Por J.R. Ayllón
La familia es el primer y mejor Ministerio de Sanidad, el primer y mejor Ministerio de Educación, y el primer y mejor Ministerio de Bienestar Social.
William Bennett
El cambio social que ha originado más vivencias traumáticas ha sido el aumento de divorcios y rupturas familiares.
Francis Fukuyama
31. Gracias, familia
Me impresionó un texto de Miguel Ángel Mellado en un Magazine de El Mundo, en diciembre de 1999. Titulaba su columna "Gracias, familia", y arrancaba así:
Imaginemos el escenario mundial más catastrófico; el resultado final de todos los elementos adversos; las confabulaciones más demoníacas posibles con una intención destructiva como único objetivo; las predicciones más negativas por venir, algo así como si el horóscopo que aguarda a la Humanidad hubiera sido escrito por el hijo imposible de Nostradamus y del diseñador esotérico Paco Rabanne. Bueno, pues en este escenario apocalíptico es seguro que habría un organismo superviviente: la bacteria; un mamífero con serias posibilidades de resistir al caos final: las ratas; y una imperecedera institución animal para el funcionamiento del nuevo orden: la familia.
Estas palabras me recordaron otras de Chesterton: que quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen. Pues la familia es la primera condición de la vida buena, algo así como el aire, el agua, la luz y la tierra de cualquier ser humano. También recordé el singular anuncio que un anciano solitario envió al periódico: "Se busca familia para cenar en compañía la Nochebuena y comer el día de Navidad. Yo pondré el pavo". Sea o no real, la anécdota ilustra a la perfección el carácter esencialmente familiar del hombre. De hecho, nadie ha nacido solo y nadie ha nacido para estar solo. El primer desarrollo biológico, nervioso y psicológico del niño necesita de los demás: que otros le alimenten, le cuiden y le enseñen durante largos años, antes de que pueda valerse por sí mismo.
Y después de esta primera socialización en el hogar, vendrá la integración en la sociedad, y con ella la madurez humana. Porque la soledad es antinatural y negativa, hasta el punto de impedir el reconocimiento propio: no hay yo sin tú, y por lo mismo no habría don Quijote sin Sancho Panza, ni Ulises sin Penélope, ni Raskolnikov sin Sonia. El tú es siempre alguien con rostro, un semblante que nos escucha y nos habla: una persona es lo primero que contempla el niño, al reconocer a su madre antes que a sí mismo.
Las relaciones interpersonales hacen al hombre, y su desarollo correcto se rige por el amor, la amistad y la justicia. El amor da origen a la forma más natural y primaria de toda sociedad: la familia. Antes que ciudadano, el hombre es miembro de una familia. Por eso, la familia es, sin duda, la primera y más importante de las formas de convivencia, la tradición más antigua de la humanidad. Si la humanidad no se hubiera organizado en familias, tampoco hubiera podido organizarse en naciones.
Entre los rasgos esenciales de la familia figuran la comunidad de vida, los lazos de sangre, una unión basada en el amor, y tres fines de máxima importancia: proporcionar a sus miembros bienes necesarios para su vida, criar y educar a los hijos, y ser célula de la sociedad. Aristóteles afirma que el ser humano es naturalmente más conyugal que civil. En primer lugar, porque la sociedad civil presupone las sociedades domésticas. En segundo lugar, porque la generación y crianza de los hijos son más necesarias para la vida humana que los bienes proporcionados por la sociedad.
Sin familia, la especie humana no es viable, ni siquiera biológicamente. Un niño, una anciana, un hombre enfermo, no se valen por sí mismos y necesitan un hogar donde poder vivir, amar y ser amados, alimentados, cuidados. El hombre es un ser familiar precisamente porque nace, crece y muere necesitado. Además, todo hombre es siempre hijo, y esa condición es tan radical como el hecho de ser varón o mujer. Ningún niño nace de una encina, decía Homero, y tampoco en soledad, sino en los brazos de sus padres: nace para ser hijo. Por tanto, la filiación, la dependencia de origen, es una característica fundamental de la persona.
32. Razones para la estabilidad
En cuanto a los padres, el hecho de ser hombre y ser mujer los hace naturalmente complementarios: son distintos entre sí, pero mutuamente necesitados desde las profundidades del cuerpo hasta las cimas del alma. Y en su unión familiar, ambos han de aceptar la obligación de un contrato protector de la familia, entre otras cosas porque los hijos necesitan su tiempo, su dinero, su ejemplo, sus conocimientos y sus energías. En palabras de Chesterton: "El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una factoría. Ahí veo yo la importancia de la familia". Dicho de otra forma: en la familia, el hombre nace, crece, se educa, se casa, educa a sus hijos, y al final muere. En la familia se aprende y se enseña a vivir y a morir, y esa enseñanza realizada por amor es un trabajo social absolutamente necesario, imposible de realizar por dinero.
La familia es, por tanto, el ámbito primero y principal de la vida humana. Y para realizar su tarea propia necesita estabilidad. Aunque hoy se cuestione, la familia aparece como naturalmente estable y monógama, de acuerdo con los sentimientos naturales de sus miembros más débiles: los niños a duras penas soportan la separación de sus padres. La humanidad descubrió muy pronto que el amor, la unión sexual, el nacimiento de un hijo, su crianza y educación, son posibles si existe una institución que sancione la unión permanente de un varón y una mujer: el matrimonio. La fuerza del impulso sexual es tan grande y la crianza de los hijos tan larga que, si no se instituye una unión de los esposos con estabilidad y exclusividad, esas funciones se malogran, y la misma sociedad se ve seriamente perjudicada. Por eso, los que ponen esto en duda deberían pensar seriamente si existe alguna alternativa deseable.
Sería equivocado ver la familia como célula de la sociedad tan sólo en sentido biológico, pues también lo es en el aspecto social, político, cultural y moral. Virtudes sociales tan importantes como la justicia y el respeto a los demás se aprenden principalmente en su seno, y también el ejercicio humano de la autoridad y su acatamiento. La familia es, por tanto, insustituible desde el punto de vista de la pedagogía social. Su propia estabilidad, por encima de los pequeños o grandes conflictos inevitables, es ya una escuela de esfuerzo y ayuda mutua. En esa escuela se forman los hijos en unos hábitos cuyo campo de aplicación puede fácilmente ampliarse a la convivencia ciudadana. De hecho la convivencia familiar es una enseñanza incomparablemente superior a la de cualquier razonamiento abstracto sobre la tolerancia o la paz social.
33. Consecuencias del divorcio
Como todo lo humano, la familia es una organización con defectos reales, y estaría ciego quien no los viera, pero es una ilusión pensar que existen sustitutivos mejores. Es la biología quien obliga a la mujer a descansar tras su maternidad. Es la misma naturaleza quien proporciona a los padres niños muy pequeños, que requieren que se les enseñe no cualquier cosa, sino todas las cosas. Durante décadas, el divorcio se ha recomendado en Norteamérica como panacea para matrimonios mal avenidos. Hasta comprobar que el remedio es peor que la enfermedad. Hoy, el psicólogo Paul Pearson dice que ha llegado la hora de sustituir el lema "si su matrimonio se ha roto, busque nueva pareja" por otro más sano: "si su matrimonio se ha roto, arréglelo".
William Bennett, desde su amplia experiencia como Secretario de Educación y Comisario Nacional del Plan contra la Droga en Estados Unidos, después de reconocer que "demasiados chicos norteamericanos son víctimas del fracaso parcial de nuestra cultura, de nuestros valores y de nuestras normas morales", llega a la siguiente conclusión:
Debemos hablar y actuar en favor de la familia: después de todo, la familia es el primer y mejor Ministerio de Sanidad, el primer y mejor Ministerio de Educación, y el primer y mejor Ministerio de Bienestar Social.
A continuación, Bennett explica que sus cargos públicos le han permitido conocer y estudiar todo tipo de familias.
Cuando una familia funciona, generalmente los chicos también funcionan. Pero actualmente hay demasiadas familias norteamericanas que no funcionan bien. Cuando la familia fracasa, tenemos obligación de intentar suplir con buenos sustitutos, como los orfanatos. Pero nuestras mejores instituciones sustitutivas son, respecto de la familia, lo que un corazón artificial respecto de un corazón auténtico. Puede que funcionen. Incluso puede que funcionen mucho tiempo. Pero nunca serán tan buenas como aquello a lo que sustituyen. ¿Por qué? Porque el amor de un padre y de una madre por su hijo no puede ser fielmente reproducido por alguien que cobra por cuidar a ese niño, aunque sea una persona muy eficiente.
Una noche se despierta una mujer en su cama, ve una luz encendida y lanza la siguiente advertencia: "¡Mafalda, apaga esa luz y duérmete de una vez, que son las doce y pico!". En las viñetas siguientes, la niña obedece y apaga la luz, mientras refunfuña para sí: "¡Horas extras! ¡Además de ser la madre de una todo el día, encima hace horas extras!". Con frecuencia se olvida que el Estado no es un padre ni una madre, y que por muy poderoso que sea, jamás ha educado a un niño, y nunca lo hará. También se olvida que los niños sólo pueden ser educados si sus padres poseen cierta dosis de autoridad y sentido común. En concreto -aconseja Bennett- deben hablar a sus hijos de lo justo y de lo injusto, del bien y del mal.
Espectadores de una crisis familiar sin precedentes, que afecta sobre todo a las democracias occidentales, Bennett y otros muchos analistas sociales llegan de nuevo a la vieja conclusión de que la familia es la más amable de las creaciones humanas, la más delicada mezcla de necesidad y libertad. Si se apoya en la reproducción biológica, su finalidad es la formación de personas civilizadas y felices. Sólo ella es capaz de transimitir con eficacia valores fundamentales que dan sentido a la vida, y eso la hace especialmente valiosa en un mundo consagrado al pragmatismo.
Si los pedagogos afirman de forma unánime que los primeros años de la vida son de una importancia capital, no podemos decir que la educación familiar no tenga una importancia capital. Y todo lo que se diga sobre las consecuencias de los hábitos desarrollados en la niñez se suma a esta tesis. Poco hay que enseñar a una mariposa o a un pulpo, pero si los seres humanos quieren alcanzar la madurez personal, deben estar bajo la protección de personas responsables durante largos años de crecimiento intelectual y moral. En este hecho evidente y natural descansa la tarea insustituible de la familia.
34. Consejos de un adolescente a sus padres
Revista Hacer Familia, enero 1996, nº 23
1. Trátame con la misma cordialidad con que tratas a tus amigos. Que seamos familia no quiere decir que no podamos ser amigos también.
2. No me des siempre órdenes. Si me pidieras las cosas en vez de ordenármelas, yo las haría antes y de buena gana.
3. No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Mantén tu decisión.
4. No me des todo lo que pida. A veces pido para saber hasta dónde puedes llegar.
5. Cumple las promesas, tanto si son buenas como si son malas. Si me prometes un permiso, dámelo. Pero si es un castigo, también.
6. No me compares con nadie, especialmente con mis hermanas o hermanos. Si me ensalzas, el otro va a sufrir, y si me haces de menos, quien sufre soy yo.
7. No me corrijas en público. No es necesario que todo el mundo se entere.
8. No me grites. Te respeto menos cuando lo haces.
9. Déjame valerme por mí. Si tú lo haces todo, nunca aprenderé.
10. No mientas delante de mí. Tampoco pidas que yo mienta por ti, para sacarte de un apuro.
11. Cuando haga algo malo, no me exijas que te explique por qué lo hice. A veces, ni yo mismo lo sé.
12. Cuando estés equivocado en algo, admítelo y crecerá mi estima por ti, y yo aprenderé a admitir mis equivocaciones.
13. No me pidas que haga una cosa que tú no haces. Aprenderé y haré siempre lo que tú hagas, aunque no lo digas.
14. Cuando te cuento un problema no me digas "ahora no tengo tiempo para tus tonterías" o "eso no tiene importancia". Trata de comprenderme y ayudarme.
15. Quiéreme y dímelo. Me gusta oírtelo decir, aunque tú no lo creas necesario. Me agrada mucho.
Me impresionó un texto de Miguel Ángel Mellado en un Magazine de El Mundo, en diciembre de 1999. Titulaba su columna "Gracias, familia", y arrancaba así:
Imaginemos el escenario mundial más catastrófico; el resultado final de todos los elementos adversos; las confabulaciones más demoníacas posibles con una intención destructiva como único objetivo; las predicciones más negativas por venir, algo así como si el horóscopo que aguarda a la Humanidad hubiera sido escrito por el hijo imposible de Nostradamus y del diseñador esotérico Paco Rabanne. Bueno, pues en este escenario apocalíptico es seguro que habría un organismo superviviente: la bacteria; un mamífero con serias posibilidades de resistir al caos final: las ratas; y una imperecedera institución animal para el funcionamiento del nuevo orden: la familia.
Estas palabras me recordaron otras de Chesterton: que quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen. Pues la familia es la primera condición de la vida buena, algo así como el aire, el agua, la luz y la tierra de cualquier ser humano. También recordé el singular anuncio que un anciano solitario envió al periódico: "Se busca familia para cenar en compañía la Nochebuena y comer el día de Navidad. Yo pondré el pavo". Sea o no real, la anécdota ilustra a la perfección el carácter esencialmente familiar del hombre. De hecho, nadie ha nacido solo y nadie ha nacido para estar solo. El primer desarrollo biológico, nervioso y psicológico del niño necesita de los demás: que otros le alimenten, le cuiden y le enseñen durante largos años, antes de que pueda valerse por sí mismo.
Y después de esta primera socialización en el hogar, vendrá la integración en la sociedad, y con ella la madurez humana. Porque la soledad es antinatural y negativa, hasta el punto de impedir el reconocimiento propio: no hay yo sin tú, y por lo mismo no habría don Quijote sin Sancho Panza, ni Ulises sin Penélope, ni Raskolnikov sin Sonia. El tú es siempre alguien con rostro, un semblante que nos escucha y nos habla: una persona es lo primero que contempla el niño, al reconocer a su madre antes que a sí mismo.
Las relaciones interpersonales hacen al hombre, y su desarollo correcto se rige por el amor, la amistad y la justicia. El amor da origen a la forma más natural y primaria de toda sociedad: la familia. Antes que ciudadano, el hombre es miembro de una familia. Por eso, la familia es, sin duda, la primera y más importante de las formas de convivencia, la tradición más antigua de la humanidad. Si la humanidad no se hubiera organizado en familias, tampoco hubiera podido organizarse en naciones.
Entre los rasgos esenciales de la familia figuran la comunidad de vida, los lazos de sangre, una unión basada en el amor, y tres fines de máxima importancia: proporcionar a sus miembros bienes necesarios para su vida, criar y educar a los hijos, y ser célula de la sociedad. Aristóteles afirma que el ser humano es naturalmente más conyugal que civil. En primer lugar, porque la sociedad civil presupone las sociedades domésticas. En segundo lugar, porque la generación y crianza de los hijos son más necesarias para la vida humana que los bienes proporcionados por la sociedad.
Sin familia, la especie humana no es viable, ni siquiera biológicamente. Un niño, una anciana, un hombre enfermo, no se valen por sí mismos y necesitan un hogar donde poder vivir, amar y ser amados, alimentados, cuidados. El hombre es un ser familiar precisamente porque nace, crece y muere necesitado. Además, todo hombre es siempre hijo, y esa condición es tan radical como el hecho de ser varón o mujer. Ningún niño nace de una encina, decía Homero, y tampoco en soledad, sino en los brazos de sus padres: nace para ser hijo. Por tanto, la filiación, la dependencia de origen, es una característica fundamental de la persona.
32. Razones para la estabilidad
En cuanto a los padres, el hecho de ser hombre y ser mujer los hace naturalmente complementarios: son distintos entre sí, pero mutuamente necesitados desde las profundidades del cuerpo hasta las cimas del alma. Y en su unión familiar, ambos han de aceptar la obligación de un contrato protector de la familia, entre otras cosas porque los hijos necesitan su tiempo, su dinero, su ejemplo, sus conocimientos y sus energías. En palabras de Chesterton: "El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una factoría. Ahí veo yo la importancia de la familia". Dicho de otra forma: en la familia, el hombre nace, crece, se educa, se casa, educa a sus hijos, y al final muere. En la familia se aprende y se enseña a vivir y a morir, y esa enseñanza realizada por amor es un trabajo social absolutamente necesario, imposible de realizar por dinero.
La familia es, por tanto, el ámbito primero y principal de la vida humana. Y para realizar su tarea propia necesita estabilidad. Aunque hoy se cuestione, la familia aparece como naturalmente estable y monógama, de acuerdo con los sentimientos naturales de sus miembros más débiles: los niños a duras penas soportan la separación de sus padres. La humanidad descubrió muy pronto que el amor, la unión sexual, el nacimiento de un hijo, su crianza y educación, son posibles si existe una institución que sancione la unión permanente de un varón y una mujer: el matrimonio. La fuerza del impulso sexual es tan grande y la crianza de los hijos tan larga que, si no se instituye una unión de los esposos con estabilidad y exclusividad, esas funciones se malogran, y la misma sociedad se ve seriamente perjudicada. Por eso, los que ponen esto en duda deberían pensar seriamente si existe alguna alternativa deseable.
Sería equivocado ver la familia como célula de la sociedad tan sólo en sentido biológico, pues también lo es en el aspecto social, político, cultural y moral. Virtudes sociales tan importantes como la justicia y el respeto a los demás se aprenden principalmente en su seno, y también el ejercicio humano de la autoridad y su acatamiento. La familia es, por tanto, insustituible desde el punto de vista de la pedagogía social. Su propia estabilidad, por encima de los pequeños o grandes conflictos inevitables, es ya una escuela de esfuerzo y ayuda mutua. En esa escuela se forman los hijos en unos hábitos cuyo campo de aplicación puede fácilmente ampliarse a la convivencia ciudadana. De hecho la convivencia familiar es una enseñanza incomparablemente superior a la de cualquier razonamiento abstracto sobre la tolerancia o la paz social.
33. Consecuencias del divorcio
Como todo lo humano, la familia es una organización con defectos reales, y estaría ciego quien no los viera, pero es una ilusión pensar que existen sustitutivos mejores. Es la biología quien obliga a la mujer a descansar tras su maternidad. Es la misma naturaleza quien proporciona a los padres niños muy pequeños, que requieren que se les enseñe no cualquier cosa, sino todas las cosas. Durante décadas, el divorcio se ha recomendado en Norteamérica como panacea para matrimonios mal avenidos. Hasta comprobar que el remedio es peor que la enfermedad. Hoy, el psicólogo Paul Pearson dice que ha llegado la hora de sustituir el lema "si su matrimonio se ha roto, busque nueva pareja" por otro más sano: "si su matrimonio se ha roto, arréglelo".
William Bennett, desde su amplia experiencia como Secretario de Educación y Comisario Nacional del Plan contra la Droga en Estados Unidos, después de reconocer que "demasiados chicos norteamericanos son víctimas del fracaso parcial de nuestra cultura, de nuestros valores y de nuestras normas morales", llega a la siguiente conclusión:
Debemos hablar y actuar en favor de la familia: después de todo, la familia es el primer y mejor Ministerio de Sanidad, el primer y mejor Ministerio de Educación, y el primer y mejor Ministerio de Bienestar Social.
A continuación, Bennett explica que sus cargos públicos le han permitido conocer y estudiar todo tipo de familias.
Cuando una familia funciona, generalmente los chicos también funcionan. Pero actualmente hay demasiadas familias norteamericanas que no funcionan bien. Cuando la familia fracasa, tenemos obligación de intentar suplir con buenos sustitutos, como los orfanatos. Pero nuestras mejores instituciones sustitutivas son, respecto de la familia, lo que un corazón artificial respecto de un corazón auténtico. Puede que funcionen. Incluso puede que funcionen mucho tiempo. Pero nunca serán tan buenas como aquello a lo que sustituyen. ¿Por qué? Porque el amor de un padre y de una madre por su hijo no puede ser fielmente reproducido por alguien que cobra por cuidar a ese niño, aunque sea una persona muy eficiente.
Una noche se despierta una mujer en su cama, ve una luz encendida y lanza la siguiente advertencia: "¡Mafalda, apaga esa luz y duérmete de una vez, que son las doce y pico!". En las viñetas siguientes, la niña obedece y apaga la luz, mientras refunfuña para sí: "¡Horas extras! ¡Además de ser la madre de una todo el día, encima hace horas extras!". Con frecuencia se olvida que el Estado no es un padre ni una madre, y que por muy poderoso que sea, jamás ha educado a un niño, y nunca lo hará. También se olvida que los niños sólo pueden ser educados si sus padres poseen cierta dosis de autoridad y sentido común. En concreto -aconseja Bennett- deben hablar a sus hijos de lo justo y de lo injusto, del bien y del mal.
Espectadores de una crisis familiar sin precedentes, que afecta sobre todo a las democracias occidentales, Bennett y otros muchos analistas sociales llegan de nuevo a la vieja conclusión de que la familia es la más amable de las creaciones humanas, la más delicada mezcla de necesidad y libertad. Si se apoya en la reproducción biológica, su finalidad es la formación de personas civilizadas y felices. Sólo ella es capaz de transimitir con eficacia valores fundamentales que dan sentido a la vida, y eso la hace especialmente valiosa en un mundo consagrado al pragmatismo.
Si los pedagogos afirman de forma unánime que los primeros años de la vida son de una importancia capital, no podemos decir que la educación familiar no tenga una importancia capital. Y todo lo que se diga sobre las consecuencias de los hábitos desarrollados en la niñez se suma a esta tesis. Poco hay que enseñar a una mariposa o a un pulpo, pero si los seres humanos quieren alcanzar la madurez personal, deben estar bajo la protección de personas responsables durante largos años de crecimiento intelectual y moral. En este hecho evidente y natural descansa la tarea insustituible de la familia.
34. Consejos de un adolescente a sus padres
Revista Hacer Familia, enero 1996, nº 23
1. Trátame con la misma cordialidad con que tratas a tus amigos. Que seamos familia no quiere decir que no podamos ser amigos también.
2. No me des siempre órdenes. Si me pidieras las cosas en vez de ordenármelas, yo las haría antes y de buena gana.
3. No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Mantén tu decisión.
4. No me des todo lo que pida. A veces pido para saber hasta dónde puedes llegar.
5. Cumple las promesas, tanto si son buenas como si son malas. Si me prometes un permiso, dámelo. Pero si es un castigo, también.
6. No me compares con nadie, especialmente con mis hermanas o hermanos. Si me ensalzas, el otro va a sufrir, y si me haces de menos, quien sufre soy yo.
7. No me corrijas en público. No es necesario que todo el mundo se entere.
8. No me grites. Te respeto menos cuando lo haces.
9. Déjame valerme por mí. Si tú lo haces todo, nunca aprenderé.
10. No mientas delante de mí. Tampoco pidas que yo mienta por ti, para sacarte de un apuro.
11. Cuando haga algo malo, no me exijas que te explique por qué lo hice. A veces, ni yo mismo lo sé.
12. Cuando estés equivocado en algo, admítelo y crecerá mi estima por ti, y yo aprenderé a admitir mis equivocaciones.
13. No me pidas que haga una cosa que tú no haces. Aprenderé y haré siempre lo que tú hagas, aunque no lo digas.
14. Cuando te cuento un problema no me digas "ahora no tengo tiempo para tus tonterías" o "eso no tiene importancia". Trata de comprenderme y ayudarme.
15. Quiéreme y dímelo. Me gusta oírtelo decir, aunque tú no lo creas necesario. Me agrada mucho.
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