Santos y Beatos. Francisco Suárez (v.) escribió que de la Orden dominicana
salieron, como «de un caballo troyano», los más valientes e inteligentes
atletas de la fe (De religione, tr. IX, lib. II, c. 6). El elogio es un
eco de las palabras bautismales del papa Honorio III (v.): pugiles fidei.
En la república de la vida cristiana, «la estrella de Domingo, prodigioso
innovador, reformador, realizador, revolucionario, ha proyectado, a través
de las edades, tanta luz que se ha convertido, con su innumerable familia,
en una verdadera vía láctea de la cristiandad» (J. Girau, Santo Domingo,
revolucionario de Dios, Villaba 1966, 302).
Los santos d. canonizados por la Iglesia son: S. Domingo de Guzmán (v.), S. Margarita de Hungría, S. Raimundo de Peñafort (v.), S. Catalina de Ricci, S. Tomás de Aquino (v.), S. Vicente Ferrer (v.), S. Inés de Montepulciano, S. Pedro Mártir, S. Catalina de Siena (v.), S. Pío V (v.), S. Antonio Pierozzi o de Florencia (v.), S. Juan de Colonia, S. Jacinto de Polonia, S. Rosa de Lima (v.), S. Martín de Porres (v.) y S. Alberto Magno (v.). Hay otros «canonizados» en el lenguaje y en la piedad del pueblo, como S. Pedro González Telmo (v.) o S. Alvaro de Córdoba, que, sin embargo, pertenecen al «libro de los beatos».
El número de beatos d. se aproxima a los 300. Y el de los venerables es muy superior, sin contar las legiones de mártires y varones famosos. En la peculiar liturgia dominicana existe una fiesta (12 noviembre) dedicada a los santos de la Orden en general.
Sobre los frutos de santidad del árbol dominicano quisiéramos hacer notar la gran hornada de las primeras generaciones, pues el Catálogo hagiográfico de I. Taurisano, señala, entre santos y beatos, cerca de un centenar pertenecientes al s. xin. Como canonizaciones «relámpago» (valga como curiosidad anecdótica) tenemos la de S. Domingo (1234), a los pocos años de morir; y la de S. Pedro Mártir (1253), un año apenas después de su martirio.
Los dominicos y el género hagiográfico. Aunque es cierto un adagio que hizo famoso el card. Ceferino González (v.): «la Orden de predicadores ha puesto siempre más cuidado en hacer y ejecutar cosas grandes que en narrarlas» (Historia del colegio Mayor de S. Tomás de Sevilla, I, Sevilla 1890, VIII), sin embargo, las primeras generaciones pusieron esmerada diligencia en recopilar noticias ejemplares de S. Domingo y de sus hijos. El Capítulo general de 1255 (cfr. Acta, 1,76-77; H. de Romanis, Opera, 11,502) ordena recoger los hechos notables, magnalia gesta, con el fin preciso de publicarlos. Nació así el libro Vitae Fratrum, recopilado por G. Fracheto, con admirable seriedad científica, «para utilidad de los lectores de los ejemplos y hazañas insignes de nuestros hermanos, que, con sudor y labor, echaron los cimientos de la Orden». Aire de florecillas, gozo que repite la imagen de la «Iglesia apostólica» (H. de Romanis, 11,512), sentido histórico-ejemplar.
El género hagiográfico, con su finalidad específica, va a tener entre los d. extraordinarios cultivadores. Aparte de las Crónicas y Anales, que abundan mucho en la historiografía dominicana, las obras maestras del género son, en la Edad Media, el Speculum Historiale de Vicente de Beauvais (m. 1264) y la Legenda Aurea de Jacobo de Váragine o Varazze (m. 1298) que, a juicio de É. Mále, influyen decisivamente en la piedad y en el arte de los s. XIII-XVI. Por el mismo tiempo lean de Mailly (m. 1243) compuso una obra similar que, si bien parece influyó en la Leyenda Dorada no tuvo tanto éxito. Vienen después las Vite de Cavalca, encantadoras por su transparente romance y por sus descripciones estupendas. Y ya en el s. XV el Chronicorum Opus, de S. Antonino de Florencia, que se difundió muchísimo. En el s. XVI encontramos, entre otros, a Leandro Alberti, con su De viris illustribus O. P. (Bolonia 1517); a Domingo de Valtanás, con su magnífico Flos Sanctorum, en español (Sevilla 1558); Serafino Razzi, Vita de Santi e Beati O. P. (Florencia 1577), etc. En los s. XVII-xVIIi el género tiene buenos continuadores en Juan de Marieta, Juan López, V. Baroni, S. M. Cerva, V. M. Fontana, A. Touron, José de la Natividad, etc., quienes, en obras de muy variado estilo y contenido, pregonan la «historia ejemplar» de los ilustres hijos de la familia dominicana.
En el s. XIX renace el interés por la literatura hagiográfica, produciéndose una rica floración de Años dominicanos, en diversidad de lenguas. M. Marches¢, J. B. Feuillet, B. de Vienne, F. Steill, y tantos otros. En español, los Santos, Bienaventurados, Venerables de la O. P., de P. Álvarez (3 vol., Vergara 1921 ss.), es un poderoso testimonio de fervorosa hagiografía dominicana.
Los santos d. canonizados por la Iglesia son: S. Domingo de Guzmán (v.), S. Margarita de Hungría, S. Raimundo de Peñafort (v.), S. Catalina de Ricci, S. Tomás de Aquino (v.), S. Vicente Ferrer (v.), S. Inés de Montepulciano, S. Pedro Mártir, S. Catalina de Siena (v.), S. Pío V (v.), S. Antonio Pierozzi o de Florencia (v.), S. Juan de Colonia, S. Jacinto de Polonia, S. Rosa de Lima (v.), S. Martín de Porres (v.) y S. Alberto Magno (v.). Hay otros «canonizados» en el lenguaje y en la piedad del pueblo, como S. Pedro González Telmo (v.) o S. Alvaro de Córdoba, que, sin embargo, pertenecen al «libro de los beatos».
El número de beatos d. se aproxima a los 300. Y el de los venerables es muy superior, sin contar las legiones de mártires y varones famosos. En la peculiar liturgia dominicana existe una fiesta (12 noviembre) dedicada a los santos de la Orden en general.
Sobre los frutos de santidad del árbol dominicano quisiéramos hacer notar la gran hornada de las primeras generaciones, pues el Catálogo hagiográfico de I. Taurisano, señala, entre santos y beatos, cerca de un centenar pertenecientes al s. xin. Como canonizaciones «relámpago» (valga como curiosidad anecdótica) tenemos la de S. Domingo (1234), a los pocos años de morir; y la de S. Pedro Mártir (1253), un año apenas después de su martirio.
Los dominicos y el género hagiográfico. Aunque es cierto un adagio que hizo famoso el card. Ceferino González (v.): «la Orden de predicadores ha puesto siempre más cuidado en hacer y ejecutar cosas grandes que en narrarlas» (Historia del colegio Mayor de S. Tomás de Sevilla, I, Sevilla 1890, VIII), sin embargo, las primeras generaciones pusieron esmerada diligencia en recopilar noticias ejemplares de S. Domingo y de sus hijos. El Capítulo general de 1255 (cfr. Acta, 1,76-77; H. de Romanis, Opera, 11,502) ordena recoger los hechos notables, magnalia gesta, con el fin preciso de publicarlos. Nació así el libro Vitae Fratrum, recopilado por G. Fracheto, con admirable seriedad científica, «para utilidad de los lectores de los ejemplos y hazañas insignes de nuestros hermanos, que, con sudor y labor, echaron los cimientos de la Orden». Aire de florecillas, gozo que repite la imagen de la «Iglesia apostólica» (H. de Romanis, 11,512), sentido histórico-ejemplar.
El género hagiográfico, con su finalidad específica, va a tener entre los d. extraordinarios cultivadores. Aparte de las Crónicas y Anales, que abundan mucho en la historiografía dominicana, las obras maestras del género son, en la Edad Media, el Speculum Historiale de Vicente de Beauvais (m. 1264) y la Legenda Aurea de Jacobo de Váragine o Varazze (m. 1298) que, a juicio de É. Mále, influyen decisivamente en la piedad y en el arte de los s. XIII-XVI. Por el mismo tiempo lean de Mailly (m. 1243) compuso una obra similar que, si bien parece influyó en la Leyenda Dorada no tuvo tanto éxito. Vienen después las Vite de Cavalca, encantadoras por su transparente romance y por sus descripciones estupendas. Y ya en el s. XV el Chronicorum Opus, de S. Antonino de Florencia, que se difundió muchísimo. En el s. XVI encontramos, entre otros, a Leandro Alberti, con su De viris illustribus O. P. (Bolonia 1517); a Domingo de Valtanás, con su magnífico Flos Sanctorum, en español (Sevilla 1558); Serafino Razzi, Vita de Santi e Beati O. P. (Florencia 1577), etc. En los s. XVII-xVIIi el género tiene buenos continuadores en Juan de Marieta, Juan López, V. Baroni, S. M. Cerva, V. M. Fontana, A. Touron, José de la Natividad, etc., quienes, en obras de muy variado estilo y contenido, pregonan la «historia ejemplar» de los ilustres hijos de la familia dominicana.
En el s. XIX renace el interés por la literatura hagiográfica, produciéndose una rica floración de Años dominicanos, en diversidad de lenguas. M. Marches¢, J. B. Feuillet, B. de Vienne, F. Steill, y tantos otros. En español, los Santos, Bienaventurados, Venerables de la O. P., de P. Álvarez (3 vol., Vergara 1921 ss.), es un poderoso testimonio de fervorosa hagiografía dominicana.
BIBL.: A. WALZ, Compendium
Historiae O. P., Roma 1948; ÍD, I Santi Domenicani, Roma 1968; I.
TAURISANO, Catalogus Hagiographicus O. P., Roma 1918; A. DONDAINE, lean de
Mailly et la 'Legende Dorée', en «Archives d'histoire dominicaine» I
(1946) 53-102; G. FRACHETO, Vitae fratrum, Lovaina 1896 (ed. española
Vergara 1935; italiana: Bolonia 1963); A. MORTIER, Histoire des Maitres
Généraux O. P., 7 vol., París 1903 ss.; R. AIGRAIN, L'hagiographie, París
1953, 369, 312-323, 386-387; P. BIANCHI, La devozione a Marta nei Santi
Domenicani, Venecia 1934; A. GARDEIL, Los Dones del Espíritu Santo en los
Santos Dominicos, Vergara 1912; 1. KOUDELKA, Il fondo 'Libri' nell'
Archivio Gen. O. P., en «Archivum FF. Praed. Historicum» 38 (1968) 99-147;
1 KOUDELKAC. CELLETTI, S. Domenico, en Bibl. Sanct. IV,692-734; É. MÁLE,
El arte religioso, México 1952; D. ITURGAIZ, Santo Domingo en la escultura
primitiva. Ensayo iconográfico, Madrid 1967; MARQUÉS DE LOZOYA, Santo
Domingo en el arte, Madrid 1967.
ÁLVARO HUERGA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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