Los autores de este artículo -miembros de la Asociación de Teólogos Juan XXIII- reflexionan sobre el papel de la teología con motivo de la sanción impuesta por el Vaticano al franciscano brasileño Leonardo Boff. En su opinión, es legítimo que algunos teólogos puedan ser llamados por la jerarquía eclesiástica para que expliquen sus interpretaciones, pero no es aceptable la práctica autoritaria de silenciar al que se juzga disidente.
Los conflictos entre el magisterio de la jerarquía y el de los teólogos no han estado nunca ausentes en la historia de la Iglesia. Sus causas se localizan en tiempos de crisis social, de renovación teológica y de énfasis en el fortalecimiento de la autoridad papal. Se ha dado este tipo de conflictos en épocas próximas, en tiempos de Pío XII, con los teólogos Y. Congar, H. de Lubac: y K. Rahner, sin olvidar en época anterior la censura impuesta a Teilhard de Chardin. Recientemente se han encontrado en situación similar teólogos europeos (J. Pohier, H. Küng y E. Schillebeeckx) y teólogos de la liberación latinoamericanos (G. Gutiérrez, J. Sobrino y L. Boff).Después del Concilio Vaticano II se han producido profundos cambios en la Iglesia y en la sociedad. La dinámica del concilio sirvió para revisar la actitud de los creyentes en la sociedad secular, en disposición dialogante, sin dogmatismos y sin obsesiones del pasado por detectar y sancionar a los herejes. Este concilio significó un cambio innovador en las manifestaciones de la fe y en las actitudes de compromiso social de los cristianos.
En Latinoamérica, esta novedad tuvo su reflejo, sobre todo a partir de la conferencia de Medellín (1968). La teología de la liberación; que nace en esa época, se preocupa de acompañar a los movimientos de emancipación que surgen en el continente con el empeño de liberar a la mayoría de la población de la miseria, el hambre y la explotación. Representa un trabajo teológico que recupera de la tradición bíblica su carácter crítico frente a la injusticia y la violación de la dignidad humana.
Novedad de un movimiento
Significa la novedad de un movimiento eclesial que en sus consecuencias sociales no se alía, como es demasiado habitual, con las fuerzas de carácter conservador. Ello la ha hecho problemática para grupos de poder que siempre se han sentido confortablemente instalados en su condición de católicos. Hoy reconocemos a este pensamiento cristiano como la aportación en con unto más seria en la teología católica después del Concilio Vaticano II.
La función de los teólogos consiste en la interpretación cristiana de la fe en el mundo, con aliento crítico, y en su caso profético, lo que requiere un ámbito de libertad. Libertad que, hay que recordar, es un componente sustantivo de la fe, además de una condición necesaria para toda búsqueda de la verdad y para que la teología pueda mantener su dignidad. Precisamente por su función -afirmó el inolvidable teólogo K. Rahner- los teólogos representan con frecuencia en la Iglesia el "polo crítico", mientras que a la jerarquía le corresponde el "papel conservador".
El magisterio de los obispos, recuerda, salvaguarda y transmite lo que la Iglesia cree. El teólogo, por su parte, intenta actualizar el mensaje cristiano, hacerlo verosímil en las diversas culturas y confrontarlo con las cambiantes ideologías, los nuevos saberes humanos, las actuales alternativas sociales y los distintos graves problemas que en cada época afronta la humanidad. Por todo ello no hay que extrañarse de que la jerarquía reiteradamente sitúe a algunos teólogos bajo sospecha.
El último conflicto público que ha habido en la Iglesia católica entre el magisterio jerárquico y el teológico ha sido con el teólogo brasileño Leonardo Boff. Es legítimo que algunos teólogos puedan ser llamados por la jerarquía eclesiástica o las congregaciones romanas para que den razón de sus interpretaciones, especialmente en los casos en que éstas han logrado una mayor difusión. .
Las críticas de L. Boff al sistema romano de la Iglesia, en el marco de una inquietante teología de la liberación y en su función de teólogo relevante de la Iglesia brasileña, mayoritariamente popular, de firme opción en favor de los pobres, han cuestionado muchas cosas en importantes sectores de la Iglesia que carecen de esa sensibilidad y se encuentran distantes de esa opción. Que existan discrepancias y perspectivas teológicas y eclesiales diversas es consecuencia natural de la libertad y del pluralismo que deben promoverse en la Iglesia.
Prácticas autoritarias
Pero lo que no es aceptable son las prácticas autoritarias de silenciar al que se juzga disidente. Boff -hemos leído- no podrá conceder entrevistas, pronunciar conferencias, dictar cursos ni escribir textos hasta el mes de mayo de 1986. Una institución que se respete a sí misma no debe imponer la ley del silencio a sus miembros. Es una violación del derecho y la dignidad de la persona en la expresión de sus convicciones y creencias.
La decisión viene agravada por tratarse de un cualificado portavoz creyente de un movimiento de liberación integral en el Tercer Mundo, en un continente pobre y de mayoría católica. La parcialidad de sectores del Vaticano en contra de los que alientan esta teología del compromiso con sus hermanos es decepcionante. Exigir el silencio a quien tan reconocidamente representa una verdadera voz profética en nombre de Dios es sorprendente.
La Iglesia se presenta a sí misma, y creemos que así debe ser, como promotora de humanidad; reclama con razón la libertad de religión y de expresión donde ésta es coartada; defiende justamente la causa de los disidentes en la sociedad cuando son perseguidos y acallados, pero actitudes como la ahora mantenida con Leonardo Boff significan una muestra de inhumanidad y una pérdida de credibilidad en su defensa de la libertad.
La posición de Boff de acatar la orden de silencio merece nuestro respeto en lo que pueden ser sus motivos personales y su responsabilidad eclesial. Un período de silencio libremente elegido, no coaccionado, puede ser conveniente para muchos. Nos gustaría que la jerarquía reflexionara a su vez con sosiego y responsabilidad en un correspondiente clima de silencio. No siempre sus medidas han sido y son acertadas. En todo caso, nos sentimos fraternalmente unidos a nuestros amigos latinoamericanos, teólogos de la liberación, por el ejemplo de su comprometida y difícil opción en favor de los que carecen de casi todo.
(presidente y secretario de la Asociación de Teólogos Juan XXIII). Lo suscriben además: Rafael Aguirre, José María Castillo, José María Díez Alegría, Benjamín Forcano, Manuel Fraijo, Julio Lois, Joan Llopis, José María Mardones, Juan José Tamayo, Rufino Velasco, José María Vigil y Evaristo Villar, de la Asociación de Teólogos Juan XXIII.
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