En el
año 657, en la batalla de Siffin, se dividió la comunidad musulmana en
tres grupos que perduran hasta la actualidad. Los partidarios de Alí
creían que solo aquellos que tuviesen directamente la sangre de Mahoma
podían ser califas. A estos se les denominó chiitas.
Por
otra parte estaban los sunitas, que pensaban que el califato debía
recaer en la persona que tuviese el mayor poder o influencia y que eran
partidarios de Muawiya.
Por
último estaban los jariyitas, que sostenían que cualquier persona podía
ser califa siempre que fuese el mejor de los musulmanes, sin importar ni
siquiera si era un esclavo. Defendían que era la comunidad la que tenía
que elegir al califa y no los poderosos y los notables, y que estaba
justificado matar a un mal califa.
En
el año 661 un jariyita mató a Alí, y Muawiya quedó como califa
inaugurando la dinastía omeya. Sus seguidores, los sunitas, se
convirtieron en la opción mayoritaria y en la actualidad son más del
ochenta y cinco por ciento de los musulmanes del mundo.
Por
su parte, los chiitas siempre han sido minoritarios, y hoy en día son
cerca del doce por ciento de los musulmanes. Tienen un peso muy
importante en Irán, Irak y Asia Central. El chiismo ha sido en muchos
momentos una opción para marcar la identidad cultural de ciertos
territorios por medio de la diferencia religiosa.
Por último, los jariyitas siempre fueron aún más minoritarios y actualmente rondan el millón de seguidores.
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