Estos órganos o miembros del cuerpo se prestan a sentidos figurados en todas las culturas. Repárese en frases como “ver con malos ojos” (envidia), “echar el ojo a algo” y “poner los ojos en algo” (deseo, intención, ambición), “comer más con los ojos que con la boca” (avidez), para comprender que el español conoce muchos usos figurados de la palabra “ojo”.
Lo mismo pasa con la mano: “estar” o “poner en manos de alguien” (tener capacidad, encargar), “untarle la mano a alguien” (sobornar), “bajo mano” (encubiertamente), “poner manos a la obra” (empezar un trabajo), “llevar entre manos” (estar encargado), son figuras.
El pie o su equivalente “los pasos” se prestan también a muchos sentidos no literales: “con buen pie” (con buena suerte o con acierto), “con pies de plomo” (con mucha cautela), “para los pies a alguien” (impedir la continuación de algún acto impertinente), “dar un mal paso” (hacer algo inconveniente o dañoso), “andar en malos pasos” (estar haciendo algo censurable), “por sus pasos contados” (con orden y pausadamente).
Para nuestro propósito bastará notar algunos usos figurados propios de la cultura judía y más o menos extraños a la nuestra.
“El ojo” puede indicar inclinación, deseo, ambición, avidez y, más en general, la disposición de la persona respecto a algo considerado apetecible, en particular a los bienes materiales.
Un pasaje cuyo sentido sólo se entiende si se interpreta bien el significado del “ojo” es Mt 6,22s. Literalmente se habla en él de un “ojo simple” (no de un “ojo sano”, como suele traducirse) y de un “ojo malvado” (no de un “ojo enfermo”).
Ahora bien: en el AT, “ojo malvado” significa la tacañería, como en Dt 15,9: “Cuidado, no se te ocurra este pensamiento rastrero: “Esta cerca el año… de remisión”, y seas tacaño [lit. “y se haga tu ojo malvado”] con tu hermano pobre y no le des nada” (cf. Dt 28,54.56; Prov 28,22); lo mismo en Eclo 14,10: lit., “Un ojo malvado es envidioso con el pan”, es decir, “el tacaño escatima el pan”; Tob 4,7.17: “Da limosna de tus bienes y no seas tacaño”, lit.: “y que tu ojo no sea envidioso cuando haces limosna”). Significa también la envidia (Dt 28,45.56; Prov 23,6). Puede decirse, por tanto, que la expresión denota en general el apego a los bienes, que induce a retener los propios para sí (“tacañería”, lo contrario de compartir) o a desear par sí los ajenos (“envidia”).
La “simplicidad” o “sencillez” atribuida al ojo (“ojo simple”) equivale a la generosidad o al desprendimiento, según el significado común de la palabra “simplicidad” en la lengua helenística y en la del NT (2 Cor 8,2; cf. Prov 11,25 LXX; cfr. 22,9).
Resulta así que la perícopa, como la que le precede (Mt 6,19: “Dejaos de amontonar riquezas en la tierra”, etc) y la que la sigue (6,24: “Nadie puede estar al servicio de dos señores”, etc) trata el tema del dinero. Habla de la generosidad, que se traduce en el compartir, como lo que da el valor a la persona, y de la tacañería o apego al dinero como de lo que hace a la persona miserable. La primera ha de ser la característica del discípulo.
En la frase bien conocida “si tu ojo te escandaliza” o, mejor, “te pone en peligro” (Mc 9,47; Mt 18,9), el ojo significa la ambición, que hace flaquear en el seguimiento de Jesús o renunciar a él.
En el AT, “la mano” es figura de la actividad (“las obras de sus manos”, hablando de Dios), y lo mismo en los evangelios. “La mano que pone en peligro” (Mc 9,43; Mt 18,8) significa, pues, una actividad que no concuerda con el mensaje de Jesús.
Cuando en el AT se quiere ponderar la fuerza de Dios se habla de “su brazo”; si es su fuerza guerrera, de “su brazo extendido” (Éx 6,6: “Os redimiré con brazo extendido y haciendo justicia solemne”; cfr. Dt 4,34). En los evangelios, la palabra “brazo” aparece solamente en dos textos y en el sentido de “fuerza”; en el Magnificat, donde se usa el lenguaje del Éxodo: “Su brazo ha intervenido con fuerza (Lc 1,51), y en Jn 12,38, citando a Is 53,1: “¿a quién se ha revelado el brazo / la fuerza del Señor?”. También la mano, sin embargo, significa a veces una actividad potente (Is 48,13: “mi mano cimentó la tierra, mi diestra desplegó el cielo”).
Hay que notar, sin embargo, que el término griego kheir no significa sólo “mano”, sino también “brazo” (en griego, ya desde Homero); así puede traducirse en el caso del inválido de la sinagoga (Mc 3,1ss: “el hombre del brazo atrofiado”, es decir, el hombre privado de toda actividad.
Para Israel, la mano de Dios significa salvación y liberación; para sus enemigos, destrucción y ruina (Éx 7,4: “Yo extenderé mi mano contra Egipto y sacaré de Egipto a … los israelitas, haciendo solemne justicia”; cf. 9,3; 1 Sm 7,13). La mano de Dios podía expresar justo castigo (1 Sm 5,6: “La mano del Señor descargó sobre los asdodeos, aterrorizándolos”), solicitud amorosa (Sal 145,16: “abres tú la mano y sacias de favores a todo viviente”) o protección divina. (Is 51,16: “Puse en tu boca mi palabra, te cubrí con la sombra de mi mano”).
El sentido de seguridad y protección aparece en Lc 23,46: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”, y en Jn 10,29: “nadie puede arrancar nada de la mano del Padre”. Por lo demás, la mano o manos de Jesús representan su actividad siempre beneficiosa. Para curar, toca con la mano (Mc 1,41) o la aplica (Mc 5,23; 6,5; 7,32; 8,23; Mt 9,18; Lc 13,13); para bendecir, la impone (Mc 10,16; Mt 19,13.15).
“El pie” tiene relación con el camino y es figura de la conducta. “El pie que pone en peligro” (Mc 9,45; Mt 18,8) es una conducta, un caminar que no sigue al de Jesús.
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