El
decreto de expulsión de los judíos data del 31 de marzo de 1492, y les
dio un plazo de tres meses para que se convirtiesen a la religión
católica o se marcharan al exilio. No podían llevar ni oro ni plata y
muchos tuvieron que malvender sus propiedades o abandonarlas. En este
tiempo la profesión de una religión distinta a la católica se entendía
como el mayor de los delitos, por ello se juzgaba gravemente a los
judíos.
El texto siguiente muestra el argumento que para los Reyes Católicos fue fundamental en la expulsión:
«Crímenes
y delitos contra nuestra santa fe católica son tales que es necesario
que cese tan gran oprobio y ofensa a la fe y la religión cristianas
porque cada día ocurre que los dichos judíos siguen su malo y dañado
propósito donde viven y conversan. Y por que no haya lugar de más
ofender a nuestra santa fe [...] ordenamos mandar salir a todos los
dichos judíos y judías de nuestros reinos y que jamás tornen ni vuelvan a
ellos.»
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