Corría el año 1815 cuando Joaquín Murat, entonces rey de Nápoles, fue apresado por el monarca Fernando IV de Borbón y fusilado en el castillo de Pizzo, en la Calabria italiana. Su cuerpo nunca ha sido encontrado, y se especula que esté enterrado en la capilla que él mismo hizo construir en esa fortaleza o quizá en una fosa común en el cementerio local. Incluso se aventura que su cuerpo fuera arrojado al mar y su cabeza enviada a Fernando en señal de victoria.
De una u otra manera, hay personas que aseguran haber visto su espíritu deambular por la nave de la iglesia, a la vez que se escuchan los típicos lamentos y ruidos de cadenas. Un tétrico final para quien fuera nombrado mariscal de Francia en 1804. De hecho, Murat, que había sido cuñado de Napoleón, mostró su valor y astucia militar en batallas tan importantes como las de Austerlitz y Jena, en la que el ejército prusiano fue prácticamente aniquilado.
Además, jugó un papel crucial en el levantamiento del 2 de mayo en Madrid, España, cuando ordenó disparar contra la multitud que se congregaba en torno al Palacio Real y sofocar la rebelión popular a sangre y fuego.
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