SUMARIO: I. Algunos
elementos fundamentales del concepto "cultura": 1. El final de un mito; 2.
Un nuevo concepto de cultura - II. Orientaciones culturales actuales que
influyen en la liturgia: 1. El cambio antropológico; 2. La conciencia histórica;
3. La mentalidad científica - III. Distintos enfoques del fenómeno cultual: 1.
La teoría de la autonomía; 2. La teoría de la instrumentalidad; 3. La teoría
simbólica - IV. Perspectivas pastorales - V. Conclusión.
Esta contribución al tema cultura y liturgia no puede leerse aisladamente. Supone otras voces de corte más específicamente litúrgico, con las cuales nuestra presentación se encuentra en tensión dialéctica, sin renegar de contenidos y realidades que son propios de la liturgia de la iglesia, pero intentando repensarlos desde un cuestionamiento a partir de algunos parámetros culturales de nuestro tiempo.
I. Algunos elementos fundamentales del concepto "cultura"
lI. Orientaciones culturales actuales que influyen en la liturgia
III. Distintos enfoques del fenómeno cultual
IV. Perspectivas pastorales
V. Conclusión
Esta contribución al tema cultura y liturgia no puede leerse aisladamente. Supone otras voces de corte más específicamente litúrgico, con las cuales nuestra presentación se encuentra en tensión dialéctica, sin renegar de contenidos y realidades que son propios de la liturgia de la iglesia, pero intentando repensarlos desde un cuestionamiento a partir de algunos parámetros culturales de nuestro tiempo.
I. Algunos elementos fundamentales del concepto "cultura"
1. EL FINAL DE UN
MITO. El nacimiento de la -> antropología cultural es más bien reciente. Entre todas las
ciencias, es la última y la más joven. Característica de este nuevo sector del
saber es la elaboración de un concepto de cultura notablemente distinto
del de la tradición clásica y humanística. Para esa tradición, cultura es
sinónimo de amplitud de conocimientos y de nociones. Es hombre de cultura
quien sabe mucho y bien; no es culto el que sabe poco o nada. Y por
saber se entiende el saber lógico-racional, abstracto, vinculado a la esfera
del entendimiento, con exclusión de lo perteneciente al ámbito de lo emocional,
de lo ético y lo praxológico. Así, se pensaba
que había hombres cultos y hombres incultos, pueblos provistos de gran cultura y
otros de escasa. Esta concepción reductiva procedía de la pretendida
superioridad de Occidente, que se tomaba a sí misma como parámetro de valoración
de toda otra manifestación antropológica. Y puesto que Occidente ha privilegiado
siempre al logos griego, de ello se siguió la infravaloración de las
otras formas de vida, de pensamiento y de acción. Esta idea de cultura ha hecho
crisis por los estudios de etnología y por la actitud crítica de no pocos
pensadores que, a comienzos de siglo, empezaron a mirar con ojos menos
prevenidos y más respetuosos las formas de pensamiento y comportamiento de otras
poblaciones, tanto antiguas como contemporáneas.
2. UN NUEVO CONCEPTO DE CULTURA. La progresiva, aunque lenta, superación del mito eurocéntrico ha llevado a
los estudiosos a una definición nueva de cultura. Si bien hasta el
presente no existe ninguna definición en la que estén todos de acuerdo', para la
mayor parte de los estudiosos tienen importancia los siguientes elementos:
a) Lo cultural no se refiere sólo
a lo racional. No sólo el pensamiento, sino toda
práctica (desde hablar hasta preparar los alimentos, construir casas, cultivar
campos, erigir templos, orar a la divinidad, etc.) pertenece al ámbito de lo
cultural, como su causa y efecto. Desde este punto de vista está claro que
también la liturgia es un fenómeno cultural.
b) Lo cultural no se opone a lo natural.
No se da primeramente un hombre natural y a
continuación un hombre cultural. En realidad existe siempre y sólo un
hombrecultural, es decir, culturalizado, que resulta de una interrelación
constante entre su dimensión biofísica y el ambiente del que es al mismo
tiempo creador y criatura, causa y efecto. El mítico período de una época
natural, si existe en la literatura y en el campo de la fantasía, ciertamente
no existe en el de la realidad. Sentimientos, amor, alegría, dolor, etc., son
realidades culturales. Los mismos conceptos de Dios,
de sagrado, de fe son comprensibles solamente a través del complejo aparato de
modelos culturales más o menos conscientes. También a este nivel es fácil
comprender cómo y por qué la liturgia está vinculada a la cultura: símbolos,
ritos, textos eucológicos no nacen de la nada, sino que se desarrollan dentro
de estructuras más amplias, que son las típicas de una determinada forma de
pensamiento y de acción, de modelos y de prácticas.
c) Lo cultural es antropogenético.
La cultura no es un accesorio del que se
puede prescindir: ella crea al hombre, le da el ser, es antropo-genética.
Valores, creencias, actitudes, emociones, reacciones, comportamientos,
criterios de juicio, tipos de relación, instrumentos interpretativos, canales
selectivos, módulos comunicacionales, etcétera, son engendrados por la
cultura. Si es, pues, verdad que el hombre hace la cultura, más verdad es
todavía que la cultura hace al hombre (círculo antropo-genético): "Sin hombres
no hay cultura, ciertamente; pero igualmente, y más significativamente, sin
cultura no hay hombres"'. Más aún: "llegar a ser hombre significa llegar a ser
individuo; y nosotros adquirimos la individualidad bajo la guía de módulos
culturales, de sistemas de significado históricamente creados,
en cuyos términos damos forma, orden, sentido y dirección a nuestra vida'''.
También aquí salta a la vista la relación profunda entre liturgia y cultura;
también aquélla contribuye a crear un tipo de hombre, ofrece motivaciones y
valores, indica perspectivas y abre horizontes de trascendencia y fraternidad.
d) Lo cultural es revelador del hombre.
La respuesta a la pregunta: "¿Qué es el hombre?", no puede
darse en abstracto, basándose simplemente en principios preconcebidos, sino
pasando por el análisis de las diversas instituciones y modelos que a lo largo
de la historia van apareciendo. La cultura es el único terreno de lectura, de
interpretación y de comprensión del hombre; el lugar privilegiado de la
manifestación de su identidad. Ciertamente siguen siendo posibles una
antropología teológica y una antropología filosófica, pero sobre la base de
datos culturales leídos hermenéuticamente (no eludidos bajo pretexto de
trascenderlos). A este nivel es donde el comportamiento litúrgico y
celebrativo manifiesta toda su riqueza, no sólo en el campo de la teología,
sino en todo el arco cultural: entre todas las prácticas culturales, la
cultual, más que cualquiera otra, pretende desvelar el misterio último del
hombre, el enigma de su realidad: partner de Dios mismo en un diálogo
de amor, llamado a ser y actuar como su imagen y semejanza (Gén 1,26).
e) Lo cultural no es unívoco.
No existe una sola cultura, sino muchas; tantas
cuantos son los grupos humanos, ya sea diacrónica, ya sincrónicamente
considerados. La pretensión de un mono-culturalismo es inadmisible. La
pluralidad de las culturas, teóricamente multiplicable al infinito, testifica
a favor de una inagotable plasticidad delhombre. Las culturas, como las
lenguas, pueden ser tantas cuantos sean los códigos que las definen, es decir,
las convenciones y las reglas que explícitamente y (todavía más)
implícitamente establecen sus posibilidades y límites. También a este nivel
son claras las relaciones entre liturgia y cultura. En efecto, el fenómeno
cultual, como cualquier otro fenómeno cultural, no se da nunca bajo ropaje
unívoco (de hecho tenemos una liturgia copta, ortodoxa, siríaca, ambrosiana,
latina, galicana, hispana, etc.). No sólo esto: la liturgia, como la lengua,
puede traducirse en una multiplicidad de formas y de modelos prácticamente
infinitos. De aquí la inaceptabilidad del fixismo y del inmovilismo ritual y
la conveniencia de la t creatividad litúrgica, de la cual, por lo demás, el
Vat. II ha puesto las premisas
[t Adaptación].
f) Lo cultural es siempre estructural.
La cultura se presenta como conjunto de elementos
dispuestos no al azar o como simple conglomerado, sino estructuralmente, es
decir, según la lógica de la estructura. Esto significa que, en toda cultura,
el detalle debe ser comprendido a la luz del conjunto global, y que cada
globalidad (la cultura) es algo más, algo distinto de la suma de los
particulares. También esta ley tiene aplicación en el campo de la liturgia. Lo
litúrgico, que es un momento de lo cultural, no puede ser comprendido en sí
mismo, sino dentro del arco teológico, y éste dentro del cultural. Un tratado
sobre los sacramentos que no tuviese en cuenta el ambiente cultural en que
deben celebrarse sería reductivo y podría exponer al lector a una serie de
equívocos. La ley de la estructura tiene todavía otra cosa importante que
decir: todo cambio que se realiza en unpunto de la cultura, por insignificante
que sea, se refleja en la totalidad del sistema, llamado entonces a
reestructurarse globalmente. Por seguir en el campo de la teología: un cambio
registrado en las ciencias humanas, políticas o económicas no puede menos de
reflejarse también en las ciencias religiosas. De lo contrario, éstas se
condenarían a la marginación. Este ha sido y es el drama de la teología
occidental a partir del renacimiento.
g) Lo cultural está siempre expuesto al riesgo de convertirse
en manipulador, según como en ello esté distribuido el poder.
Cuanto más dividido y participado sea el
poder, tanto más disminuye el riesgo de una cultura de ser manipulativa;
cuanto más esté el poder en las manos de pocos, mayor probabilidad hay de que
la cultura se convierta en ideología, instrumento de dominio y de explotación
de una minoría sobre la mayoría. La toma de conciencia de la dimensión
manipuladora de una cultura, y por tanto de la carga alienante de que con
frecuencia se revisten las instituciones (escolarización, educación, prensa,
propaganda, moda, deporte, etc.), ha acabado con el mito de la bondad
automática de la cultura, y ha favorecido la exigencia de un uso crítico de
las mediaciones culturales y de una más equitativa distribución del poder
entre todos los que componen el grupo cultural. Este razonamiento, según
algunos, tocaría de cerca a la liturgia: también ella, como cualquier otro
fenómeno cultural, si se desarrollara de manera verticalista, podría hacerse
manipulativa e ideológica. Quede de momento la
sugerencia de que la liturgia como ideología es un capítulo que necesita ser
estudiado
lI. Orientaciones culturales actuales que influyen en la liturgia
Si la cultura es el conjunto de valores, creencias, propuestas, modelos,
instituciones y estructuras con los que un grupo humano traduce y comunica el
propio modo de acercarse a la realidad, de captar sus múltiples aspectos y de
establecer sus conexiones, hay que preguntarse cuáles son hoy las orientaciones
culturales fundamentales que influyen sobre la liturgia. Pienso que pueden
reducirse a tres.
1. EL CAMBIO
ANTROPOLÓGICO. Es la tendencia,
cada vez más marcada e irreversible, a poner en el centro de la investigación y
de la reflexión al hombre con su realidad, sus necesidades y su subjetividad.
La colocación del hombre en el centro de las elaboraciones culturales y la
reivindicación de su prioridad no infravaloran ni niegan las otras dimensiones
(teológicas, éticas, institucionales, etc.), sino que las reconducen a sus
exactas proporciones y perspectivas: no se trata de categorías a priori
que ab aeterno se impongan y determinen al hombre, su historia, sus
proyectos y sus realizaciones, sino de expresiones complejas y polimorfas, que
periódicamente elaboran las colectividades desde su propio ser para responder a
los interrogantes de su carne, que el creyente sabe habitada por el
Espíritu de Dios. La cultura contemporánea, aunque caótica y
contradictoriamente, alberga el sueño de querer liberar al hombre del peso de
fardos culturales inútiles para introducirlo en una nueva tierra de libertad. Es
un sueño que se estrella contra muros ciclópeos de alienación y de represiones
pluriseculares, pero que cada vez se hace más movimiento e
historia. El marxismo, el neomarxismo, el existencialismo, la fenomenología, el
radicalismo, la psicología, las reivindicaciones de una nueva racionalidad y una
nueva subjetividad; el rechazo de la misma proyectividad por parte de muchos,
sobre todo jóvenes; la exigencia de la mística y de la meta-racionalidad...,
todo esto esconde, bajo su superficie, la afirmación del primado de la
subjetividad sobre la objetividad, de la persona sobre el principio, del "hombre
sobre el sábado".
Estas orientaciones se reflejan también en la liturgia: se advierte la necesidad
de dejar en ella mayor espacio al hombre. Por eso. hoy algunos estudiosos
comienzan a hablar de antropología de la liturgia, antropología litúrgica,
antropología sacramental'. Se trata de una perspectiva nueva, cuyo
significado no es fácil de comprender y cuyas exigencias no resultan fácilmente
previsibles. Queda mucho camino por andar. ¿Qué quiere expresarse con esta
terminología? Con ella se abre camino una nueva sensibilidad en torno a la
celebración litúrgica, momento privilegiado en el que el hombre toma conciencia
y expresa los rasgos profundos de su identidad: partner del mismo Dios en
un diálogo de abandono y de amor. La relación entre antropología y liturgia es
tan constitutiva, que esta última puede ser considerada como el lugar ideal de
la antropologización o antropogénesis.
2. LA CONCIENCIA
HISTÓRICA. K. Lówith hace remontarse a
Giambattista Vico el paso del pensamiento antiguo, filosófico y racional, al
moderno, histórico y concreto. El verum no es lo confinado en las
regiones del hiperuranio y que se identifica con las ideas claras y distintas,
sino que es el factum, lo que el hombre hace y crea: su historia,
entendida no como una cárcel de la que hay que escapar (a la manera griega),
sino como el único espacio en que se construye la propia identidad, y por tanto
se autodesvela y autodefine. La historia se rescata de su valoración secundaria
e irrelevante y se coloca en el centro de todo interés; lejos de ser
insignificante (porque el sentido se encontraría fuera de ella, en el
hiperuranio), es el único código a través del cual el hombre tiene la
posibilidad de decirse y de decir.
Los reflejos de la conciencia histórica en el campo litúrgico son varios:
aquí nos limitamos a enumerarlos, ya que serán desarrollados en otras voces de
este diccionario: superación de la antigua concepción de la eficacia de los t
sacramentosy propuesta de una nueva concepción de la misma; toma de conciencia
de la relatividad de ciertas fórmulas litúrgicas y de la consiguiente necesidad
de una / creatividad en este campo; exigencia de la aculturación y de la
inculturación litúrgicas [/ Adaptación IV-V].
3. LA MENTALIDAD
CIENTÍFICA.
Es la tendencia a explicar los fenómenos no sólo naturales sino también humanos
en clave objetivo-racional, a través de un proceso de penetración y de análisis
que muestre su real densidad independientemente de los deseos y expectativas
manipuladoras del sujeto. En esta perspectiva, la ciencia es una investigación
de la verdad que libera al hombre de sus pretensiones de omnipotencia y lo
reconduce al terreno de su fragilidad. La ciencia muestra hasta dónde el hombre
es víctima de sus ilusiones, y hasta dónde, en cambio, permanece en contacto con
la realidad que lo
educa y lo madura; hasta dónde puede adaptar esta realidad a las propias
exigencias, y hasta dónde, en cambio, debe adaptarse a ella en obediencia. Esta
mentalidad científica tiene, ciertamente, graves limitaciones, e incluso puede
decirse que hoy está en crisis; pero siguen siendo evidentes sus aspectos
positivos, que se reflejan en el campo teológico, y sobre todo litúrgico.
Menciono algunos:
a) Desconfianza de un ritualismo mágico.
Cada vez que éste emerge, el mundo de la ritualidad
religiosa se transforma de mediación de la propia subjetividad adulta,
consciente y respetuosa del misterio benévolo y envolvente, en instrumento
para apresar la trascendencia y lo divino. Así, la mentalidad
científica (no ciencista, que pretende ser totalizante e ignora sus
límites), lejos de constituir un atentado a la liturgia y su especificidad,
puede ser ocasión de su mayor comprensión y delimitación.
b) Sensibilidad por lo poético-evocativo.
La ciencia explora su campo e indica los senderos
que el hombre puede recorrer, porque son accesibles a sus instrumentos, y los
que le están prohibidos,, por caer más allá de sus posibilidades.
¿Qué actitud adoptar frente al mundo que se encuentra más allá del propio
campo perceptivo y cognitivo? La respuesta definitiva la ha dado L.
Wittgenstein con su célebre aforismo: "Acerca de lo que no se puede hablar hay
que callar". Hay que callar con el lenguaje de la descripción y de la
verificabilidad, pero no con el de la evocación y de la simbolicidad. El
primero es el lenguaje de lo cuantitativo y de lo mensurable, el segundo de lo
cualitativo y de lo indemostrable; el primero establece los confines y la
composición del dato, el segundoamplía el campo y modifica su código; el
primero obedece y respeta lo real, el segundo intuye y crea lo posible; el
primero transcribe lo ya conocido, el segundo orienta hacia lo
todavía-no; el primero es delimitante y restrictivo, el segundo parabólico
y heurístico; el primero habla con la fuerza del logos, el segundo con
la del símbolo. De este modo la mentalidad científica obliga a la liturgia a
ser cada vez menos racional y más simbólica. Quizá sea éste el mayor
desafío de nuestra época a la ritualidad: resimbolizarla adecuadamente,
liberándola de lo excesivamente racional, depurado, hablado, cotidiano.
Probablemente sea éste el gran camino de la liturgia del mañana.
c) Conciencia de los dos niveles de discurso.
La epistemología moderna resalta cada
vez más la diferencia profunda entre un fenómeno y su comprensión. Estos dos
planos o niveles no se confunden; la pretensión de identificarlos o
superponerlos es causa de curiosas paradojas, caminos sin salida e
inextricables absurdos ". La diferencia entre ambos niveles es la misma que se
da, por ejemplo, entre el hablar una lengua (fenómeno) y el hablar
de una lengua (comprensión del fenómeno), entre hacer un cálculo y hablar
del cálculo, entre caminar y hablar del caminar. Para no perder de vista el
salto cualitativo existente entre los dos niveles, hoy se habla cada vez más
de meta-lenguaje, meta-matemática, meta-movimiento, etc., expresiones en las
que el prefijo meta indica un escalón lógico superior, en cuyo nivel se
desarrolla el discurso. Tal distinción lógica puede aplicarse también a la
liturgia, a propósito de la cual no siempre se advierte la distinción entre el
fenómeno cultual, en cuanto práctica (liturgia), y su comprensión (meta-liturgia). Ahora bien, las diferencias entre liturgia y
meta-liturgia son numerosas y sustanciales: la liturgia es un fenómeno real, la
meta-liturgia es una teoría sobre el fenómeno real; la primera es
competencia de cuantos la practican; la segunda es sólo de algunos que estudian
la primera; la primera, salvadas ciertas condiciones, es siempre verdadera;
la segunda de por sí no es verdadera ni falsa, sino sólo funcional y
heurística (sirve en la medida en que ayuda a captar mejor el fenómeno); la
primera puede existir sin la segunda, y la segunda sin la primera (como pueden
darse teóricos del amor o de la belleza sin que jamás hayan experimentado la
belleza o el amor; o como pueden encontrarse teólogos de una fe muy lánguida,
así puede haber también liturgistas que hablan de la liturgia, pero están
privados de toda sensibilidad litúrgica). La no-conciencia de esta distancia
lógica entre los dos niveles puede fácilmente convertirse en una fuerza oculta
de dominio y de opresión; en nuestro caso, puede transformar la
misma teoría litúrgica, de servicio para una mejor comprensión
del fenómeno cultual, en medio que obstaculiza e inhibe. Aquí es donde anida la
raíz genética de la ideología: pasar del meta-nivel teórico (en sí ni verdadero
ni falso) a la verdad en sí y por sí, normativa, y por tanto vinculante
de las subjetividades reales. La convicción de que el razonamiento litúrgico se
sitúa en el terreno teórico es difícil de adquirirse, pero es urgente y
liberador adquirirla. La mentalidad científica puede contribuir notablemente a
conservar viva la conciencia de que, siempre que se habla de liturgia, se está
en el ámbito de la elaboración teórico-conceptual y que entre los
niveles litúrgico y meta-litúrgico, a
pesar de darse una dialéctica cerrada, existe también una gran distancia
lógica.
III. Distintos enfoques del fenómeno cultual
Otra diferencia notable entre los dos niveles es ésta: si el primero obedece a
una lógica unívoca, el segundo (el meta-nivel) obedece a una lógica múltiple, y
a veces incluso equívoca y contradictoria. Si, por ejemplo, el lenguaje como
práctica de comportamiento es unívoco dentro del grupo que lo habla, sus
interpretaciones (teorías del lenguaje) pueden ser y en realidad son
ilimitadas. La misma observación vale para la crítica cultual: a pesar de ser
una constante de toda comunidad cristiana, se presta a una multiplicidad de
interpretaciones o teorías, que, esquemáticamente, podemos reducir a tres:
1. LA TEORÍA DE LA
AUTONOMÍA. Según esta
interpretación, el fenómeno cultual es una práctica suficientemente motivada y
explicada en sí misma, la cual, por el mero hecho de realizarse, se declara
garante de salvación. Esta salvación se localiza no en lo sagrado, sino en el
rito o en el gesto que autónomamente la contiene y la transmite. La teoría de la
autonomía es la que comúnmente se denomina concepción mágico-sacral.• el
conjunto de los gestos-textos-ritos-movimientos es valorado, por lo general, en
independencia tanto del sujeto que lo realiza como del fin que con esa práctica
se persigue, y es leído en sí mismo como contenedor de fuerzas divinas
dominadoras de la existencia, y peligrosas aunque fascinantes (tremendum et
fascinosum). Según esta interpretación, el hombre está en función del rito, y sus gestos rituales están
separados tanto de su subjetividad como de la eventual subjetividad del Otro (el
misterio) y poblados por los fantasmas de su universo arcaico, infantil. Esta
interpretación, aun cuando a nivel de lenguaje explícito haya estado siempre
ausente en la elaboración meta-litúrgica más iluminada, ha estado presente como
presupuesto preconsciente, no tematizado, en los estratos populares, y quizá
también en cierta manualística litúrgica.
2. LA TEORÍA DE
LA INSTRUMENTALIDAD. Ha sido y
es la más difundida, sobre todo a partir de la escolástica. Según esta teoría,
el fenómeno cultual se explica mediante la categoría del instrumentum:
del medio, en relación a Dios y en relación al hombre. Gracias al medio,
el misterio se comunica y salva al hombre; y, gracias a él también, la criatura
se abre y acepta el misterio. A diferencia de la teoría de la autonomía, ésta de
la instrumentalidad no es cerrada en sí misma: no es el rito en sí mismo el que
produce salvación, sino la relación que se instaura entre Dios y el hombre:
entre Dios, que se da al hombre, y el hombre, que se orienta hacia Dios. La
categoría de la instrumentalidad supera el magicismo, libera al comportamiento
ritual de cerrarse sobre sí mismo y lo reconduce al punto de encuentro de un
doble yo, el humano y el divino. Esta es la categoría privilegiada en la
comprensión y explicación de la liturgia. El mismo concilio Vat. II y los
documentos de la CEE la aconsejan explícitamente.
La teoría de la instrumentalidad, a pesar de su
sólido fundamento y su frecuente exposición, comienza a mostrar sus límites,
sobre todo cuando se la parangona con la concepción bíblica de la experiencia
religiosa. Frente a la instancia del personalismo de nuestro siglo, el lenguaje
de la instrumentalidad aparece frío, objetivo, cosificado y, por lo mismo,
cosificante. Además, si esta concepción teórica pretendiese encerrar el misterio
del encuentro de Dios con el hombre exclusivamente en las estrecheces de un
comportamiento ritual, sería extremadamente pobre, e incluso se estaría en
contradicción con la tradición teológica, en la que siempre ha tenido pleno
derecho de ciudadanía la doctrina del votum sacramenti y de la fides
implicita. Finalmente, la afirmación de que el comportamiento ritual es el
instrumento de la gracia, afirmación de suyo justa, corre el riesgo de ser
entendida reductivamente, en el sentido de sugerir que los otros comportamientos
sean neutros, y por tanto indiferentes en relación a la obtención del don de la
gracia. Esto, si bien se considera, no está de acuerdo (por citar sólo este
ejemplo) con la teología paulina de Rom 12,1-2, según la cual el culto agradable
a Dios, el culto espiritual (el medio de la gracia, para seguir con
nuestra terminología) es el que se le da con toda la vida. En una palabra: la
categoría de la espiritualidad no parece del todo adecuada para explicar el
fenómeno cultual.
3. LA TEORÍA
SIMBÓLICA. Es la
que, para explicar el fenómeno cultual, adopta la categoría del signo. La
reflexión teológica seria se ha referido siempre a esta categoría, vinculada
originariamente al lenguaje sacramental, desde el momento en que sacramentum
significa justamente signum y symbolum. Pero por influjo de cierta
escolástica, la categoría de la sacramentalidad o del signo se redujo
inconscientemente al estrecho ámbito de
la instrumentalidad y terminó por no dejar traslucir toda su riqueza
lingüística, semiológica y, particularmente, simbólica. Como la instrumental,
también la categoría simbólica remite a la relación entre Dios y el hombre
dentro de la iglesia; pero a la luz de la categoría simbólica la relación se
entiende no reductivamente, limitada al momento en que se realiza el rito
o el gesto, sino extensiva a todos los momentos, incluso a los que anteceden a
la acción ritual. La relación entre el instrumento y quien lo usa es de tipo
funcional, temporal, parcial y, por lo general, extrínseca; en cambio, la
relación entre el símbolo y quien lo realiza es de tipo intrínseco, estable,
continuado y total. La madre que da un beso a su hijo recurre a un signo que
expresa la totalidad de sí misma, de su situarse ante el propio niño. El
significante simbólico, independientemente de su densidad, remite a la
totalidad del sujeto, tanto diacrónica (historia presente) como sincrónica
(historia pasada). En este marco teórico la liturgia aparece como el momento
simbólico en el que la comunidad de los creyentes y Dios expresan y comunican
plenamente su ser recíproco, los unos hacia lo Otro, y viceversa: disponibilidad
para recibir (comunidad de los creyentes), voluntad de dar (Dios). Desde esta
perspectiva, la liturgia es el lugar en que la gracia de Dios (que siempre y en
todas partes se comunica al hombre) y la respuesta del hombre (que siempre y en
todas partes está llamado a abrirse a ella) se manifiestan, se reasumen y se
simbolizan completamente (syn-bállein, reunificar). La liturgia es el
momento epifánico, revelador, de lo que Dios es para el hombre y de lo que el
hombre es y está llamado a ser para su Señor.
Las ventajas de este nuevo acercamiento teórico son
notables: superación del dualismo entre vida y liturgia, entre cotidianidad y
ritual, entre profano y sagrado, entre mundo e iglesia: polos que no hay que
contraponer, sino integrar (el segundo en el primero) a nivel de expresividad
simbólica; revalorización de lo concreto, de lo histórico, de lo mundano, de
lo cotidiano: que no es una zona neutra privada de gracia, sino lugar real de
salvación; valoración del sacramento no como momento exclusivo de lo
salvífico, sino como momento expresivo y síntesis de todo lo salvífico.
Probablemente la teoría simbólica sea la que mejor respeta las exigencias de
la Escritura y las exigencias de la sensibilidad moderna.
IV. Perspectivas pastorales
La reflexión sobre las relaciones entre cultura y liturgia podría parecer a
muchos que se aplican a este tipo de trabajo muy lejano a los intereses y
preocupaciones de un pastor de almas. Pero si se considera atentamente, pocos
razonamientos estarán tan cercanos a las preocupaciones del sacerdote
responsable de una comunidad. La reforma deseada por el Vat. II está todavía
comenzando, en lo que se refiere a su asimilación efectiva, y la falta de
aprecio por la práctica sacramental sigue siendo un fenómeno grave y real, a
pesar de que no pocos signos de esperanza estén apareciendo en los numerosos
grupos que precisamente en una liturgia viva y participada encuentran
constantemente su mayor fuerza aglutinante. Ciertamente la falta de aprecio por
la liturgia es fruto de factores muy variados difícilmente reducibles a una
univocidad. Pero no está muy lejos de la verdad laafirmación de que uno de los
motivos es también el estrecho marco teórico en que normalmente se encierra y
explica la liturgia. Puesto que el pastor de almas no es sólo un liturgo (primer
nivel), sino también un meta-liturgo (segundo nivel: alguien que reflexiona
sobre la liturgia), es necesario que disponga de un marco teórico que le ayude
lo más posible a él mismo y a los fieles que le están confiados a adquirir una
conciencia liberadora de los propios gestos rituales.
Desde el punto de vista pastoral no deberían desatenderse nunca las exigencias
siguientes: a) la de la explicitación del marco teórico,
necesariamente presupuesto, no tematizado, con que se construye, quizá
inconscientemente, el propio modo de vivir y de ejercer la ritualidad. Nuestros
gestos y nuestras acciones no son realizados nunca en estado puro, sino que
implican siempre hipótesis interpretativas y opciones teóricas (aun cuando no
sean explícitamente perceptibles), que se reflejan en nuestro obrar y lo
condicionan. Esto es cierto también de las acciones litúrgicas, que pueden ser
vividas en un marco teórico que pone en el centro la autonomía, la
instrumentalidad o la simbolicidad; b) la de la imprescindible
referencia al criterio bíblico-eclesial, según
el cual el verdadero culto que hay que dar a Dios es
el que se celebra en el templo de la existencia concreta vivida en la iglesia,
mientras que el culto celebrado en el templo de piedra deriva del primero su
eficacia y valor. Pastoralmente, no habría que infravalorar nunca textos como Is
1,10-17 ó Rom 12,1-2, criterios hermenéuticos imprescindibles de toda ritualidad
cristiana; c) la de la constante subjetivización, que significa
privilegiar lo subjetivo y personal sobre el rito como tal. Si la tentación de
todaritualidad es autonomizarse (cf supra), preocupación de todo pastor
de almas debe ser la de resubjetivizarla, privándola de su pretensión de poseer
la exclusiva de lo salvífico y remitiendo a la responsabilidad y a la praxis de
justicia de cada uno y de la comunidad. Es evidente que semejante
resubjetivización sólo es posible en la medida en que, por ejemplo, en la
preparación de una determinada celebración litúrgica, la palabra circule
libremente y el sacerdote presidente sienta su función no como la de único dueño
de la palabra, sino como la de un inteligente y respetuoso catalizador. La promoción, es decir, el crecimiento del pueblo de Dios hacia "el
estado de hombre perfecto" (Ef 4,13), es posible en la medida en que se realicen
estructuras recíprocas y paritarias y se supere definitivamente la manipulación
de la encomienda y del dualismo. También en el ámbito ritual. Más aún, sobre
todo en éste ".
V. Conclusión
La relación entre cultura y liturgia es variada y compleja, y puede afrontarse
desde múltiples puntos de vista. Una reflexión sobre estos dos términos,
recíprocos e interdependientes, es necesaria y fecunda, no por una curiosidad
académica incluso laudable, sino por obligatoria fidelidad a la palabra
liberadora de Dios y a la salvación del hombre. Reflexionar sobre la relación
entre cultura y liturgia debe servir no para ampliar el propio bagaje de
nociones, sino para estar más cercano al hombre (cultura), que el creyente, por
su fe, sabe habitado por el misterio acogedor que es Dios (liturgia). Los
momentos irrenunciables en la profundización de
esta relación son muchos y pueden resumirse así:
Primero: la liturgia forma parte de la cultura: la
liturgia no está fuera ni por encima del mundo cultural, sino dentro de
él, del que toma su lenguaje, sus signos, gestos, ritos, movimientos, etc. Como
la revelación se ha expresado, y no podía hacerlo de otro modo, en determinadas
lenguas (hebreo y griego), así la liturgia, momento expresivo-realizativo de la
gracia envolvente de Dios, no puede menos de expresarse en un lenguaje cultural.
Segundo: la liturgia proporciona a la cultura un elemento específico:
ampliando su espacio, creando nuevos sentidos y haciéndose portavoz de nuevas
instancias. Como el poeta se sirve de la palabra que le viene dada y no ha sido
creada por él, pero al usarla amplía su densidad añadiéndole nuevos
significados, así la liturgia, si por un lado se sirve del lenguaje ritual
circunstante y profano, por otro hace estallar sus límites y lo lanza más allá
de sus fronteras hacia posibilidades inéditas 20. Lo
específico de la liturgia no es contraponerse a la cultura u obstaculizarla,
sino dejar entrever en el fondo de toda cultura la presencia de una luz que
viene de lo alto y que ilumina hasta los rincones más oscuros.
Tercero: existe y debe existir una dialéctica
constante e inteligente entre cultura y liturgia: la liturgia debe
expresarse con el lenguaje cultural de la propia época, pero al mismo tiempo
debe dejar entrever en él un más allá, algo distinto, un
plus. Ahora bien, el lenguaje cultural
al que la liturgia hace referencia es, a pesar de la traducción vernácula,
todavía el de épocas pasadas. Además, el modo usual de celebrarayuda poco a ir
más allá de sí mismo, en dirección a ese distinto o plus que es la gracia
de Dios y la disponibilidad benigna del misterio. Esto sólo será posible
mediante una sabia utilización del registro poético, al que estamos tan
poco habituados.
Cuarto: la
liturgia, fenómeno cultural que está junto a otros fenómenos culturales,
aunque con su especificidad, está expuesta, como éstos, a los mismos
riesgos de manipulación activa. El peligro de hacerse mixtificadora, al que
la liturgia está expuesta, hay que tenerlo siempre presente, sin dejarse
descarriar ilusoriamente por las buenas referencias (en ningún campo tan
abundantes como en éste) a la gracia y al Espíritu de Dios, que no
se dejarían maniatar por la malicia del hombre. Es preciso tener conciencia
clara (y fuera de esta conciencia, la reflexión sobre el valor ideológico de la
liturgia será incomprensible) de que el fenómeno cultual, en cuanto simultánea e
inseparablemente cultural, no tiene ningún privilegio que lo preserve de la
tentación de la ideología y, por tanto, de la manipulación de las conciencias. Y
de la tentación ideológica, sea litúrgica o cultural, sólo puede uno liberarse
mediante una comunicación circular, abierta a la confrontación y dispuesta a ser
criticada científicamente.
Quinto: una liturgia es culturalmente adecuada
no cuando se adapta a las exigencias de la cultura en que vive, sino
cuando, respetando su estructura comunicativa, es capaz de entrar en
diálogo con ella y de poner en crisis sus lógicas antifraternas y enemigas
de la convivencia, contrarias al evangelio y al proyecto de Dios."teoría"
que la pueda explicar e interpretar; esta teoría se coloca a un nivel
lógicamente distinto (meta-nivel) respecto de la liturgia; y su estatuto
(presupuestos, hipótesis y demostraciones) no es el de ser verdadero o falso,
sino simplemente heurístico; es decir, ayudar a captar mejor el proyecto
encarnado de Dios, salvaguardándolo de las mixtificaciones que siempre amenazan
con reducirlo o traicionarlo.
Séptimo: el estudio de la relación entre liturgia y cultura
puede resultar útil no sólo desde el punto de vista teórico,
sino también desde el pastoral; y puede ayudar a esa renovación litúrgica
que, iniciada por el Vat. II con la fuerza del Espíritu, espera todavía, como
todas las grandes semillas depositadas en la historia, dar frutos abundantes de
"vida eterna" (cf Jn 15,15).
Sexto: toda liturgia necesita una
"teoría" que la pueda explicar e interpretar; esta
teoría se coloca a un nivel lógicamente distinto (meta-nivel) respecto de la
liturgia; y su estatuto (presupuestos, hipótesis y demostraciones) no es el de
ser verdadero o falso, sino simplemente heurístico; es decir, ayudar a captar
mejor el proyecto encarnado de Dios, salvaguardándolo de las mixtificaciones que
siempre amenazan con reducirlo o traicionarlo.
Séptimo: el estudio de la relación entre liturgia y cultura puede
resultar útil no sólo desde el punto de vista teórico, sino también desde el
pastoral; y puede ayudar a esa renovación litúrgica que, iniciada por el
Vat. II con la fuerza del Espíritu, espera todavía, como todas las grandes
semillas depositadas en la historia, dar frutos abundantes de "vida eterna" (cf
Jn 15,15).
C. di Sante
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