(Latin ad, to, clamare, gritar).
En La Vida Civil: La palabra acclamatio (en plural, acclamationes) fue usada en el latín clásico de la República de Roma como un término general para cualquier manifestación de sentimiento popular expresada por un grito. En bodas, funerales, triunfos, etc. estas aclamaciones fueron generalmente limitadas a ciertas formas estereotipadas. Por ejemplo, cuando la novia era conducida a la casa del esposo los espectadores gritaban: Io Hymen, Hymenaee, o Talasse, o Talassio. En un triunfo había un grito general de Io Triumphe. Un orador que ganaba la aprobación de sus oyentes era interrumpido con gritos de belle et festive, bene et praeclare, non potest melius, algo parecido a cuando nosotros decimos “¡bravo, bravo!” Bajo el imperio esas aclamaciones tuvieron un desarrollo notable, más particularmente en los circos y en el teatro. Al entrar el emperador la audiencia se levantaba y lo saludaba con gritos, los cuales en el tiempo de Nerón se redujeron a ciertas formas ordenadas y eran cantadas en ritmo. Además, igual que los cañones de un saludo real, estos gritos eran también prolongados y repetidos por un número de veces definido y cuidadosamente registrado. La misma costumbre invadió el senado, y bajo los Antoninos, parecería que tales expresiones de sentimiento colectivas como serían hoy día incorporados a un discurso de felicitación o a un voto de censura, entonces tomaron la forma de aclamaciones que deben haber sido cuidadosamente diseñadas de antemano y eran aparentemente gritadas a coro por la asamblea completa. Lampridio conserva un gran ejemplo de aclamaciones denunciatorias que ciertamente mejor podrían ser llamadas imprecaciones, cantadas en el senado después del asesinato del Emperador Cómodo (192). El original ocupa muchas páginas; aquí bastan unas pocas cláusulas: “En todos lados hay estatuas del enemigo (es decir, Cómodo); en todos lados estatuas del parricida; en todos lados estatuas del gladiador. Abajo las estatuas (v. escultura) de este gladiador y parricida. Dejen que el asesino de su conciudadano sea arrastrado al polvo; dejen que las estatuas del gladiador sean arrastradas por la rabera del carro.”
Más acordes a nuestro propósito presente, sin embargo, están las favorables aclamaciones del senado, tales como aquellas registradas por Lampridio en la elección de Alejandro Severo: “Alejandro Augusto, que los dioses te guarden. Por tu modestia, por tu prudencia, por tu sencillez, por tu castidad. De esto entendemos qué clase de gobernante serás. Por esto te damos la bienvenida. Tú demostrarás que el senado escoge bien sus gobernantes. Tú probarás que el juicio del senado es del más alto valor. Alejandro Augusto, que los dioses te guarden. Dejen que Alejandro Augusto dedique los templos de los Antoninos. Nuestro César, nuestro Augusto, nuestro emperador, que los dioses te guarden. Qué tú vivas, que tú prosperes, que gobiernes por muchos años.”
Es sólo del examen de los pocos ejemplos conservados que uno puede llegar a un entendimiento de la influencia que esta institución de las aclamaciones gritadas al unísono probablemente iba a ejercer sobre el desarrollo temprano de la liturgia cristiana. El parecido general con algunas formas primitivas de letanía o ektene es suficientemente llamativo, pero el tema es oscuro y nos debemos contentar principalmente aquí con las aclamaciones, más propiamente así llamadas, que tenían y aún tienen un lugar reconocido en la ceremonia de consagración de Papas, emperadores, reyes, obispos, etc., y aquellas que están registradas en las actas de ciertos concilios primitivos.
Desarrollo de las Aclamaciones Liturgicas: Parece altamente probable que las prácticas observadas en la elección de un emperador pagano (v. paganismo) eran prototipo de la mayoría de las aclamaciones litúrgicas conocidas por nosotros hoy día. En la larga descripción dada por Vopisco en la elección del Emperador Tácito (283) nos cuenta que Tácito al principio rechazó el honor en el senado por razón de su edad avanzada: “éstas fueron las aclamaciones de los senadores, ‘Trajano, también ascendió al imperio siendo anciano’ (diez veces); ‘y Adriano accedió al imperio en su ancianidad’ (diez veces)…. ‘Usted dé órdenes, deje a los soldados pelear’ (treinta veces): ‘Severo dijo: La cabeza es la que reina, no los pies’ (treinta veces). ‘Es su mente, no su cuerpo, lo que estamos eligiendo’ (veinte veces); ‘Tácito Augusto, que los dioses lo guarden’.” Entonces Tácito fue llevado al Campo Marcio para ser presentado a los soldados y a la gente. “Tras lo cual la gente aclamó: ‘Que los dioses te guarden muy felizmente, Tácito’, y lo demás que se dice por costumbre.”
Los registros escasos que tenemos de la ceremonia en otros casos de la elección de un emperador hacen claro que estas aclamaciones populares nunca fueron descontinuadas, aun después de que la coronación asumió un carácter eclesiástico y era realizada en la iglesia. Así los ritos oficiales que poseemos, uno de los cuales data del cierre del siglo XIII, explica cómo cuando la corona había sido impuesta: “la gente grita ‘Santo, Santo, Santo’, y ’Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz’ tres veces. Y si hay un príncipe que va ser coronado como consorte del imperio, el patriarca toma la segunda corona y se la entrega al emperador, y éste la impone y los dos coros gritan ‘valioso’.” Después de esto seguía el acta imperial (aktologein es el término técnico en griego para el grito de estas aclamaciones) o laudes, según eran llamadas en occidente. Una especie de letanía que consistía de más de una partitura de versos era cantada (v. cantos litúrgicos) por los heraldos, mientras que la gente repetía cada verso una o tres veces después de los líderes. En este encontramos tal pasaje como: "muchos, muchos, muchos; R. "Muchos años, por muchos años, "Muchos años para ustedes, N. y N., autócratas de los romanos, R. "Muchos años para ustedes. "Muchos años para ustedes, Siervos del Señor, R. "Muchos años para ustedes." etc.
Casi contemporáneas con éstas son las aclamaciones encontradas en nuestro Pontifical Inglés Egbert (probablemente recopilado antes de 769), el cual, con otros manuscritos, ha conservado para nosotros el relato detallado más antiguo de una coronación en occidente. El texto es un poco incierto, pero probablemente lee como sigue: “Entonces deja a toda la gente decir tres veces junto con los obispos y sacerdotes: ‘Que nuestro rey, N., viva por siempre’ (Vivat Rex N. in sempiternum). Y será confirmado sobre el trono del reino con la bendición de toda la gente mientras los grandes señores lo besaban (v. beso), diciendo: ‘Por siempre. Amén, amén, amén’.” Hay también en el rito Egbertino una especie de letanías que se asemejan cercanamente a las aclamaciones imperiales antedichas, y esto puede ser comparado con el elaborado conjunto de laudes, técnicamente llamados así, los cuales pertenecen al tiempo de Carlomagno y que han sido impresos por Duchesne en su edición de las Liber Pontificalis, II, 37. En estas laudes imperiales las palabras Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat (Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera), casi siempre encuentran un lugar. Se debe añadir que estas aclamaciones o alguna otra forma similar han sido conservadas hasta el presente en los rituales de coronación orientales y en unos pocos de origen occidental, entre otros en el de Inglaterra. Así para la coronación del rey Eduardo VII en 1902 la ceremonia oficial tomó el siguiente giro: “Cuando el homenaje termina, tocan los tambores, suenan las trompetas, y toda la gente grita: ‘¡Dios salve al Rey Eduardo! ¡Viva por siempre el Rey Eduardo! ¡Que el Rey viva por siempre!’”
Para Papas Y Obispos: Fue natural que la práctica de aclamar no debía ser restringida a la persona del soberano o a la ocasión de su elección. Según leemos sobre el rey “usando su corona” durante grandes fiestas en ciertas ciudades favorecidas, una ceremonia que parece haber ascendido a una especie de coronación secundaria, así los laudes elaborados en honor del emperador a menudo se repetían en las festividades, especialmente en la Misa papal. Pero además de esto, la práctica de aclamar al emperador en su elección se extendió al Papa y en algunos casos a los obispos. En el caso del Papa nuestros testimonios no son muy antiguos, pero el "Liber Pontificalis" en el siglo XIII frecuentemente alude a la práctica, asociando las palabras acclamationes y laudes en muchas combinaciones; mientras que en una fecha posterior tenemos el testimonio explícito de los “Ordines Romani.” En el caso de la coronación de León (probablemente el cuarto Papa con ese nombre), aprendemos que los líderes del pueblo de cada distrito lo aclamaban con las palabras: “El señor Papa León, a quien San Pedro ha escogido para sentarse en su sede por muchos años.” En el presente después del Gloria y la Colecta de la Misa de Coronación, el señor cardenal diácono, parado enfrente al Papa entronizado (v. entronización), canta las palabras "Exaudi, Christe" (Bravo, oh, Cristo); a lo cual todos los presentes responden “Larga vida a nuestro Señor Pío quien ha sido nombrado Sumo Pontífice y Papa Universal.” Esto se repite tres veces con algunas otras invocaciones, y luego se amplía a una corta letanía en la cual la repetición de cada título es contestada por la oración illum adjuva (Ayúdalo Tú). Esta última forma reproduce cercanamente los laudes de la Edad Media, cantados en la coronación de los reyes. Aclamaciones similares parecen haber sido familiares desde tiempos muy antiguos en la elección de obispos, aunque probablemente se puede ir más lejos para representarlas como formando parte del rito regularmente. El caso clásico es aquel registrado por San Agustín, quien propuso a Heraclio a la gente de Hipona como su sucesor. Acto seguido él dice: “La gente gritó: ‘Gracias a Dios, Alabado sea Cristo.’ Esto fue dicho veintitrés veces. ‘Bravo, oh, Cristo; larga vida a Agustín,’ dieciséis veces. ‘Tú para nuestro Padre, Tú para nuestro Obispo’, veinte veces. ‘Bien merecedor, verdaderamente digno’, cinco veces;” y así sucesivamente. (San Agustín, Epístola 212; P.L., XXXIII, 996). En ésta, sin embargo, no había claramente nada litúrgico, a pesar del carácter puede ser mejor reconocido en los gritos de “él es valioso, él es digno, él es digno, por muchos años”, etc., el cual la gente en ciertos ritos antiguos eran exhortados a hacer cuando el obispo electo era presentado a ellos antes de su consagración.
Concilios: Nos ha llegado otras aclamaciones en las actas de algunos concilios primitivos. Ellas parecen en muchos casos haber tomado la forma de lisonjas a los emperadores, y pueden quizás a menudo ser no más significativas que un brindis al rey y familia real en un banquete moderno. Pero leemos de otros gritos, por ejemplo, aquel en la primera sesión del Concilio de Calcedonia (octubre de 451) los Padres gritaban, respecto a Dióscoro: “El escarnecedor siempre huye. Cristo ha destituido a Diáscoro. Cristo ha depuesto (v. deposición) al asesino”; u otra vez, “Este es sólo un veredicto; este es sólo un concilio”; u otra vez “Dios ha vengado a sus mártires”. Sobre los otros significados que se le han dado a la palabra aclamación, algunos de ellos bastante forzados, no hay necesidad de hablar mucho. (1) El aplauso de la congregación que a menudo en tiempos antiguos interrumpía los sermones de los predicadores favoritos. (2) Las oraciones y buenos deseos encontrados sobre monumentos sepulcrales, etc., a los cuales algunas veces se les llama aclamación. (3) La breve formula litúrgica, tal como Dominus vobiscum, Kyrie Eleison, Deo gratias, etc. (4) Para elección por aclamación, vea elección, conclave y Aclamación en Elecciones Papales. Fuente: CABROL in Dict. d archeol. chret., 240-265. Este artículo incluye una discusión de inscripciones, fórmulas litúrgicas y otros asuntos misceláneos. Para el tema de Aclamaciones en los tiempos clásicos, cf. DAREMBERG AND SAGLIO, Dict. des Antiq., s.v.; PAULY-WISSOWA, Real-Encyclopedie der classischen Alterthumswissenschaft; MOMMSEN, Rom. Staatsrecht, III, 951, 349; PETER, Die Scriptores Hist. August. (Leipzig, 1892), 221 sqq.; HEER, in Philologus (supplementary vol.), IX (1904), 187 sqq. Para Coronaciones Imperiales y Papales, ver Le Laudes nell' Incoronazione del Som. Pontifice, in La Civilta Cattolica, 15 Aug., 1903, 387-404; BRIGHTMAN, Coronaciones en el Imperio Bizantino, en Journ. of Theol. Studies, April, 1901; GRISAR, Analecta Romana (Rome, 1899), 229 sqq.; MARTENE, De Ant. Eccl. Rit. (1737), II, 578, 851-852; DIEMAND, Das Ceremoniell der Kaiserkronungen (Munich, 1894), 82; MASKELL, Monumenta Ritualia (2d ed., Oxford, 1882), II, 85; LEGG, Registros de Coronaciones Inglesas (Londres, 1901). Thurston, Herbert. "Acclamation." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01097a.htm>. Traducido por Patricia Reyes. Revisado y corregido por Luz María Hernández Medina.
En La Vida Civil: La palabra acclamatio (en plural, acclamationes) fue usada en el latín clásico de la República de Roma como un término general para cualquier manifestación de sentimiento popular expresada por un grito. En bodas, funerales, triunfos, etc. estas aclamaciones fueron generalmente limitadas a ciertas formas estereotipadas. Por ejemplo, cuando la novia era conducida a la casa del esposo los espectadores gritaban: Io Hymen, Hymenaee, o Talasse, o Talassio. En un triunfo había un grito general de Io Triumphe. Un orador que ganaba la aprobación de sus oyentes era interrumpido con gritos de belle et festive, bene et praeclare, non potest melius, algo parecido a cuando nosotros decimos “¡bravo, bravo!” Bajo el imperio esas aclamaciones tuvieron un desarrollo notable, más particularmente en los circos y en el teatro. Al entrar el emperador la audiencia se levantaba y lo saludaba con gritos, los cuales en el tiempo de Nerón se redujeron a ciertas formas ordenadas y eran cantadas en ritmo. Además, igual que los cañones de un saludo real, estos gritos eran también prolongados y repetidos por un número de veces definido y cuidadosamente registrado. La misma costumbre invadió el senado, y bajo los Antoninos, parecería que tales expresiones de sentimiento colectivas como serían hoy día incorporados a un discurso de felicitación o a un voto de censura, entonces tomaron la forma de aclamaciones que deben haber sido cuidadosamente diseñadas de antemano y eran aparentemente gritadas a coro por la asamblea completa. Lampridio conserva un gran ejemplo de aclamaciones denunciatorias que ciertamente mejor podrían ser llamadas imprecaciones, cantadas en el senado después del asesinato del Emperador Cómodo (192). El original ocupa muchas páginas; aquí bastan unas pocas cláusulas: “En todos lados hay estatuas del enemigo (es decir, Cómodo); en todos lados estatuas del parricida; en todos lados estatuas del gladiador. Abajo las estatuas (v. escultura) de este gladiador y parricida. Dejen que el asesino de su conciudadano sea arrastrado al polvo; dejen que las estatuas del gladiador sean arrastradas por la rabera del carro.”
Más acordes a nuestro propósito presente, sin embargo, están las favorables aclamaciones del senado, tales como aquellas registradas por Lampridio en la elección de Alejandro Severo: “Alejandro Augusto, que los dioses te guarden. Por tu modestia, por tu prudencia, por tu sencillez, por tu castidad. De esto entendemos qué clase de gobernante serás. Por esto te damos la bienvenida. Tú demostrarás que el senado escoge bien sus gobernantes. Tú probarás que el juicio del senado es del más alto valor. Alejandro Augusto, que los dioses te guarden. Dejen que Alejandro Augusto dedique los templos de los Antoninos. Nuestro César, nuestro Augusto, nuestro emperador, que los dioses te guarden. Qué tú vivas, que tú prosperes, que gobiernes por muchos años.”
Es sólo del examen de los pocos ejemplos conservados que uno puede llegar a un entendimiento de la influencia que esta institución de las aclamaciones gritadas al unísono probablemente iba a ejercer sobre el desarrollo temprano de la liturgia cristiana. El parecido general con algunas formas primitivas de letanía o ektene es suficientemente llamativo, pero el tema es oscuro y nos debemos contentar principalmente aquí con las aclamaciones, más propiamente así llamadas, que tenían y aún tienen un lugar reconocido en la ceremonia de consagración de Papas, emperadores, reyes, obispos, etc., y aquellas que están registradas en las actas de ciertos concilios primitivos.
Desarrollo de las Aclamaciones Liturgicas: Parece altamente probable que las prácticas observadas en la elección de un emperador pagano (v. paganismo) eran prototipo de la mayoría de las aclamaciones litúrgicas conocidas por nosotros hoy día. En la larga descripción dada por Vopisco en la elección del Emperador Tácito (283) nos cuenta que Tácito al principio rechazó el honor en el senado por razón de su edad avanzada: “éstas fueron las aclamaciones de los senadores, ‘Trajano, también ascendió al imperio siendo anciano’ (diez veces); ‘y Adriano accedió al imperio en su ancianidad’ (diez veces)…. ‘Usted dé órdenes, deje a los soldados pelear’ (treinta veces): ‘Severo dijo: La cabeza es la que reina, no los pies’ (treinta veces). ‘Es su mente, no su cuerpo, lo que estamos eligiendo’ (veinte veces); ‘Tácito Augusto, que los dioses lo guarden’.” Entonces Tácito fue llevado al Campo Marcio para ser presentado a los soldados y a la gente. “Tras lo cual la gente aclamó: ‘Que los dioses te guarden muy felizmente, Tácito’, y lo demás que se dice por costumbre.”
Los registros escasos que tenemos de la ceremonia en otros casos de la elección de un emperador hacen claro que estas aclamaciones populares nunca fueron descontinuadas, aun después de que la coronación asumió un carácter eclesiástico y era realizada en la iglesia. Así los ritos oficiales que poseemos, uno de los cuales data del cierre del siglo XIII, explica cómo cuando la corona había sido impuesta: “la gente grita ‘Santo, Santo, Santo’, y ’Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz’ tres veces. Y si hay un príncipe que va ser coronado como consorte del imperio, el patriarca toma la segunda corona y se la entrega al emperador, y éste la impone y los dos coros gritan ‘valioso’.” Después de esto seguía el acta imperial (aktologein es el término técnico en griego para el grito de estas aclamaciones) o laudes, según eran llamadas en occidente. Una especie de letanía que consistía de más de una partitura de versos era cantada (v. cantos litúrgicos) por los heraldos, mientras que la gente repetía cada verso una o tres veces después de los líderes. En este encontramos tal pasaje como: "muchos, muchos, muchos; R. "Muchos años, por muchos años, "Muchos años para ustedes, N. y N., autócratas de los romanos, R. "Muchos años para ustedes. "Muchos años para ustedes, Siervos del Señor, R. "Muchos años para ustedes." etc.
Casi contemporáneas con éstas son las aclamaciones encontradas en nuestro Pontifical Inglés Egbert (probablemente recopilado antes de 769), el cual, con otros manuscritos, ha conservado para nosotros el relato detallado más antiguo de una coronación en occidente. El texto es un poco incierto, pero probablemente lee como sigue: “Entonces deja a toda la gente decir tres veces junto con los obispos y sacerdotes: ‘Que nuestro rey, N., viva por siempre’ (Vivat Rex N. in sempiternum). Y será confirmado sobre el trono del reino con la bendición de toda la gente mientras los grandes señores lo besaban (v. beso), diciendo: ‘Por siempre. Amén, amén, amén’.” Hay también en el rito Egbertino una especie de letanías que se asemejan cercanamente a las aclamaciones imperiales antedichas, y esto puede ser comparado con el elaborado conjunto de laudes, técnicamente llamados así, los cuales pertenecen al tiempo de Carlomagno y que han sido impresos por Duchesne en su edición de las Liber Pontificalis, II, 37. En estas laudes imperiales las palabras Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat (Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera), casi siempre encuentran un lugar. Se debe añadir que estas aclamaciones o alguna otra forma similar han sido conservadas hasta el presente en los rituales de coronación orientales y en unos pocos de origen occidental, entre otros en el de Inglaterra. Así para la coronación del rey Eduardo VII en 1902 la ceremonia oficial tomó el siguiente giro: “Cuando el homenaje termina, tocan los tambores, suenan las trompetas, y toda la gente grita: ‘¡Dios salve al Rey Eduardo! ¡Viva por siempre el Rey Eduardo! ¡Que el Rey viva por siempre!’”
Para Papas Y Obispos: Fue natural que la práctica de aclamar no debía ser restringida a la persona del soberano o a la ocasión de su elección. Según leemos sobre el rey “usando su corona” durante grandes fiestas en ciertas ciudades favorecidas, una ceremonia que parece haber ascendido a una especie de coronación secundaria, así los laudes elaborados en honor del emperador a menudo se repetían en las festividades, especialmente en la Misa papal. Pero además de esto, la práctica de aclamar al emperador en su elección se extendió al Papa y en algunos casos a los obispos. En el caso del Papa nuestros testimonios no son muy antiguos, pero el "Liber Pontificalis" en el siglo XIII frecuentemente alude a la práctica, asociando las palabras acclamationes y laudes en muchas combinaciones; mientras que en una fecha posterior tenemos el testimonio explícito de los “Ordines Romani.” En el caso de la coronación de León (probablemente el cuarto Papa con ese nombre), aprendemos que los líderes del pueblo de cada distrito lo aclamaban con las palabras: “El señor Papa León, a quien San Pedro ha escogido para sentarse en su sede por muchos años.” En el presente después del Gloria y la Colecta de la Misa de Coronación, el señor cardenal diácono, parado enfrente al Papa entronizado (v. entronización), canta las palabras "Exaudi, Christe" (Bravo, oh, Cristo); a lo cual todos los presentes responden “Larga vida a nuestro Señor Pío quien ha sido nombrado Sumo Pontífice y Papa Universal.” Esto se repite tres veces con algunas otras invocaciones, y luego se amplía a una corta letanía en la cual la repetición de cada título es contestada por la oración illum adjuva (Ayúdalo Tú). Esta última forma reproduce cercanamente los laudes de la Edad Media, cantados en la coronación de los reyes. Aclamaciones similares parecen haber sido familiares desde tiempos muy antiguos en la elección de obispos, aunque probablemente se puede ir más lejos para representarlas como formando parte del rito regularmente. El caso clásico es aquel registrado por San Agustín, quien propuso a Heraclio a la gente de Hipona como su sucesor. Acto seguido él dice: “La gente gritó: ‘Gracias a Dios, Alabado sea Cristo.’ Esto fue dicho veintitrés veces. ‘Bravo, oh, Cristo; larga vida a Agustín,’ dieciséis veces. ‘Tú para nuestro Padre, Tú para nuestro Obispo’, veinte veces. ‘Bien merecedor, verdaderamente digno’, cinco veces;” y así sucesivamente. (San Agustín, Epístola 212; P.L., XXXIII, 996). En ésta, sin embargo, no había claramente nada litúrgico, a pesar del carácter puede ser mejor reconocido en los gritos de “él es valioso, él es digno, él es digno, por muchos años”, etc., el cual la gente en ciertos ritos antiguos eran exhortados a hacer cuando el obispo electo era presentado a ellos antes de su consagración.
Concilios: Nos ha llegado otras aclamaciones en las actas de algunos concilios primitivos. Ellas parecen en muchos casos haber tomado la forma de lisonjas a los emperadores, y pueden quizás a menudo ser no más significativas que un brindis al rey y familia real en un banquete moderno. Pero leemos de otros gritos, por ejemplo, aquel en la primera sesión del Concilio de Calcedonia (octubre de 451) los Padres gritaban, respecto a Dióscoro: “El escarnecedor siempre huye. Cristo ha destituido a Diáscoro. Cristo ha depuesto (v. deposición) al asesino”; u otra vez, “Este es sólo un veredicto; este es sólo un concilio”; u otra vez “Dios ha vengado a sus mártires”. Sobre los otros significados que se le han dado a la palabra aclamación, algunos de ellos bastante forzados, no hay necesidad de hablar mucho. (1) El aplauso de la congregación que a menudo en tiempos antiguos interrumpía los sermones de los predicadores favoritos. (2) Las oraciones y buenos deseos encontrados sobre monumentos sepulcrales, etc., a los cuales algunas veces se les llama aclamación. (3) La breve formula litúrgica, tal como Dominus vobiscum, Kyrie Eleison, Deo gratias, etc. (4) Para elección por aclamación, vea elección, conclave y Aclamación en Elecciones Papales. Fuente: CABROL in Dict. d archeol. chret., 240-265. Este artículo incluye una discusión de inscripciones, fórmulas litúrgicas y otros asuntos misceláneos. Para el tema de Aclamaciones en los tiempos clásicos, cf. DAREMBERG AND SAGLIO, Dict. des Antiq., s.v.; PAULY-WISSOWA, Real-Encyclopedie der classischen Alterthumswissenschaft; MOMMSEN, Rom. Staatsrecht, III, 951, 349; PETER, Die Scriptores Hist. August. (Leipzig, 1892), 221 sqq.; HEER, in Philologus (supplementary vol.), IX (1904), 187 sqq. Para Coronaciones Imperiales y Papales, ver Le Laudes nell' Incoronazione del Som. Pontifice, in La Civilta Cattolica, 15 Aug., 1903, 387-404; BRIGHTMAN, Coronaciones en el Imperio Bizantino, en Journ. of Theol. Studies, April, 1901; GRISAR, Analecta Romana (Rome, 1899), 229 sqq.; MARTENE, De Ant. Eccl. Rit. (1737), II, 578, 851-852; DIEMAND, Das Ceremoniell der Kaiserkronungen (Munich, 1894), 82; MASKELL, Monumenta Ritualia (2d ed., Oxford, 1882), II, 85; LEGG, Registros de Coronaciones Inglesas (Londres, 1901). Thurston, Herbert. "Acclamation." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01097a.htm>. Traducido por Patricia Reyes. Revisado y corregido por Luz María Hernández Medina.
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