La Biblia no da una definición, filosófica o psicológica, de la f., pero contiene los elementos suficientes para saber en qué consiste y cuáles son los medios para obtenerla.
1. Antiguo Testamento: a. Sujeto de la felicidad. El A. T. hebreo emplea principalmente el término 'asréy (44 veces) para indicar quién es el hombre «feliz». El A. T. griego expresa la misma idea con los vocablos makários (17 veces): Tob 13,14 (3 veces); 13,16; Sap 3,13; Bar 4,4; Eccli 14,1.2.20; 25,8.9; 26,1; 28,19; 31,8; 34,15; 48,11; 50,28; makarízein (8 veces): Sap 2,16; 18,1; Eccli 11,28; 25,7.23; 31,9; 37,24; 45,7; y makaristós que aparece una sola vez (2 Mach 7,24). Constatamos, además, que las versiones griegas antiguas suelen traducir casi siempre el término hebreo 'asréy y el verbo 'asar «felicitar», «declarar a uno feliz», que aparece 9 veces (Gen 10,13; Ps 41,3; 72,17; Prv 3,18; 31,18; lob 29,11; Cant 6,9; Mal 3,12.15), por alguno de esos tres vocablos griegos mencionados. El N. T. continúa utilizando los mismos vocablos y en el mismo sentido que el Antiguo, sólo que en vez de makaristós aparece tres veces makarismós (Gal 4,15; Rom 4,6.9).
Feliz en general es quien está exento de dolor físico o moral. En el A. T., y luego también en el Nuevo, la f. o macanismo es de por sí una alabanza admirativa; después se convierte en un término técnico de un género literario que consiste en alabar o felicitar a una persona por la dicha que le ha cabido en suerte, poniendo al mismo tiempo de relieve el motivo de esa dicha. Este género literario es propio, y podemos decir casi exclusivo, de los libros sapienciales. En el N. T. lo emplean sobre todo los Sinópticos para presentar la predicación escatológica de Jesús (V. BIENAVENTURANZAS). En el A. T. aparece 2 veces en Job (5,17; 29,11), 27 veces en los Salmos, 10 veces en los Proverbios, una en el Cantar de los Cantares (6,9), una en el Eclesiastés (10,17), 3 en la Sabiduría (2,16; 3,13; 18,1), 17 en el Eclesiástico y una en Baruc (4,4). En los restantes libros del A. T. sólo se encuentra esporádicamente: Gen 30,13; Dt 33,29; 1 Reg 10,8; 2 Par 9,7; Tob 13,14.16; 2 Mach 7,24; Is 3,10 (conjetura); 30,18; 32,20; 56,2; Dan 12,12; Mal 3,12.15. La f. en la Biblia siempre se predica de las personas, nunca de las cosas o de las situaciones. La única excepción se encuentra en Eccl 10,17, donde se declara «dichosa la tierra, cuyo rey es hidalgo»; pero en este caso es evidente que el autor no se refiere directamente al país en cuanto tal, sino a los súbditos del rey.
En contraposición a lo que sucede en la literatura griega, en la cual a los dioses se les llama «los felices» (makares), porque están exentos de la muerte, de las preocupaciones y los trabajos de la vida, y el hombre en tanto es feliz en cuanto posee en el más allá un estado dichoso semejante al de los dioses, la Biblia nunca llama a Dios «feliz», excepto en dos textos de la 1 Tim 1,11 y 6,15, en donde S. Pablo, siguiendo el uso lingüístico de Filón y de los filósofos estoicos, proclama a Dios feliz (makários), puesto que a él solo le compete la f. suprema en virtud de su eternidad e incorruptibilidad (v. DIOS iv, 9-10). Pero a diferencia de los dioses griegos, que gozan de su f. sin preocuparse de los humanos, y de los dioses babilónicos, que, «cuando crearon a los hombres, los destinaron a la muerte, reservándose ellos la vida en sus manos» (cfr. ANET, 90,III, lín. 3-5), el Dios de la Biblia se complace en hacer felices a los hombres, comunicándoles su vida, su gracia (v.) y su gloria (v.), y con ellas todos los bienes.
b. Contenido de la felicidad. El fundamento de la f. es muy variado. Globalmente la f. consiste en la plenitud de vida, de una vida que durante algún tiempo parece identificarse con la existencia terrena, y se realiza fundamentalmente en la tierra. La revelación posterior irá abriendo horizontes y declarará que la verdadera y plena f. sólo se alcanzará en la vida futura (v. RETRIBUCIÓN).
Las bienaventuranzas (v.) del A. T. detallan y especifican los bienes que Dios da a los suyos y que constituyen su f. aquí en la tierra: tener un rey digno de este nombre (Eccl 10,17), una mujer juiciosa (Eccli 25,8), una posteridad numerosa (Gen 30,13; Eccli 25,7), belleza corporal (Cant 6,9), abundancia de bienes, riqueza, prosperidad, honorabilidad, sabiduría y prudencia (Eccl 25,8-10; lob 29,1-11. 21-25; Is 32,20), longevidad y tumba gloriosa (lob 29, 18-20; 21,30-33). La descripción mejor y más completa de los bienes y males que pueden sobrevenir al hombre en esta vida se encuentra en el libro de Job (v.), donde se contraponen las dos tesis de la prosperidad del malvado y de la desgracia del justo. Job expone su experiencia presentando para el malvado los mismos cuadros de dicha tranquila, paz doméstica, abundancia material, posteridad numerosa y larga vida que los tres interlocutores atribuyen al justo como recompensa de su virtud (lob 21,7-13.16-21. 23-33). Al fin estas descripciones corresponden sustancialmente a las que se encuentran en la literatura babilónica. La muerte prematura, la inseguridad en la vida, junto con la enfermedad, son los grandes flagelos que, según la teología babilónica, utilizan los dioses para castigar a la humanidad pecadora. Todo el interés del hombre babilónico se centra en la vida presente. Una venerable ancianidad, la ausencia de enfermedades y el bienestar material eran la suprema aspiración del hombre y el don más excelso que los dioses le podían regalar: «Que tu cuerpo esté harto, que día y noche goce del placer. Procura estar diariamente de fiesta; pasa día y noche en danzas y algaradas. Mira al niño que va cogido de tu mano y a la mujer que se deleita en tu seno» (cfr. O. García de la Fuente, La prosperidad del malvado..., o. c. bibl., p. 613; ANET, p. 90, lín. 6-13).
El A. T. critica y supera este craso materialismo. Entre los bienes que constituyen la f. el A. T. menciona con insistencia la sabiduría (Prv 3,13; Eccli 14,20; 25,9; 37,24; 50,28), la prudencia, la moderación y la piedad, que son dones de Dios y condiciones previas para la dicha (Mal 3,12.15; Bar 4,4.) Por eso, para comprender el valor y el sentido de ciertas máximas de sabiduría que no superan la perspectiva terrena y que parecen suponer una concepción interesada y hedonística de la retribución moral (cfr., p. ej., Ps 1,1; 41,2.3; 106,3; 119;1.2; 128,1; Prv 14,21; 20,7; 29,19), hay que situarlas en el contexto religioso que las vio nacer. En el interior mismo del A. T. se advierte una clara profundización en el tema. Detrás de las apariencias externas de prosperidad y bienestar puede ocultarse una mala conciencia y el pecado (Mal 3,15), y entonces naturalmente no puede hablarse de verdadera f. (Eccli 14,1-2). Además, la experiencia demuestra que no hay que juzgar de la f. de un hombre demasiado de prisa; en todo caso, nunca antes de la hora postrera (Eccli 11,28), ya que sólo entonces se puede proclamar verdaderamente feliz a quien ha sido justo (Sap 2,16).
En el libro de la Sabiduría, aclarada ya la dimensión ultraterrena de la vida humana, la virtud (v.) adquiere un valor superior al de los bienes externos en orden a apreciar la f. de un hombre: las estériles y los eunucos serán felices si han vivido sin mancilla (Sap 3,13-15). A través de estas afirmaciones y de otras anteriores en el tiempo se descubre en qué consiste la verdadera f. y por qué el hombre debe afanarse en conseguirla. Es feliz quien teme a Dios, le ama, le busca y espera en él (Ps 2,12; 34,9; 40,5; 84,13; 112,1; Prv 16,20: 28,14; Eccli 34,15; Is 30,18; Tob 13,14). Es feliz el pueblo de Israel, porque ha recibido de Dios la Revelación, mantiene con él una Alianza, ha sido elegido, predestinado y salvado (Dt 33,29; Ps 33,12; 65,5; 84,5.6; 89,16; 114,15; 146,5). Son felices quienes han recibido el perdón de sus pecados (Ps 32,1.2), quienes tienen la conciencia tranquila, porque no se han deslizado con la lengua, fuente de tantas culpas (Eccli 14, 1-2; 25,8; 28,19). La f. en último análisis reside en la comunión con Dios y en Dios en persona (Ps 73,25). El justo tiene la certeza de que hasta en las aflicciones y en el dolor, y especialmente en el martirio, se puede ser feliz (Dan 12,12; 2 Mach 7,24.36-37). El sufrimiento es una prueba de Dios y como tal la ven y la aprecian los justos (v. DOLOR 111-IV); por eso, no es de extrañar que se proclame feliz a quien acepta la corrección de Yahwéh (lob 5,17; Ps 94,12; Tob 13,16). La literatura apócrifa desarrolla ulteriormente estas ideas, viendo en los sufrimientos y en la muerte de los mártires la suprema f. (cfr. 4 Mach 6,11; 7,15; 10,15; 12,1).
2. Nuevo Testamento. La novedad que aporta la revelación de Cristo al concepto de f. consiste principalmente en dos cosas: en el hecho de que con la venida de Cristo ya están virtualmente presentes todos los bienes que constituyen la verdadera f., y en que la f. adquiere un sentido eminentemente religioso y espiritual, cuyo fundamento es el derecho a la salvación (v.) en el Reino de los cielos o la participación efectiva en esa salvación.
a. jesucristo y la felicidad. La predicación de Cristo opera un cambio radical en el mundo de las ideas sobre f. y desgracia. Su venida deja tras de sí una estela de hombres felices y desgraciados. Son infelices quienes pasan de largo sin aceptar la buena nueva del evangelio, p. ej., las ciudades incrédulas (Mt 11,21), los escribas y fariseos que con su casuística y su apego a las tradiciones de los padres hacían imposible la observancia de la Ley y ellos mismos la violaban bajo capa de piedad (Mt 23,13-31), el traidor Judas, que entregó al Hijo del Hombre (Mt 26,24). Son felices, por el contrario, quienes reconocen la suprema intervención de Dios que por medio de Jesucristo salva a los hombres y se apropian la salvación con sus obras y su fe (v.):, quienes escuchan la palabra de Dios (Le 11,28), quienes creen sin haber visto (Ioh 20,29), quienes no se escandalizan de Jesús (Le 7,23; Mt 11,6); los ojos que han visto a Cristo (Mt 13,16); la Madre del Mesías, por haber dado a luz al Salvador del mundo (Le 1,48; 11,27) y haber creído en las promesas divinas (Le 1,45); Simón Pedro, porque el Padre le reveló que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,17); los que en el periodo de prueba permanecen vigilantes, esperando la llegada del Señor (Le 12,37-38; Apc 16,15); los siervos fieles y prudentes (Mt 24,46; Le 12,43); quienes practican la caridad con los necesitados (Le 14,14) y son humildes y serviciales con los hermanos (lo 13,17); quienes han soportado la prueba con generosidad y se han hecho acreedores a la recompensa divina en la lucha por la fe (lac 1,12.25; 5,11; 1 Pet 3,14; 4,14) (v. t. JESUCRISTO v).
b. Contenido de la felicidad. Todo esto se encuentra maravillosamente recapitulado en las Bienaventuranzas (v.), proclamación solemne de los requisitos para la f. cristiana (Mt 5,3-12; Le 6,20-26), y en los correspondientes ayes (Mt 23,13-32; Le 6,24-26). Las Bienaventuranzas evangélicas señalan el comienzo de una nueva era, una visión nueva de las cosas, una concepción nueva de la escala de los valores. Frente a las apariencias falaces del mundo, que promete una f. que no puede dar, Cristo proclama su mensaje de f. y nos da su promesa acerca de dónde se encuentra la verdadera dicha. Se trata de un cambio radical de los valores tradicionales, de una inversión paradójica del modo de pensar establecido por los hombres, pues Cristo dice que no son felices, como pregona el mundo, los ricos, los hartos, los poderosos, los que ríen, sino los pobres, los afligidos, los perseguidos. La f. que promete será colmada en la eternidad, pero ya desde ahora y desde aquí comienza su realización en la paz y el gozo del Espíritu. El cristiano es ya feliz en la esperanza (v.), y aún no se ha manifestado cuánto más lo será cuando vea a Dios tal como es (1 lo 3,2-3; v. CIELO II-III). No se trata, pues, de una vana esperanza, sino de una consoladora realidad (V. SANTIDAD IV).
Las Bienaventuranzas que transmite S. Lucas son cuatro, las de S. Mateo ocho; pero no existe entre ellas una diferencia sustancial de contenido. Lucas añade cuatro maldiciones (6,24-26), que Mateo omite. Las Bienaventuranzas de Lucas parecen anunciar una inversión de situaciones, sufrimiento en esta vida, gozo en la otra (cfr. Le 16,25); las de Mateo trazan un programa de vida virtuosa y recalcan la relación entre la conducta virtuosa y la recompensa escatológica. Mateo presenta el discurso de Jesús en tercera persona, Lucas en segunda. En Lucas Cristo proclama felices a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran y a los perseguidos (Le 6,20-22); en Mateo, a los pobres, a los mansos, a los que lloran, a los hambrientos, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los pacíficos y a los perseguidos (Mt 5,3-12). Lucas inculca con energía la primacía absoluta de la vida eterna y la instrumentalidad de la vida terrena con todos sus bienes; una sola cosa es necesaria, todo lo demás se ha de ordenar como un instrumento a la consecución de este valor; así se comprende que la f. mayor del cristiano es sufrir por Cristo: «Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Le 6,23). Mateo recalca en las Bienaventuranzas un carácter más espiritual; los pobres felices no son los pobres a secas, sino los pobres «en (o de) espíritu»; los hambrientos son los que tienen hambre «de justicia», no de pan. En Lucas predomina la dimensión social: la f. futura es una recompensa por las miserias actuales. Mateo apunta más a la actitud interior, se fija en el ideal de la pobreza. Pero ambas dimensiones, la interior y la social o externa, están estrechamente relacionadas; es lógico que, si existe un verdadero espíritu de pobreza, conducirá necesariamente al desprendimiento efectivo de la riqueza.
Las Bienaventuranzas comunes -pobreza, hambre, llanto, persecución- ponen de relieve la f. del cristiano que acepta su condición de pobre -el hambre y las lágrimas son consecuencias de la pobreza y un tributo de la misma- con fe, esperanza y amor, y ya es por eso mismo ciudadano del Reino de Dios (v.), Reino que ahora se encuentra en situación de lucha, pero que será Reino de f. eterna en la gloria, y ponen de relieve también la f. del cristiano perseguido, que no sólo tiene que aceptar los rigores de una existencia dura y pobre, sino soportar la opresión y la persecución de los enemigos de Dios y de la religión, como tuvieron que soportarla el pueblo de Israel, los profetas y sobre todo Jesucristo. Desde que Cristo murió en una cruz, antes de ser glorificado, padecimiento y gloria, persecución y dicha son ya realidades inseparables (V. ALECRíA; DOLOR III-Iv). La pobreza, el hambre y las lágrimas, lo mismo que la persecución, son situaciones de privilegio para entrar en el Reino de los cielos. Es feliz quien acepta todos estos males por Cristo y con Cristo; sin que ello signifique una actitud pasiva, o fatalista, ante los males (v. ESPERANZA; LUCHA ASCÉTICA; TRABAJO HUMANO VII; MUNDO III, 1).
Las cuatro Bienaventuranzas propias de Mateo -mansedumbre, misericordia, pureza de corazón y paz- subrayan otras varias disposiciones necesarias, cuya posesión procura la verdadera f. del cristiano. La mansedumbre se opone a la violencia y a la severidad excesiva (cfr. Mt 11,28-30; 23,4). La misericordia (v.), que se concreta en practicar obras de caridad con los desgraciados, asegura la compasión del juez supremo (Mt 25,31-46). La pureza de corazón es una disposición del alma, no un conjunto de actos externos, efecto de unas abluciones rituales (Mt 23,25-28). Los pacíficos son los que, además de poseer en sí mismos la paz, hacen obra de pacificación entre los hermanos por su actitud conciliante (V. PAZ 111; PAZ INTERIOR).
c. San Pablo hace pocas afirmaciones sobre el tema de la f., pero las que hace tienen una gran importancia teológica. Recogiendo un texto del A. T. (Ps 32,1-2), Pablo afirma que es feliz quien ha recibido el perdón de sus pecados, y la f. que le atribuye es una dicha profunda que nace del saberse uno en posesión de la justificación (v.), es decir, de una pacificación total con Dios (Rom 4,7-9). En otra ocasión declara feliz a quien no tiene que hacerse a sí mismo ningún reproche por las decisiones que ha tomado en conciencia en asuntos morales dudosos (Rom 14,22). Finalmente, Pablo juzga más feliz a la viuda que no contrae nuevas nupcias, para poder dedicarse más fácilmente al servicio del Señor, que a la que se casa otra vez (1 Cor 7,40).
d. El Apocalipsis contiene siete bienaventuranzas y catorce maldiciones que completan el cuadro que hace el N. T. de la f. del cristiano. El libro se abre ya proclamando feliz a quien guarde las palabras que en él se contienen (1,3) y se cierra con una aseveración semejante que corrobora la primera (22,7). Los cinco macarismos o bienaventuranzas restantes se refieren: a los muertos que mueren en el Señor, pues descansan ya de sus fatigas y sus obras buenas les acompañan (14,13); a los cristianos que han permanecido vigilantes durante su vida y han procurado llenarla de buenas obras (16,15); a los invitados al banquete de bodas del Cordero, ya que será grande su f. al verse salvados (19,9; cfr. Le 14, 15; 22,30; Mt 26,29); a los que participen en la primera resurrección, pues así se verán libres de la muerte eterna (20,6); y a los que hayan lavado sus vestidos en la sangre del Cordero, es decir, a los que se hayan apropiado los efectos de la Redención, porque así entrarán en la gloria celestial (22,14).
3. Resumen final. La felicidad en los textos más antiguos del A. T. tiene un carácter más material y terreno, se apunta más a la f. en la vida presente. Con el progreso de la Revelación se amplía el horizonte; los textos más recientes del A. T. señalan también la f. en la otra vida (V. RETRIBUCIóN; CIELO II). Y siempre la f. está en el amor (v.) o unión (v.) a Dios, en la sabiduría, en la justicia o santidad de vida (v. SANTIDAD I y IV).
El N. T. es todo él Buena Nueva, Alegre Noticia (Evangelio); con una invitación a la f. saluda el ángel a María en la Anunciación: «Ave (alégrate), llena de gracia, el Señor es contigo» (Le 1,28; V. AVE MARÍA); y también con una invitación a la alegría anuncia el ángel el nacimiento de Cristo a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo; os ha nacido hoy en la ciudad de David un salvador, que es el Cristo Señor» (Le 2,10). La f. es la salvación que trae Jesucristo (v. SALVACIóN III); y la salvación consiste en la identificación con Él, ya en esta vida (V. JESUCRISTO V); ésa es la voluntad (v.) de Dios: la perfección (v.) o santidad (v. SANTIDAD IV), que es unión (v.) con Dios, caridad (v.), que inicia la f. del hombre en esta vida y se consuma en el cielo (v. CIELO III). La f. no es, pues, sólo futura, en la otra vida para los que en ésta han sido desgraciados, sino que es también presente, pero supone esfuerzo (V. LUCHA ASCÉTICA) y dolor (V. DOLOR III-Iv). De modo que la f. eterna en el cielo es sólo para los que son también felices en la tierra en medio de la lucha y el dolor; el hombre es responsable de su felicidad, del cumplimiento o no de su vocación (v.).
Sobre estas ideas fundamentales, la especulación e investigación filosófica y teológica han elaborado a través de los siglos, con ayuda de la experiencia de tantos hombres cristianos, una profunda y acabada doctrina, que suele presentarse como uno de los motivos de credibilidad del cristianismo (V. REVELACIÓN III, 2; APOLOGÉTICA I, 6) y cuya exposición completa o sistemática no es necesario hacer aquí. Para ello véanse los artículos sobre los temas que se han mencionado, y a los que se ha remitido, en el párrafo anterior. Pueden verse también algunos puntos en: ESPERANZA; DIOS IV, 5-6; ESCATOLOGÍA III; TEOLOGÍA MORAL; HOMBRE; PERSONA; LIBERTAD; INMORTALIDAD; ALEGRÍA.
1. Antiguo Testamento: a. Sujeto de la felicidad. El A. T. hebreo emplea principalmente el término 'asréy (44 veces) para indicar quién es el hombre «feliz». El A. T. griego expresa la misma idea con los vocablos makários (17 veces): Tob 13,14 (3 veces); 13,16; Sap 3,13; Bar 4,4; Eccli 14,1.2.20; 25,8.9; 26,1; 28,19; 31,8; 34,15; 48,11; 50,28; makarízein (8 veces): Sap 2,16; 18,1; Eccli 11,28; 25,7.23; 31,9; 37,24; 45,7; y makaristós que aparece una sola vez (2 Mach 7,24). Constatamos, además, que las versiones griegas antiguas suelen traducir casi siempre el término hebreo 'asréy y el verbo 'asar «felicitar», «declarar a uno feliz», que aparece 9 veces (Gen 10,13; Ps 41,3; 72,17; Prv 3,18; 31,18; lob 29,11; Cant 6,9; Mal 3,12.15), por alguno de esos tres vocablos griegos mencionados. El N. T. continúa utilizando los mismos vocablos y en el mismo sentido que el Antiguo, sólo que en vez de makaristós aparece tres veces makarismós (Gal 4,15; Rom 4,6.9).
Feliz en general es quien está exento de dolor físico o moral. En el A. T., y luego también en el Nuevo, la f. o macanismo es de por sí una alabanza admirativa; después se convierte en un término técnico de un género literario que consiste en alabar o felicitar a una persona por la dicha que le ha cabido en suerte, poniendo al mismo tiempo de relieve el motivo de esa dicha. Este género literario es propio, y podemos decir casi exclusivo, de los libros sapienciales. En el N. T. lo emplean sobre todo los Sinópticos para presentar la predicación escatológica de Jesús (V. BIENAVENTURANZAS). En el A. T. aparece 2 veces en Job (5,17; 29,11), 27 veces en los Salmos, 10 veces en los Proverbios, una en el Cantar de los Cantares (6,9), una en el Eclesiastés (10,17), 3 en la Sabiduría (2,16; 3,13; 18,1), 17 en el Eclesiástico y una en Baruc (4,4). En los restantes libros del A. T. sólo se encuentra esporádicamente: Gen 30,13; Dt 33,29; 1 Reg 10,8; 2 Par 9,7; Tob 13,14.16; 2 Mach 7,24; Is 3,10 (conjetura); 30,18; 32,20; 56,2; Dan 12,12; Mal 3,12.15. La f. en la Biblia siempre se predica de las personas, nunca de las cosas o de las situaciones. La única excepción se encuentra en Eccl 10,17, donde se declara «dichosa la tierra, cuyo rey es hidalgo»; pero en este caso es evidente que el autor no se refiere directamente al país en cuanto tal, sino a los súbditos del rey.
En contraposición a lo que sucede en la literatura griega, en la cual a los dioses se les llama «los felices» (makares), porque están exentos de la muerte, de las preocupaciones y los trabajos de la vida, y el hombre en tanto es feliz en cuanto posee en el más allá un estado dichoso semejante al de los dioses, la Biblia nunca llama a Dios «feliz», excepto en dos textos de la 1 Tim 1,11 y 6,15, en donde S. Pablo, siguiendo el uso lingüístico de Filón y de los filósofos estoicos, proclama a Dios feliz (makários), puesto que a él solo le compete la f. suprema en virtud de su eternidad e incorruptibilidad (v. DIOS iv, 9-10). Pero a diferencia de los dioses griegos, que gozan de su f. sin preocuparse de los humanos, y de los dioses babilónicos, que, «cuando crearon a los hombres, los destinaron a la muerte, reservándose ellos la vida en sus manos» (cfr. ANET, 90,III, lín. 3-5), el Dios de la Biblia se complace en hacer felices a los hombres, comunicándoles su vida, su gracia (v.) y su gloria (v.), y con ellas todos los bienes.
b. Contenido de la felicidad. El fundamento de la f. es muy variado. Globalmente la f. consiste en la plenitud de vida, de una vida que durante algún tiempo parece identificarse con la existencia terrena, y se realiza fundamentalmente en la tierra. La revelación posterior irá abriendo horizontes y declarará que la verdadera y plena f. sólo se alcanzará en la vida futura (v. RETRIBUCIÓN).
Las bienaventuranzas (v.) del A. T. detallan y especifican los bienes que Dios da a los suyos y que constituyen su f. aquí en la tierra: tener un rey digno de este nombre (Eccl 10,17), una mujer juiciosa (Eccli 25,8), una posteridad numerosa (Gen 30,13; Eccli 25,7), belleza corporal (Cant 6,9), abundancia de bienes, riqueza, prosperidad, honorabilidad, sabiduría y prudencia (Eccl 25,8-10; lob 29,1-11. 21-25; Is 32,20), longevidad y tumba gloriosa (lob 29, 18-20; 21,30-33). La descripción mejor y más completa de los bienes y males que pueden sobrevenir al hombre en esta vida se encuentra en el libro de Job (v.), donde se contraponen las dos tesis de la prosperidad del malvado y de la desgracia del justo. Job expone su experiencia presentando para el malvado los mismos cuadros de dicha tranquila, paz doméstica, abundancia material, posteridad numerosa y larga vida que los tres interlocutores atribuyen al justo como recompensa de su virtud (lob 21,7-13.16-21. 23-33). Al fin estas descripciones corresponden sustancialmente a las que se encuentran en la literatura babilónica. La muerte prematura, la inseguridad en la vida, junto con la enfermedad, son los grandes flagelos que, según la teología babilónica, utilizan los dioses para castigar a la humanidad pecadora. Todo el interés del hombre babilónico se centra en la vida presente. Una venerable ancianidad, la ausencia de enfermedades y el bienestar material eran la suprema aspiración del hombre y el don más excelso que los dioses le podían regalar: «Que tu cuerpo esté harto, que día y noche goce del placer. Procura estar diariamente de fiesta; pasa día y noche en danzas y algaradas. Mira al niño que va cogido de tu mano y a la mujer que se deleita en tu seno» (cfr. O. García de la Fuente, La prosperidad del malvado..., o. c. bibl., p. 613; ANET, p. 90, lín. 6-13).
El A. T. critica y supera este craso materialismo. Entre los bienes que constituyen la f. el A. T. menciona con insistencia la sabiduría (Prv 3,13; Eccli 14,20; 25,9; 37,24; 50,28), la prudencia, la moderación y la piedad, que son dones de Dios y condiciones previas para la dicha (Mal 3,12.15; Bar 4,4.) Por eso, para comprender el valor y el sentido de ciertas máximas de sabiduría que no superan la perspectiva terrena y que parecen suponer una concepción interesada y hedonística de la retribución moral (cfr., p. ej., Ps 1,1; 41,2.3; 106,3; 119;1.2; 128,1; Prv 14,21; 20,7; 29,19), hay que situarlas en el contexto religioso que las vio nacer. En el interior mismo del A. T. se advierte una clara profundización en el tema. Detrás de las apariencias externas de prosperidad y bienestar puede ocultarse una mala conciencia y el pecado (Mal 3,15), y entonces naturalmente no puede hablarse de verdadera f. (Eccli 14,1-2). Además, la experiencia demuestra que no hay que juzgar de la f. de un hombre demasiado de prisa; en todo caso, nunca antes de la hora postrera (Eccli 11,28), ya que sólo entonces se puede proclamar verdaderamente feliz a quien ha sido justo (Sap 2,16).
En el libro de la Sabiduría, aclarada ya la dimensión ultraterrena de la vida humana, la virtud (v.) adquiere un valor superior al de los bienes externos en orden a apreciar la f. de un hombre: las estériles y los eunucos serán felices si han vivido sin mancilla (Sap 3,13-15). A través de estas afirmaciones y de otras anteriores en el tiempo se descubre en qué consiste la verdadera f. y por qué el hombre debe afanarse en conseguirla. Es feliz quien teme a Dios, le ama, le busca y espera en él (Ps 2,12; 34,9; 40,5; 84,13; 112,1; Prv 16,20: 28,14; Eccli 34,15; Is 30,18; Tob 13,14). Es feliz el pueblo de Israel, porque ha recibido de Dios la Revelación, mantiene con él una Alianza, ha sido elegido, predestinado y salvado (Dt 33,29; Ps 33,12; 65,5; 84,5.6; 89,16; 114,15; 146,5). Son felices quienes han recibido el perdón de sus pecados (Ps 32,1.2), quienes tienen la conciencia tranquila, porque no se han deslizado con la lengua, fuente de tantas culpas (Eccli 14, 1-2; 25,8; 28,19). La f. en último análisis reside en la comunión con Dios y en Dios en persona (Ps 73,25). El justo tiene la certeza de que hasta en las aflicciones y en el dolor, y especialmente en el martirio, se puede ser feliz (Dan 12,12; 2 Mach 7,24.36-37). El sufrimiento es una prueba de Dios y como tal la ven y la aprecian los justos (v. DOLOR 111-IV); por eso, no es de extrañar que se proclame feliz a quien acepta la corrección de Yahwéh (lob 5,17; Ps 94,12; Tob 13,16). La literatura apócrifa desarrolla ulteriormente estas ideas, viendo en los sufrimientos y en la muerte de los mártires la suprema f. (cfr. 4 Mach 6,11; 7,15; 10,15; 12,1).
2. Nuevo Testamento. La novedad que aporta la revelación de Cristo al concepto de f. consiste principalmente en dos cosas: en el hecho de que con la venida de Cristo ya están virtualmente presentes todos los bienes que constituyen la verdadera f., y en que la f. adquiere un sentido eminentemente religioso y espiritual, cuyo fundamento es el derecho a la salvación (v.) en el Reino de los cielos o la participación efectiva en esa salvación.
a. jesucristo y la felicidad. La predicación de Cristo opera un cambio radical en el mundo de las ideas sobre f. y desgracia. Su venida deja tras de sí una estela de hombres felices y desgraciados. Son infelices quienes pasan de largo sin aceptar la buena nueva del evangelio, p. ej., las ciudades incrédulas (Mt 11,21), los escribas y fariseos que con su casuística y su apego a las tradiciones de los padres hacían imposible la observancia de la Ley y ellos mismos la violaban bajo capa de piedad (Mt 23,13-31), el traidor Judas, que entregó al Hijo del Hombre (Mt 26,24). Son felices, por el contrario, quienes reconocen la suprema intervención de Dios que por medio de Jesucristo salva a los hombres y se apropian la salvación con sus obras y su fe (v.):, quienes escuchan la palabra de Dios (Le 11,28), quienes creen sin haber visto (Ioh 20,29), quienes no se escandalizan de Jesús (Le 7,23; Mt 11,6); los ojos que han visto a Cristo (Mt 13,16); la Madre del Mesías, por haber dado a luz al Salvador del mundo (Le 1,48; 11,27) y haber creído en las promesas divinas (Le 1,45); Simón Pedro, porque el Padre le reveló que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,17); los que en el periodo de prueba permanecen vigilantes, esperando la llegada del Señor (Le 12,37-38; Apc 16,15); los siervos fieles y prudentes (Mt 24,46; Le 12,43); quienes practican la caridad con los necesitados (Le 14,14) y son humildes y serviciales con los hermanos (lo 13,17); quienes han soportado la prueba con generosidad y se han hecho acreedores a la recompensa divina en la lucha por la fe (lac 1,12.25; 5,11; 1 Pet 3,14; 4,14) (v. t. JESUCRISTO v).
b. Contenido de la felicidad. Todo esto se encuentra maravillosamente recapitulado en las Bienaventuranzas (v.), proclamación solemne de los requisitos para la f. cristiana (Mt 5,3-12; Le 6,20-26), y en los correspondientes ayes (Mt 23,13-32; Le 6,24-26). Las Bienaventuranzas evangélicas señalan el comienzo de una nueva era, una visión nueva de las cosas, una concepción nueva de la escala de los valores. Frente a las apariencias falaces del mundo, que promete una f. que no puede dar, Cristo proclama su mensaje de f. y nos da su promesa acerca de dónde se encuentra la verdadera dicha. Se trata de un cambio radical de los valores tradicionales, de una inversión paradójica del modo de pensar establecido por los hombres, pues Cristo dice que no son felices, como pregona el mundo, los ricos, los hartos, los poderosos, los que ríen, sino los pobres, los afligidos, los perseguidos. La f. que promete será colmada en la eternidad, pero ya desde ahora y desde aquí comienza su realización en la paz y el gozo del Espíritu. El cristiano es ya feliz en la esperanza (v.), y aún no se ha manifestado cuánto más lo será cuando vea a Dios tal como es (1 lo 3,2-3; v. CIELO II-III). No se trata, pues, de una vana esperanza, sino de una consoladora realidad (V. SANTIDAD IV).
Las Bienaventuranzas que transmite S. Lucas son cuatro, las de S. Mateo ocho; pero no existe entre ellas una diferencia sustancial de contenido. Lucas añade cuatro maldiciones (6,24-26), que Mateo omite. Las Bienaventuranzas de Lucas parecen anunciar una inversión de situaciones, sufrimiento en esta vida, gozo en la otra (cfr. Le 16,25); las de Mateo trazan un programa de vida virtuosa y recalcan la relación entre la conducta virtuosa y la recompensa escatológica. Mateo presenta el discurso de Jesús en tercera persona, Lucas en segunda. En Lucas Cristo proclama felices a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran y a los perseguidos (Le 6,20-22); en Mateo, a los pobres, a los mansos, a los que lloran, a los hambrientos, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los pacíficos y a los perseguidos (Mt 5,3-12). Lucas inculca con energía la primacía absoluta de la vida eterna y la instrumentalidad de la vida terrena con todos sus bienes; una sola cosa es necesaria, todo lo demás se ha de ordenar como un instrumento a la consecución de este valor; así se comprende que la f. mayor del cristiano es sufrir por Cristo: «Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Le 6,23). Mateo recalca en las Bienaventuranzas un carácter más espiritual; los pobres felices no son los pobres a secas, sino los pobres «en (o de) espíritu»; los hambrientos son los que tienen hambre «de justicia», no de pan. En Lucas predomina la dimensión social: la f. futura es una recompensa por las miserias actuales. Mateo apunta más a la actitud interior, se fija en el ideal de la pobreza. Pero ambas dimensiones, la interior y la social o externa, están estrechamente relacionadas; es lógico que, si existe un verdadero espíritu de pobreza, conducirá necesariamente al desprendimiento efectivo de la riqueza.
Las Bienaventuranzas comunes -pobreza, hambre, llanto, persecución- ponen de relieve la f. del cristiano que acepta su condición de pobre -el hambre y las lágrimas son consecuencias de la pobreza y un tributo de la misma- con fe, esperanza y amor, y ya es por eso mismo ciudadano del Reino de Dios (v.), Reino que ahora se encuentra en situación de lucha, pero que será Reino de f. eterna en la gloria, y ponen de relieve también la f. del cristiano perseguido, que no sólo tiene que aceptar los rigores de una existencia dura y pobre, sino soportar la opresión y la persecución de los enemigos de Dios y de la religión, como tuvieron que soportarla el pueblo de Israel, los profetas y sobre todo Jesucristo. Desde que Cristo murió en una cruz, antes de ser glorificado, padecimiento y gloria, persecución y dicha son ya realidades inseparables (V. ALECRíA; DOLOR III-Iv). La pobreza, el hambre y las lágrimas, lo mismo que la persecución, son situaciones de privilegio para entrar en el Reino de los cielos. Es feliz quien acepta todos estos males por Cristo y con Cristo; sin que ello signifique una actitud pasiva, o fatalista, ante los males (v. ESPERANZA; LUCHA ASCÉTICA; TRABAJO HUMANO VII; MUNDO III, 1).
Las cuatro Bienaventuranzas propias de Mateo -mansedumbre, misericordia, pureza de corazón y paz- subrayan otras varias disposiciones necesarias, cuya posesión procura la verdadera f. del cristiano. La mansedumbre se opone a la violencia y a la severidad excesiva (cfr. Mt 11,28-30; 23,4). La misericordia (v.), que se concreta en practicar obras de caridad con los desgraciados, asegura la compasión del juez supremo (Mt 25,31-46). La pureza de corazón es una disposición del alma, no un conjunto de actos externos, efecto de unas abluciones rituales (Mt 23,25-28). Los pacíficos son los que, además de poseer en sí mismos la paz, hacen obra de pacificación entre los hermanos por su actitud conciliante (V. PAZ 111; PAZ INTERIOR).
c. San Pablo hace pocas afirmaciones sobre el tema de la f., pero las que hace tienen una gran importancia teológica. Recogiendo un texto del A. T. (Ps 32,1-2), Pablo afirma que es feliz quien ha recibido el perdón de sus pecados, y la f. que le atribuye es una dicha profunda que nace del saberse uno en posesión de la justificación (v.), es decir, de una pacificación total con Dios (Rom 4,7-9). En otra ocasión declara feliz a quien no tiene que hacerse a sí mismo ningún reproche por las decisiones que ha tomado en conciencia en asuntos morales dudosos (Rom 14,22). Finalmente, Pablo juzga más feliz a la viuda que no contrae nuevas nupcias, para poder dedicarse más fácilmente al servicio del Señor, que a la que se casa otra vez (1 Cor 7,40).
d. El Apocalipsis contiene siete bienaventuranzas y catorce maldiciones que completan el cuadro que hace el N. T. de la f. del cristiano. El libro se abre ya proclamando feliz a quien guarde las palabras que en él se contienen (1,3) y se cierra con una aseveración semejante que corrobora la primera (22,7). Los cinco macarismos o bienaventuranzas restantes se refieren: a los muertos que mueren en el Señor, pues descansan ya de sus fatigas y sus obras buenas les acompañan (14,13); a los cristianos que han permanecido vigilantes durante su vida y han procurado llenarla de buenas obras (16,15); a los invitados al banquete de bodas del Cordero, ya que será grande su f. al verse salvados (19,9; cfr. Le 14, 15; 22,30; Mt 26,29); a los que participen en la primera resurrección, pues así se verán libres de la muerte eterna (20,6); y a los que hayan lavado sus vestidos en la sangre del Cordero, es decir, a los que se hayan apropiado los efectos de la Redención, porque así entrarán en la gloria celestial (22,14).
3. Resumen final. La felicidad en los textos más antiguos del A. T. tiene un carácter más material y terreno, se apunta más a la f. en la vida presente. Con el progreso de la Revelación se amplía el horizonte; los textos más recientes del A. T. señalan también la f. en la otra vida (V. RETRIBUCIóN; CIELO II). Y siempre la f. está en el amor (v.) o unión (v.) a Dios, en la sabiduría, en la justicia o santidad de vida (v. SANTIDAD I y IV).
El N. T. es todo él Buena Nueva, Alegre Noticia (Evangelio); con una invitación a la f. saluda el ángel a María en la Anunciación: «Ave (alégrate), llena de gracia, el Señor es contigo» (Le 1,28; V. AVE MARÍA); y también con una invitación a la alegría anuncia el ángel el nacimiento de Cristo a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo; os ha nacido hoy en la ciudad de David un salvador, que es el Cristo Señor» (Le 2,10). La f. es la salvación que trae Jesucristo (v. SALVACIóN III); y la salvación consiste en la identificación con Él, ya en esta vida (V. JESUCRISTO V); ésa es la voluntad (v.) de Dios: la perfección (v.) o santidad (v. SANTIDAD IV), que es unión (v.) con Dios, caridad (v.), que inicia la f. del hombre en esta vida y se consuma en el cielo (v. CIELO III). La f. no es, pues, sólo futura, en la otra vida para los que en ésta han sido desgraciados, sino que es también presente, pero supone esfuerzo (V. LUCHA ASCÉTICA) y dolor (V. DOLOR III-Iv). De modo que la f. eterna en el cielo es sólo para los que son también felices en la tierra en medio de la lucha y el dolor; el hombre es responsable de su felicidad, del cumplimiento o no de su vocación (v.).
Sobre estas ideas fundamentales, la especulación e investigación filosófica y teológica han elaborado a través de los siglos, con ayuda de la experiencia de tantos hombres cristianos, una profunda y acabada doctrina, que suele presentarse como uno de los motivos de credibilidad del cristianismo (V. REVELACIÓN III, 2; APOLOGÉTICA I, 6) y cuya exposición completa o sistemática no es necesario hacer aquí. Para ello véanse los artículos sobre los temas que se han mencionado, y a los que se ha remitido, en el párrafo anterior. Pueden verse también algunos puntos en: ESPERANZA; DIOS IV, 5-6; ESCATOLOGÍA III; TEOLOGÍA MORAL; HOMBRE; PERSONA; LIBERTAD; INMORTALIDAD; ALEGRÍA.
BIBL.: G. L. DRICHLET, De veterum macarismis, Giessen 1914; H. CAZELLEs, Béatitude, en Catholicisme 1, París 1948, 1342-1346; 1. DUPONT, Les Béatitudes, 2 ed. Lovaina 1958; G. CHEVROT, Las Bienaventuranzas, 4 ed. Madrid 1959; F. ASENSIO, Las bienaventuranzas, Bilbao 1958; F. LóPEZ MELUS, Perspectivas de las bienaventuranzas, 2 ed. Madrid 1967; A. GEORGE, La forme des béatitudes jusqu'á Jésus, en Mélanges bibl. A. Robert, París 1957, 397-403; C. H. DODD, The Beatitudes, ib. 404-410; C. KELLER, Les «béatitudes» de 1'A. T., en Hommage á W. Vischer. Montpellier 1960, 88-100; O. GARCÍA DE LA FUENTE, La prosperidad del malt)udo en el libro de lob y en los poemas babilónicos del «justo paciente», «Estudios Eclesiásticos» 34 (1960) 603-619; 1. PRECEDO, Felicidad, en Enc. Bib. 111,501-505; C. SPIoQ, Teología moral del Nuevo Testamento, 1, Pamplona 1970, 292 ss.-Estudios más generales: S. TOMÁS, Suma teológica, 1-2 q.2-3 y q.69; S. RAMÍREZ, De hominis beatitudine, 3 vol., Madrid 1942-47; P. LUMBRERAS, De fine ultimo hominis, Madrid, etc. 1954; A. COMBES, Dieu et le bonheur du chrétien, París 1960; v. t. los manuales y obras generales de ÉTICA, MORAL, TEOLOGIA MORAL y ESCATOLOGíA III, y la bibl. de I.
O. GARCÍA DE LA FUENTE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
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