26Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
digno de alabanza y glorioso es tu nombre.27Porque eres justo en cuanto has hecho con nosotros
y todas tus obras son verdad,
28y rectos tus caminos,
y justos todos tus juicios.29Porque hemos pecado y cometido iniquidad
apartándonos de ti, y en todo hemos delinquido.
34Por el honor de tu nombre,
no nos desampares para siempre,
no rompas tu alianza,
no apartes de nosotros tu misericordia.35Por Abrahán, tu amigo;
por Isaac, tu siervo;
por Israel, tu consagrado;
36a quienes prometiste
multiplicar su descendencia
como las estrellas del cielo,
como la arena de las playas marinas.37Pero ahora, Señor, somos el más pequeño
de todos los pueblos;
hoy estamos humillados por toda la tierra
a causa de nuestros pecados.38En este momento no tenemos príncipes,
ni profetas, ni jefes;
ni holocausto, ni sacrificios,
ni ofrendas, ni incienso;
ni un sitio donde ofrecerte primicias,
para alcanzar misericordia.39Por eso, acepta nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde,
como un holocausto de carneros y toros
o una multitud de corderos cebados.40Que éste sea hoy nuestro sacrificio,
y que sea agradable en tu presencia:
porque los que en ti confían
no quedan defraudados.41Ahora te seguimos de todo corazón,
te respetamos y buscamos tu rostro.
[Este cántico evoca el tiempo del
exilio de Israel en Babilonia, cuando tres jóvenes judíos fueron
condenados al fuego del horno ardiente por el rey Nabucodonosor porque se
habían negado a adorar la estatua que él había levantado.
En aquella circunstancia, uno de los jóvenes entonó el
cántico; así nos lo refiere Dn 3, 24-25: «Caminaban entre
las llamas alabando a Dios y bendiciendo al Señor. Entonces
Azarías, de pie en medio del fuego, se puso a orar así:
"Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres..."». En el
texto litúrgico se omiten los vv. 30-33 en los que Azarías
reconoce las infidelidades de los israelitas y la justicia con la que Dios los
ha castigado: «30No hemos obedecido, / ni hemos cumplido lo que
se nos mandaba / para nuestro bien. 31Y en todo cuanto nos has
enviado, / en todo cuanto nos has hecho, / has actuado con justicia fiel. /
32Nos entregaste en poder de enemigos sin ley, / malvados y
apóstatas, / y en poder de un rey injusto, / el más perverso de
toda la tierra. / 33Y ahora no podemos ni abrir la boca, / la
vergüenza y la deshonra / abruman a tus siervos y a tus
fieles».--
El cántico de Azarías no
está en el texto hebreo, sino que forma parte de las secciones griegas
llamadas deuterocanónicas. Parece una interpolación insertada por
el último redactor a la parte hebrea y aramea. La oración de
Azarías gira en torno a la tragedia del pueblo israelita, castigado por
Dios con el exilio; es una confesión del pueblo por sus
pecados, puesta en labios de Azarías por el compilador de esta
antología fragmentaria que es el libro de Daniel.
Las fórmulas de confesión de
los pecados son estereotipadas y corrientes en la literatura de los Salmos:
Israel ha sido castigado por sus pecados justamente, y parece como si Dios
hubiera retirado las promesas de su alianza. Israel se halla como una grey
dispersa, sin jefe ni caudillo, sin profeta que les comunique las revelaciones
de su Dios. En sustitución de los sacrificios, que no se pueden ofrecer
porque no tienen templo, el protagonista se ofrece humildemente a Dios.
Sólo Dios, por su misericordia, puede salvar a su pueblo; su ofrenda es
un corazón contrito y humilde. El arrepentimiento es seguido de sinceros
propósitos de una vida nueva.
La generalidad de los autores de nota creen
que esta composición es del tiempo en que la vida de los repatriados de
Palestina se desenvolvía en medio de las mayores dificultades de todo
género. La afirmación de que no hay profetas hace
claramente pensar que han pasado los tiempos en que las figuras de
Jeremías y Ezequiel dominaban el horizonte del exilio israelita. El
compilador ha querido ponerla en boca del joven Azarías con el fin de
hacer resaltar más su heroica conducta en la hora de mayor sufrimiento,
como estímulo para los que sufrían persecuciones en la
época macabea.-- Maximiliano García Cordero, en
la Biblia comentada de la BAC]
CATEQUESIS DE JUAN PABLO
II
1. El cántico que se acaba de
proclamar pertenece al texto griego del libro de Daniel y se presenta
como súplica elevada al Señor con fervor y sinceridad. Es la voz
de Israel que está sufriendo la dura prueba del exilio y de la
diáspora entre los pueblos. En efecto, quien entona el cántico es
un judío, Azarías, insertado en el horizonte babilónico en
tiempos del exilio de Israel, después de la destrucción de
Jerusalén por obra del rey Nabucodonosor.
Azarías, con otros dos fieles
judíos, está «en medio del fuego» (Dn 3,25), como un
mártir dispuesto a afrontar la muerte con tal de no traicionar su
conciencia y su fe. Fue condenado a muerte por haberse negado a adorar la
estatua imperial.
2. Este cántico considera la
persecución como un castigo justo con el que Dios purifica al pueblo
pecador: «Con verdad y justicia has provocado todo esto -confiesa
Azarías- por nuestros pecados» (v. 28). Por tanto, se trata de una
oración penitencial, que no desemboca en el desaliento o en el miedo,
sino en la esperanza.
Ciertamente, el punto de partida es amargo,
la desolación es grave, la prueba es dura, el juicio divino sobre el
pecado es severo: «En este momento no tenemos príncipes ni profetas
ni jefes; ni holocausto ni sacrificios ni ofrendas ni incienso; ni un sitio
donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia» (v. 38). El templo
de Sión ha sido destruido y parece que el Señor ya no habita en
medio de su pueblo.
3. En la trágica situación
del presente, la esperanza busca su raíz en el pasado, o sea, en las
promesas hechas a los padres. Así, se remonta a Abrahán, Isaac y
Jacob (cf. v. 35), a los cuales Dios había asegurado bendición y
fecundidad, tierra y grandeza, vida y paz. Dios es fiel y no dejará de
cumplir sus promesas. Aunque la justicia exige que Israel sea castigado por sus
culpas, permanece la certeza de que la misericordia y el perdón
constituirán la última palabra. Ya el profeta Ezequiel
refería estas palabras del Señor: «¿Acaso me complazco
yo en la muerte del malvado (...) y no más bien en que se convierta de
su conducta y viva? (...) Yo no me complazco en la muerte de nadie» (Ez
18,23.32). Ciertamente, Israel está en un tiempo de humillación:
«Ahora somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy
estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados» (Dn
3,37). Sin embargo, lo que espera no es la muerte, sino una nueva vida,
después de la purificación.
4. El orante se acerca al Señor
ofreciéndole el sacrificio más valioso y agradable: el
«corazón contrito» y el «espíritu humillado»
(v. 39; cf. Sal 50,19). Es precisamente el centro de la existencia, el yo
renovado por la prueba, lo que se ofrece a Dios, para que lo acoja como signo
de conversión y consagración al bien.
Con esta disposición interior
desaparece el miedo, se acaban la confusión y la vergüenza (cf. Dn
3,40), y el espíritu se abre a la confianza en un futuro mejor, cuando
se cumplan las promesas hechas a los padres.
La frase final de la súplica de
Azarías, tal como nos la propone la liturgia, tiene una gran fuerza
emotiva y una profunda intensidad espiritual: «Ahora te seguimos de todo
corazón, te respetamos y buscamos tu rostro» (v. 41). Es un eco de
otro salmo: «Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu
rostro buscaré, Señor» (Sal 26,8).
Ha llegado el momento en que nuestros pasos
ya no siguen los caminos perversos del mal, los senderos tortuosos y las sendas
torcidas (cf. Pr 2,15). Ahora ya seguimos al Señor, impulsados por el
deseo de encontrar su rostro. Y su rostro no está airado, sino lleno de
amor, como se ha revelado en el padre misericordioso con respecto al hijo
pródigo (cf. Lc 15,11-32).
5. Concluyamos nuestra reflexión
sobre el cántico de Azarías con la oración
compuesta por san Máximo el Confesor en su Discurso ascético
(37-39), donde toma como punto de partida precisamente el texto del
profeta Daniel.
«Por tu nombre, Señor, no nos
abandones para siempre, no rompas tu alianza y no alejes de nosotros tu
misericordia (cf. Dn 3,34-35) por tu piedad, oh Padre nuestro que estás
en los cielos, por la compasión de tu Hijo unigénito y por la
misericordia de tu Santo Espíritu... No desoigas nuestra súplica,
oh Señor, y no nos abandones para siempre. No confiamos en nuestras
obras de justicia, sino en tu piedad, mediante la cual conservas nuestro
linaje... No mires nuestra indignidad; antes bien, ten compasión de
nosotros según tu gran piedad, y según la plenitud de tu
misericordia borra nuestros pecados, para que sin condena nos presentemos ante
tu santa gloria y seamos considerados dignos de la protección de tu Hijo
unigénito».
San Máximo concluye:
«Sí, oh Señor, Dios todopoderoso, escucha nuestra
súplica, pues no reconocemos a ningún otro fuera de ti»
(Umanità e divinità di Cristo, Roma 1979, pp.
51-52).
[Audiencia general del Miércoles 14 de
mayo de 2003]
MONICIÓN PARA EL
CÁNTICO
El libro de Daniel pone en boca de
Azarías, precipitado en el horno por haberse negado a adorar la estatua
erigida por Nabucodonosor, este cántico de penitencia. En medio de las
llamas, Azarías reconoce y confiesa humildemente los pecados de Israel,
por los que Dios parece haber olvidado sus antiguas promesas. Toda esta
plegaria refleja la situación de persecución del tiempo de los
Macabeos. A causa de sus pecados, Israel ha quedado reducido al
más pequeño de todos los pueblos, sin príncipes ni
profetas, sin holocausto ni sacrificios, sin templo ni altar donde
ofrecer primicias, la humillación no puede ser mayor. Pero al
profeta le queda aún un medio a través del cual encontrar la faz
de Dios: El corazón contrito y el espíritu humilde
pueden ser un sacrificio igual, e incluso mejor, que el holocausto de
carneros y toros.
Al empezar el nuevo día, hagamos
nuestra esta plegaria. «Se acerca la hora, ya está aquí
-decía Jesús a la Samaritana-, en que los que quieran dar culto
verdadero adorarán al Padre en espíritu» (Jn 4,23). Como
Azarías y como los mártires del tiempo de los Macabeos,
también nosotros somos pobres y estamos desprovistos de todo: de buenas
obras e, incluso, quizá, de ilusiones y de deseos de mejorar.
Ofrezcamos, pues, a Dios lo único que está a nuestro alcance,
nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, y
confiemos que el Dios de nuestros padres no romperá su alianza y
multiplicará nuestra descendencia como la arena de las playas marinas,
por Abrahán, su amigo, por Isaac, su siervo, por Israel, su
consagrado, y, sobre todo, por Jesús, su Hijo
amadísimo.
En la celebración comunitaria, si no
es posible cantar la antífona propia, este cántico se puede
acompañar con alguna antífona de matiz penitencial, por ejemplo:
«Desde lo hondo a ti grito, Señor», sólo la primera
estrofa (MD 825) o bien «¡Padre, he pecado contra el cielo y contra
ti!» (MD 932).
Oración I: Escúchanos,
Señor, Dios de nuestros padres, y no retires de nosotros tu favor;
humillados a causa de nuestros pecados y descorazonados por nuestras
debilidades, pero sabiendo que los que en ti confían no quedan
defraudados, acudimos a tu misericordia: acepta nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde y danos la abundancia de tu perdón y
de tu paz. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Concede, Señor, a tu
Iglesia una pobreza siempre creciente de medios y de fuerzas propias, que le
haga poner toda su confianza sólo en tu fidelidad; haz también
que el recuerdo de tus maravillas a lo largo de la historia de la
salvación sea su fuerza ante las pruebas presentes, para que, firme en
la esperanza, haga de todas sus obras un sacrificio espiritual, agradable a ti
por Jesucristo, tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
[Pedro Farnés]
NOTAS A LOS VERSÍCULOS DEL
CÁNTICO
La oración de Azarías es una
confesión colectiva, compuesta probablemente en tiempo de la
persecución de Antíoco Epífanes (175-163 a.C.), rey sirio
de la dinastía de los seléucidas que, con sus agresiones a la
religión judía, provocó la rebelión de los
Macabeos. Sin duda la oración circuló primero entre el pueblo, y
después fue incorporada al libro de Daniel. Lo artificial de esta
inserción aparece por lo poco en consonancia que está con las
circunstancias. Juntamente con Dn 3,46-90 es parte
deuterocanónica.
VV. 26-28: La oración, como otras
del AT, comienza por el reconocimiento de los atributos divinos (la justicia y
la rectitud en todo su proceder).
VV. 29-33: El rey injusto del v. 32 y la
humillación a que se alude, en consonancia con el v. 38, debe de
designar a Antíoco Epífanes y su persecución, aunque las
frases, de por sí, pudieran referirse también a
Nabucodonosor.
VV. 34-36: Se invoca en primer lugar la
gloria de Dios vinculada, en cierta manera, por una disposición divina,
a la suerte de Israel. Israel humillado parece poner en contingencia la gloria
divina.
VV. 37-39: Todo lo afirmado aquí
cuadra perfectamente en el momento del destierro, a excepción de que
no hay profetas.
VV. 39-40: Destruido o cerrado el templo,
no está permitido, según la ley deuteronómica (Dt 12), el
sacrificar en otro sitio, y sólo queda el sacrificio interior.
VV. 41-45: Se ruega a Dios que obre
según las antiguas maravillas con respecto a su pueblo, humillando a los
pueblos enemigos.
[J. Alonso Díaz, en La
Sagrada Escritura. Texto y comentario, de la BAC]
* * *
MONICIONES PARA EL REZO CRISTIANO
DEL CÁNTICO
Introducción general
Antíoco IV Epifanes (175-163 a.C.),
rey sirio de la dinastía de los seléucidas, para unificar a los
pueblos de su reino, prohibió a los judíos seguir la Ley.
Posteriormente ordena la abolición de los sacrificios en honor a
Yahvé e implanta otros en honor de Zeus olímpico. De entre los
judíos, algunos son partidarios de su política. Otros quieren
permanecer fieles a las costumbres de sus mayores. Se desencadena así la
persecución religiosa. Eleazar, los siete hermanos Macabeos y su madre,
entre otros, perecen en esta persecución. Los fieles, por su parte, se
agrupan en torno a Matatías. Este ambiente hostil se refleja en la
plegaria de Azarías, compuesta el año 166 a.C., con este
interrogante de base: ¿Cómo debe comportarse el creyente en las
actuales circunstancias? Diversos personajes y acontecimientos del pasado
ofrecen una respuesta, esclarecen el drama presente.
Esta plegaria consta de dos partes. La
primera es una confesión pública de los pecados nacionales. La
segunda, una serie de peticiones para el momento presente. La primera,
después de una alabanza, contrapone la justicia y la fidelidad de Dios
al pecado del pueblo, a su injusticia e infidelidad. Cada una de estas partes
puede ser salmodiada por un coro distinto:
Coro 1.º, Confesión
de los pecados: «Bendito eres... en todo hemos delinquido» (vv.
26-29).
Coro 2. º, Peticiones para
el presente: «Por el honor de tu nombre..., buscamos tu rostro»
(vv. 34-41).
«Elías vendrá
primero»
El autor de la plegaria menciona a
Abrahán, Isaac e Israel. Esta denominación se encuentra en otros
lugares escriturísticos, relacionándola siempre con el culto. En
esos pasajes y en la oración de Azarías peligran las promesas
hechas a los patriarcas. También Elías estuvo solo en su lucha
contra Baal y sus seguidores. Sin embargo, había aún un futuro
para el pueblo (2 R 19,18). ¿También ahora habrá un futuro?
¿Lo habrá cuando Jesús acaba de anunciar la necesidad de su
muerte y la de aquellos que le siguen? Ciertamente, porque Elías
vendrá primero y lo restablecerá todo (Mc 9,12). Mejor
«mi-Dios-es-Yahvé» ya ha venido. Ha restablecido a
Jesús, nombrándole Señor. Aquellos que no amaron tanto su
vida que temieran la muerte han vencido también. La voz de su testimonio
llega hasta nosotros, asegurándonos que hay futuro.
Un sacrificio grato a Dios
Ahora no hay holocaustos, ni sacrificios,
ni ofrenda, ni incienso, ni lugar donde ofrecer primicias (Dn 3,38).
¿Será imposible cualquier sacrificio para alcanzar misericordia? El
sacrificio de Isaac, el siervo de Dios, tiene un valor expiatorio parecido al
del siervo sufriente de Yahvé. Es el sacrificio de la propia existencia,
más valioso que la sangre de toros y de machos cabríos. Cristo se
ofreció a sí mismo. Reducido a nada, se confió totalmente
a Dios y renovó su total fidelidad. De modo análogo, el cristiano
ofrece, junto con el pan y el vino, un sacrificio de profunda humildad, que
incluye el don de la propia existencia. Si el sacrificio de Cristo abrió
el camino hacia el Santuario, hacia el «Dios presente», los
cristianos -aun perseguidos y diezmados- caminan tras los pasos de
Jesús, con la plena seguridad de entrar también ellos en el
Santuario. Que Dios sostenga nuestra marcha.
La hora de la fidelidad
La deserción cunde. Es
difícil la fidelidad a sí mismo, a Dios. Otro personaje del
pasado encarna una postura de fidelidad: Caleb. No se unió al pueblo
amotinado, sino que «siguió perfectamente a Yahvé»
(Núm 14,24) «para que todos los hijos de Israel sepan que es bueno
seguir al Señor». Caleb, por su conducta, «obtuvo una parte en
la herencia de la tierra». Del mismo modo Jesús, el Sacerdote fiel,
entró en la tierra. Los perseguidos del tiempo de Antíoco han de
renovar la fidelidad de los antepasados. Están solos contra todos, pero
el autor de la promesa es fiel. Nosotros ¿seremos capaces de imitar su
ejemplo? ¿Seremos capaces de hacer nuestra su confesión: «Los
que en ti confían no quedan defraudados»? Entraremos en la Tierra
de Caleb, de Jesús, de la nube de testigos que nos han precedido y han
mantenido su fidelidad.
Resonancias en la vida
religiosa
Aceptará nuestra
humillación como un gran holocausto: Nuestros programas fallan.
Nuestra vida comunitaria y misionera está trenzada de buenos
propósitos: tantas veces hemos prometido personal y comunitariamente
volver a empezar... Y, sin embargo, aquí estamos ante el Señor
con nuestras limitaciones, nuestros fracasos, nuestros pobres resultados,
nuestro pecado: «Hemos pecado... rebelándonos contra ti... no
obedeciendo a tus mandamientos».
Pero es bueno presentarle al Señor
nuestra pobreza porque El no nos desamparará ni nos negará su
misericordia. Esa ha sido su línea de conducta desde Abrahán,
Isaac e Israel, a quienes, sin tener en cuenta sus obras, les hizo su Promesa
de vida. Quizá nuestra comunidad haya decrecido en número,
esté humillada porque sus empresas van fracasando. No podemos
presentarle grandes realizaciones; únicamente un corazón
quebrantado, un espíritu humillado.
Estamos seguros de que el Señor no
nos desamparará; él multiplicará nuestra descendencia;
aceptará nuestra humillación como un gran holocausto. Busquemos
el rostro del Señor y nunca quedaremos defraudados.
Oraciones sálmicas
Oración I: Reconocemos, Señor,
nuestro pecado y lo justificado de la situación que de él dimana;
pero, por el honor de tu nombre, ¡no nos abandones para siempre, no rompas
tu alianza!; te seremos enteramente fieles, de todo corazón te
seguiremos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Tú, Señor, no
quieres sacrificios de animales; un corazón quebrantado y humillado
Tú lo recibes como oblación; este es hoy nuestro sacrificio ante
ti, en continuidad con el sacrificio de tu Hijo Jesucristo, que se
entregó a la muerte reconciliadora siendo Él víctima,
sacerdote y altar, y vive y reina contigo por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración III: Confiados en tu gracia
reconciliadora, Padre, estamos seguros de que te seremos enteramente fieles y
seguiremos de todo corazón las huellas de tu Hijo Jesús;
concédenos tu Espíritu para que te temamos como hijos y busquemos
tu rostro. ¡No nos defraudes, Señor! Te lo pedimos por el mismo
Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Ángel Aparicio y José
Cristo Rey García]
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