Los nombres de San Hilario de Poitiers (muerto en 367), mencionado
por San Isidoro de Sevilla como el primero en componer himnos Latinos, y
San Ambrosio, llamado por Dreves “el Padre del canto de la Iglesia”,
están situados juntos como los de los pioneros de la himnodia
Occidental.
El primero que de hecho compuso himnos fue San Hilario, que había estado en Asia Menor algunos años en exilio fuera de su sede, y por consiguiente se familiarizó con los himnos sirios y Griegos de la Iglesia Oriental. Su “Libro de los Himnos”, desgraciadamente, ha desaparecido. Daniel, en su “Thesaurus Hymnologicus”, atribuyó, por error, siete himnos a Hilario, dos de los cuales (“Lucis largitor splendide” y “Beata nobis gaudia”), estaban considerados, generalmente, hasta nuestros días por los especialistas, como con buenas razones para tal adscripción hasta que Blume (Analecta Hymnica, Leipzig, 1897, XXVII, 48-52; cf. también la revisión de “Himnos Latinos” de Merril en “Berliner Philologische Wochenschrift”, 24 de marzo de 1906) mostró el error subyacente en la adscripción de Daniel y de los que siguieron su equivocación. Los dos himnos se mencionan aquí porque tienen el molde métrico y estrófico peculiar de los auténticos himnos de San Ambrosio y de los prácticamente innumerables himnos que fueron compuestos posteriormente sobre el modelo y, a menudo, con la inspiración de los del Santo. Se puede decir, por lo tanto, con verdad que San Ambrosio, escribiendo himnos en un estilo austeramente elegante, sobrio, inteligible, vistiendo ideas Cristianas con la fraseología clásica, y apelando además a los gustos populares con éxito, había encontrado, realmente, una forma nueva y creó una nueva escuela de himnodia. Como San Hilario, San Ambrosio fue también “Martillo de Arrianos”, y en el combate de sus errores fue su especial distinción el haber compuesto los himnos. Respondiendo a sus quejas en este punto, dice: “Ciertamente no lo desmiento ... Todos se esfuerzan por confesar su fe y por conocer como manifestar en poesía al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.” Y San Agustín (Confesiones, IX, VII, 15) habla del momento en que los himnos fueron introducidos por Ambrosio para ser cantados “según se acostumbraba ya en las iglesias de Oriente” (traducción de la edición undécima de la colección Austral de Espasa-Calpe, Madrid 1985; n.d.t.). San Isidoro de Sevilla (muerto en 636) testifica la extensión de la costumbre de Milán a lo largo de todo el Occidente, y se refiere a los himnos como “Ambrosianos” (P. L., LXXXIII, col. 743). En tiempos acríticos, los himnos, ya por la métrica o por el acento, que siguieran la forma de los de San Ambrosio, se le adscribían a él generalmente y se les denominaba “Ambrosiani”. El término, como se usa ahora, no implica atribución de autoría, sino más bien una cierta forma poética o un uso litúrgico. Por otro lado, el término será, sin duda alguna, usado todavía sin implicar necesariamente negación de la autoría, por la creencia de que algunos pueden ser realmente composición del Santo, a pesar de las elucubraciones del más reciente academicismo, que le concede con certeza catorce himnos, tres muy probablemente, y uno probablemente.
La regla de San Benito emplea el término; y Walafridus Strabo (P. L., CXIV, col. 954, 955) anota que, si bien San Benito denominó los himnos usados en las horas canónicas como Ambrosianos, el término debe entenderse como referido a los himnos compuestos por San Ambrosio o por otros que siguieron su modelo; y, subrayando además que muchos himnos fueron, erradamente, considerados como suyos, piensa que es increíble que él hubiera compuesto “algunos de ellos, que no tienen coherencia lógica y muestran una torpeza (o falta de elegancia; n.d.t.) ajena al estilo de Ambrosio”.
Daniel da no menos de noventa y dos Ambrosiani , bajo el título, no obstante, de “San Ambrosio y Ambrosiani”, señalando una diferencia que, de hecho, no se preocupó de especificar más por menudo. Los mauristas limitaron a doce el número que adscribirían a San Ambrosio. Biraghi y Dreves elevaron la cifra a dieciocho. Kayser da los cuatro universalmente concedidos como auténticos y dos de los Ambrosiani que tienen visos de autenticidad. Chevalier es criticado minuciosa y elaboradamente por Blume por sus indicaciones ambrosianas: veinte sin reservas, siete “(San Ambrosio)”, dos sin paréntesis pero con un interrogante “¿?”, siete con paréntesis e interrogantes, y ocho con un lote variado de paréntesis, interrogantes, y posibles simultáneas adscripciones a otros himnodistas. Nosotros daremos aquí, antes de nada, los cuatro himnos reconocidos universalmente como auténticos:
Los ocho himnos adicionales acreditados al Santo por los editores Benedictinos son:
Además de los cuatro auténticos ya citados, Biraghi concede los números 5, 6, 7, y los siguientes:
El verso difiere, aunque ligeramente, del ritmo de la prosa, es fácil de estructurar y de memorizar, se adapta muy bien a toda clase de sujetos, ofrece suficiente variedad métrica en los pies impares (que pueden ser o yámbicos o espondaicos) mientras que la forma de la estrofa se presta bien a la musicalidad (como ilustra la forma métrica y estrófica en su contrapartida acentual en Inglés). Esta forma poética ha sido siempre la favorita para los himnos litúrgicos, como mostrará el Breviario Romano en una simple mirada. Pero en los primeros tiempos el modelo fue de uso casi exclusivo, hasta y más allá del siglo once. De los 150 himnos del himnario Benedictino del siglo once, por ejemplo, ni siquiera una docena aparece con otra métrica; y el Breviario Ambrosiano re-editado por San Carlos Borromeo en 1582 tiene sus himnos, casi exclusivamente, en aquella métrica. Se debería de decir, sin embargo, que incluso en los días de San Ambrosio los versos clásicos estaban dejando sitio, lentamente, a los de acento, como muestra el trabajo del Santo ocasionalmente; mientras en las siguientes épocas, hasta la reforma del Breviario bajo Urbano VIII, los himnos se compusieron mayormente con medidas de acento.
Bibliografía: ERMONI, en Dict. D'arch. Chrèt . Da una buena lista de referencias. Podemos añadir a su lista BLUME, Hymnologische Beiträge , II, Repertorium Repertorii (Leipzig, 1901), y especialmente s.v. St. Ambrose, 123-126; Amer. Ecclesiastical Review, Oct., 1896, 349-373, para el texto del número 1, con traducción y comentario extenso; Stimmen aus Maria-Laach, LI (1896), 86-97, para Aeterne rerum Conditor ; también lo mismo, LII (1897), 241.253, para Splendor paternae gloriae; también lo mismo, LIV, 1898, 273-282; JULIAN, Dict. Of Hymnol. para densos recuentos de himnos, con las primeras líneas traducidas al Inglés; SCHLOSSER, Die Kirche in ihren Liedern etc. (Freiburg), para traducción al Alemán, con notas, de muchos Ambrosiani ; KAYSER, Beiträge zur Geschichte und Erklärung der älstesten Kirchenhymnen (Paderborn, 1881), para la vida y trabajos del Santo, con texto, traducción y comentarios extensos sobre los himnos números 1-4 y 6, 7 en este artículo; DUFFIELD, Latin Hymns and Hymn Writers (Nueva York, 1889), 47-62; BATIFFOL, Hist. du Bréviaire Romain (Paris, 1893, 165-175; WAGENER (traducción de BOUR), Origine et dèveloppment du chant liturgique (Tournai, 1904, 53, 54; DANIEL y MONE son todavía muy útiles por los textos y notas; MARCH, Latin Hymns (Nueva York, 1875), para textos, notas gramaticales, y referencias himnológicas.
Fuente: Henry, Hugh. "Ambrosian Hymnography." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01392a.htm>.
Traducido por Andrés Peral Martín.
El primero que de hecho compuso himnos fue San Hilario, que había estado en Asia Menor algunos años en exilio fuera de su sede, y por consiguiente se familiarizó con los himnos sirios y Griegos de la Iglesia Oriental. Su “Libro de los Himnos”, desgraciadamente, ha desaparecido. Daniel, en su “Thesaurus Hymnologicus”, atribuyó, por error, siete himnos a Hilario, dos de los cuales (“Lucis largitor splendide” y “Beata nobis gaudia”), estaban considerados, generalmente, hasta nuestros días por los especialistas, como con buenas razones para tal adscripción hasta que Blume (Analecta Hymnica, Leipzig, 1897, XXVII, 48-52; cf. también la revisión de “Himnos Latinos” de Merril en “Berliner Philologische Wochenschrift”, 24 de marzo de 1906) mostró el error subyacente en la adscripción de Daniel y de los que siguieron su equivocación. Los dos himnos se mencionan aquí porque tienen el molde métrico y estrófico peculiar de los auténticos himnos de San Ambrosio y de los prácticamente innumerables himnos que fueron compuestos posteriormente sobre el modelo y, a menudo, con la inspiración de los del Santo. Se puede decir, por lo tanto, con verdad que San Ambrosio, escribiendo himnos en un estilo austeramente elegante, sobrio, inteligible, vistiendo ideas Cristianas con la fraseología clásica, y apelando además a los gustos populares con éxito, había encontrado, realmente, una forma nueva y creó una nueva escuela de himnodia. Como San Hilario, San Ambrosio fue también “Martillo de Arrianos”, y en el combate de sus errores fue su especial distinción el haber compuesto los himnos. Respondiendo a sus quejas en este punto, dice: “Ciertamente no lo desmiento ... Todos se esfuerzan por confesar su fe y por conocer como manifestar en poesía al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.” Y San Agustín (Confesiones, IX, VII, 15) habla del momento en que los himnos fueron introducidos por Ambrosio para ser cantados “según se acostumbraba ya en las iglesias de Oriente” (traducción de la edición undécima de la colección Austral de Espasa-Calpe, Madrid 1985; n.d.t.). San Isidoro de Sevilla (muerto en 636) testifica la extensión de la costumbre de Milán a lo largo de todo el Occidente, y se refiere a los himnos como “Ambrosianos” (P. L., LXXXIII, col. 743). En tiempos acríticos, los himnos, ya por la métrica o por el acento, que siguieran la forma de los de San Ambrosio, se le adscribían a él generalmente y se les denominaba “Ambrosiani”. El término, como se usa ahora, no implica atribución de autoría, sino más bien una cierta forma poética o un uso litúrgico. Por otro lado, el término será, sin duda alguna, usado todavía sin implicar necesariamente negación de la autoría, por la creencia de que algunos pueden ser realmente composición del Santo, a pesar de las elucubraciones del más reciente academicismo, que le concede con certeza catorce himnos, tres muy probablemente, y uno probablemente.
La regla de San Benito emplea el término; y Walafridus Strabo (P. L., CXIV, col. 954, 955) anota que, si bien San Benito denominó los himnos usados en las horas canónicas como Ambrosianos, el término debe entenderse como referido a los himnos compuestos por San Ambrosio o por otros que siguieron su modelo; y, subrayando además que muchos himnos fueron, erradamente, considerados como suyos, piensa que es increíble que él hubiera compuesto “algunos de ellos, que no tienen coherencia lógica y muestran una torpeza (o falta de elegancia; n.d.t.) ajena al estilo de Ambrosio”.
Daniel da no menos de noventa y dos Ambrosiani , bajo el título, no obstante, de “San Ambrosio y Ambrosiani”, señalando una diferencia que, de hecho, no se preocupó de especificar más por menudo. Los mauristas limitaron a doce el número que adscribirían a San Ambrosio. Biraghi y Dreves elevaron la cifra a dieciocho. Kayser da los cuatro universalmente concedidos como auténticos y dos de los Ambrosiani que tienen visos de autenticidad. Chevalier es criticado minuciosa y elaboradamente por Blume por sus indicaciones ambrosianas: veinte sin reservas, siete “(San Ambrosio)”, dos sin paréntesis pero con un interrogante “¿?”, siete con paréntesis e interrogantes, y ocho con un lote variado de paréntesis, interrogantes, y posibles simultáneas adscripciones a otros himnodistas. Nosotros daremos aquí, antes de nada, los cuatro himnos reconocidos universalmente como auténticos:
- (1) “Aeterne rerum Conditor”;
- (2) “Deus Creator omnium”;
- (3) “Jam surgit hora tertia”;
- (4) “Veni Redemptor gentium”.
Los ocho himnos adicionales acreditados al Santo por los editores Benedictinos son:
- (5) “Illuminans altissimus”;
- (6) “Aeterna Christi munera”;
- (7) “Splendor paternae gloriae”;
- (8) “Orabo mente Dominun”;
- (9) “Somno refectis artubus”;
- (10) “Consors paterni luminis”;
- (11) “O lux beata Trinitas”;
- (12) “Fit porta Christi pervia”.
Además de los cuatro auténticos ya citados, Biraghi concede los números 5, 6, 7, y los siguientes:
- (8) “Nunc sancte nobis spiritus”;
- (9) “Rector potens, verax Deus”;
- (10) “Rerum Deus, tenax vigor”;
- (11) “Amore Christi nobilis”;
- (12) “Agnes beatae virginis”;
- (13) “Hic est dies verus Dei”;
- (14) “Victor Nabor, Felix pii”;
- (15) “Grate tibi Jesu novas”;
- (16) “Apostolorum passio”;
- (17) “Apostolorum supparem”;
- (18) “Jesu corona virginum”.
El verso difiere, aunque ligeramente, del ritmo de la prosa, es fácil de estructurar y de memorizar, se adapta muy bien a toda clase de sujetos, ofrece suficiente variedad métrica en los pies impares (que pueden ser o yámbicos o espondaicos) mientras que la forma de la estrofa se presta bien a la musicalidad (como ilustra la forma métrica y estrófica en su contrapartida acentual en Inglés). Esta forma poética ha sido siempre la favorita para los himnos litúrgicos, como mostrará el Breviario Romano en una simple mirada. Pero en los primeros tiempos el modelo fue de uso casi exclusivo, hasta y más allá del siglo once. De los 150 himnos del himnario Benedictino del siglo once, por ejemplo, ni siquiera una docena aparece con otra métrica; y el Breviario Ambrosiano re-editado por San Carlos Borromeo en 1582 tiene sus himnos, casi exclusivamente, en aquella métrica. Se debería de decir, sin embargo, que incluso en los días de San Ambrosio los versos clásicos estaban dejando sitio, lentamente, a los de acento, como muestra el trabajo del Santo ocasionalmente; mientras en las siguientes épocas, hasta la reforma del Breviario bajo Urbano VIII, los himnos se compusieron mayormente con medidas de acento.
Bibliografía: ERMONI, en Dict. D'arch. Chrèt . Da una buena lista de referencias. Podemos añadir a su lista BLUME, Hymnologische Beiträge , II, Repertorium Repertorii (Leipzig, 1901), y especialmente s.v. St. Ambrose, 123-126; Amer. Ecclesiastical Review, Oct., 1896, 349-373, para el texto del número 1, con traducción y comentario extenso; Stimmen aus Maria-Laach, LI (1896), 86-97, para Aeterne rerum Conditor ; también lo mismo, LII (1897), 241.253, para Splendor paternae gloriae; también lo mismo, LIV, 1898, 273-282; JULIAN, Dict. Of Hymnol. para densos recuentos de himnos, con las primeras líneas traducidas al Inglés; SCHLOSSER, Die Kirche in ihren Liedern etc. (Freiburg), para traducción al Alemán, con notas, de muchos Ambrosiani ; KAYSER, Beiträge zur Geschichte und Erklärung der älstesten Kirchenhymnen (Paderborn, 1881), para la vida y trabajos del Santo, con texto, traducción y comentarios extensos sobre los himnos números 1-4 y 6, 7 en este artículo; DUFFIELD, Latin Hymns and Hymn Writers (Nueva York, 1889), 47-62; BATIFFOL, Hist. du Bréviaire Romain (Paris, 1893, 165-175; WAGENER (traducción de BOUR), Origine et dèveloppment du chant liturgique (Tournai, 1904, 53, 54; DANIEL y MONE son todavía muy útiles por los textos y notas; MARCH, Latin Hymns (Nueva York, 1875), para textos, notas gramaticales, y referencias himnológicas.
Fuente: Henry, Hugh. "Ambrosian Hymnography." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01392a.htm>.
Traducido por Andrés Peral Martín.
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