Uno
de los momentos más emocionantes en los funerales de los Papas Pablo VI
y Juan Pablo I fue cuando sus féretros fueron trasladados desde la
plaza de San Pedro hacia el lugar en que iban a ser enterrados dentro
del templo. En ambas ocasiones, la asamblea que se había congregado en
la plaza prorrumpió en un aplauso, contenido pero sentido. Incluso en
aquellos momentos de duelo, el espíritu humano sintió que era apropiado y
necesario expresar la admiración por estas personas de una manera
pública y audible, y por eso todos respondieron con un espontáneo
aplauso.
El salmo 47 empieza con estas palabras: "Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo". Lo recordemos o no, haya sido o no costumbre en algunas culturas y períodos, existe la tradición religiosa de expresar la alegría y la emoción en las celebraciones aplaudiendo con las manos y prorrumpiendo en gritos de júbilo. El Papa provoca con frecuencia aplausos espontáneos de las asambleas en sus homilías o en las procesiones de entrada o de salida cuando él preside la Eucaristía, especialmente en sus muchas visitas a los varios países.
Los libros litúrgicos romanos reconocen que hay ciertos momentos durante la celebración que piden una respuesta entusiasta de la asamblea, una respuesta a menudo llamada "aclamación" en las rúbricas. Por desgracia, la típica aclamación de asentimiento, la palabrita "amén", normalmente es "musitada", más que "gritada" como aclamación, tal vez debido a un sentimiento cultural de que las iglesias no son lugares apropiados para hablar en voz alta. Puede ser provechoso ver en qué momentos se nos invita a esta clase de aclamaciones, para guiar nuestra reflexión sobre el uso del aplauso.
En el Ritual de ordenación, en el momento de la "elección" formal de un candidato para ser ordenado de diácono o de presbítero (cuando el obispo dice: "elegimos a estos hermanos nuestros... "), el rito especifica que los presentes dicen "demos gracias a Dios", o "asienten a la elección de cualquier otra forma". Es común en muchas asambleas expresar su asentimiento por medio de un aplauso. De modo semejante, en el rito del bautismo, las rúbricas señalan que después del baño sacramental (por infusión o por inmersión), "se puede hacer una breve aclamación pueblo". En la segunda edición del rito del matrimonio, después de recibir el consentimiento de los novios ("el Señor confirme con su bondad este consentimiento vuestro... "), el ministro "invita a los presentes a alabar a Dios". Pone la aclamación "Bendigamos al Señor. Demos gracias a Dios", pero añade que "puede proferirse otra aclamación". Estos ejemplos muestran que las aclamaciones de asentimiento son parte de la nueva liturgia romana y que las rúbricas permiten alternativas a la sencilla respuesta "demos gracias a Dios".
Al reflexionar sobre la legitimidad o no del aplauso en la liturgia, tendríamos que hacer la distinción entre "celebración" y "ejecución o realización de cosas". En nuestra sociedad, el aplauso se asocia normalmente a "un trabajo bien hecho". Es la respuesta a una "ejecución" bien realizada. Pero en la liturgia no se trata sólo de que unos pocos realicen algo bien. Es siempre una celebración de todos. Por desgracia, el aplauso se usa a menudo para "agradecer" a algunas personas (músicos, predicadores, encargados de la celebración), y esta clase de aplauso puede convertir sutilmente la asamblea celebrante en una audiencia pasiva que expresa su aprobación de lo que han realizado otros, como si estuvieran en un concierto o representación teatral. Este uso del aplauso puede torcer la correcta comprensión de lo que es una acción litúrgica. Sería mejor no aplaudir, si se va a hacer de esta manera.
Pero el aplauso puede ser apropiado como una expresión ritual de asentimiento o como una aclamación no verbal, corporal, dentro de la acción litúrgica. Un aplauso usado como una respuesta litúrgica puede ser incluso recomendable en un momento litúrgico, como sugieren los ejemplos antes recordados. Si parece apropiado usar el aplauso como una aclamación alternativa durante un rito litúrgico, debería ser integrado en el rito, como sucede en las ordenaciones, y no introducido sin ninguna conexión con el rito, como suele pasar en las bodas cuando el ministro introduce a los novios.
La Iglesia está todavía en una etapa incipiente a la hora de introducir adaptaciones culturales en su liturgia. Necesitamos todavía discernir qué elementos de nuestra cultura son apropiados para la liturgia y en qué momentos. El aplauso es uno de esos elementos culturales. Este proceso de discernimiento no se puede realizar de la noche a la mañana, y a veces la apertura al Espíritu y a la tradición litúrgica puede significar que tal vez tenemos que repensar nuestras prácticas establecidas. Si el aplauso es usado como una aclamación de alegría en el momento ritual apropiado, entonces su uso puede ser continuado sin problemas. Si es usado de manera que suponga la incorrecta noción de que la liturgia es "hacer cosas", entonces este uso debería revisarse e incluso suprimirse.
Tenemos que recordar siempre la naturaleza básica de la liturgia como celebración de alabanza y gratitud a Dios Padre por la muerte y resurrección de Cristo, una celebración que coenvuelve todo lo que somos como personas humanas, tanto el espíritu como el cuerpo.
El salmo 47 empieza con estas palabras: "Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo". Lo recordemos o no, haya sido o no costumbre en algunas culturas y períodos, existe la tradición religiosa de expresar la alegría y la emoción en las celebraciones aplaudiendo con las manos y prorrumpiendo en gritos de júbilo. El Papa provoca con frecuencia aplausos espontáneos de las asambleas en sus homilías o en las procesiones de entrada o de salida cuando él preside la Eucaristía, especialmente en sus muchas visitas a los varios países.
Los libros litúrgicos romanos reconocen que hay ciertos momentos durante la celebración que piden una respuesta entusiasta de la asamblea, una respuesta a menudo llamada "aclamación" en las rúbricas. Por desgracia, la típica aclamación de asentimiento, la palabrita "amén", normalmente es "musitada", más que "gritada" como aclamación, tal vez debido a un sentimiento cultural de que las iglesias no son lugares apropiados para hablar en voz alta. Puede ser provechoso ver en qué momentos se nos invita a esta clase de aclamaciones, para guiar nuestra reflexión sobre el uso del aplauso.
En el Ritual de ordenación, en el momento de la "elección" formal de un candidato para ser ordenado de diácono o de presbítero (cuando el obispo dice: "elegimos a estos hermanos nuestros... "), el rito especifica que los presentes dicen "demos gracias a Dios", o "asienten a la elección de cualquier otra forma". Es común en muchas asambleas expresar su asentimiento por medio de un aplauso. De modo semejante, en el rito del bautismo, las rúbricas señalan que después del baño sacramental (por infusión o por inmersión), "se puede hacer una breve aclamación pueblo". En la segunda edición del rito del matrimonio, después de recibir el consentimiento de los novios ("el Señor confirme con su bondad este consentimiento vuestro... "), el ministro "invita a los presentes a alabar a Dios". Pone la aclamación "Bendigamos al Señor. Demos gracias a Dios", pero añade que "puede proferirse otra aclamación". Estos ejemplos muestran que las aclamaciones de asentimiento son parte de la nueva liturgia romana y que las rúbricas permiten alternativas a la sencilla respuesta "demos gracias a Dios".
Al reflexionar sobre la legitimidad o no del aplauso en la liturgia, tendríamos que hacer la distinción entre "celebración" y "ejecución o realización de cosas". En nuestra sociedad, el aplauso se asocia normalmente a "un trabajo bien hecho". Es la respuesta a una "ejecución" bien realizada. Pero en la liturgia no se trata sólo de que unos pocos realicen algo bien. Es siempre una celebración de todos. Por desgracia, el aplauso se usa a menudo para "agradecer" a algunas personas (músicos, predicadores, encargados de la celebración), y esta clase de aplauso puede convertir sutilmente la asamblea celebrante en una audiencia pasiva que expresa su aprobación de lo que han realizado otros, como si estuvieran en un concierto o representación teatral. Este uso del aplauso puede torcer la correcta comprensión de lo que es una acción litúrgica. Sería mejor no aplaudir, si se va a hacer de esta manera.
Pero el aplauso puede ser apropiado como una expresión ritual de asentimiento o como una aclamación no verbal, corporal, dentro de la acción litúrgica. Un aplauso usado como una respuesta litúrgica puede ser incluso recomendable en un momento litúrgico, como sugieren los ejemplos antes recordados. Si parece apropiado usar el aplauso como una aclamación alternativa durante un rito litúrgico, debería ser integrado en el rito, como sucede en las ordenaciones, y no introducido sin ninguna conexión con el rito, como suele pasar en las bodas cuando el ministro introduce a los novios.
La Iglesia está todavía en una etapa incipiente a la hora de introducir adaptaciones culturales en su liturgia. Necesitamos todavía discernir qué elementos de nuestra cultura son apropiados para la liturgia y en qué momentos. El aplauso es uno de esos elementos culturales. Este proceso de discernimiento no se puede realizar de la noche a la mañana, y a veces la apertura al Espíritu y a la tradición litúrgica puede significar que tal vez tenemos que repensar nuestras prácticas establecidas. Si el aplauso es usado como una aclamación de alegría en el momento ritual apropiado, entonces su uso puede ser continuado sin problemas. Si es usado de manera que suponga la incorrecta noción de que la liturgia es "hacer cosas", entonces este uso debería revisarse e incluso suprimirse.
Tenemos que recordar siempre la naturaleza básica de la liturgia como celebración de alabanza y gratitud a Dios Padre por la muerte y resurrección de Cristo, una celebración que coenvuelve todo lo que somos como personas humanas, tanto el espíritu como el cuerpo.
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