La respuesta es sencilla: por imperativo religioso.
El Corán prohíbe expresamente las representaciones figurativas con objeto de evitar la idolatría, un problema grave para las religiones monoteístas que también se planteó el cristianismo con el movimiento ( o mejor, con los movimientos, porque hubo varios) de los iconoclastas.
A cambio, el islam profundizó durante siglos en el arte geométrico y en la caligrafía hasta producir el patrimonio más extraordinario que se ha conocido en el mundo en esas materias.
Un patrimonio que el arte occidental no valora con justicia, pues sus artistas deberían ser mucho más conocidos y estudiados de lo que lo son.
En todo caso, hay que reconocer que el mandato coránico nos ha privado de las extraordinarias maravillas que hubieran producido los artistas musulmanes si hubieran tenido libertad para desarrollar sus artes visuales.
El consuelo es pensar que quienes no pudieron expresarse así utilizaron otros medios como la música y la poesía, donde la civilización islámica alcanzó la mayor de las excelencias.
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