Un término que puede prestarse y que de hecho se ha prestado a equívocos es el de “desierto”. A veces se propone como característica cristiana una “espiritualidad del desierto”, resucitando viejos ideales anacoréticos. Hay que investigar, por tanto, en qué sentido hablan los evangelios sinópticos (no Juan) de un “desierto” en el que estuvo Jesús.
En Marcos, Mateo y Lucas aparece el desierto en primer término como el lugar desde donde Juan Bautista hace su llamada (Mc 1,4 par.) y, a continuación, como el lugar donde Jesús pasa cuarenta días después de su bautismo, tentado por Satanás (Mc 1,12s par.).
En la tradición del AT, “el desierto” evoca varias ideas. Unas veces se le ve como el lugar de la juventud del pueblo, las primicias de Israel en su encuentro con Dios. Por eso, a menudo utilizan los profetas la imagen del desierto para recordar a Israel el antiguo tiempo y exhortarlo a ser fiel a la alianza (Os 2,16). Este es el sentido del desierto en que se encuentra Juan Bautista (Mt 3,1), situado más allá del Jordán (Lc 3,3: “[Juan] recorrió entonces toda la comarca lindante con el desierto se convierte en el polo opuesto a la institución judía, representada por Jerusalén y por el templo. Frente a la injusticia que domina la sociedad judía del tiempo de Juan Bautista, se presenta el desierto como recuerdo del antiguo ideal y como ofrecimiento renovado de la gracia de Dios.
Otras veces se considera el desierto como el lugar de las penalidades que llevaron a la posesión de una tierra prometida. Fueron cuarenta años de peregrinación (Dt 8,2) por un lugar inhóspito y deshabitado, donde no había sociedad humana. Este es el sentido del desierto en el que aparece Jesús. Pero no se trata ya de un desierto geográfico, sino figurado. Los cuarenta días que pasa Jesús en él (Mc 1,12 par.) remiten a los cuarenta años de la peregrinación de Israel hasta llegar a la tierra: representan, por tanto, la duración de la vida pública de Jesús, desde su bautismo hasta su muerte, que le abre la existencia definitiva.
Por otra parte, la elección del desierto como figura de la vida pública de Jesús caracteriza a ésta como vivida en el aislamiento e incomunicación. Se indica de este modo la ruptura, la incompatibilidad entre Jesús y los valores profesados por la sociedad judía.
En correspondencia con el carácter figurado de este “desierto”, Marcos, que había presentado a Juan Bautista completamente solo, describe el desierto donde está Jesús poblándolo de extraños moradores: En primer lugar, en él se encuentra Satanás, que tienta a Jesús durante los cuarenta días. Además, Jesús “estaba entre las fieras”, alusión al libro de Daniel (Dn 7), donde “las fieras” representan a los imperios o poderes que sometían y destrozaban a la humanidad; pero ahora estos poderes destructores no hay que buscarlos fuera, existen dentro de la sociedad judía. Por último, se encuentran en este desierto “los ángeles” o mensajeros, que prestan servicio a Jesús.
Estos tres rasgos describen lo que va a ser la vida pública. “Satanás” es una figura simbólica, una personificación del poder que tienta la ambición del hombre; por eso, cuando Pedro, imbuido de la ideología del judaísmo, propugnaba un Mesías de poder y se opuso al destino anunciado por Jesús, éste lo llamó “Satanás” (Mc 8,33: “¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la de los hombres”).
“Las fieras”, por su parte, representan a los grupos influyentes y círculos dirigentes, continuamente hostiles a Jesús, que pretenden destruirlo (3,6; 11,16; 12,12; 14,1s) y acaban dándole muerte.
Finalmente, “los ángeles”, cuyo primer representante es Juan Bautista (Mc 1,2: “Yo envío mi ángel/mi mensajero delante de ti”), son los que colaboran con la obra de Jesús, y aparecen en el evangelio como gente anónima que lo informa sobre casos que necesitan su intervención (1,30) o le lleva enfermos para que los cure (1,32; 7,32; 8,22b).
Marcos utiliza el término “desierto” solamente con referencia a Juan Bautista y a los cuarenta días de Jesús (Mc 1,4.12.13). En otros pasajes, sin embargo, utiliza la expresión “un lugar desierto” o “despoblado”, que prolonga la idea del desierto mismo; señala, pues, en cada ocasión, la ruptura con los valores de la sociedad existente.
De este modo, Jesús, ante el entusiasmo de los habitantes de Cafarnaún, que desean hacer de él el líder de un movimiento popular judío, se marcha a orar, es decir, a pedir a Dios, a un lugar desierto (Mc 1,35; cf, Lc 4,42). Esta localización indica la inamovible ruptura de Jesús, que no cede a la tentación de poder (1,37: “¡Todo el mundo te busca!”).
Por su contacto con el leproso (Mc 1,41), que había violado el código social y religioso judío, Jesús se coloca en la categoría de “impuro” o marginado de la sociedad y no puede entrar abiertamente en ninguna ciudad; “se quedaba fuera, en despoblado” (Mc 1,45), lugar que sigue siendo expresión de su ruptura.
En cierta ocasión, Jesús lleva a sus discípulos “a un lugar desierto”, “a despoblado” (6, 31-32); con esto indica el texto que Jesús desea llevarlos a la ruptura con los valores de la sociedad. La expresión usada por los discípulos mismos: “El lugar es un despoblado y es ya tarde; despídelos, que vayan… y se compren de comer” (Mc 6,354 par.), hace ver que los discípulos no han entendido la idea de la ruptura y quieren que la gente se integre de nuevo en la sociedad de la que han salido para encontrarse con Jesús.
Mateo y Marcos, que relatan un segundo reparto de los panes, dirigido a los paganos, utilizan un término griego diferente, pero muy parecido al que usan con los judíos (Mt 15, 33 y Mc 8,4: eremía, “descampado”, en vez de éremos, “despoblado”), indicando, por un lado, que la obra mesiánica de Jesús, el éxodo o liberación, se extiende también a los paganos, y por otro, que éste no tiene precedentes en el AT.
El hecho de retirarse Jesús a orar a un lugar desierto (Mc 1,35; Lc 5,16) muestra que la petición a Dios se realiza desde la ruptura con los valores de la sociedad. También la huida del endemoniado geraseno a lugares desiertos indica su ruptura con la sociedad que lo oprime (Lc 8,29).
“Desierto” no significa, pues, alejamiento local de la sociedad, como en el caso de Juan Bautista, sino alejamiento interior, ruptura individual y comunitaria con la injusticia de una sociedad y, en consecuencia, con todos los falsos valores que ella propone y que inspiran su práctica. El evangelio de Juan expresa la misma idea de otro modo: “Yo les he entregado tu mensaje, y el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo” (Jn 17,14).
En este texto, como otras muchas veces en Juan, “el mundo” no designa simplemente a la humanidad, sino a ésta organizada en un orden social y religioso en el que está en vigor una escala de valores o ideología que consagra la injusticia (en Juan, la ideología llamada “la tiniebla” [1,5; 6,17; 12,35] o “la mentira” [8,44]); la praxis de esa sociedad es necesariamente injusta. Como Jesús mismo, sus seguidores, que siguen el mensaje del Padre, “no pertenecen a ese mundo”, es decir, no comparten sus categorías ni su práctica. Pero esto no significa una huida de la sociedad; Jesús lo dice expresamente: “[Padre,] mientras ellos van a estar en el mundo, yo me voy contigo” (17,11); “[Padre,] no te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del Perverso” (17,15). La comunidad cristiana ha de permanecer en la sociedad en que vive, pero sin dejarse contagiar por la injusticia que ésta profesa y practica.
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