[Latín, accidere, suceder, lo que le ocurre a un sujeto; cualquier atributo contingente o no esencial).
I. La división obvia de las cosas en lo estable y lo inestable, lo más o menos independientemente subsistente y lo dependiente, o esencialmente inherente, aparece plagado de obscuridad y dificultad apenas se somete a consideración reflexiva. En su empeño por resolver el problema, los filósofos han seguido dos tendencias extremas. Algunos han negado la objetividad del elemento sustancial o noúmeno, y lo han atribuido en su totalidad o en parte a la mente; otros han hecho del fenómeno o elemento accidental algo subjetivo, y le han concedido la objetividad sólo a la substancia. Estas dos tendencias extremas están representadas entre los antiguos materialistas y atomistas griegos por un lado y los panteístas eleáticos por el otro. Aristóteles y sus seguidores medievales siguieron un camino intermedio. Ellos mantuvieron la objetividad tanto de la sustancia como del accidente, aunque reconocían el factor subjetivo en el modo de percepción. Ellos usaron el término accidente para designar cualquier relación contingente (es decir, lo no esencial) entre un atributo y su sujeto. Como tal esto es una denominación meramente lógica, uno de los cinco predicables o universales, modos de clasificación sistemática: género, diferencia, especie, propiedad, accidente. En este sentido se le llama predicable, para distinguirlo de predicamental, accidente, significando este último término una forma objetiva real o un estado de cosas, y denotando un ente cuya naturaleza esencial es inherente a otro como en un sujeto. Por lo tanto, accidente implica inexistencia en sustancia, por ejemplo, no como lo contenido en el envase, no como la parte en el todo, no como un ente en tiempo o lugar, no como el efecto en la causa, no como lo conocido en el conocedor; sino como una entidad inherente o un modo en un sujeto al cual este determina. Los accidentes modifican o denominan su sujeto de varias maneras, y a estos corresponden las nueve "categorías":
II. Con la reacción contra el escolasticismo, encabezada por Descartes, se ideó una nueva teoría del accidente, o más bien, se revivieron las dos opiniones extremas de los griegos antes mencionadas. Descartes, al hacer de la cantidad la esencia misma de la materia, y del pensamiento la esencia del espíritu, niega toda distinción real entre la sustancia y el accidente. Mientras enseña un dualismo extremo en psicología, su definición de sustancia, como un ser independiente, dio ocasión al monismo de Espinosa, y los accidentes quedaron enterrados más profundamente en la sustancia. Por otra parte, con Locke la sustancia pareciera al menos desaparecer con Locke, el mundo es resuelto dentro de un cúmulo de cualidades (primaria, o extensión, y secundaria, o propiedades sensibles). Sin embargo, las cualidades primarias, sin embargo, aun retienen su base en el orden objetivo, pero con Berkeley ellas se vuelven completamente subjetivas; solo al alma se le permite un elemento sustancial en apoyo de los accidentes físicos. Este elemento también está resuelto en la filosofía de Hume y los asociasionistas. Kant consideró los accidentes como simples categorías subjetivas del sentido y el intelecto, formas según las cuales la mente aprehende y juzga las cosas ---cuyas cosas son, y deben permanecer, incognoscibles. Spencer retiene el noúmeno incognoscible de Kant pero admite que los fenómenos son sus aspectos objetivos o modificaciones.
III. En los tratados pertinentes se encuentran varias otras clasificaciones de accidentes. Debe hacerse notar que mientras los accidentes por inherencia modifican la sustancia, ellos son testigos de su naturaleza, siendo el medio por el cual la mente, a través de un proceso de abstracción e inferencia, construye sus conceptos analógicos de la constitución de las substancias. Desde este punto de vista material los accidentes son clasificados como:
IV. Los puntos de vista modernos del accidente, en la medida que les otorgue alguna objetividad, están basados en la teoría física de que todos los fenómenos, por lo menos los materiales (luz, color, calor, sonido, etc.), son simplemente formas variantes del movimiento. En parte, el elemento cinético en tales fenómenos era conocido por Aristóteles y los escolásticos (cf. Santo Tomás, De Anima, III, Lect. II); pero es solo en tiempos recientes que la experimentación física ha arrojado luz sobre la correlación de fenómenos materiales condicionados por los grados de movimiento. Mientras que todos los filósofos neoescolásticos afirman que el movimiento por sí solo no explica la objetividad de la extensión, algunos (por ejemplo Gutberlet) admiten que el mismo explica las cualidades sensibles (color, sonido, etc.). Haan (Philos. Nat.) libera la teoría del movimiento del idealismo extremo, pero sostiene que la teoría de lo real, la objetividad formal de esas cualidades proporciona una explicación más satisfactoria del sentido-percepción. La mayoría de los escritores neo-escolásticos favorecen este último punto de vista ( Pesch, Phil. Nat.)
V. La enseñanza de la filosofía católica en cuanto a la clara realidad de ciertos accidentes absolutos, no puramente modales, fue ocasionada por la doctrina de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, aunque los argumentos para la teoría se deducen de la experiencia natural. Sin embargo, la misma doctrina sugiere la pregunta adicional de si tales accidentes pueden no ser separables de la sustancia. La razón por sí sola no ofrece argumentos positivos sobre tal habilidad de separación. Lo más que puede hacer es demostrar que la habilidad de separación no implica una contradicción inherente, y por lo tanto ninguna imposibilidad absoluta; se pretende que la omnipotencia que dota la sustancia con el poder de apoyar a los accidentes puede proveer algunos otros medios de apoyo. Ni los accidentes así separados, y apoyados sobrenaturalmente, pierden su carácter de accidentes, puesto que aún retendrían su propiedad esencial, es decir, la exigencia natural de inherencia. Por supuesto que la posibilidad intrínseca de tal separación depende solamente de la intervención sobrenatural de Dios, y no debe extenderse a toda clase de accidentes. Así, por ejemplo, es absolutamente imposible para las facultades vitales, o actos, existir fuera de sus sujetos o principios naturales. Los teóricos, quienes, como los cartesianos, niegan la entidad objetiva y clara entidad de todos los accidentes, se han visto obligados a reconciliar esta negación con su creencia en la Presencia Real al mantener que las especies, o accidentes, del pan y vino realmente no permanecen en la Eucaristía, sino que luego de la consagración Dios produce en nuestros sentidos las impresiones correspondientes a los fenómenos naturales. Esta teoría obviamente exige multiplicación aparentemente innecesaria de milagros y al presente tiene pocos, si acaso algunos, serios defensores. (Vea Eucaristía).
Bibliografía: JOHN RICKABY, General Metaphysics (Nueva York, 1900); MIVART, On Truth (Londres, 1899); McCosh, First Truths (Nueva York, 1894); MERCIER, Ontologie; NYS, Cosmologie (Lovaina, 1903), GUTBERLET, Naturphilosophie, and Ontologie (Munster, 1894); PESCH, Philosophia Naturalis (Friburgo, 1897).
Fuente: Siegfried, Francis. "Accident." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01096c.htm>.
Traducido por Jazmir Hernández de Fajardo. rc
I. La división obvia de las cosas en lo estable y lo inestable, lo más o menos independientemente subsistente y lo dependiente, o esencialmente inherente, aparece plagado de obscuridad y dificultad apenas se somete a consideración reflexiva. En su empeño por resolver el problema, los filósofos han seguido dos tendencias extremas. Algunos han negado la objetividad del elemento sustancial o noúmeno, y lo han atribuido en su totalidad o en parte a la mente; otros han hecho del fenómeno o elemento accidental algo subjetivo, y le han concedido la objetividad sólo a la substancia. Estas dos tendencias extremas están representadas entre los antiguos materialistas y atomistas griegos por un lado y los panteístas eleáticos por el otro. Aristóteles y sus seguidores medievales siguieron un camino intermedio. Ellos mantuvieron la objetividad tanto de la sustancia como del accidente, aunque reconocían el factor subjetivo en el modo de percepción. Ellos usaron el término accidente para designar cualquier relación contingente (es decir, lo no esencial) entre un atributo y su sujeto. Como tal esto es una denominación meramente lógica, uno de los cinco predicables o universales, modos de clasificación sistemática: género, diferencia, especie, propiedad, accidente. En este sentido se le llama predicable, para distinguirlo de predicamental, accidente, significando este último término una forma objetiva real o un estado de cosas, y denotando un ente cuya naturaleza esencial es inherente a otro como en un sujeto. Por lo tanto, accidente implica inexistencia en sustancia, por ejemplo, no como lo contenido en el envase, no como la parte en el todo, no como un ente en tiempo o lugar, no como el efecto en la causa, no como lo conocido en el conocedor; sino como una entidad inherente o un modo en un sujeto al cual este determina. Los accidentes modifican o denominan su sujeto de varias maneras, y a estos corresponden las nueve "categorías":
- cantidad, en virtud de la cual la sustancia material tiene integrantes, partes posicionales, divisibilidad, localidad, impenetrabilidad, etc.;
- cualidad, que modifica la sustancia inmediata e intrínsecamente , bien sea dinámica o estáticamente, e incluye inherentes de la sustancia tales como hábito, facultad, sensación-estímulo, y figura o forma;
- relación, la incidencia de una sustancia en otra (por ejemplo, la paternidad).
- Conciencia interna que testifica que el yo permanente y substancial está sujeto a estados accidentales continuamente cambiantes; y
- Experiencia externa, que es testigo de una permanencia de cosas similar bajo los fenómenos incesantemente variantes de la naturaleza.
II. Con la reacción contra el escolasticismo, encabezada por Descartes, se ideó una nueva teoría del accidente, o más bien, se revivieron las dos opiniones extremas de los griegos antes mencionadas. Descartes, al hacer de la cantidad la esencia misma de la materia, y del pensamiento la esencia del espíritu, niega toda distinción real entre la sustancia y el accidente. Mientras enseña un dualismo extremo en psicología, su definición de sustancia, como un ser independiente, dio ocasión al monismo de Espinosa, y los accidentes quedaron enterrados más profundamente en la sustancia. Por otra parte, con Locke la sustancia pareciera al menos desaparecer con Locke, el mundo es resuelto dentro de un cúmulo de cualidades (primaria, o extensión, y secundaria, o propiedades sensibles). Sin embargo, las cualidades primarias, sin embargo, aun retienen su base en el orden objetivo, pero con Berkeley ellas se vuelven completamente subjetivas; solo al alma se le permite un elemento sustancial en apoyo de los accidentes físicos. Este elemento también está resuelto en la filosofía de Hume y los asociasionistas. Kant consideró los accidentes como simples categorías subjetivas del sentido y el intelecto, formas según las cuales la mente aprehende y juzga las cosas ---cuyas cosas son, y deben permanecer, incognoscibles. Spencer retiene el noúmeno incognoscible de Kant pero admite que los fenómenos son sus aspectos objetivos o modificaciones.
III. En los tratados pertinentes se encuentran varias otras clasificaciones de accidentes. Debe hacerse notar que mientras los accidentes por inherencia modifican la sustancia, ellos son testigos de su naturaleza, siendo el medio por el cual la mente, a través de un proceso de abstracción e inferencia, construye sus conceptos analógicos de la constitución de las substancias. Desde este punto de vista material los accidentes son clasificados como:
- sensibles propios: los estimulantes de los sentidos individuales, el color para la vista, el sonido para el oído, etc.; y
- sensibles comunes: la extensión y sus modos, tamaño, distancia, etc., los cuales estimulan dos o más sentidos, especialmente el tacto y la vista.
IV. Los puntos de vista modernos del accidente, en la medida que les otorgue alguna objetividad, están basados en la teoría física de que todos los fenómenos, por lo menos los materiales (luz, color, calor, sonido, etc.), son simplemente formas variantes del movimiento. En parte, el elemento cinético en tales fenómenos era conocido por Aristóteles y los escolásticos (cf. Santo Tomás, De Anima, III, Lect. II); pero es solo en tiempos recientes que la experimentación física ha arrojado luz sobre la correlación de fenómenos materiales condicionados por los grados de movimiento. Mientras que todos los filósofos neoescolásticos afirman que el movimiento por sí solo no explica la objetividad de la extensión, algunos (por ejemplo Gutberlet) admiten que el mismo explica las cualidades sensibles (color, sonido, etc.). Haan (Philos. Nat.) libera la teoría del movimiento del idealismo extremo, pero sostiene que la teoría de lo real, la objetividad formal de esas cualidades proporciona una explicación más satisfactoria del sentido-percepción. La mayoría de los escritores neo-escolásticos favorecen este último punto de vista ( Pesch, Phil. Nat.)
V. La enseñanza de la filosofía católica en cuanto a la clara realidad de ciertos accidentes absolutos, no puramente modales, fue ocasionada por la doctrina de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, aunque los argumentos para la teoría se deducen de la experiencia natural. Sin embargo, la misma doctrina sugiere la pregunta adicional de si tales accidentes pueden no ser separables de la sustancia. La razón por sí sola no ofrece argumentos positivos sobre tal habilidad de separación. Lo más que puede hacer es demostrar que la habilidad de separación no implica una contradicción inherente, y por lo tanto ninguna imposibilidad absoluta; se pretende que la omnipotencia que dota la sustancia con el poder de apoyar a los accidentes puede proveer algunos otros medios de apoyo. Ni los accidentes así separados, y apoyados sobrenaturalmente, pierden su carácter de accidentes, puesto que aún retendrían su propiedad esencial, es decir, la exigencia natural de inherencia. Por supuesto que la posibilidad intrínseca de tal separación depende solamente de la intervención sobrenatural de Dios, y no debe extenderse a toda clase de accidentes. Así, por ejemplo, es absolutamente imposible para las facultades vitales, o actos, existir fuera de sus sujetos o principios naturales. Los teóricos, quienes, como los cartesianos, niegan la entidad objetiva y clara entidad de todos los accidentes, se han visto obligados a reconciliar esta negación con su creencia en la Presencia Real al mantener que las especies, o accidentes, del pan y vino realmente no permanecen en la Eucaristía, sino que luego de la consagración Dios produce en nuestros sentidos las impresiones correspondientes a los fenómenos naturales. Esta teoría obviamente exige multiplicación aparentemente innecesaria de milagros y al presente tiene pocos, si acaso algunos, serios defensores. (Vea Eucaristía).
Bibliografía: JOHN RICKABY, General Metaphysics (Nueva York, 1900); MIVART, On Truth (Londres, 1899); McCosh, First Truths (Nueva York, 1894); MERCIER, Ontologie; NYS, Cosmologie (Lovaina, 1903), GUTBERLET, Naturphilosophie, and Ontologie (Munster, 1894); PESCH, Philosophia Naturalis (Friburgo, 1897).
Fuente: Siegfried, Francis. "Accident." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01096c.htm>.
Traducido por Jazmir Hernández de Fajardo. rc
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