El nombre hebreo suena Beerseba, que muy
bien puede traducirse por “pozo de los siete.” El topónimo es naturalmente
más antiguo que el relato de los siete corderos que Abraham entregó a Abimélek,
cuando hicieron el trato del pozo en favor del patriarca (Gen 21:22ss). La
interpretación bíblica es precisamente una historia sugerida por el mismo
nombre.
Recientemente se han hecho excavaciones
en Beer-Seba (como se llama también hoy en el Estado de Israel), que
demuestran la ocupación del territorio desde el milenio IV o III a.C.
Probablemente el asentamiento fue un importante cruce de comunicaciones de
las grandes rutas mercantiles que iban del territorio fenicio a Egipto y
desde el mar Mediterráneo al Rojo. Del calcolítico (que en Palestina
corresponde aproximadamente al 4500-3000 a.C.) podrían ser varios poblados de
cuevas (aldeas) en wadi Seba, al sur de la ciudad antigua de Beer-Seba, que
confirmarían la hipótesis sostenida desde hace largo tiempo. Pero esas
excavaciones sólo tienen un valor histórico para los datos de la Biblia en
tanto en cuanto nos ayudan a fijar la imagen de la región: la Beer-Seba de
Abraham no era un lugar aislado en el desierto, sino un territorio habitado
(desde muchísimo tiempo antes ya por entonces). Abraham llegó a la región
unos mil quinientos años después (hacia 1750 a.C.) de la época que
se asigna a las mentadas cuevas.
El tesoro de la región eran los pozos de
wadi Seba, importantes para las rutas comerciales a que nos hemos referido, y
también para los nómadas y seminómadas que se asentaban en sus proximidades.
El tributo por la utilización de los pozos lo recibía el reyezuelo de la
ciudad, de la que tal vez persista algo bajo tell Seba, a unos 3 km al este de wadi Seba.
Cuál fuese el aspecto de Beer-Seba y sus
alrededores en tiempo de Abraham es difícil de decir. Estaba en el desierto,
pero era sin duda un lugar fértil. La Biblia
cuenta que Abraham se retiró a Beer-Seba tras la destrucción de Sodoma. Allí
excavó un pozo, plantó un tamarisco “e invocó el nombre del Señor.” Lo que en
tales tradiciones haya de historia en sentido estricto no lo sabemos. Pero la
narración apunta ciertamente al hecho de que ya antes del establecimiento de
la liga de las doce tribus en Beer-Seba hubo un santuario cananeo, en el que
también Abraham era venerado como patriarca, por ejemplo, de la tribu de
Judá.
Cuando, con la entrada de Judá en la
alianza de las doce tribus, Abraham se convirtió en un patriarca de Israel,
también el santuario de Beer-Seba pasó a ser un venerable santuario
israe-lita. Con toda seguridad hay que vincular también a Abraham con el
lugar, de modo que lo visitase y allí rindiese adoración a ‘el ‘olam, el
“Dios eterno.”
Comoquiera que sea, a través de los
relatos abrahámicos el lugar estuvo vinculado o entró en la tradición de
Israel: de allí partió el patriarca con su hijo Isaac para ofrecerlo en
sacrificio, y allí regresó después (Gen 22:19); y allí regresaría más tarde
Isaac volviendo a excavar el viejo pozo, después de haber abandonado el
emplazamiento por las malas cosechas desplazándose ha-cia el sur (Gen 26).
¡Beer-Seba no desaparece de las tradiciones de Israel! Y tampoco como
san-tuario, pues que allí construyó Isaac un altar.
De Beer-Seba emigró a su vez Jacob hacia
Mesopotamia, y cuando más tarde marcha a Egipto para volver a ver a su hijo
José, “llegó a Beer-Seba, donde ofreció sacrificios al Dios de su padre
Isaac” (Gen 46:1). En el reparto ideal de los lugares de Canaán, Josué asigna
Beer-Seba a la tribu de Simeón (Jos 19:2), y a partir de entonces, cuando se
hablaba del emplazamiento de todos los hijos de Israel se decía “desde Dan a
Beer-Seba” (2Sam 17:11), indicando esta última ciudad la frontera meridional.
Pese a ello no se puede suponer el santuario de Beer-Seba como un santuario
puramente israelita. Allí, por ejemplo, acudían también los edomitas para
ofrecer sacrificios junto con sus “hermanos” israelitas. Tal vez incluso
Beer-Seba es el lugar de origen de narraciones como la de Esaú y Jacob,
su parentesco, su enemistad y reconciliación.
Beer-Seba continuó siendo o llegó a ser
un santuario importante. Allí estableció Samuel como jueces a sus dos hijos
mayores, Yoel y Abiyyá; “pero sus hijos no siguieron los caminos de su padre,
sino que se inclinaron a la avaricia, recibieron regalos y torcieron la
justicia” (1Sam 8:3). Por todo ello el pueblo pidió un rey, porque de lo que
había sido capaz Samuel no lo fueron sus hijos. Y ello ocurría en Beer-Seba,
en el punto de cruce de las caravanas y donde probable-mente no eran pocas
las ocasiones para torcer la justicia.
Al tiempo de la separación de los dos
reinos Beer-Seba era un lugar importante de culto, del que el profeta Amos
habla con duras palabras porque en él se mezclaban el culto de Yahveh y el culto
de Baal. De ahí que el rey Yosías destruyera el santuario de Beer-Seba,
cuando llevó a cabo su reforma. Es probable que después del destierro de
Babilonia las gentes de Judá volviesen a ocupar la abandonada Beer-Seba.
El visitante que llega hoy a Beer-Seba no
encuentra ya mucho de la atmósfera abrahámica; el lugar se ha convertido en
una gran ciudad moderna en medio del desierto. Desde ella, el Estado moderno
de Israel ha iniciado la colonización del Néguev.
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