Melecio, obispo de Licópolis en Egipto, le dio su
nombre a un cisma de corta duración. No hay certeza sobre las fechas de
su nacimiento, su muerte y su episcopado. Sin embargo, se sabe que fue
obispo de la antedicha ciudad tan temprano como 303, pues en un
concilio efectuado cerca de 306 en Alejandría por Pedro, arzobispo de
esa ciudad, Melecio fue depuesto por varias razones, entre ella por
sacrificar a los ídolos.
Nuestras únicas fuentes de información eran las
escasas referencias de San Atanasio, hasta que en el siglo XVIII Scipio
Maffei descubrió importantes documentos en Verona en un manuscrito que
trataba sobre el cisma meleciano en Egipto. Los tres documentos
conservados en latín indudablemente son auténticos. El primero es una
carta de protesta por cuatro obispos egipcios, Hesiquio, Pacomio,
Teodoro y Fileas, que datan a lo más tardar de 307, desde el mismo
comienzo del cisma de Melecio, y antes de su excomunión a quien los
obispos se dirigieron como dilectus comminister in Domino (amado
compañero ministro en el Señor). “Hemos oído”, dicen los obispos,
“graves informes respecto a Melecio, quien es acusado de perturbar la
ley divina y las reglas eclesiásticas. Muy recientemente un número de
testigos han confirmado los informes, y nos sentimos obligados a
escribir esta carta. Indudablemente Melecio está consciente de la muy
antigua ley que prohíbe a un obispo ordenar fuera de su propia
diócesis. Sin embargo, sin respeto a esta ley, y sin consideración al
gran obispo y padre, Pedro de Alejandría, ni a los obispos encarcelados,
él ha creado confusión general. Para reivindicarse quizás él puede
declarar que fue obligado a actuar así, pues las congregaciones estaban
sin pastores. Sin embargo, tal defensa es inválida, pues un número de
visitantes (circumeuntes) habían sido nombrados. Si ellos fueron
negligentes en sus deberes, su caso debió haber sido presentado ante los
obispos encarcelados. Si estos últimos habían sido martirizados, él
podía haber apelado a Pedro de Alejandría, y así haber obtenido la
autoridad para ordenar.”
El segundo documento consta de una nota anónima
añadida a la carta anterior y fraseada como sigue: “Habiendo Melecio
recibido y leído la carta, no prestó atención a la protesta ni se
presentó ante los obispos encarcelados, ni ante Pedro de Alejandría.
Después que todos estos obispos, sacerdotes y diáconos murieron en sus
calabozos en Alejandría, él inmediatamente se dirigió a dicha ciudad.
Entre muchos intrigantes había dos, un tal Isidoro y un Arrio,
aparentemente honorables, ambos deseosos de ser admitidos al
sacerdocio. Conscientes de la ambición de Melecio y de lo que buscaba,
corrieron donde él y le dieron los nombres de los visitantes
(circumeuntes) nombrados por Pedro. Melecio los excomulgó y ordenó a
otros dos, uno de ellos detenido en prisión, el otro en las minas.”
Al enterarse de esto, Pedro le escribió a sus fieles
de Alejandría. Luego viene el tercer documento, en el cual aparece la
frase interpretada como sigue: “Habiendo oído”, dijo Pedro, “que
Melecio, sin considerar la carta de los santos obispos y mártires, se ha
inmiscuido en mi diócesis, ha privado a mis diputados de su poder, y ha
consagrado a otros, les aconsejo que eviten toda comunión con él hasta
que él y yo nos podamos encontrar cara a cara en la presencia de hombres
prudentes e investigar este asunto”.
La conducta de Melecio era de lo más reprensible
considerando que su insubordinación era la de uno en un alto puesto.
San Epifanio de Salamina y Teodoro nos dicen que Melecio estaba próximo
en rango después de Pedro de Alejandría, de quien estaba celoso y a
quien quería suplantar en ese momento, cuando Pedro fue obligado a huir y
a vivir escondido a causa de la persecución. No era sólo contra Pedro,
sino también contra sus sucesores inmediatos, Aquilas y Alejandro, que
Melecio mantenía su falsa posición. Sabemos esto por San Atanasio, un
testigo autorizado. Se puede determinar con bastante precisión la fecha
de comienzo del cisma meleciano al comparar la información que nos da
Atanasio con la que nos dan los tres documentos anteriores. Fue
evidentemente durante el episcopado de Pedro, quien ocupó la sede de
Alejandría desde el 300 al 311. Atanasio declara positivamente en su
"Epistola ad episcopos" que “los melecianos fueron declarados cismáticos
hace más de cincuenta y cinco años”. Desafortunadamente la fecha de
esta carta es disputable; las alternativas son entre 356 y 361. Sin
embargo, Atanasio añade: “Los arrianos fueron declarados herejes hace
treinta y seis años”, es decir, en el Primer Concilio de Nicea (325).
Por lo tanto, aparentemente Atanasio estaba escribiendo en el año 361.
Si le restamos cincuenta y cinco años, tenemos el año 306 para la
condenación del cisma meleciano; y ya que la persecución de Diocleciano
arreció amargamente entre 303 y 305, los comienzos del cisma parecen
pertenecer al año 304 ó 305.
San Epifanio, obispo de Salamina en Chipre da un
relato circunstancial (Haer. LXVIII) en contradicción con la narrativa
anterior. Según él, el cisma surgió de un desacuerdo entre Melecio y
Pedro respecto a la recepción de ciertos fieles, particularmente
eclesiásticos, quienes habían abjurado la fe durante la persecución.
Este relato, el cual algunos historiadores prefieren a la declaración de
San Atanasio, no es ya creíble desde que Maffei descubrió en Verona los
antedichos documentos. Entonces, ¿cómo explicar el origen del relato
dado por Epifanio? Parece que surgió de este modo: después de la muerte
de Pedro, Melecio fue arrestado y enviado a las minas; en su camino se
detuvo en Eleuterópolis y allí fundó una iglesia de su secta; siendo
Eleuterópolis el pueblo natal de Epifanio, éste naturalmente tuvo
contacto con Melecio en sus primeros días. Ellos por supuesto
presentaron bajo una luz más favorable el origen de su secta; y así
Epifanio insertó luego su narrativa parcial y descarriada en su gran
obra sobre las herejías. Finalmente, las referencias al cisma meleciano
por Sozomeno y Teodoreto concuerdan completamente con los documentos
originales descubiertos en Verona, y más o menos con lo que dice
Atanasio sobre el mismo asunto. En cuanto a San Agustín, el sólo
menciona el cisma someramente y probablemente basado en San Epifanio.
La supresión del cisma meleciano fue uno de los tres
asuntos importantes que se presentaron ante el Primer Concilio de
Nicea. Sus decretos han sido conservados en la epístola sinodal
dirigida a los obispos egipcios. Se decidió que Melecio debía
permanecer en su propia ciudad de Licópolis, pero sin ejercer autoridad o
el poder de ordenar; además se le prohibía ir a los alrededores del
pueblo o entrar a otra diócesis con el propósito de ordenar a sus
súbditos. Podía retener su título episcopal, pero los eclesiásticos
ordenados por él debían recibir otra vez la imposición de manos, pues
las ordenaciones de Melecio quedaban declaradas inválidas. A través de
toda la diócesis donde se hallaran, los ordenados por Melecio siempre le
debían dar precedencia a los ordenados por Alejandro, ni debían hacer
nada sin el consentimiento del obispo Alejandro. En caso de la muerte
de un obispo o eclesiástico no meleciano, el cargo vacante se le podía
dar a un meleciano, siempre que fuera digno y la elección popular fuera
ratificada por Alejandro. En cuanto a Melecio mismo, se le quitaron sus
derechos y prerrogativas episcopales debido a su hábito incorregible de
promover la confusión dondequiera. Sin embargo, estas medidas suaves
fueron en vano; los melecianos se unieron a los arrianos e hicieron más
daño que nunca, convirtiéndose en los peores enemigos de San Atanasio.
Refiriéndose a este intento de reunión San Atanasio dijo: “Permita
Dios que nunca hubiera ocurrido”.
Cerca del año 325 los melecianos tenían en Egipto
veintinueve obispos, incluyendo a Melecio, y en Alejandría tenían cuatro
sacerdotes, tres diáconos y un capellán del ejército. Conforme al
decreto niceno, Melecio vivió primero en Licópolis en la Tebaida, pero
después de las negociaciones que unieron a su partido con los arrianos.
No se conoce la fecha de su muerte. Él nominó a su amigo, Juan, como
su sucesor. Teodoreto menciona a unos muy supersticiosos monjes
melecianos que practicaban las abluciones judías. Los melecianos se
extinguieron a mediados del siglo V.
Bibliografía
CEILLIER, Histoire Générale des auteurs ecclésiastiques, III (Paris, 1732), 678-81), II (1765), 615-16; HEFELE, Meletius in Kirchenlex., ed. KAULEN, VIII (1893), 1221 sq.; ACHELIS, Meletius von Lykopolis in Realencyclopædie, ed. HAUCK, XII (1903), 558-62; HEFELE, Histoire des Conciles, ed. LECLERCQ, (1907), 211-12, 488-503.
CEILLIER, Histoire Générale des auteurs ecclésiastiques, III (Paris, 1732), 678-81), II (1765), 615-16; HEFELE, Meletius in Kirchenlex., ed. KAULEN, VIII (1893), 1221 sq.; ACHELIS, Meletius von Lykopolis in Realencyclopædie, ed. HAUCK, XII (1903), 558-62; HEFELE, Histoire des Conciles, ed. LECLERCQ, (1907), 211-12, 488-503.
Leclercq, Henri. "Meletius of Lycopolis." The
Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton Company,
1911. <http://www.newadvent.org/cathen/10164a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina.
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