miércoles, 18 de mayo de 2016

Aid El Adha (la Fiesta del Cordero)

En estos días los musulmanes celebran una de las mayores fiestas de su calendario lunar, la fiesta grande: la Fiesta del Sacrificio o Aid El Adha, en recuerdo del cordero que Abraham degolló como sacrificio a Dios en lugar de su propio hijo. Todos los años el día décimo del mes lunar del Dualhuya, los patriarcas degüellan un cordero que se prepara y se come en familia. Es el rito principal de unas celebraciones que se prolongan varios días. 

El Antiguo Testamento cuenta que el profeta Abraham, Ibrahim para el islam, (que también es el fundador del pueblo árabe) debía sacrificar a su hijo Ismael (Jsmail) según el pueblo árabe, Isaac según la Biblia, como la divinidad le había ordenado pero, en el momento de realizar su gesto, Dios paró su mano y le ordenó ejecutar en su lugar a un cordero. Y a partir de ese momento quedó establecido que en la religión no habría sacrificios humanos. Y quedó confirmado que Ibrahim era hanif: buscaba sinceramente a Dios siguiendo a su corazón y apartándose de los ídolos, y que habría de fundar un templo -la Kaaba- y que lo levantaría con sus manos, ayudado por su hijo, y que el creyente es humilde y entregado. 

La festividad es conocida también como la Pascua musulmana y tiene lugar al término del peregrinaje anual a La Meca, obligación de todo buen musulmán que debe efectuar al menos una vez en su vida y punto de referencia. En este día los musulmanes que han acudido a La Meca concluyen los ritos de su peregrinación y, después de la oración especial, sacrifican (o más modernamente pagan para que un matarife cualificado sacrifique en su lugar) un cordero. La alegría es doble en su caso, por la fiesta en sí y por haber terminado el hach, una empresa ardua, un viaje al fondo de uno mismo, al comienzo de la vida, tal y como la conocemos, en el valle de Arafat, en esa planicie desértica en la que cuentan que se reunieron Adán y Eva después de haber vagado por el planeta 200 años, tras su expulsión del Paraíso. 

También es un viaje al final de los tiempos, borrada toda señal de identificación, cada ser humano anónimo, confundido en la multitud, que vive el momento del encuentro. 

Es una celebración sobria, honda. Una fiesta reconfortante en la que cada creyente bebe el agua de la vida y se esponja con ella y recapitula sus actos y sus intenciones para impregnarse de las nobles cualidades de Ibrahim, a quien se conoce entre nosotros como "el amigo íntimo de Allah", porque sus miembros físicos y sus facultades están impregnados de lo Absoluto. Podríamos resumir sus cualidades en una fundamental: no poner trabas a la voluntad de Allah; dejarse atravesar por Él como el cauce de un río por el agua, y llenarse de Su designio hasta la identificación. Ibrahim, el amigo íntimo, hanif, sometido, es el ejemplo perfecto que se nos propone en esta hora del Id al Kabir, la fiesta mayor, que festeja el establecimiento de la ley que protege la vida humana y la fusión del ser puro del hombre con sus anhelos de perfección. 

El musulmán acude a la oración tras haber hecho la ablución mayor o gusl y haberse ataviado con su mejor ropa, limpia y perfumada. Recita unos versículos que sólo se cantan durante las dos fiestas anuales y en los enterramientos. Los musulmanes cantan y cantan hasta que el imam dirige la oración que -excepcionalmente- se encabeza con siete takbir (decir Allahu akbar). Dos rakás. Después, unas palabras de saludo por parte del imam a los miembros de la comunidad presentes. Por último, se disuelve la reunión y los asistentes se besan en señal de hermanamiento y se felicitan por la fiesta. Hay una alegría contenida, un suave perfume a flores, sosiego y reminiscencias de rasgos atávicos, perennes y nobleza recibida del amigo íntimo como legado. 

En torno a la Kaaba se localiza un punto que se llama la estación de Ibrahim. Está allí y está además en cada lugar donde se reúnen musulmanes, se recuerda su sacrificio y se evoca la firmeza, resolución y amor con que él lo hizo. 

Además de la tradicional comida, este es el día en que los peregrinos varones se cortan el pelo, incluso se lo rapan al cero, con el mensaje de que comienzan una nueva vida en la que en adelante se les llamará hach (peregrino). Y luego, el peregrino que se ha deshecho de su cabellera, se deshace también de su ropa sucia, se ducha y se pone una túnica nueva, mientras intercambia felicitaciones con amigos y vecinos. 

Sólo unos pocos de cada zona peregrinan a los Santos Lugares cada año, la gran mayoría celebra en sus casas esta fiesta, acuden a las mezquitas para la oración y luego, sacrifican y celebran una comida a la que se invitan mutuamente. 

Tras colgar al cordero con la cabeza mirando a la Meca y rezar unos versículos del Corán, se degüella al animal. La fiesta dura dos días enteros y es habitual también que se ofrezca a los niños vestimentas y zapatos nuevos, lo supone una verdadera sangría económica para las familias. La matanza se acompaña del consumo de copiosos asados que, presumiblemente, hacen de estos dos días las jornadas en las que el musulmán hace acopio de cantidades exorbitantes de proteínas. Es normal que una parte de la carne consumida durante el Aid sea donada a los pobres, bien de una forma directa o a través de instituciones reconocidas. 

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