ocultas de Jesús en sus abajamientos, su dignidad velada por nuestra humanidad, sin poder y sabiduría increadas, cubiertas por la impotencia y la puerilidad que nuestros ojos perciben.
El silencio de la Virgen 3.- Así es también la participación de la Virgen en este tiempo santo de permanecer en silencio: es su estado; es su camino, es su vida. Su vida es una vida de silencio que adora la Palabra Eterna. Viendo delante de sus ojos, en su seno, en sus brazos a esta misma Palabra, la Palabra sustancial del Padre, ser enmudecida y seducida al silencio por el estado de su infancia, ella entra en un nuevo silencio y es allí transformada a ejemplo del Verbo Encarnado que es el Hijo, su Dios y su único amor. Su vida transcurre así de silencio en silencio, de silencio de adoración a silencio de transformación, su espíritu y sus sentidos cooperan igualmente en formar y perpetuar en ella esta vida de silencio.
Sin embargo, un sujeto tan grande, tan presente y tan propio a ella sería muy digno de sus palabras y de sus alabanzas. ¿A quién pertenece más Jesús que a María, que es su Madre? Y, esto que no conviene sino a ella, ella es su Madre sin padre en la tierra, como Dios es su Padre sin madre en el Cielo. ¿Quién entonces tiene más derecho de hablar que Ella, que Ella que le hace de padre y de madre a la vez, y no comparte con nadie la nueva substancia de la cual El la ha revestido? ¿Quién conoce mejor el estado, las grandezas, los abajamientos de Jesús que María, en quien El ha reposado nueve meses y de la cual ha tomado ese pequeño cuerpo que cubre el esplendor de la divinidad, como una nube ligera que tapa un sol, y como un velo delicado que nos oculta el verdadero santuario? ¿Quién hablaría más dignamente, más altamente, más divinamente de cosas tan grandes, tan profundas, tan divinas, que aquella que es la Madre del Verbo Eterno, en la cual y por la cual estas cosas incluso han acontecido y que es la única persona que la Trinidad ha escogido y adherido a sí para operar estas maravillas?
Y, sin embargo, ella está en silencio, arrebatada por el silencio de su Hijo Jesús. Es uno de los efectos sagrados y divinos el introducir a la muy Santa Madre de Jesús en una vida de silencio, silencio humilde, profundo, adorando más santamente y más elocuentemente la Sabiduría encarnada que las palabras de los hombres o de los ángeles. Este silencio de la Virgen no es un silencio de balbuceo y de impotencia, es un silencio de luz y de arrobamiento, es un silencio más elocuente en las alabanzas a Jesús, que la elocuencia misma. Es un efecto poderoso y divino en el orden de la gracia, es decir, un silencio operado por el silencio de Jesús que imprime este divino efecto en su Madre, que la atrae a sí en su propio silencio, y que absorbe en su divinidad toda palabra y pensamiento de su creatura.
Jesús y María solos en el silencio Así también es una maravilla el ver que en esta etapa de silencio y de infancia de Jesús, todo el mundo hable y María no diga palabra: el silencio de Jesús tiene mucho más poder para tenerlo en un silencio sagrado que las palabras de los ángeles y de los santos. No tienen la fuerza de traerla a conversación y hacerla hablar de cosas tan dignas y laudables que el cielo y la tierra unánimemente celebran y adoran. Los ángeles hablan allí, y entre ellos mismos y con los pastores, y María está en silencio. Los pastores corren y hablan; María está en reposo y en silencio. Llegan los reyes, hablan y hacen hablar a toda la ciudad, todo el Estado, todo el Sacro Sínodo de Judea; María está en retiro y en silencio. Todo el estado está conmovido, cada uno se asombra y habla del nuevo Rey buscado por los reyes; María se encuentra en tranquilidad y en su sagrado silencio. Simeón habla en el Templo y Ana la profetisa y todos aquellos que esperan la salvación de Israel; María ofrece, da, recibe, lleva a su hijo en silencio: tan así tiene el silencio de Jesús, el poder y la impresión secreta sobre el espíritu y el corazón de la Virgen y la tiene poderosamente y divinamente ocupada y arrebatada en silencio.
Porque por todo el tiempo de su infancia, no tenemos sino estas palabras que nos informan de la conducta de la Virgen, de su piedad en el cuidado de su Hijo, de cosas que son dichas de él y cumplidas en El: "María conservaba consigo estos recuerdos y los meditaba en su corazón" (Lc 2,19). He aquí el estado y la ocupación de la Virgen, he aquí su ejercicio y su vida al cuidado de Jesús durante su santa infancia.
Es por deber que Bérulle habla 4.- A su ejemplo yo quisiera ser y vivir en silencio y conservarlo a su imitación. Pero yo no me poseo y debo conducirme según mis deberes y no según mis propios pensamientos. Mi deber y mi condición me obligan a hablarle, y entre nosotros yo no puedo hablar sino es de Jesús. El es nuestra vida, nuestra salud y lo que nos colma. Y ya que este santo tiempo, el tiempo propio del Verbo encarnado, está destinado a honrar su advenimiento y sus primeros misterios, consagro mi espíritu y mi lengua a un sujeto tan digno. Quiero hablarle de su advenimiento y de sus primeros pasos en el mundo. Porque soy deudor de todos; quiero hablar a todos, y hablaré a aquellos de los cuales me siento alejado, nos servirán como vías por las cuales los ausentes se hacen presentes, para hablarse mutuamente y entretenerse juntos.
El reinado de Dios sobre la tierra 5.- Yo os diría además que. el Consejo más grande que haya jamás habido en el secreto de la Divinidad, es el que el Padre eterno tuvo acerca de su Hijo para enviarlo al mundo. Se trata de un asunto de Estado; y el más grande asunto del mayor Estado que habrá jamás. Se trata de un asunto que trata del Estado del Hijo de Dios fuera del de su Padre. Se trata de un asunto acerca del estado del cielo y de la tierra, se trata de un asunto de Estado que tiene que ver con Dios mismo. En este negocio se trata del reinado de Dios: ya que Dios que reina en sí mismo y en su unidad propia quiere reinar fuera de sí mismo y en la diversidad de sus creaturas. Quiere llenar el cielo y la tierra de su grandeza, quiere establecer sobre la tierra un reinado celeste; quiere crear un reinado que debe romper y reunir todos los reinados del mundo; en un reinado, digo, que debe durar eternamente como él es eterno, ya que a un rey divino y eterno corresponde un reinado eterno y divino.
Ese reinado comienza en este misterio que porta el estado, y el estado eterno del Hijo de Dios hecho hombre, en medio de los ángeles y los hombres, a la vista de la tierra y del cielo, es el estado, la obra y el misterio donde Dios reina y por el cual él reina en sus creaturas. ¿Quién no adorará, quién no se arrebatará fuera de sí mismo ante la idea de tan gran Consejo para tan grande asunto? ¿Quién no se aplicará a un tema tan grande y universal, que concierne al envío del Hijo de Dios al universo para el bien del universo? Este envío es ordenado por el Padre eterno y acatado por su Hijo Unico; las dos primeras personas de la Divinidad. En este envío se trata de la Sabiduría increada pero encarnada; de- la Virtud del Padre, pero cubierta con nuestra debilidad; del Rey de los siglos pero nacido en el tiempo, del Señor de los ángeles, del Salvador de los hombres, pero hecho oprobio de los hombres y fugado a Egipto. El tema es común a todos y propio de todos: El es Altísimo pero se abaja a todos; tema grande, alto, inefable, pero útil a todos y aplicable a todos. Los sabios, los reyes, las gentes, los grandes y pequeños, los hombres y los ángeles, tienen parte en este tema; él es accesible (doméstico) a todos, y maldición eterna para todos aquellos a quienes les será extraño.
Estemos atentos a los designios de Dios Estemos entonces atentos a este objeto y hagámosle familiar a nuestros sentidos y a nuestro espíritu: nunca nos aplicaremos a cosa mas grande ni más útil, más alta ni más profunda ni sublime, más familiar ni más deliciosa. Veamos que el Hijo único de Dios, por voluntad del Padre viene al mundo para la salvación del mundo. En este grande y feliz viaje de una persona de tan grande estima y por un tan grande designio, ¿quién no estará atento a la menor circunstancia?, ¿quién tendrá nada de pequeño donde todo es tan grande, donde cada cosa por pequeña qué sea toca tan de cerca a la Divinidad misma?, ¿quién no observará con voluntad los pasos de aquel que llega y que es esperado por tantos siglos? ¿Cuál será el bienaventurado lugar donde tenga sus primeras moradas y su primer retiro? Estos eran los deseos de quien en el Cantar se interroga tan ansiosamente por el arribo, morada y los momentos de su bien amado: "Dime, entonces, ¿a quién ama tu corazón, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía?" (Cant 1,6). Ella lo buscaba, lo esperaba en el esplendor del mediodía, y él quería venir al alba y a la aurora de la mañana. Estos deben ser nuestros primeros cuidados y pensamientos. Este será también uno de los primeros temas de este discurso.
Humildad de Jesús 6.- El Hijo de Dios se anonada de cierta manera, y toma las prendas y el estado de Servidor, como ya ha tomado la naturaleza y el Padre quiere que en ese mismo abajamiento él permanezca en su calidad y dignidad de Hijo y de Soberano. Ya que el hijo se complace tanto en este abajamiento, el Padre le acuerda que le pida poder sobre el universo, ya que pedir es propio de su condición nueva y baja; y que le sea concedido, ya que es un poder que conviene a su condición natural y personal, a una humanidad deificada, es decir, elevada al seno de la divinidad. Jesús, entonces, se lo pide y lo recibe.
Aquel a quien ves tendido en un pesebre es el soberano del Universo, y recibe el poder y las patentes en esta cuna. Este, su poder, será pronto reconocido por hombres y ángeles, pastores y magos, en fin por todo el universo. Pero Jesús por una humildad constante y nueva, recibiendo el nuevo derecho de este poder, se priva al mismo tiempo de su uso, para salvación de los hombres y gloria de su Padre. Esta privación es tanto más alta cuanto va unida a una dignidad tan grande. Y no obstante este poder suyo, habita en el establo, en el pesebre, entre el buey y el asno, tan perseverante en su abajamiento como es perseverante en su grandeza: ya que el uno va unido a la otra, ninguno es anulado por el otro.
La alianza del Hijo de Dios con nuestra naturaleza 7.- El viaje está señalado: es el Padre Eterno quien lo ordena y envía a "aquel que debe venir". Es su propio Hijo quien viene y es enviado por El: las dos Primeras Personas de la Divinidad. ¿Quién no será curioso para observar los pasos y paradas de aquel que es tan deseado, tan esperado, y cuyo advenimiento tan saludable? ¿Quién no estará deseoso de contemplarle en su advenimiento y observar sus primeros pasos en este viaje bienaventurado?
Al venir al mundo da sus primeros pasos en Nazaret. El Hijo Unico de Dios que viene al Universo, por el cielo y la tierra, los ángeles y los hombres, y toda creatura, queriendo sin embargo hacerse hombre e Hijo del Hombre, y no ángel; quiere también comenzar a unir, no en el cielo sino en la tierra, no entre los ángeles, sino entre los hombres. Mira desde lo más alto del cielo la redondez de la tierra y escoge este hemisferio para nacer allí y poner allí su morada. Dentro de ese hemisferio mira la Judea, como su tierra donde habita su nombre, es conocido como la tierra donde habita su pueblo que le sirve y espera, pueblo del cual y en medio del cual quiere nacer, en la Judea y en la Galilea. Su primer paso es en Nazaret y su primera morada es la Virgen de Nazaret.
Es el primer paso del Hijo de Dios que viene al mundo, es su primera morada tomar carne de la Virgen y reposar en su vientre por nueve meses cumplidos. Allí El se da a la naturaleza; Dios está aquí enclaustrado en el seno de la Virgen, y la tierra no toma aquí parte alguna.
Está más en la Virgen que vive sobre la tierra que sobre la tierra, porque sólo la Virgen toma parte aquí y no forma todavía parte distinta y separada de ella.
Es necesario pasar adelante y avanzar en este viaje. Señalemos cuál será el segundo paso del Hijo de Dios en este mundo: se trata de Belén, que pasando Galilea en la tierra de Judá en la ciudad de David; El se hará visible a nuestros ojos y se expondrá a la vista y al gozo de su pueblo; los ángeles se rinden a sus píes, los pastores acuden y los reyes se acercan 1 .
Traducción del francés: Alfredo Draxl.
Tomado de la Revista «Vida y Espiritualidad» (VE), n. 9 (enero-abril 1988), pp. 61-72.
Selección: José Gálvez Krüger
Fuente: Biblioteca Electrónica Cristiana
1
En la edición de 1644, una nota lleva simplemente esta mención: “Este discurso no está terminado”.
En su encíclica Redemptoris Mater al hablar del sentido del Año Mariano, decía S.S. Juan Pablo II que "deberá promover también una nueva y profunda lectura de cuanto el Concilio ha dicho sobre la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia" (n. 48). Pero no se trata de una mera lectura de los textos conciliares, en cuanto doctrinales, "se trata aquí no sólo de la doctrina de fe, sino también de la vida de fe y, por tanto, de la auténtica "espiritualidad mariana” considerada a la luz de la Tradición y, de modo especial de la espiritualidad" (ig.).
Para realizar esta renovación, el santo Padre exhortaba a recurrir a lo que llama "fuente riquísima": "la experiencia histórica de las personas y de las diversas comunidades cristianas, que viven entre los distintos pueblos y naciones de la tierra" (ig.). El contacto con esa fuente ha de enriquecer la vida de piedad filial mariana de todo el pueblo de Dios.
Buscando hacerse eco de esta iniciativa del Romano Pontífice, la revista "Vida y Espiritualidad" publica en esta ocasión un texto, inédito en español, del gran maestro de la escuela francesa de espiritualidad Cardenal Pedro de Bérulle.
El Cardenal Pedro de Bérulle (1575-1629) es una figura de suma importancia para la vida de la Iglesia en su tiempo. Difícil sería hacer justicia a todos los aspectos de su actuación. Fundador del Oratorio de Francia, es también él quien introduce el carmelo teresiano en su patria y participa en la reforma de diversas familias religiosas. No se puede olvidar su labor en la reforma de la formación sacerdotal, buscando hacer efectivas las prescripciones del Concilio de Trento.
Pero parece indudable que la trascendencia de la figura de Pedro de Bérulle se debe ante todo a su labor como escritor. Aunque buena parte de su obra escrita son sus brillantes polémicas contra la herejía lo que más destaca son sus escritos espirituales. Resulta sintomático que sea un escrito sobre la abnegación, el “Breve discurso sobre la abnegación interior” el primero publicado por nuestro autor a la precoz edad de 18 años. También su último escrito publicado, fruto maduro aunque inconcluso, es un tratado de doctrina espiritual, “La vida de Jesús”; que sólo logró comenzar pues abarca tan sólo el designio de la Encarnación y algunas de sus circunstancias, sin llegar a exponer el nacimiento.
Igualmente sintomático del pensamiento berulliano es que esta última obra contenga algunos de los más bellos pasajes mariológicos del autor. Este hijo piadosísimo de la Madre del Redentor había de cerrar su labor de escritor con un himno de amor a Aquella que, para de Bérulle, era inseparable de su Hijo, el Verbo hecho carne en el seno de María. Toda la doctrina mariana del Fundador del Oratorio de Francia gira, en efecto, en torno al misterio de la Encarnación, que es también el núcleo de su doctrina espiritual. Si todo el sistema de quien fuera llamado "Apóstol del Verbo Encarnado" se caracteriza por su cristocentrismo, esto vale también para su aproximación a la Madre del Verbo Encarnado.
La Encarnación —según insiste de Bérulle a lo largo de toda su obra y en especial en su trabajo más importante, el "Discurso sobre el estado y las grandezas de Jesús"— ha cambiado radicalmente las relaciones entre Dios y el hombre. La realidad del pecado había roto el vínculo entre Dios y el hombre. Solamente a través del bautismo, incorporándose a Cristo, es posible volver a relacionarse con Dios. La actitud interna que corresponde a esa incorporación la llama Bérulle adherencia: el hombre debe esforzarse conscientemente por conformar toda su vida interior con la vida interior de Jesús, con los estados del Verbo Encarnado. Entre estos estados, el de Hijo de María tiene un rol particular: "no podemos conocer al Hijo de Dios solo, sino al Hijo de Dios con su Madre, no podemos unirnos al Hijo de Dios solo sino al Hijo de Dios y a su Madre juntos".
El texto que presentamos, tomado de "Obras de Piedad”, es una hermosa reflexión, que partiendo del misterio del silencio de Jesús y de María, conduce a una meditación cristológica sobre la Encarnación. A partir de la riqueza de su doctrina y piedad mariana, el texto permite una aproximación a las líneas fundamentales de la visión beruliana de la vida cristiana.
El silencio de Jesús 1.- Mientras que el Hijo de Dios se encuentra en silencio e incluso en impotencia de hablar de su infancia, debemos hablar por él, y lo debemos hacer, tanto más voluntariosamente cuanto es que, es por nosotros que se halla en este humilde estado de silencio y de impotencia, porque por su propio ser y por su nacimiento eterno, El es el Poderío, la Palabra y la Sabiduría de su Padre. Reconociendo entonces lo que El es en la Divinidad, contemplemos lo que se digna ser en nuestra humanidad, y veamos cuánto será el poderío de su amor y la grandeza de su bondad que le han reducido a este estado de pequeñeces y de impotencia. Adoremos, admiremos un estado tan abyecto y un ser tan grande y una tal debilidad y un tal poder.
2.- Me gustaría mucho más oír hablar de Jesús, que hablar de El: este estado de silencio que veo en Jesús me arrebata y me atrae en silencio, como veo también que arrebató entonces y atrajo en silencio a su Muy Santa Madre. Elegiría con mayor voluntad estar en compañía de - Jesús y de María, en su silencio, que con todo el resto del cielo y de la tierra, que incluso con todos aquellos que, en provecho del Evangelio, hablan tan elevada y divinamente de las maravillas que han acontecido en esos días. Ese silencio sacralizado es más propio para honrar cosas tan grandes y tan profundas, y para reverenciar dignamente las grandezas ocultas de Jesús en sus abajamientos, su dignidad velada por nuestra humanidad, sin poder y sabiduría increadas, cubiertas por la impotencia y la puerilidad que nuestros ojos perciben.
El silencio de la Virgen 3.- Así es también la participación de la Virgen en este tiempo santo de permanecer en silencio: es su estado; es su camino, es su vida. Su vida es una vida de silencio que adora la Palabra Eterna. Viendo delante de sus ojos, en su seno, en sus brazos a esta misma Palabra, la Palabra sustancial del Padre, ser enmudecida y seducida al silencio por el estado de su infancia, ella entra en un nuevo silencio y es allí transformada a ejemplo del Verbo Encarnado que es el Hijo, su Dios y su único amor. Su vida transcurre así de silencio en silencio, de silencio de adoración a silencio de transformación, su espíritu y sus sentidos cooperan igualmente en formar y perpetuar en ella esta vida de silencio.
Sin embargo, un sujeto tan grande, tan presente y tan propio a ella sería muy digno de sus palabras y de sus alabanzas. ¿A quién pertenece más Jesús que a María, que es su Madre? Y, esto que no conviene sino a ella, ella es su Madre sin padre en la tierra, como Dios es su Padre sin madre en el Cielo. ¿Quién entonces tiene más derecho de hablar que Ella, que Ella que le hace de padre y de madre a la vez, y no comparte con nadie la nueva substancia de la cual El la ha revestido? ¿Quién conoce mejor el estado, las grandezas, los abajamientos de Jesús que María, en quien El ha reposado nueve meses y de la cual ha tomado ese pequeño cuerpo que cubre el esplendor de la divinidad, como una nube ligera que tapa un sol, y como un velo delicado que nos oculta el verdadero santuario? ¿Quién hablaría más dignamente, más altamente, más divinamente de cosas tan grandes, tan profundas, tan divinas, que aquella que es la Madre del Verbo Eterno, en la cual y por la cual estas cosas incluso han acontecido y que es la única persona que la Trinidad ha escogido y adherido a sí para operar estas maravillas?
Y, sin embargo, ella está en silencio, arrebatada por el silencio de su Hijo Jesús. Es uno de los efectos sagrados y divinos el introducir a la muy Santa Madre de Jesús en una vida de silencio, silencio humilde, profundo, adorando más santamente y más elocuentemente la Sabiduría encarnada que las palabras de los hombres o de los ángeles. Este silencio de la Virgen no es un silencio de balbuceo y de impotencia, es un silencio de luz y de arrobamiento, es un silencio más elocuente en las alabanzas a Jesús, que la elocuencia misma. Es un efecto poderoso y divino en el orden de la gracia, es decir, un silencio operado por el silencio de Jesús que imprime este divino efecto en su Madre, que la atrae a sí en su propio silencio, y que absorbe en su divinidad toda palabra y pensamiento de su creatura.
Jesús y María solos en el silencio Así también es una maravilla el ver que en esta etapa de silencio y de infancia de Jesús, todo el mundo hable y María no diga palabra: el silencio de Jesús tiene mucho más poder para tenerlo en un silencio sagrado que las palabras de los ángeles y de los santos. No tienen la fuerza de traerla a conversación y hacerla hablar de cosas tan dignas y laudables que el cielo y la tierra unánimemente celebran y adoran. Los ángeles hablan allí, y entre ellos mismos y con los pastores, y María está en silencio. Los pastores corren y hablan; María está en reposo y en silencio. Llegan los reyes, hablan y hacen hablar a toda la ciudad, todo el Estado, todo el Sacro Sínodo de Judea; María está en retiro y en silencio. Todo el estado está conmovido, cada uno se asombra y habla del nuevo Rey buscado por los reyes; María se encuentra en tranquilidad y en su sagrado silencio. Simeón habla en el Templo y Ana la profetisa y todos aquellos que esperan la salvación de Israel; María ofrece, da, recibe, lleva a su hijo en silencio: tan así tiene el silencio de Jesús, el poder y la impresión secreta sobre el espíritu y el corazón de la Virgen y la tiene poderosamente y divinamente ocupada y arrebatada en silencio.
Porque por todo el tiempo de su infancia, no tenemos sino estas palabras que nos informan de la conducta de la Virgen, de su piedad en el cuidado de su Hijo, de cosas que son dichas de él y cumplidas en El: "María conservaba consigo estos recuerdos y los meditaba en su corazón" (Lc 2,19). He aquí el estado y la ocupación de la Virgen, he aquí su ejercicio y su vida al cuidado de Jesús durante su santa infancia.
Es por deber que Bérulle habla 4.- A su ejemplo yo quisiera ser y vivir en silencio y conservarlo a su imitación. Pero yo no me poseo y debo conducirme según mis deberes y no según mis propios pensamientos. Mi deber y mi condición me obligan a hablarle, y entre nosotros yo no puedo hablar sino es de Jesús. El es nuestra vida, nuestra salud y lo que nos colma. Y ya que este santo tiempo, el tiempo propio del Verbo encarnado, está destinado a honrar su advenimiento y sus primeros misterios, consagro mi espíritu y mi lengua a un sujeto tan digno. Quiero hablarle de su advenimiento y de sus primeros pasos en el mundo. Porque soy deudor de todos; quiero hablar a todos, y hablaré a aquellos de los cuales me siento alejado, nos servirán como vías por las cuales los ausentes se hacen presentes, para hablarse mutuamente y entretenerse juntos.
El reinado de Dios sobre la tierra 5.- Yo os diría además que. el Consejo más grande que haya jamás habido en el secreto de la Divinidad, es el que el Padre eterno tuvo acerca de su Hijo para enviarlo al mundo. Se trata de un asunto de Estado; y el más grande asunto del mayor Estado que habrá jamás. Se trata de un asunto que trata del Estado del Hijo de Dios fuera del de su Padre. Se trata de un asunto acerca del estado del cielo y de la tierra, se trata de un asunto de Estado que tiene que ver con Dios mismo. En este negocio se trata del reinado de Dios: ya que Dios que reina en sí mismo y en su unidad propia quiere reinar fuera de sí mismo y en la diversidad de sus creaturas. Quiere llenar el cielo y la tierra de su grandeza, quiere establecer sobre la tierra un reinado celeste; quiere crear un reinado que debe romper y reunir todos los reinados del mundo; en un reinado, digo, que debe durar eternamente como él es eterno, ya que a un rey divino y eterno corresponde un reinado eterno y divino.
Ese reinado comienza en este misterio que porta el estado, y el estado eterno del Hijo de Dios hecho hombre, en medio de los ángeles y los hombres, a la vista de la tierra y del cielo, es el estado, la obra y el misterio donde Dios reina y por el cual él reina en sus creaturas. ¿Quién no adorará, quién no se arrebatará fuera de sí mismo ante la idea de tan gran Consejo para tan grande asunto? ¿Quién no se aplicará a un tema tan grande y universal, que concierne al envío del Hijo de Dios al universo para el bien del universo? Este envío es ordenado por el Padre eterno y acatado por su Hijo Unico; las dos primeras personas de la Divinidad. En este envío se trata de la Sabiduría increada pero encarnada; de- la Virtud del Padre, pero cubierta con nuestra debilidad; del Rey de los siglos pero nacido en el tiempo, del Señor de los ángeles, del Salvador de los hombres, pero hecho oprobio de los hombres y fugado a Egipto. El tema es común a todos y propio de todos: El es Altísimo pero se abaja a todos; tema grande, alto, inefable, pero útil a todos y aplicable a todos. Los sabios, los reyes, las gentes, los grandes y pequeños, los hombres y los ángeles, tienen parte en este tema; él es accesible (doméstico) a todos, y maldición eterna para todos aquellos a quienes les será extraño.
Estemos atentos a los designios de Dios Estemos entonces atentos a este objeto y hagámosle familiar a nuestros sentidos y a nuestro espíritu: nunca nos aplicaremos a cosa mas grande ni más útil, más alta ni más profunda ni sublime, más familiar ni más deliciosa. Veamos que el Hijo único de Dios, por voluntad del Padre viene al mundo para la salvación del mundo. En este grande y feliz viaje de una persona de tan grande estima y por un tan grande designio, ¿quién no estará atento a la menor circunstancia?, ¿quién tendrá nada de pequeño donde todo es tan grande, donde cada cosa por pequeña qué sea toca tan de cerca a la Divinidad misma?, ¿quién no observará con voluntad los pasos de aquel que llega y que es esperado por tantos siglos? ¿Cuál será el bienaventurado lugar donde tenga sus primeras moradas y su primer retiro? Estos eran los deseos de quien en el Cantar se interroga tan ansiosamente por el arribo, morada y los momentos de su bien amado: "Dime, entonces, ¿a quién ama tu corazón, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía?" (Cant 1,6). Ella lo buscaba, lo esperaba en el esplendor del mediodía, y él quería venir al alba y a la aurora de la mañana. Estos deben ser nuestros primeros cuidados y pensamientos. Este será también uno de los primeros temas de este discurso.
Humildad de Jesús 6.- El Hijo de Dios se anonada de cierta manera, y toma las prendas y el estado de Servidor, como ya ha tomado la naturaleza y el Padre quiere que en ese mismo abajamiento él permanezca en su calidad y dignidad de Hijo y de Soberano. Ya que el hijo se complace tanto en este abajamiento, el Padre le acuerda que le pida poder sobre el universo, ya que pedir es propio de su condición nueva y baja; y que le sea concedido, ya que es un poder que conviene a su condición natural y personal, a una humanidad deificada, es decir, elevada al seno de la divinidad. Jesús, entonces, se lo pide y lo recibe.
Aquel a quien ves tendido en un pesebre es el soberano del Universo, y recibe el poder y las patentes en esta cuna. Este, su poder, será pronto reconocido por hombres y ángeles, pastores y magos, en fin por todo el universo. Pero Jesús por una humildad constante y nueva, recibiendo el nuevo derecho de este poder, se priva al mismo tiempo de su uso, para salvación de los hombres y gloria de su Padre. Esta privación es tanto más alta cuanto va unida a una dignidad tan grande. Y no obstante este poder suyo, habita en el establo, en el pesebre, entre el buey y el asno, tan perseverante en su abajamiento como es perseverante en su grandeza: ya que el uno va unido a la otra, ninguno es anulado por el otro.
La alianza del Hijo de Dios con nuestra naturaleza 7.- El viaje está señalado: es el Padre Eterno quien lo ordena y envía a "aquel que debe venir". Es su propio Hijo quien viene y es enviado por El: las dos Primeras Personas de la Divinidad. ¿Quién no será curioso para observar los pasos y paradas de aquel que es tan deseado, tan esperado, y cuyo advenimiento tan saludable? ¿Quién no estará deseoso de contemplarle en su advenimiento y observar sus primeros pasos en este viaje bienaventurado?
Al venir al mundo da sus primeros pasos en Nazaret. El Hijo Unico de Dios que viene al Universo, por el cielo y la tierra, los ángeles y los hombres, y toda creatura, queriendo sin embargo hacerse hombre e Hijo del Hombre, y no ángel; quiere también comenzar a unir, no en el cielo sino en la tierra, no entre los ángeles, sino entre los hombres. Mira desde lo más alto del cielo la redondez de la tierra y escoge este hemisferio para nacer allí y poner allí su morada. Dentro de ese hemisferio mira la Judea, como su tierra donde habita su nombre, es conocido como la tierra donde habita su pueblo que le sirve y espera, pueblo del cual y en medio del cual quiere nacer, en la Judea y en la Galilea. Su primer paso es en Nazaret y su primera morada es la Virgen de Nazaret.
Es el primer paso del Hijo de Dios que viene al mundo, es su primera morada tomar carne de la Virgen y reposar en su vientre por nueve meses cumplidos. Allí El se da a la naturaleza; Dios está aquí enclaustrado en el seno de la Virgen, y la tierra no toma aquí parte alguna.
Está más en la Virgen que vive sobre la tierra que sobre la tierra, porque sólo la Virgen toma parte aquí y no forma todavía parte distinta y separada de ella.
Es necesario pasar adelante y avanzar en este viaje. Señalemos cuál será el segundo paso del Hijo de Dios en este mundo: se trata de Belén, que pasando Galilea en la tierra de Judá en la ciudad de David; El se hará visible a nuestros ojos y se expondrá a la vista y al gozo de su pueblo; los ángeles se rinden a sus píes, los pastores acuden y los reyes se acercan 1 .
Traducción del francés: Alfredo Draxl.
Tomado de la Revista «Vida y Espiritualidad» (VE), n. 9 (enero-abril 1988), pp. 61-72.
Selección: José Gálvez Krüger
Fuente: Biblioteca Electrónica Cristiana
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En la edición de 1644, una nota lleva simplemente esta mención: “Este discurso no está terminado”.
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