Es imposible contestar a esa pregunta con una mínima precisión por varias razones.
Para empezar, porque nuestra idea del arte es enteramente otra cosa de lo que debió de ser para los artistas primigenios.
Así que hemos de limitarnos a hablar de las primeras piezas conocidas que se pueden considerar hoy obras de arte.
Y entre ellas, los manuales suelen escoger a las llamadas venus auriñacienses, un grupo de pequeñas y extrañas esculturas halladas en el interior de las cavernas europeas que fueron habitadas por seres humanos hace 250 siglos.
La interpretación de estas piezas ha dado lugar a bibliotecas enteras, sin que ninguna de las hipótesis ofrecidas pueda darse por concluyente. La más frecuentada pretende que serían divinidades de la fertilidad, auspiciadoras de la abundancia. Incluso se dijo que podrían ser fetiches sexuales usados como la pornografía actual.
Lo que sí se sabe es que, en palabras del elegante erudito francés Leroi-Gourhan, no responden a la realidad anatómica de su tiempo en mayor medida que lo hacen las mujeres de Picasso a la del suyo.
Lo más probable es que sean símbolos religiosos, que jamás descifraremos porque ignoramos la base de las creencias espirituales que las alentaron.
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