lunes, 12 de octubre de 2015

NO SE PONE VINO NUEVO EN ODRES VIEJOS.




 



                 Gn 1,26: "Y dijo Dios:
                 -Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza;".
                  Gn 1,27: "Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Gn 1,28 Y los bendijo...".

                Dios creó  al hombre a su imagen, es decir, con la posibilidad de ser libre y señor como él. La antigua alianza instituyó el precepto del descanso para que el hombre se emancipara periódicamente de la servidumbre del trabajo y se asemejase a Dios, su modelo. El precepto era así símbolo y promesa de libertad y recordaba al hombre que su situación era transitoria.

              El reino de Dios, la comunidad nueva que sustituye la antigua alianza, se caracteriza por la infusión en el hombre de la vida definitiva, el Espíritu, que hace al hombre "hijo de Dios" y lo capacita para llegar a ser "el Hombre" pleno pensado por el Creador. En ella, la libertad no se vive ya como símbolo, sino como realidad. Siendo "señor", no está sujeto a la Ley, que pierde su papel.

              En la antigua alianza, el hombre era relativamente superior al precepto; en el Reino, es señor del precepto. La ley queda superada.

              Para Marcos, la Ley si no tiene en cuenta el bien del hombre y anula su libertad, es dañina e inaceptable. En cuanto a la Ley misma, ésta, en cuanto código moral, ha tenido validez para una época, pero en el reino de Dios es innecesaria y queda superada.

             La adhesión a Jesús borra los pecados del pasado y obtiene el Espíritu, que asegura el favor de Dios. No hay motivo para el ayuno y la tristeza. La formación del discípulo de Jesús no se hace en el marco de la antigua alianza, sometida a leyes y ritos, sino en el de la alianza de Jesús (el Esposo): en ella el hombre goza de plena libertad, orientada por la adhesión/amistad con Jesús, en el ambiente de alegría que crea su presencia.

          Por eso, el hombre nuevo y la nueva comunidad universal no pueden encuadrarse en las estructuras religiosas y en las categorías culturales del judaísmo. Éstas han caducado, y todo intento de encajar o adaptar lo nuevo a lo antiguo no consigue más que estropear o destruir lo uno y lo otro.

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