miércoles, 15 de enero de 2014

RESURRECCIÓN COMO SÍMBOLO RELIGIOSO.



El sustantivo gr. Anástasis y el verbo anístêmi denotan el hecho de ponerse en pie y, contextualmente, el “ponerse de nuevo de pie”. Este significado se especifica según los contextos: “ponerse en pie/comparecer” en un juicio (Mt 12,41; Jn 5,29), o “resucitar/resurrección”, ponerse de nuevo en pie el que yacía muerto (Mc 8,31; 9,31; 10,34; Jn 11,23s; 20,9; 1 Tes 4,14.16), también en sentido metafórico (Ef 5,14). Como transitivo significa “levantar/resucitar” a alguien (Jn 6,39s.44.54).

En los sinópticos (Mt, Mc y Lc) el pasaje más explícito sobre la resurrección se encuentra en la controversia de los Saduceos con Jesús en el templo (Mc 12,10-25). Contra el materialismo saduceo, que no admitía una vida más allá de la muerte, y la concepción farisea, que relegaba la resurrección a un futuro lejano y concebía la nueva vida como una mera continuación de la presente, Jesús afirma la potencia de Dios, dador de vida (12,24; 13,26s; 14,62): habla de la resurrección en presente (12,25: “cuando resucitan de la muerte”) y, de hecho, Abrahán, Isaac y Jacob, vivos para Dios, prueban la existencia de la vida después de la muerte física (12,26s). La condición de los resucitados no es como la de la vida mortal, “son como ángeles” (12,25), en el significado de “hijos de Dios”, cuya vida no se transmite por generación natural.

En Juan hay que distinguir el uso de los dos verbos citados. “Levantar/-se” está en relación con la “debilidad/enfermedad” (gr. Asthéneia). A las dos clases de “debilidad”, la que lleva a la muerte (5,5) y la que no es para muerte (11,14), corresponden dos tipos de “levantar/-se”.

a) El primero se encuentra en el episodio del inválido de la piscina y equivale a “dar salud/ la integridad” al hombre que carece de ella (5,8.9ª.11); esto se formula como “levantar a los muertos dándoles vida” (5,21). El inválido es tipo de la muchedumbre de enfermos (5,3), que son “los muertos”, hombres privados de vida en los que está frustrado el designio divino (6,40), los que, debido a una situación de “pecado” (5,14), están destinados a morir para siempre (3,16; 6,39; 17,12: perderse, la perdición). “Levantar a los muertos” significa, por tanto, sacar al hombre de la situación de pecado dándole vida definitiva (3,6; 6,63), hacer pasar de la muerte a la vida (5,24).

b) El segundo tipo, “levantar/-se de la muerte/de entre los muertos”, se aplica en primer término al “cuerpo” (sôma) de Jesús (2,19-21) o a Jesús mismo (2,22; 21,14); en segundo lugar, a Lázaro (12,1.9.17). En el caso de Jesús está en relación con su muerte física (destrucción del santuario/su cuerpo); en el de Lázaro, paralelamente sigue a una “debilidad” que no es para muerte (11,4). “Levantar” significa, pues, hacer superar la última debilidad propia de la “carne”, la muerte física.

c) Según Juan, por tanto, el hombre tiene una doble posibilidad:

1. Nace como “carne” débil, que por sí misma acaba en la muerte física. Ante él se presentan dos opciones: secundar la aspiración a la vida inherente a su ser de hombre (1,4) o reprimirla, haciendo suya la ideología que la extingue (1,5: la tiniebla; 5,3: ciegos; 5,14: “no peques más”). La opción positiva lleva a recibir el Espíritu y, con él, la vida definitiva. La opción negativa (el pecado) priva al hombre de vida y lo condena a muerte definitiva.

2. Por la opción positiva el hombre es “carne” + “espíritu” (sarx + pneuma). Pasada la muerte, última muestra de la debilidad de la “carne”, el “yo” (psykhê = hombre en cuanto individualidad consciente y libre) y el “cuerpo” (sôma = hombre en cuanto individualidad designable y activa) entran en su estadio definitivo. Según esta concepción, el hombre es un proyecto de inmortalidad (3,16; 6,40), que no se realiza sin su opción y colaboración. Al proyecto realizado corresponde la vida definitiva (zôê aiônios); al no realizado, la muerte definitiva (apóleia).

Los términos “resucitar/resurrección” no tienen relación con la “debilidad”, sino con la vida definitiva: “resucitar” es lo contrario de “perderse” (6,39), que significa morir para siempre. La resurrección consiste, pues, en superar la muerte física, es la continuidad de una vida que no puede perecer.

La muerte definitiva se evita lo mismo teniendo vida definitiva (3,16) que siendo resucitado el último día (6,39); de alguna manera, por tanto, se identifican vida definitiva y resurrección; cada fórmula presenta pues un aspecto de la misma realidad. Otra fórmula para el mismo hecho es “vivir para siempre” (6,58). Por otra parte, la vida definitiva es fruto de la fe en Jesús (3,16) ya durante la vida terrena; se confirma, pues, que la resurrección no es más que un aspecto de esa vida.

La resurrección se consideraba propia del “último día” y restauraba la vida del hombre interrumpida o disminuida por la muerte. Para Jesús no es así, pues la vida definitiva excluye de la muerte, y la posee ya quien ha recibido el Espíritu. La resurrección, por tanto, señala solamente, por oposición a “la perdición” que el encuentro de esa vida con la muerte física se resuelve en la victoria de la vida (8,51).

El episodio de Lázaro escenifica los dichos de Jesús: la comunidad de discípulos de mentalidad tradicional judía no ha percibido el alcance del amor de Dios, quien, por medio de Jesús, da al hombre vida definitiva. Han colocado a Lázaro en el sepulcro de los muertos, separándolo con la losa del mundo de los vivos (11,38.41). Jesús los lleva a la plena fe (11,40). Quitan la losa, desatan al muerto y lo dejan marcharse a la casa del Padre (11,44). Han comprendido la continuidad de la vida a través de la muerte. En la cena de Betania (12,1-3), Lázaro es figura representativa de la comunidad en cuanto ésta posee vida definitiva que supera de la muerte (la comunidad de “los resucitados de la muerte”) y es objeto de persecución por parte de los sumos sacerdotes (12,9s).

La resurrección de Jesús se formula dos veces como “levantarse de la muerte/de entre los muertos” (2,22;21,14; 2,20) y una vez como “resucitar de la muerte” (20,9). La primera formulación significa que Jesús ha dejado atrás la última debilidad de “la carne”, la muerte física, para entrar en el estadio definitivo de su humanidad individual. La segunda significa la permanencia de la vida después de la muerte e indica que Jesús es el primero en cruzar esa frontera; así lo simboliza “el sepulcro nuevo, donde nadie había sido puesto todavía” (19,41).

Jesús resucitado se hace presente en medio del grupo de discípulos (20,19). Habla a los suyos y les muestra sus manos y su costado (20,20). Son signos de identificación: es el mismo Jesús que ha muerto en la cruz; se subraya con ellos, por una parte, la continuidad de la vida individual; por otra, que su nueva realidad no deja de ser condición humana. “Las manos” significan su potencia (3,34; 13,3); “el costado”, su amor.

El descubrimiento del sepulcro vacío pone en movimiento a los discípulos (Mt 28,1-10). El anuncio se hace por medio de un ángel (Mt 28,5s), de un joven, figura de Jesús mismo (Mc 16,6), de dos hombres, figuras de Moisés y Elías (Lc 24,5s).

Apariciones: a las mujeres (Mt 28,9s ), a dos discípulos (Lc 24,23-35); a los discípulos en Jerusalén (Lc 24,36-43); (Jn 20,19-29), en Galilea a siete discípulos junto al lago (Jn 21,1-14), a los Once en un monte (Mt 28,16-20; 1 Cor 15,3-8). Misión (Mt 28,19s; Mc 16,7; Lc 24,46-48; Jn 20,21-23; Hch 1,8). Ascensión (Lc 24,50s; Hch 1,9).

La Resurrección de Jesús es causa de nuestra rehabilitación (Rom 4,25) y salvación (5,10), de nueva vida (6,4), de esperanza en la propia resurrección (8,11), fundamento de la fe (1 Cor 15,16s).

Pablo trata largamente de la resurrección en 1 Cor 15,1-58. Expone testimonios sobre la resurrección de Jesús (15,1-11). Afirma que ésta es la garantía de los cristianos (15,12-34). Con diversas comparaciones e imágenes describe la condición de los resucitados y prueba por la Escritura la victoria sobre la muerte (15,35-58).

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