"Una vida dedicada a combatir la intolerancia”, dice una placa en la casa sevillana en la que vino al mundo el 11 de julio de 1775. En realidad, debería decir: “Una vida dedicada a la volubilidad religiosa”, porque José María Blanco White renegó del catolicismo para unirse a la Iglesia anglicana y de ésta pasó al unitarismo para, al fin, adherirse a un vago deísmo.
Curiosamente, su padre, William Whiteera un estricto católico de origen irlandés que había huido a España en 1745, escapando de la persecución de los protestantes ingleses. Blanco White fue ordenado sacerdote en 1800 y, tres años después, dejaba de creer en el catolicismo.
Tras abandonar su ciudad natal, llegó a Madrid, donde fue nombrado catequista. Cuando estalló la guerra de la Independencia regresó a Sevilla donde continuó, según sus palabras, con el “odioso oficio de engañar a las gentes”.
La invasión de Andalucía por los franceses en 1810 le obligó a huir de Sevilla la noche del 29 de enero. Pocos meses después, embarcaba en Cádiz con destino a Falmouth (Reino Unido) para no volver jamás a España. ¿Por qué emigró a Inglaterra? Según señala Marcelino Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, el clérigo ateo tenía varios hijos y “quería a toda costa darles nombre y consideración social”.
En Londres, el sevillano fundó un periódico, El Español, en cuyas páginas y desde el tercer número defendió la causa de la independencia de la América española: “El pueblo de América ha estado trescientos años en completa esclavitud... la razón, la filosofía, claman por la independencia de América”, escribía el apátrida. Naturalmente, la Regencia prohibió la introducción del periódico en España, llegando a proscribir a Blanco White como reo de lesa patria.
Mientras, el ministro Channing le premiaba con una pensión vitalicia anual de 200 libras esterlinas. Luego, Blanco se asoció con otro emigrado y publicó una revista trimestral para los americanos llamada Variedades (1820-25), donde afirmó que “España es incurable” y que se avergonzaba de escribir en castellano, ya que nuestra lengua “había llevado consigo la superstición y esclavitud religiosa a dondequiera que había ido”.
El 4 de octubre de 1812, Blanco White había ingresado en la Iglesia de Inglaterra y, dos años después, se hizo ministro de su nueva confesión.
Posteriormente, escribiría para el New Monthly Magazine sus célebres Cartas de España, que recogidas en un libro, le convertirían en uno de los primeros prosistas ingleses. No sólo eso; consiguieron que se leyeran sus libros de teología, como el folleto Preservativo de un pobre hombre contra Roma, donde atacaba al papa y defendía con rigor luterano la doctrina de la justificación sin las obras.
En 1826 escribió Evidencia práctica e interna contra el catolicismo para atacar el Book of the Roman Catholic Church, del irlandés Charles Butler, y reivindicar la intolerancia contra los católicos de Irlanda. Ya en 1818, Blanco White había expresado sus simpatías por los unitarios, “los que creen que Jesucristo no es más que un hombre hijo de José y María”.
En 1833 ya pertenecía a esa secta, pero volvió a cambiar para instalarse en un puro deísmo. En 1840 se retiró a Greenbarch, cerca de Liverpool, y allí murió el 20 de mayo de 1841.
Un gran poeta “inglés”
Si en algo fue constante Blanco White fue en su vocación literaria, sobre todo poética. Entre sus versos ingleses figura un soneto muy famoso titulado Mysterious Night, que el poeta británico Coleridge consideraba “una de las cosas más delicadas que hay en lengua inglesa”.
Pasado el tiempo, algunos ingleses dijeron que era el mejor entre todos los sonetos de su lengua, a excepción de los de Shakespeare.
En él, su autor describe el horror de Adán al contemplar por primera vez la noche y creer que en sus tinieblas iba a perecer el mundo. “¡Lástima que el estilo, con ser delicado y exquisito, parezca, por sobra de pormenores pintorescos, más digno de una miniatura laquista que de un vigoroso cuadro miltoniano!”, observa Menéndez Pelayo.
El santanderino destaca el verso “If light can thus deceive, wherefore not life?” (“Si la luz nos engaña, ¿cómo no ha de engañarnos la vida?”). Puede decirse que a Blanco White le engañó la luz de su mente, propia de un saltimbanqui, y que más que engañarle la vida, fue él quien engañó a ésta, ya que su existencia fue un puro odio a España.
Así, cuando el historiador Prescott enaltecía las glorias hispanas de Isabel y Fernando en La historia de los Reyes Católicos, el ex clérigo sevillano escribía que el ensayo “me deja en el ánimo la más melancólica impresión. El triunfo de los españoles es para mí el triunfo del mal. ¡Ay de los intereses más caros de la humanidad el día que España tenga predominio…!”.
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