Un psicoterapeuta posiblemente habría
dictaminado que Valeria Mesalina sufría de hipersexualidad, un trastorno
que le provocaba una necesidad irresistible de mantener relaciones
sexuales. Tampoco hay que descartar que, con su actitud, esta joven
tratara de defender los derechos de su prole o que sencillamente se
aburriera. En cualquier caso, ha pasado a la posteridad como una emperatriz lasciva y depravada.
La historia, por supuesto, es más complicada. Mesalina era hijastra de
un cónsul y estaba emparentada con la aristocracia imperial, una
posición que pudo llamar la atención de su primo Tiberio Claudio, tío
del emperador Calígula, que debido a su tartamudez y cojera no gozaba de
gran prestigio.
Ya fuese por motivos políticos, económicos o sentimentales, Claudio
se vio atraído por la muchacha, que a decir de algunos historiadores se
comportaba de forma extraordinariamente sensual. Mesalina debía tener 15
años cuando contrajo matrimonio con su tullido esposo, que se acercaba a
los 50 y había estado casado en dos ocasiones. Poco después alumbró a
su hija Claudia Octavia y en 41 nació su vástago Tiberio Claudio
Germánico, el mismo año en que una conjura acababa con la vida de
Calígula, colocaba en el trono a su marido y, de paso, la convertía en
la mujer más poderosa del Imperio Romano. Según la tradición, Mesalina aprovechó la circunstancia para colmar sus ambiciones. De ella se ha dicho que le gustaba organizar pantagruélicas fiestas que culminaban en orgías y, según el poeta de finales del siglo I Juvenal, cuando se sentía insatisfecha acudía a prostituirse a un burdel.
Las fuentes antiguas, como los historiadores Tácito y Suetonio, que
vivieron poco después de su muerte, refuerzan esa imagen, añadiendo a su
currículum amatorio todo tipo de infidelidades, que incluían senadores,
actores, gladiadores y militares, a las que, supuestamente, era ajeno
el Emperador. Es más, Claudio hizo erigir estatuas en su honor, le
otorgó un asiento en el teatro junto a las vestales y ordenó que su
cumpleaños fuera celebrado con un festival. El culmen de este
despropósito queda reflejado en una anécdota muy comentada según la cual
la emperatriz llegó a desafiar a Escila, una conocida ramera siciliana,
a una especie de concurso sexual que consistía en acostarse con el mayor número de hombres durante una noche. Las cifras bailan, pero la relación viene a ser de 1 a 8 a favor de Mesalina, esto es, 25 frente a 200.
Sin embargo, fue su pasión la que propició su caída. Aprovechando que
su esposo se encontraba en Ostia, decidió casarse con su amante, el
senador Gayo Silio, con el que planeó asesinar a Claudio. Los libertos
griegos del emperador denunciaron la conjura –y la bigamia– e incitaron
la destrucción del amante de Mesalina y de la emperatriz, que fue ajusticiada por los pretorianos. Se dice que, al enterarse de la noticia durante la cena, Claudio se limitó a pedir más vino.
No está claro hasta qué punto el comportamiento de la soberana fue
cierto o es el eco de una antigua campaña de desprestigio, pero aún hoy
la Real Academia define “mesalina” como “mujer poderosa o aristócrata y
de costumbres disolutas”.
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