Reinó en 1769-1774
Clement XIV, PAPA (LORENZO o GIOVANNI VINCENZO ANTONIO—GANGANELLI); nacido en Sant' Arcangelo, cerca de Rimini el 31 de octubre de 1705 y fallecido en Roma el 22 de septiembre de 1774.
Al morir Clemente XIII la iglesia estaba desasosegada. El Galicanismo y el Jansenismo, el Febronianismo y el Racionalismo se habían rebelado contra la autoridad del romano pontífice; los gobernantes de Francia, España, Nápoles, Portugal y Parma estaban se alineaban con los que les adulaban en sus prejuicios dinásticos y, al menos en apariencia, procuraban el fortalecimiento del poder temporal contra el espiritual. El nuevo papa tendría que enfrentarse a una coalición de fuerzas morales y políticas, a las que se remitiría varonilmente, pero a las que no pudo ni vencer ni detener. El gran asunto entre Roma y los príncipes de la casa de Borbón fue la supresión de la Compañía de Jesús. En Francia, España y Portugal la supresión había ocurrido de facto; la llegada del nuevo papa fue la ocasión forzada para insistir en la abolición de la orden en sus raíces y ramas, de facto y de jure, en Europa y en el mundo.
El cónclave se reunió el 15 de febrero de 1767. En pocas ocasiones ha sido el cónclave víctima de tantas interferencias, intrigas y presiones. Los embajadores de Francia (d’Aubeterre) y España (Azpuru) y los cardenales de Bernis (Francia) y Orsini (Nápoles) dirigían la campaña. El sacro colegio, compuesto por 47 cardenales se dividía en Cardenales cortesanos y Zelanti. Estos, favorables a los jesuitas y opuestos a la invasión del secularismo, eran mayoría. " Es fácil prever las dificultades de nuestras negociaciones en una escenario en el que tres cuartos de los actores están contra nosotros” ( así escribía Bernis a Choiseul, el ministro de Luis XIV. El objeto inmediato de los intrigantes era ganarse un número suficiente de Zelanti. D’Aubeterre, inspirado por Azpuru, urgió a Bernis para que insistiera en que la elección se hiciera depender del compromiso escrito de suprimir a los jesuitas. Pero el cardenal rehusó. En un memorándum a Choiseul del 12 de abril de 1769, dice:” Requerir del futuro papa un compromiso escrito o ante testigos de destruir a los jesuitas sería una flagrante violación del derecho canónico y por consiguiente una mancha en el honor de las coronas”. El rey de España (Carlos III) aceptaba cargar con la responsabilidad. D’Aubeterre opinaba que simonía y derecho canónico no tenían valor ante la razón que reclamaba la abolición de la Compañía por la paz del mundo. Entonces se recurrió a las amenazas; Bernis insinuó que habría un bloque de Roma e insurrecciones populares para vencer la resistencia de los Zelanti. Francia y España, en virtud de su derecho de veto, excluyeron a 23 de los 47 cardenales; 9 ó 10 más no eran papables por su avanzada edad o por otras razones, quedando solamente 4 ó 5 elegibles.
De nada serviría que el Sacro colegio, como temía Bernis, protestara por la falta de libertad para elegir a un buen candidato. d’Aubeterre no cedió . Quería intimidar a los cardenales. “Un papa elegido contra los deseos de las cortes”, escribió, “no será reconocido “; y en otra ocasión “Pienso que un papa de ese temperamento (filosófico), sin escrúpulos, sin opiniones, que consulte solamente a sus propios intereses, podría ser aceptable para las cortes”. Los embajadores amenazaron con abandonar Roma si el cónclave no se rendía a sus dictados. La llegada de dos cardenales españoles Solí y La Cerda, añadió fuerza a los partidarios de las cortes. Solís insistió en que el futuro papa diera una promesa escrita de suprimir a los jesuitas, pero Bernis no aceptó semejante desprecio a la ley. Solís tomó el asunto en sus propias manos, en el cónclave, apoyado por Malvazzi y fuera de él por los embajadores de Francia y España. Comenzó por sondear al cardenal Ganganelli sobre su voluntad de aceptar el compromiso escrito requerido por los príncipes Borbón, como condición indispensable para su elección. ¿Por qué Ganganelli?. Porque era el único fraile del sacro colegio. Era de humilde extracción (su padre había sido cirujano en Sant' Arcangelo), había sido educado por los jesuitas de Rímini y los Piaristas de Urbino y en 1742, con 19 años, había entrado en los frailes menores franciscanos cambiando su nombre bautismal (Giovanni Vincenzo Antonio) por el de Lorenzo.
Por su talento y virtudes llegó a la dignidad de definitor generalis de su orden (1741); Benedicto XIV le hizo consultor del santo oficio, y Clemente XIII le concedió el capelo cardenalicio (1759), a petición, al parecer, del P. Ricci, general de los jesuitas. Durante el cónclave trató de agradar tanto a los Zelanti como a los partidarios de las cortes sin comprometerse con ninguno. De todas las maneras firmó un papel que satisfizo a Solís. Crétineau-Joly, historiador de los jesuitas, da el texto. El futuro papa declaraba “ que él reconocía en el soberano pontífice el derecho a extinguir, con buena conciencia, la Compañía de Jesús, siempre que se respetara el derecho canónico; y que era deseable que el papa pudiera hacer todo lo que estaba en su poder para satisfacer los deseos de las coronas”. El documento original, sin embargo no se encuentra en ninguna parte, aunque su existencia parece firmemente establecida a tenor de los sucesos que siguieron y también por el testimonio de las cartas de Bernis a Choiseul ( (28 julio y 20 noviembre, 1769). Ganganelli se bajía asegurado de esta manera el voto de los cardenales de las cortes; los Zelanti pensaban de él que era indiferente o favorable a los jesuitas; d’Aubeterre siempre lo había tenido en su favor como “sabio y moderado teólogo”; y Choiseul le había señalado como “muy bueno” en la lista de papabili. Bernis, que deseaba tener su momento de gloria en la victoria de los soberanos, urgió la elección. El 18 de mayo de 1769 fue elegido Ganganelli por 46 de los 47 votos, por haber dado el suyo al cardenal Rezzonico, un sobrino de Clemente XIII. Tomó el nombre de Clemente XIV.
La primera encíclica del papa definió claramente cual iba a ser su política: mantener la paz con los príncipes católicos para conseguir su apoyo en la guerra contra la religión. Su predecesor le había dejado una herencia de embrollos con casi todos los poderes católicos europeos. Clemente se apresuró a solucionar cuantos pudo con concesiones y medidas conciliatorias. Sin revocar la constitución de Clemente XIII contra las intromisiones del joven duque de Parma en el derecho de la iglesia, se abstuvo de pedir su ejecución y le concedió graciosamente una dispensa para que se casara con su prima, la archiduquesa Amelia, hija de María Teresa de Austria.
El rey de España, apaciguado por estas concesiones, retiró el edicto anticanónico que había publicado un año antes como contramedida por los procedimientos papales contra el infante duque de Parma, sobrino del rey; también restableció el tribunal del nuncio y condenó algunos escritos contra Roma.
Portugal había sido separada de Roma en 1760: Clemente XIV inició la reconciliación elevando al sacro colegio a de Carvalho, hermano del famoso ministro Pombal; negociaciones activas dieron como resultado en la revocación por José I, de las ordenanzas de 1760, origen y causa de la ruptura entre Portugal y la Santa Sede. Un agracio común a todos los príncipes católicos era la publicación anual en Jueves Santo de las censuras reservadas al papa; Clemente abolió esta costumbre en la primera cuaresma de su pontificado.
Pero quedaba el ominoso asunto de los jesuitas. Los príncipes de la casa de Borbón, aunque agradecidos por las pequeñas concesiones, no iban a descansar hasta conseguir el objeto de sus maquinaciones: la total supresión de la Compañía, que, aunque perseguida en Francia, España, Sicilia y Portugal, aun tenía muchos protectores poderosos: los gobernantes, así como la conciencia pública de los pueblos, les protegía y a sus numeroso establecimientos en los electorados eclesiásticos de Alemania, en el Palatinado, Baviera, Silesia, Polonia y Suiza y en muchos países submetidos al cetro de María Teresa, por no mencionar los Estados pontificios y las misiones extranjeras. Los príncipes Borbones en su persecución se movían por el espíritu del tiempo, representado en países latinos por el filosofismo antirreligioso francés, el jansenismo, Galicanismo y Erastianismo; probablemente también por el deseo natural de conseguir la sanción papal de sus procedimientos injustos contra el orden, de lo que les acusaba la conciencia católica. La víctima de la injusticia es con frecuencia objeto de su odio. Sólo así se puede explicar la conducta de Carlos III, Tanucci, Aranda y Moñino y Pombal. Una queja reiterada y casi única contra la Compañía era que los padres alteraban la paz allí donde estaban firmemente establecidos. La acusación no es infundada: los jesuitas de hecho alteraban la paz de los enemigos de la Iglesia porque, en palabras de d’Alembert a Federico II, eran "los granaderos de la guardia papal”. El cardenal de Bernis, ahora embajador francés en Roma, recibió instrucciones de Choiseul para que siguiera el ejemplo de España en la renovada campaña contra los jesuitas. El 22 de julio de 1769 presentó al papa un memorándum en nombre de los tres ministros de los reyes Borbones “Los tres Monarcas”, que decía: “ Aun creemos que la destrucción de los jesuitas es útil y necesaria; ya hicieron esta petición a su Santidad y la renuevan en este día”. Clemente contestó que “tenía que consultar a su conciencia y su honor” y pidió tiempo. El 30 de septiembre hizo algunas promesas vagas a Luis XV, que era menos obsesivo que Carlos III en este asunto. Éste inclinado a la inmediata supresión de la orden, obtuvo de Clemente XIV, bajo la enorme presión de Azpuru, la promesa escrita de “someter a Su Majestad un plan para la absoluta extinción de la Compañía (30 de noviembre, 1769).
Para probar su sinceridad, el papa comenzó las hostilidades abiertas contra los jesuitas. Rehusó ver al general , Padre Ricci, y gradualmente eliminó de su entorno a sus mejores; sus únicos confidentes eran dos frailes de su propia orden Buontempo y Francesco; ningún príncipe o cardenal estaba en torno a la sede pontificia. El pueblo romano, insatisfecho con este estado de cosas y reducido al hambre por la mala administración, manifestó abiertamente su descontento, pero Clemente atado por sus promesas y atrapado en las redes de la diplomacia de los Borbones fue incapaz de retractarse.
El colegio y seminario de Frascati perteneciente a los jesuitas fue entregado al obispo de la ciudad, el cardenal de York. Se prohibieron sus catecismos de Cuaresma para 1770. Una comisión de cardenales hostiles a la orden visitó el colegio romano e hizo que se expulsara a los padres. El noviciado y el colegio alemán fueron también atacados. El colegio alemán ganó su pleito pero la sentencia nunca fue ejecutada. Los novicios y los estudiantes fueron devueltos a sus familias. Un sistema similar de persecución se extendió a Bolonia, Rávena, Ferrara, Módena, Macerata. En ningún ligar ofrecieron los jesuitas resistencia alguna: sabían que sus esfuerzos eran inútiles. El padre Garnier escribió:” Me preguntas por qué los jesuitas no se defienden: nada pueden hacer. Todos los accesos, directos e indirectos, están completamente cerrados, tapiados con dobles pareces. Ni el más insignificante memorando halla su destino. No hay nadie que se encargue de entregarlo en mano” (19 enero 1773).
El 4 de julio de 1772 aparece en escena un nuevo embajador español, José Moñino, conde de Floridablanca. Enseguida intentó imponerse al un papa perplejo, amenazándole con un cisma en España y probablemente en otros estados de los Borbones, como había ocurrido en Portugal de 1760 a 1770. Por otra parte prometió la devolución de Aviñón y Benevento todavía en manos de los franceses y de Nápoles. Mientras surgía su enfado por esta proposición simoníaca su buen pero débil corazón no pudo superar el miedo a la extensión del cisma. Moñino había vencido.
En adelante hizo registrar los archivos de Roma y España para proporcionar a Clemente hechos que justificaran la supresión prometida. Moñino es el responsable de de la materia del Breve "Dominus ac Redemptor", es decir, responsable de los hecho y provisiones; el papa contribuyo con poco menos que de darle la forma de su autoridad suprema. Mientras tanto, Clemente continuó molestando a los jesuitas en sus propios dominios con vistas a preparar al mundo católico para el Breve de supresión o quizás creyendo que esa severidad podría suavizar el enfado de Carlos III o evitar la abolición de toda la orden. Hasta finales de 1772 aun encontró algún apoyo contra los Borbones en el rey Carlos Manuel de Cerdeña y en la emperatriz María Teresa. Pero Carlos Manuel murió y María Teresa cediendo a las importunas peticiones de su hijo José II y de su hija la reina de Nápoles, dejó de apoyar el mantenimiento de la Compañía de Jesús. Completamente solo, o mayor dicho, dejado a la voluntad de Carlos III y a las argucias de Moñino, Clemente comenzó, en noviembre de 1772 la composición del Breve de Abolición , que tardó siete meses en terminar. El 8 de junio de 1773, estaba firmado. Se nombró una comisión de cardenales para administrar las propiedades de la orden suprimida. El 21 de julio, las campanas del Gesù tocaban para la novena antes de la fiesta de S. Ignacio y el papa, al oírlas observó: “No tocan por los santos sino por los muertos”.
El Breve de supresión, firmado el 8 de junio, lleva la fecha 21 de julio de 1773. Se le dio a conocer al general P. Ricci y a sus asistentes en el Gesù, la tarde del 16 de agosto; al día siguiente fueron llevados al Colegio Inglés y después a. castillo de Sant’Angelo, donde se comenzó el largo juicio contra ellos. Ricci no llegó a ver el final. Murió en prisión, protestando su inocencia y la de su orden hasta el último momento. Sus compañeros fueron liberados bajo Pío IV, cuando sus jueces los hallaron “no culpables”.
El Breve "Dominus ac Redemptor" abre con la afirmación de que es oficio del papa asegurar en el mundo la unidad de mente en la obligación de la paz por lo que tiene que estar preparado, por causa de la caridad, para arrancar de raíz y destruir las cosas que le son más queridas, a pesar del dolor y amargura que le cause su pérdida. Con frecuencia los papas que le han precedido han hecho uso de su suprema autoridad para reformar y hasta disolver ordenes religiosas que se han convertido en dañinas o que destruyen la paz de las naciones en vez de promoverla. Se citan numeroso ejemplos y el Breve continua:”Nuestros predecesores, en virtud de la plenitud de poder que les es propia como vicarios de Cristo, han suprimido tales órdenes sin permitirles establecer sus quejas ni refutar las graves acusaciones hachas contra ellas ni impugnar los motivos del papa”. Clemente tiene que afrontar ahora un caso similar, el de la Compañía de Jesús. Enumera los grandes favores concedidos por papas anteriores y observa que “el mismo tenor y términos de dichas constituciones apostólicas muestran que la Compañía desde sus primeros días lleva los gérmenes de la disensión y de los celos que hace que sus miembros se desgarren , les lleva a levantarse contra otras ordenes religiosas, contra el clero secular, contra las universidades y hasta contra los soberanos que les han recibido en sus estados.”
Sigues una lista de los conflictos en los que los jesuitas se han visto envueltos desde Sixto V a Benedicto XIV. Clemente XIII había esperado callar a sus enemigos renovando la aprobación de su Instituto “pero la Santa Sede no consiguió el consuelo ni la Sociedad la ayuda ni la Cristiandad ventaja alguna de las cartas apostólicas de Clemente XIII, de bendita memoria, cartas que fueron conseguidas con presiones más que libremente concedidas”. El final del reinado del actual papa “los gritos y quejas contra la Compañía crecen día a día y hasta los mismos príncipes cuya piedad y benevolencia hereditaria hacia ella son favorablemente conocidos de todas las naciones - nuestros amados hijos en Jesucristo los reyes de Francia, España, Portugal y las Dos Sicilias – se vieron obligados a expulsar de sus reinos, estados y provincias a todos los religiosos de esa orden , sabiendo bien que esta extrema medida era el único remedio a tan grandes males”. Ahora se demanda la completa abolición de esta orden por los mismos príncipes. Después de una larga y madura consideración el papa “compelido por su oficio, que le impone la obligación de procurar, mantener y consolidar con todo su poder la paz y tranquilidad del pueblo cristiano – y más aún , persuadido de que la Compañía de Jesús ya no es capaz de producir el fruto abundante y el gran bien para el que fue instituida – y considerando que mientras exista, es imposible para la Iglesia disfrutar de la paz libre y sólida”, resuelve “suprimir y abolir” a la Compañía, “anular y abrogar todos y cado uno de sus oficios , funciones y administraciones”.
La autoridad de los superiores fue transferida a los obispos y se dieron detallas instrucciones para el mantenimiento y empleo de los miembros de la orden. El breve concluye con la prohibición de suspender o impedir su ejecución, hacer de él ocasión de insultos o ataques a nadie y menos aún a los que fueron jesuitas. Finalmente exhorta a los fieles a vivir en paz con todos los hombres y a amarse los unos a los otros. El único motivo para la supresión de la Compañía que se presenta en este Breve es restaurar la paz de la Iglesia eliminando del campo de batalla a una de las partes contendientes. El papa no culpa a las reglas de la orden ni a la conducta personal de sus miembros ni a la ortodoxia de sus enseñanzas. Más aún, el P. Sydney Smith, S.J. (en "The Month", CII, 62, julio 1903), observa: " El hecho es que la condena no se pronuncia el lenguaje directo de una afirmación, sino que meramente se insinúa con la ayuda de hábil fraseología”; y pone de relieve el contraste de este método de establecer las bases para la supresión de la Compañía con el lenguaje vigoroso y directo usado por papas anteriores al suprimir a los Humiliati y otras órdenes. Si Clemente XIV esperaba detener la tormenta que se avecinaba contra la barca de S. Pedro, arrojando por la borda a los mejores remeros, estaba completamente equivocado. Pero es improbable que pensara en semejante falacia. El amaba a los jesuitas que habían sido sus primeros maestros, consejeros fieles, los mejores defensores de la Iglesia sobre la que reinaba. Su acción no estaba guiada por ninguna animosidad personal. Los mismos jesuitas ,de acuerdo con todos los historiadores serios, atribuyen su supresión a la debilidad de carácter de Clemente, su falta de habilidad diplomática y amabilidad y bondad de corazón que está más inclinada a hacer lo que es agradable que lo que es correcto. No estaba hecho para mantener la cabeza sobre la tempestad; sus dudas y luchas no eran una ayuda contra los enemigos de la orden y sus amigos no encontraron forma mejor de excusarle que la de S. Alfonso: ¿Qué podía el pobre papa hacer cuando todas las cortes insistían en la supresión? El jesuita Cordara expresa la misma opinión:” Pienso que no debiéramos condenar a un pontífice que tras tantas vacilaciones, ha creído su deber suprimir la Compañía de Jesús. Amo a mi orden tanto como el que más, pero si hubiera estado en el lugar del papa probablemente hubiera obrado como él. La Compañía, fundada y mantenida para el bien de la iglesia, pereció para ese mismo bien; no pudo encontrar un fin más glorioso”.
Hay que notar que el Breve no se promulgó de la forma acostumbrada para las constituciones papales con rango de ley de la iglesia. No fue una Bula, sino un Breve, es decir, un decreto de fuerza menos perentoria y de más fácil revocación; no fue colgado en las puertas de S. Pedro ni el en el Campo di Fiore; ni siquiera fue comunicado de forma legal a los jesuitas de Roma; sólo el general y sus asistentes recibieron la notificación de su supresión .
En Francia no se publicó, por oposición de la iglesia Galicana, especialmente porque Beaumont, arzobispo de París, se oponía a ella como si fuera una acción personal del papa, no apoyada por toda la Iglesia y por consiguiente no obligatoria para la iglesia de Francia.
El rey de España pensó que el Breve era demasiado blando porque no condenaba ni la doctrina , ni la moral ni la disciplina de las víctimas. La Corte de Nápoles prohibió su publicación bajo pena de muerte. María Teresa permitió a su hijo apoderarse de las propiedades de los jesuitas (unos $ 10.000.000) y después “reservando sus derechos”, estuvo de acuerdo en la supresión por la paz de la Iglesia.
Polonia se resistió durante un tiempo; los cantones suizos de Lucerna, Friburgo y Solothurn nunca permitieron que los jesuitas entregaran sus colegios. Los soberanos no católicos, Federico de Prusia y Catalinade Rusia tomaron a los jesuitas bajo su protección. Sean cuales fueren sus motivos, ya sea por molestar al papa y a las cortes de los Borbones o para satisfacer a sus súbditos católicos y preservar para ellos los servicios de los mejores educadores, su intervención mantuvo a la orden viva hasta su completa restauración en 1804. Federico perseveró e esa oposición solamente unos años; en 1780 se publicó el Breve en sus dominios. Los jesuitas mantuvieron todos sus colegios y la universidad de Breslau hasta 1806 y 1811, pero como curas seglares y sin admitir más novicios. Pero CatalinaII resistió hasta el final Por orden suya, los obispos de la Rusia Blanca ignoraron el Breve de supresión y mandaron a los jesuitas que siguieran viviendo en comunidad y seguir con su trabajo habitual. Parece que Clemente XIV aprobó su conducta. La emperatriz, para apaciguar los escrúpulos de los jesuitas comenzó varias negociaciones con el papa y consiguió lo que quería. También en Francia tenían amigos, los jesuitas perseguidos. Madame Louise de Francia, hija de Luis XV, que había entrado en la orden del Carmelo y , con sus hermanas, dirigía un grupo de mujeres piadosas en la corte de su real hermano, habían hecho planes para restablecer a los jesuitas en seis provincias que estaba bajo la autoridad del obispo. Sin embargo, Bernis, estropeó sus buenas intenciones obteniendo del papa una nuevo Breve, dirigido a él mismo y requiriéndole a que comprobara que los obispos franceses se atenían en sus diócesis al Breve "Dominus ac Redemptor".
Tras la muerte de Clemente XIV, se rumoreó que se había retractado del Breve, en una carta del 29 de junio de 1774. La carta, se decía, había sido confiada a su confesor para que la entregara al siguiente papa. Se publicó por primera vez en 1789, en Zurich, en la obra de P. Ph. Wolf " Allgemeine Geschichte der Jesuiten". Aunque Pío VI nunca protestó contra esta afirmación, la autenticidad del documento no se estableció suficientemente (De la Serviére).
lA primera y única ventaja que el papa consiguió por su política de concesiones fue la restauración de la Santa sede en Aviñón y Benenvento. Estas provincias habían sido tomadas por el rey de Francia y Nápoles cuando Clemente XIII había excomulgado a su familiar el joven duque de Parma (1768). La restitución, que siguió inmediatamente a la supresión de los jesuitas parecía el precio pagado por ello, aunque, para salvar las apariencias, el duque antecedió ente los dos reyes a favor del papa y Clemente, en el consistorios de 1774, aprovechó la ocasione para llenar de alabanzas, poco merecidas, a los Borbones.
Las maniobras hostiles y cismáticas no cesaron en muchos países católicos. En Francia, una comisión para la reforma de las órdenes religiosas llevaba actuando durante varios años, a pesar de las enérgicas protestas de Clemente XIII; en 1770 había abolido, sin el permiso papal, la congregación de Grandmont y a los benedictinos exentos; había amenazado hacer lo mismo con los Premostratenses y Trinitarios. El papa protestó a través de su nuncio en París, contra tales abusos del poder secular, aunque en vano. Los Celestinos y Camaldulenses fueron secularizados ese mismo año 1770. Las únicas concesiones que Luis XV hizo fue someter a Clemente el edicto general de reforma de los religiosos franceses, antes de su publicación, en 1773. El papa logró que se modificaran algunos puntos.
En 1768 Génova había cedido la isla de Córcega a Francia. Enseguida surgió el conflicto por la aplicación de los “usos galicanos”. El papa envió un visitador apostólico a la isla y tuvo la gratificación de prevenir la adopción de usos opuestos a las prácticas romanas. Luis XV se vengó rehusando absolutamente a reconocer la soberanía del papa sobre Córcega. Luis XV murió en 1774 y uno se sorprende del elogio que Clemente XIV pronunció en el consistorio sobre el “profundo amor del rey a la religión católica”. También esperaba que la muerte penitente del rey había conseguido la salvación. Se supone que lo hacía por el deseo de agradar a la más joven de las hijas del rey, Madame Louise de France, priora de las carmelitas de Saint-Denis, a la que siempre había manifestado gran afecto, atestiguado por los muchos favores que le concedió a ella y a su convento.
Durante el pontificado de Clemente XIV los principales gobernantes de las tierra alemanas eran María Teresa de Austria y Federico el Grande de Prusia. Esta al preservar en sus dominios a los jesuitas hizo un bien servicio, quizás no intencionado. También autorizó la erección de una iglesia católica en Berlín; empapa envío una generosa contribución y ordenó que se hicieran colectas con este propósito en Bélgica, el las tierras de Rin y Austria. María Teresa hizo honor a su título de Regina Apostolica que le había concedido Clemente XIII.
Pero las doctrinas de Febronio dominaban su corte y en más de una ocasión tuvo conflictos con el papa. Se negó a suprimir una nueva edición de Febronius como quería Clemente XIV; puso atención a las llamadas “Agravios de la nación alemana “, un plan de reformas de la iglesia que la hacían más dependiente del príncipe que del papa. Legisló para las órdenes religiosas de sus dominios sin consultar a Roma. Mantuvo su edicto sobre los religiosos contra las protestas del papa, pero quitó su protección a los autores de los “Agravios”, los electores de Colonia, Maguncia y Tréveris. También consiguió de Clemente en 1770 la institución de un obispo ruteno para los católicos rutenos de Hungría En otras partes de Alemania el papa tuvo que enfrentarse a dificultades semejantes. El número y riqueza de las casas religiosas, en algunos casos su inutilidad y ocasionalmente sus desórdenes tentaron frecuentemente a poner sus violentes y rapaces manos sobre ellos. Se iban a suprimir numerosas casas en Baviera para dotar a la nueva universidad de Ebersberg, y se detuvo la recepción de nuevos religiosos. Clemente se opuso a ambas medidas con éxito. Westfalia está en deuda con él por la universidad de Münster, erigida el 27 de mayo de 1773. En España Clemente aprobó la orden de los Caballeros de la Inmaculada Concepción, instituida por Carlos III. El rey también quería que definiera el dogma de la inmaculada concepción, pero Francia se opuso.
Portugal, que hizo algunos signos de buena voluntad hacia Roma, continuaba interfiriendo en los asuntos religiosos e imponiendo en colegios y seminarios una educación más conforme con el filosofismo francés que con el espíritu de la Iglesia En Nápoles, el ministro Tannucci, obstaculizaba el reclutamiento de las ordenes religiosas; los actos episcopales requerían el placet real; la prensa antirreligiosa era protegida. Polonia y Rusia fueron otra fuente de profundo pesar para Clemente XIV. Mientras que , políticamente , Polonia preparaba su propia ruina, los Piaristas enseñaban abiertamente el peor filosofismo en sus escuelas y se negaba a que sus casa fueran visitadas por el nuncio papal en Varsovia. El rey Estanislao planeaba la extinción de las órdenes religiosas y ayudaba a la Francmasonería. El papa nada podía hacer; las pocas concesiones que obtuvo de CatalinaII para los católicos de sus nuevas provincias eran anuladas cuando le daba la gana y le venía bien para su política. Con su propia autoridad creó para los católicos rutenos, de reciente anexión una diócesis nueva (Mohileff) administrada por un obispo (Siestrencewicz) de tendencias cismáticas. Clemente XIV tuvo la satisfacción de ver a su nuncio, Caprara, recibido favorablemente por la corte de Inglaterra, y de iniciar las medidas para la emancipación de los ingleses católicos. Este cambio en las relaciones entre Roma e Inglaterra se debió a la concesión de honores reales al hermano del rey cuando visitó roma en 1772, mientras que se le negaban al pretendiente. En el Este, el patriarca nestoriano, Mar Simeón, y seis de sus sufragáneos, se volvieron a unir con Roma. En Roma el papa no era bien visto ni entre los patricios romanos ni en el Sacro Colegio. Ninguna de las medidas que tomó para mejorar a su pueblo podía compensar a sus ojos, por su servilismo a las cortes de los Borbones y por la supresión de los jesuitas. Los últimos meses de su vida se los amargó la consciencia de sus fallos. A veces se sentía aplastado bajo el peso del dolor. El 10 de septiembre de 1774, se acostó, recibió la extremaunción el 21 de y murió piadosamente el 22 del mismo mes.
Muchos testigos del proceso de canonización de S. Alfonso de Ligorio atestiguaron que el santo había estado milagrosamente presente en la el lecho de muerte de Clemente XIV parta consolarle y darle fuerzas en su última hora. Los doctores que abrieron el cadáver en presencia de muchos testigos atribuyeron su muerte a disposiciones escorbúticas y hemorroidales de larga duración agravadas por el exceso de trabajo y el hábito de provocar perspiración artificial aun en momentos de gran calor. A pesar del certificado de los doctores, el partido español y los novelistas históricos atribuyeron su muerte a envenenamiento por parte de los jesuitas. Los restos mortales de Clemente XIV descansan en la iglesia de los doce Apóstoles (Ver también COMPAÑÍA DE JESUS) J. WILHELM.
Traducido por Pedro Royo
Published by Encyclopedia Press, 1913.
Clement XIV, PAPA (LORENZO o GIOVANNI VINCENZO ANTONIO—GANGANELLI); nacido en Sant' Arcangelo, cerca de Rimini el 31 de octubre de 1705 y fallecido en Roma el 22 de septiembre de 1774.
Al morir Clemente XIII la iglesia estaba desasosegada. El Galicanismo y el Jansenismo, el Febronianismo y el Racionalismo se habían rebelado contra la autoridad del romano pontífice; los gobernantes de Francia, España, Nápoles, Portugal y Parma estaban se alineaban con los que les adulaban en sus prejuicios dinásticos y, al menos en apariencia, procuraban el fortalecimiento del poder temporal contra el espiritual. El nuevo papa tendría que enfrentarse a una coalición de fuerzas morales y políticas, a las que se remitiría varonilmente, pero a las que no pudo ni vencer ni detener. El gran asunto entre Roma y los príncipes de la casa de Borbón fue la supresión de la Compañía de Jesús. En Francia, España y Portugal la supresión había ocurrido de facto; la llegada del nuevo papa fue la ocasión forzada para insistir en la abolición de la orden en sus raíces y ramas, de facto y de jure, en Europa y en el mundo.
El cónclave se reunió el 15 de febrero de 1767. En pocas ocasiones ha sido el cónclave víctima de tantas interferencias, intrigas y presiones. Los embajadores de Francia (d’Aubeterre) y España (Azpuru) y los cardenales de Bernis (Francia) y Orsini (Nápoles) dirigían la campaña. El sacro colegio, compuesto por 47 cardenales se dividía en Cardenales cortesanos y Zelanti. Estos, favorables a los jesuitas y opuestos a la invasión del secularismo, eran mayoría. " Es fácil prever las dificultades de nuestras negociaciones en una escenario en el que tres cuartos de los actores están contra nosotros” ( así escribía Bernis a Choiseul, el ministro de Luis XIV. El objeto inmediato de los intrigantes era ganarse un número suficiente de Zelanti. D’Aubeterre, inspirado por Azpuru, urgió a Bernis para que insistiera en que la elección se hiciera depender del compromiso escrito de suprimir a los jesuitas. Pero el cardenal rehusó. En un memorándum a Choiseul del 12 de abril de 1769, dice:” Requerir del futuro papa un compromiso escrito o ante testigos de destruir a los jesuitas sería una flagrante violación del derecho canónico y por consiguiente una mancha en el honor de las coronas”. El rey de España (Carlos III) aceptaba cargar con la responsabilidad. D’Aubeterre opinaba que simonía y derecho canónico no tenían valor ante la razón que reclamaba la abolición de la Compañía por la paz del mundo. Entonces se recurrió a las amenazas; Bernis insinuó que habría un bloque de Roma e insurrecciones populares para vencer la resistencia de los Zelanti. Francia y España, en virtud de su derecho de veto, excluyeron a 23 de los 47 cardenales; 9 ó 10 más no eran papables por su avanzada edad o por otras razones, quedando solamente 4 ó 5 elegibles.
De nada serviría que el Sacro colegio, como temía Bernis, protestara por la falta de libertad para elegir a un buen candidato. d’Aubeterre no cedió . Quería intimidar a los cardenales. “Un papa elegido contra los deseos de las cortes”, escribió, “no será reconocido “; y en otra ocasión “Pienso que un papa de ese temperamento (filosófico), sin escrúpulos, sin opiniones, que consulte solamente a sus propios intereses, podría ser aceptable para las cortes”. Los embajadores amenazaron con abandonar Roma si el cónclave no se rendía a sus dictados. La llegada de dos cardenales españoles Solí y La Cerda, añadió fuerza a los partidarios de las cortes. Solís insistió en que el futuro papa diera una promesa escrita de suprimir a los jesuitas, pero Bernis no aceptó semejante desprecio a la ley. Solís tomó el asunto en sus propias manos, en el cónclave, apoyado por Malvazzi y fuera de él por los embajadores de Francia y España. Comenzó por sondear al cardenal Ganganelli sobre su voluntad de aceptar el compromiso escrito requerido por los príncipes Borbón, como condición indispensable para su elección. ¿Por qué Ganganelli?. Porque era el único fraile del sacro colegio. Era de humilde extracción (su padre había sido cirujano en Sant' Arcangelo), había sido educado por los jesuitas de Rímini y los Piaristas de Urbino y en 1742, con 19 años, había entrado en los frailes menores franciscanos cambiando su nombre bautismal (Giovanni Vincenzo Antonio) por el de Lorenzo.
Por su talento y virtudes llegó a la dignidad de definitor generalis de su orden (1741); Benedicto XIV le hizo consultor del santo oficio, y Clemente XIII le concedió el capelo cardenalicio (1759), a petición, al parecer, del P. Ricci, general de los jesuitas. Durante el cónclave trató de agradar tanto a los Zelanti como a los partidarios de las cortes sin comprometerse con ninguno. De todas las maneras firmó un papel que satisfizo a Solís. Crétineau-Joly, historiador de los jesuitas, da el texto. El futuro papa declaraba “ que él reconocía en el soberano pontífice el derecho a extinguir, con buena conciencia, la Compañía de Jesús, siempre que se respetara el derecho canónico; y que era deseable que el papa pudiera hacer todo lo que estaba en su poder para satisfacer los deseos de las coronas”. El documento original, sin embargo no se encuentra en ninguna parte, aunque su existencia parece firmemente establecida a tenor de los sucesos que siguieron y también por el testimonio de las cartas de Bernis a Choiseul ( (28 julio y 20 noviembre, 1769). Ganganelli se bajía asegurado de esta manera el voto de los cardenales de las cortes; los Zelanti pensaban de él que era indiferente o favorable a los jesuitas; d’Aubeterre siempre lo había tenido en su favor como “sabio y moderado teólogo”; y Choiseul le había señalado como “muy bueno” en la lista de papabili. Bernis, que deseaba tener su momento de gloria en la victoria de los soberanos, urgió la elección. El 18 de mayo de 1769 fue elegido Ganganelli por 46 de los 47 votos, por haber dado el suyo al cardenal Rezzonico, un sobrino de Clemente XIII. Tomó el nombre de Clemente XIV.
La primera encíclica del papa definió claramente cual iba a ser su política: mantener la paz con los príncipes católicos para conseguir su apoyo en la guerra contra la religión. Su predecesor le había dejado una herencia de embrollos con casi todos los poderes católicos europeos. Clemente se apresuró a solucionar cuantos pudo con concesiones y medidas conciliatorias. Sin revocar la constitución de Clemente XIII contra las intromisiones del joven duque de Parma en el derecho de la iglesia, se abstuvo de pedir su ejecución y le concedió graciosamente una dispensa para que se casara con su prima, la archiduquesa Amelia, hija de María Teresa de Austria.
El rey de España, apaciguado por estas concesiones, retiró el edicto anticanónico que había publicado un año antes como contramedida por los procedimientos papales contra el infante duque de Parma, sobrino del rey; también restableció el tribunal del nuncio y condenó algunos escritos contra Roma.
Portugal había sido separada de Roma en 1760: Clemente XIV inició la reconciliación elevando al sacro colegio a de Carvalho, hermano del famoso ministro Pombal; negociaciones activas dieron como resultado en la revocación por José I, de las ordenanzas de 1760, origen y causa de la ruptura entre Portugal y la Santa Sede. Un agracio común a todos los príncipes católicos era la publicación anual en Jueves Santo de las censuras reservadas al papa; Clemente abolió esta costumbre en la primera cuaresma de su pontificado.
Pero quedaba el ominoso asunto de los jesuitas. Los príncipes de la casa de Borbón, aunque agradecidos por las pequeñas concesiones, no iban a descansar hasta conseguir el objeto de sus maquinaciones: la total supresión de la Compañía, que, aunque perseguida en Francia, España, Sicilia y Portugal, aun tenía muchos protectores poderosos: los gobernantes, así como la conciencia pública de los pueblos, les protegía y a sus numeroso establecimientos en los electorados eclesiásticos de Alemania, en el Palatinado, Baviera, Silesia, Polonia y Suiza y en muchos países submetidos al cetro de María Teresa, por no mencionar los Estados pontificios y las misiones extranjeras. Los príncipes Borbones en su persecución se movían por el espíritu del tiempo, representado en países latinos por el filosofismo antirreligioso francés, el jansenismo, Galicanismo y Erastianismo; probablemente también por el deseo natural de conseguir la sanción papal de sus procedimientos injustos contra el orden, de lo que les acusaba la conciencia católica. La víctima de la injusticia es con frecuencia objeto de su odio. Sólo así se puede explicar la conducta de Carlos III, Tanucci, Aranda y Moñino y Pombal. Una queja reiterada y casi única contra la Compañía era que los padres alteraban la paz allí donde estaban firmemente establecidos. La acusación no es infundada: los jesuitas de hecho alteraban la paz de los enemigos de la Iglesia porque, en palabras de d’Alembert a Federico II, eran "los granaderos de la guardia papal”. El cardenal de Bernis, ahora embajador francés en Roma, recibió instrucciones de Choiseul para que siguiera el ejemplo de España en la renovada campaña contra los jesuitas. El 22 de julio de 1769 presentó al papa un memorándum en nombre de los tres ministros de los reyes Borbones “Los tres Monarcas”, que decía: “ Aun creemos que la destrucción de los jesuitas es útil y necesaria; ya hicieron esta petición a su Santidad y la renuevan en este día”. Clemente contestó que “tenía que consultar a su conciencia y su honor” y pidió tiempo. El 30 de septiembre hizo algunas promesas vagas a Luis XV, que era menos obsesivo que Carlos III en este asunto. Éste inclinado a la inmediata supresión de la orden, obtuvo de Clemente XIV, bajo la enorme presión de Azpuru, la promesa escrita de “someter a Su Majestad un plan para la absoluta extinción de la Compañía (30 de noviembre, 1769).
Para probar su sinceridad, el papa comenzó las hostilidades abiertas contra los jesuitas. Rehusó ver al general , Padre Ricci, y gradualmente eliminó de su entorno a sus mejores; sus únicos confidentes eran dos frailes de su propia orden Buontempo y Francesco; ningún príncipe o cardenal estaba en torno a la sede pontificia. El pueblo romano, insatisfecho con este estado de cosas y reducido al hambre por la mala administración, manifestó abiertamente su descontento, pero Clemente atado por sus promesas y atrapado en las redes de la diplomacia de los Borbones fue incapaz de retractarse.
El colegio y seminario de Frascati perteneciente a los jesuitas fue entregado al obispo de la ciudad, el cardenal de York. Se prohibieron sus catecismos de Cuaresma para 1770. Una comisión de cardenales hostiles a la orden visitó el colegio romano e hizo que se expulsara a los padres. El noviciado y el colegio alemán fueron también atacados. El colegio alemán ganó su pleito pero la sentencia nunca fue ejecutada. Los novicios y los estudiantes fueron devueltos a sus familias. Un sistema similar de persecución se extendió a Bolonia, Rávena, Ferrara, Módena, Macerata. En ningún ligar ofrecieron los jesuitas resistencia alguna: sabían que sus esfuerzos eran inútiles. El padre Garnier escribió:” Me preguntas por qué los jesuitas no se defienden: nada pueden hacer. Todos los accesos, directos e indirectos, están completamente cerrados, tapiados con dobles pareces. Ni el más insignificante memorando halla su destino. No hay nadie que se encargue de entregarlo en mano” (19 enero 1773).
El 4 de julio de 1772 aparece en escena un nuevo embajador español, José Moñino, conde de Floridablanca. Enseguida intentó imponerse al un papa perplejo, amenazándole con un cisma en España y probablemente en otros estados de los Borbones, como había ocurrido en Portugal de 1760 a 1770. Por otra parte prometió la devolución de Aviñón y Benevento todavía en manos de los franceses y de Nápoles. Mientras surgía su enfado por esta proposición simoníaca su buen pero débil corazón no pudo superar el miedo a la extensión del cisma. Moñino había vencido.
En adelante hizo registrar los archivos de Roma y España para proporcionar a Clemente hechos que justificaran la supresión prometida. Moñino es el responsable de de la materia del Breve "Dominus ac Redemptor", es decir, responsable de los hecho y provisiones; el papa contribuyo con poco menos que de darle la forma de su autoridad suprema. Mientras tanto, Clemente continuó molestando a los jesuitas en sus propios dominios con vistas a preparar al mundo católico para el Breve de supresión o quizás creyendo que esa severidad podría suavizar el enfado de Carlos III o evitar la abolición de toda la orden. Hasta finales de 1772 aun encontró algún apoyo contra los Borbones en el rey Carlos Manuel de Cerdeña y en la emperatriz María Teresa. Pero Carlos Manuel murió y María Teresa cediendo a las importunas peticiones de su hijo José II y de su hija la reina de Nápoles, dejó de apoyar el mantenimiento de la Compañía de Jesús. Completamente solo, o mayor dicho, dejado a la voluntad de Carlos III y a las argucias de Moñino, Clemente comenzó, en noviembre de 1772 la composición del Breve de Abolición , que tardó siete meses en terminar. El 8 de junio de 1773, estaba firmado. Se nombró una comisión de cardenales para administrar las propiedades de la orden suprimida. El 21 de julio, las campanas del Gesù tocaban para la novena antes de la fiesta de S. Ignacio y el papa, al oírlas observó: “No tocan por los santos sino por los muertos”.
El Breve de supresión, firmado el 8 de junio, lleva la fecha 21 de julio de 1773. Se le dio a conocer al general P. Ricci y a sus asistentes en el Gesù, la tarde del 16 de agosto; al día siguiente fueron llevados al Colegio Inglés y después a. castillo de Sant’Angelo, donde se comenzó el largo juicio contra ellos. Ricci no llegó a ver el final. Murió en prisión, protestando su inocencia y la de su orden hasta el último momento. Sus compañeros fueron liberados bajo Pío IV, cuando sus jueces los hallaron “no culpables”.
El Breve "Dominus ac Redemptor" abre con la afirmación de que es oficio del papa asegurar en el mundo la unidad de mente en la obligación de la paz por lo que tiene que estar preparado, por causa de la caridad, para arrancar de raíz y destruir las cosas que le son más queridas, a pesar del dolor y amargura que le cause su pérdida. Con frecuencia los papas que le han precedido han hecho uso de su suprema autoridad para reformar y hasta disolver ordenes religiosas que se han convertido en dañinas o que destruyen la paz de las naciones en vez de promoverla. Se citan numeroso ejemplos y el Breve continua:”Nuestros predecesores, en virtud de la plenitud de poder que les es propia como vicarios de Cristo, han suprimido tales órdenes sin permitirles establecer sus quejas ni refutar las graves acusaciones hachas contra ellas ni impugnar los motivos del papa”. Clemente tiene que afrontar ahora un caso similar, el de la Compañía de Jesús. Enumera los grandes favores concedidos por papas anteriores y observa que “el mismo tenor y términos de dichas constituciones apostólicas muestran que la Compañía desde sus primeros días lleva los gérmenes de la disensión y de los celos que hace que sus miembros se desgarren , les lleva a levantarse contra otras ordenes religiosas, contra el clero secular, contra las universidades y hasta contra los soberanos que les han recibido en sus estados.”
Sigues una lista de los conflictos en los que los jesuitas se han visto envueltos desde Sixto V a Benedicto XIV. Clemente XIII había esperado callar a sus enemigos renovando la aprobación de su Instituto “pero la Santa Sede no consiguió el consuelo ni la Sociedad la ayuda ni la Cristiandad ventaja alguna de las cartas apostólicas de Clemente XIII, de bendita memoria, cartas que fueron conseguidas con presiones más que libremente concedidas”. El final del reinado del actual papa “los gritos y quejas contra la Compañía crecen día a día y hasta los mismos príncipes cuya piedad y benevolencia hereditaria hacia ella son favorablemente conocidos de todas las naciones - nuestros amados hijos en Jesucristo los reyes de Francia, España, Portugal y las Dos Sicilias – se vieron obligados a expulsar de sus reinos, estados y provincias a todos los religiosos de esa orden , sabiendo bien que esta extrema medida era el único remedio a tan grandes males”. Ahora se demanda la completa abolición de esta orden por los mismos príncipes. Después de una larga y madura consideración el papa “compelido por su oficio, que le impone la obligación de procurar, mantener y consolidar con todo su poder la paz y tranquilidad del pueblo cristiano – y más aún , persuadido de que la Compañía de Jesús ya no es capaz de producir el fruto abundante y el gran bien para el que fue instituida – y considerando que mientras exista, es imposible para la Iglesia disfrutar de la paz libre y sólida”, resuelve “suprimir y abolir” a la Compañía, “anular y abrogar todos y cado uno de sus oficios , funciones y administraciones”.
La autoridad de los superiores fue transferida a los obispos y se dieron detallas instrucciones para el mantenimiento y empleo de los miembros de la orden. El breve concluye con la prohibición de suspender o impedir su ejecución, hacer de él ocasión de insultos o ataques a nadie y menos aún a los que fueron jesuitas. Finalmente exhorta a los fieles a vivir en paz con todos los hombres y a amarse los unos a los otros. El único motivo para la supresión de la Compañía que se presenta en este Breve es restaurar la paz de la Iglesia eliminando del campo de batalla a una de las partes contendientes. El papa no culpa a las reglas de la orden ni a la conducta personal de sus miembros ni a la ortodoxia de sus enseñanzas. Más aún, el P. Sydney Smith, S.J. (en "The Month", CII, 62, julio 1903), observa: " El hecho es que la condena no se pronuncia el lenguaje directo de una afirmación, sino que meramente se insinúa con la ayuda de hábil fraseología”; y pone de relieve el contraste de este método de establecer las bases para la supresión de la Compañía con el lenguaje vigoroso y directo usado por papas anteriores al suprimir a los Humiliati y otras órdenes. Si Clemente XIV esperaba detener la tormenta que se avecinaba contra la barca de S. Pedro, arrojando por la borda a los mejores remeros, estaba completamente equivocado. Pero es improbable que pensara en semejante falacia. El amaba a los jesuitas que habían sido sus primeros maestros, consejeros fieles, los mejores defensores de la Iglesia sobre la que reinaba. Su acción no estaba guiada por ninguna animosidad personal. Los mismos jesuitas ,de acuerdo con todos los historiadores serios, atribuyen su supresión a la debilidad de carácter de Clemente, su falta de habilidad diplomática y amabilidad y bondad de corazón que está más inclinada a hacer lo que es agradable que lo que es correcto. No estaba hecho para mantener la cabeza sobre la tempestad; sus dudas y luchas no eran una ayuda contra los enemigos de la orden y sus amigos no encontraron forma mejor de excusarle que la de S. Alfonso: ¿Qué podía el pobre papa hacer cuando todas las cortes insistían en la supresión? El jesuita Cordara expresa la misma opinión:” Pienso que no debiéramos condenar a un pontífice que tras tantas vacilaciones, ha creído su deber suprimir la Compañía de Jesús. Amo a mi orden tanto como el que más, pero si hubiera estado en el lugar del papa probablemente hubiera obrado como él. La Compañía, fundada y mantenida para el bien de la iglesia, pereció para ese mismo bien; no pudo encontrar un fin más glorioso”.
Hay que notar que el Breve no se promulgó de la forma acostumbrada para las constituciones papales con rango de ley de la iglesia. No fue una Bula, sino un Breve, es decir, un decreto de fuerza menos perentoria y de más fácil revocación; no fue colgado en las puertas de S. Pedro ni el en el Campo di Fiore; ni siquiera fue comunicado de forma legal a los jesuitas de Roma; sólo el general y sus asistentes recibieron la notificación de su supresión .
En Francia no se publicó, por oposición de la iglesia Galicana, especialmente porque Beaumont, arzobispo de París, se oponía a ella como si fuera una acción personal del papa, no apoyada por toda la Iglesia y por consiguiente no obligatoria para la iglesia de Francia.
El rey de España pensó que el Breve era demasiado blando porque no condenaba ni la doctrina , ni la moral ni la disciplina de las víctimas. La Corte de Nápoles prohibió su publicación bajo pena de muerte. María Teresa permitió a su hijo apoderarse de las propiedades de los jesuitas (unos $ 10.000.000) y después “reservando sus derechos”, estuvo de acuerdo en la supresión por la paz de la Iglesia.
Polonia se resistió durante un tiempo; los cantones suizos de Lucerna, Friburgo y Solothurn nunca permitieron que los jesuitas entregaran sus colegios. Los soberanos no católicos, Federico de Prusia y Catalinade Rusia tomaron a los jesuitas bajo su protección. Sean cuales fueren sus motivos, ya sea por molestar al papa y a las cortes de los Borbones o para satisfacer a sus súbditos católicos y preservar para ellos los servicios de los mejores educadores, su intervención mantuvo a la orden viva hasta su completa restauración en 1804. Federico perseveró e esa oposición solamente unos años; en 1780 se publicó el Breve en sus dominios. Los jesuitas mantuvieron todos sus colegios y la universidad de Breslau hasta 1806 y 1811, pero como curas seglares y sin admitir más novicios. Pero CatalinaII resistió hasta el final Por orden suya, los obispos de la Rusia Blanca ignoraron el Breve de supresión y mandaron a los jesuitas que siguieran viviendo en comunidad y seguir con su trabajo habitual. Parece que Clemente XIV aprobó su conducta. La emperatriz, para apaciguar los escrúpulos de los jesuitas comenzó varias negociaciones con el papa y consiguió lo que quería. También en Francia tenían amigos, los jesuitas perseguidos. Madame Louise de Francia, hija de Luis XV, que había entrado en la orden del Carmelo y , con sus hermanas, dirigía un grupo de mujeres piadosas en la corte de su real hermano, habían hecho planes para restablecer a los jesuitas en seis provincias que estaba bajo la autoridad del obispo. Sin embargo, Bernis, estropeó sus buenas intenciones obteniendo del papa una nuevo Breve, dirigido a él mismo y requiriéndole a que comprobara que los obispos franceses se atenían en sus diócesis al Breve "Dominus ac Redemptor".
Tras la muerte de Clemente XIV, se rumoreó que se había retractado del Breve, en una carta del 29 de junio de 1774. La carta, se decía, había sido confiada a su confesor para que la entregara al siguiente papa. Se publicó por primera vez en 1789, en Zurich, en la obra de P. Ph. Wolf " Allgemeine Geschichte der Jesuiten". Aunque Pío VI nunca protestó contra esta afirmación, la autenticidad del documento no se estableció suficientemente (De la Serviére).
lA primera y única ventaja que el papa consiguió por su política de concesiones fue la restauración de la Santa sede en Aviñón y Benenvento. Estas provincias habían sido tomadas por el rey de Francia y Nápoles cuando Clemente XIII había excomulgado a su familiar el joven duque de Parma (1768). La restitución, que siguió inmediatamente a la supresión de los jesuitas parecía el precio pagado por ello, aunque, para salvar las apariencias, el duque antecedió ente los dos reyes a favor del papa y Clemente, en el consistorios de 1774, aprovechó la ocasione para llenar de alabanzas, poco merecidas, a los Borbones.
Las maniobras hostiles y cismáticas no cesaron en muchos países católicos. En Francia, una comisión para la reforma de las órdenes religiosas llevaba actuando durante varios años, a pesar de las enérgicas protestas de Clemente XIII; en 1770 había abolido, sin el permiso papal, la congregación de Grandmont y a los benedictinos exentos; había amenazado hacer lo mismo con los Premostratenses y Trinitarios. El papa protestó a través de su nuncio en París, contra tales abusos del poder secular, aunque en vano. Los Celestinos y Camaldulenses fueron secularizados ese mismo año 1770. Las únicas concesiones que Luis XV hizo fue someter a Clemente el edicto general de reforma de los religiosos franceses, antes de su publicación, en 1773. El papa logró que se modificaran algunos puntos.
En 1768 Génova había cedido la isla de Córcega a Francia. Enseguida surgió el conflicto por la aplicación de los “usos galicanos”. El papa envió un visitador apostólico a la isla y tuvo la gratificación de prevenir la adopción de usos opuestos a las prácticas romanas. Luis XV se vengó rehusando absolutamente a reconocer la soberanía del papa sobre Córcega. Luis XV murió en 1774 y uno se sorprende del elogio que Clemente XIV pronunció en el consistorio sobre el “profundo amor del rey a la religión católica”. También esperaba que la muerte penitente del rey había conseguido la salvación. Se supone que lo hacía por el deseo de agradar a la más joven de las hijas del rey, Madame Louise de France, priora de las carmelitas de Saint-Denis, a la que siempre había manifestado gran afecto, atestiguado por los muchos favores que le concedió a ella y a su convento.
Durante el pontificado de Clemente XIV los principales gobernantes de las tierra alemanas eran María Teresa de Austria y Federico el Grande de Prusia. Esta al preservar en sus dominios a los jesuitas hizo un bien servicio, quizás no intencionado. También autorizó la erección de una iglesia católica en Berlín; empapa envío una generosa contribución y ordenó que se hicieran colectas con este propósito en Bélgica, el las tierras de Rin y Austria. María Teresa hizo honor a su título de Regina Apostolica que le había concedido Clemente XIII.
Pero las doctrinas de Febronio dominaban su corte y en más de una ocasión tuvo conflictos con el papa. Se negó a suprimir una nueva edición de Febronius como quería Clemente XIV; puso atención a las llamadas “Agravios de la nación alemana “, un plan de reformas de la iglesia que la hacían más dependiente del príncipe que del papa. Legisló para las órdenes religiosas de sus dominios sin consultar a Roma. Mantuvo su edicto sobre los religiosos contra las protestas del papa, pero quitó su protección a los autores de los “Agravios”, los electores de Colonia, Maguncia y Tréveris. También consiguió de Clemente en 1770 la institución de un obispo ruteno para los católicos rutenos de Hungría En otras partes de Alemania el papa tuvo que enfrentarse a dificultades semejantes. El número y riqueza de las casas religiosas, en algunos casos su inutilidad y ocasionalmente sus desórdenes tentaron frecuentemente a poner sus violentes y rapaces manos sobre ellos. Se iban a suprimir numerosas casas en Baviera para dotar a la nueva universidad de Ebersberg, y se detuvo la recepción de nuevos religiosos. Clemente se opuso a ambas medidas con éxito. Westfalia está en deuda con él por la universidad de Münster, erigida el 27 de mayo de 1773. En España Clemente aprobó la orden de los Caballeros de la Inmaculada Concepción, instituida por Carlos III. El rey también quería que definiera el dogma de la inmaculada concepción, pero Francia se opuso.
Portugal, que hizo algunos signos de buena voluntad hacia Roma, continuaba interfiriendo en los asuntos religiosos e imponiendo en colegios y seminarios una educación más conforme con el filosofismo francés que con el espíritu de la Iglesia En Nápoles, el ministro Tannucci, obstaculizaba el reclutamiento de las ordenes religiosas; los actos episcopales requerían el placet real; la prensa antirreligiosa era protegida. Polonia y Rusia fueron otra fuente de profundo pesar para Clemente XIV. Mientras que , políticamente , Polonia preparaba su propia ruina, los Piaristas enseñaban abiertamente el peor filosofismo en sus escuelas y se negaba a que sus casa fueran visitadas por el nuncio papal en Varsovia. El rey Estanislao planeaba la extinción de las órdenes religiosas y ayudaba a la Francmasonería. El papa nada podía hacer; las pocas concesiones que obtuvo de CatalinaII para los católicos de sus nuevas provincias eran anuladas cuando le daba la gana y le venía bien para su política. Con su propia autoridad creó para los católicos rutenos, de reciente anexión una diócesis nueva (Mohileff) administrada por un obispo (Siestrencewicz) de tendencias cismáticas. Clemente XIV tuvo la satisfacción de ver a su nuncio, Caprara, recibido favorablemente por la corte de Inglaterra, y de iniciar las medidas para la emancipación de los ingleses católicos. Este cambio en las relaciones entre Roma e Inglaterra se debió a la concesión de honores reales al hermano del rey cuando visitó roma en 1772, mientras que se le negaban al pretendiente. En el Este, el patriarca nestoriano, Mar Simeón, y seis de sus sufragáneos, se volvieron a unir con Roma. En Roma el papa no era bien visto ni entre los patricios romanos ni en el Sacro Colegio. Ninguna de las medidas que tomó para mejorar a su pueblo podía compensar a sus ojos, por su servilismo a las cortes de los Borbones y por la supresión de los jesuitas. Los últimos meses de su vida se los amargó la consciencia de sus fallos. A veces se sentía aplastado bajo el peso del dolor. El 10 de septiembre de 1774, se acostó, recibió la extremaunción el 21 de y murió piadosamente el 22 del mismo mes.
Muchos testigos del proceso de canonización de S. Alfonso de Ligorio atestiguaron que el santo había estado milagrosamente presente en la el lecho de muerte de Clemente XIV parta consolarle y darle fuerzas en su última hora. Los doctores que abrieron el cadáver en presencia de muchos testigos atribuyeron su muerte a disposiciones escorbúticas y hemorroidales de larga duración agravadas por el exceso de trabajo y el hábito de provocar perspiración artificial aun en momentos de gran calor. A pesar del certificado de los doctores, el partido español y los novelistas históricos atribuyeron su muerte a envenenamiento por parte de los jesuitas. Los restos mortales de Clemente XIV descansan en la iglesia de los doce Apóstoles (Ver también COMPAÑÍA DE JESUS) J. WILHELM.
Traducido por Pedro Royo
Published by Encyclopedia Press, 1913.
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