Es el caso, por ejemplo, de las actas que la justicia romana levantaba en los procesos contra los cristianos, normalmente antes de enviarlos al martirio. Algunas de esas actas fueron copiadas luego por escribas cristianos y pasaron a la posteridad como ejemplos de heroísmo en defensa de la fe.
Los Hechos de los Apóstoles fueron redactados por el mismo autor que escribió el Evangelio de Lucas, un adláter de Pablo que sin duda lo acompañó en sus viajes, tal vez en calidad de médico. Coloquialmente, en España el libro se ha llamado Hechos de dos apóstoles, ya que se circunscribe en la práctica a referencias sobre Pedro y Pablo. La importancia de estos informes desde el punto de vista de la Historia del primer cristianismo es muy grande, y ha llenado miles de páginas a lo largo del tiempo. Sin embargo, en el siglo XIX surgió un grupo cristiano holandés que desautorizó por completo los Hechos aduciendo que los niveles de organización y comunicación entre las iglesias, tal como se describen en el texto, eran imposibles en aquellos años. No hay sombra en el libro de la tradicional rivalidad entre Pedro y Pablo, y tampoco hay referencias a las epístolas de Pablo, que junto al Apocalipsis completan el canon escritural.
Las Epístolas y los Hechos ya son libros plenamente eclesiásticos, que describen la peripecia material e intelectual de los primeros creyentes. En tal sentido, su valor es muy distinto al de los Evangelios, cuyo protagonista es el propio Jesucristo. Y también es muy distinta la flexibilidad en su interpretación. Desde el punto de vista dogmático, una cosa es discutir a Pablo y otra muy distinta discutir los Evangelios. Así que la parafernalia crítica que se ha desarrollado en torno a las epístolas a lo largo del tiempo es sencillamente colosal. Pero resulta indudable que su aportación principal a la doctrina es la importancia que concede a la redención. Y por tanto, a la noción previa de culpa, que con él pasa a ocupar un puesto relevante en el conjunto de las consideraciones religiosas. La culpa, el pecado, exige una expiación. Y el temor a esa expiación será en los siglos siguientes el tema de miles de sermones espeluznantes que los púlpitos vomitarán acerca de las horrorosas penas del infierno.
El Apocalipsis es completamente distinto al resto de los escritos canónicos, y también el más discutible desde el primer momento: la Iglesia manifestó grandes dudas antes de decidirse a incluirlo en el canon dogmático. Se considera un libro revelado por Dios al apóstol Juan, aunque contiene referencias históricas que no pueden datarse antes del año 92, mucho después de la muerte de su presunto autor. En todo caso, resulta un texto interesantísimo desde el punto de vista literario y poético, fruto de la intensidad con la que vivían los primeros cristianos la angustiosa idea de que el mundo podía acabarse en cualquier momento. Una sensación parecida a la que se vivió durante la crisis de los misiles de Cuba, pero que para ellos duraba toda la vida.
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