Tanto en la cultura judía como en las paganas circundantes se consideraban ciertos montes como lugares donde habitaba o se comunicaba la divinidad. Así, entre los judíos, el monte Sión era el lugar del templo, supuesto punto de contacto de Dios con el pueblo; las revelaciones de Dios a Moisés (Éx 13,3, etc.) y a éste con los ancianos (Éx 24,9-11) tuvieron lugar en el monte Sinaí. De ahí que “el monte” adquiriera un significado teológico. También los cultos paganos se practicaban en montes o alturas, como consta por las denuncias de los profetas (Cf Is 65,7; Jr 3,6.23; OS 4,13). En el AT, “el monte” o “la montaña” dan el sentido de la proximidad de Dios y son el lugar que Dios elige para manifestarse o desde donde despliega su actividad.
En la misma línea, cuando los evangelistas mencionan “el monte”, determinado, pero sin nombre ni localización precisa, no pretenden hablar tanto de un monte real cuanto del lugar de la presencia y acción divinas. Sin embargo, hay que distinguir entre el simbolismo del “cielo” (en Mc, “los cielos”, forma plural y articulada) y el del monte: “El cielo” designa la morada de Dios, es decir, simboliza la excelencia e invisibilidad de la esfera divina y, de ahí, la trascendencia de Dios.
“El monte”, figura terrena, cuando está en relación con Jesús, denota la esfera divina en contacto con la historia humana. Se descubre a menudo la oposición a los dos montes peculiares del judaísmo: el monte Sión, lugar del templo, y el monte Sinaí, lugar de la promulgación de la Ley y de la constitución del pueblo.
Por eso en “el monte” se realizan acciones de gran significado, que están en conexión con la esfera divina. En Mt 5, 1s, Jesús, que va a promulgar el código de la nueva alianza, sube al monte como Moisés al Sinaí y habla desde el monte como hizo allí Dios. Se tiene, pues, la figura del Hombre-Dios que promulga su propia alianza (cf. Mt 26,28: “ésta es la sangre de la alianza mía”). Pero, en oposición a la del Sinaí, esta alianza está destinada a toda la humanidad.
En Mc 3,13 (par. Lc 6,12), Jesús sube al monte para constituir el nuevo Israel, representado por los Doce, en paralelo con la formación del antiguo pueblo en el monte Sinaí. Como en Mt 5,1s, la subida al monte como Moisés y la actuación desde el monte con autoridad divina, dibujan en Mc 3,13ss la figura del Hombre-Dios.
En Jn 6,3, una vez “atravesado el mar” (6,1), figura del éxodo y de la liberación de la opresión de Egipto, en ocasión de la Pascua de los judíos (6,4). Jesús sube al monte y se queda sentado allí: va a proponer su alternativa, el principio fundacional de la nueva humanidad: la solidaridad por el amor. Los discípulos están en el monte con Jesús: la esfera de Dios está abierta. Después del reparto de los panes, cuando se proponen hacerlo rey, Jesús sube de nuevo al monte, solo (6,15). Se notará el paralelo con Moisés; con motivo de la alianza, éste subió al monte dos veces: la primera vez, aunque llegó él solo a la presencia de Dios, subió acompañado por los notables (Éx 24,1-2.9.12); la segunda, después de la idolatría del becerro de oro, subió solo (Éx 34,3).
Un caso semejante se verifica en Mc 6,46 y Mt 14,23, donde Jesús, ante la incomprensión de los discípulos en el episodio de los panes (cf. Mc 6,52), sube al monte a orar.
En Mc 9,3 par., la excelencia e importancia de la revelación a los discípulos que va a verificarse explican la denominación “un monte alto” para el de la transfiguración. En Mt 28,16, el encargo de la misión universal se hace también en “el monte”, situado en Galilea, tierra fronteriza con el mundo pagano.
La denominación “el monte de los Olivos” (Mc 11,1; 13,3; 14,26) es restrictiva; su conexión particular con Jerusalén muestra que, en este caso, el contacto de la esfera divina con la humana concierne solamente a Israel (cf. Zac 14,4) y, en particular, al templo (Mc 13,3: “Mientras estaba él sentado en el monte de los Olivos, enfrente del templo”).
Marcos distingue “el monte” y “el monte de los Olivos”, ambos en relación con Jesús, de otros “montes”: los de Gerasa (5,5.11), el de Jerusalén (11,23). Los de Gerasa podrían aludir a un culto pagano, y el plural “montes”, a una pluralidad de dioses; el de 11,23, “el monte ese”, designa el monte del templo, es decir, la institución judía en cuanto teocrática, aunque hubiese perdido todo derecho a asumir tal carácter.
El “monte altísimo” de la tercera tentación de Jesús (Mt 4,8) indica la soberbia del poder (Satanás), que pide el homenaje de Jesús, arrogándose la suprema condición divina.
El origen de estos símbolos, el cielo y el monte, se encuentra en la asociación instintiva de la excelencia con la altura.
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