Tras leer la novela Cumbres Borrascosas (1847), de Emily Brontë, el poeta francés Charls Baudelaire le escribió a un amigo: "Aunque la autora dice que la acción transcurre en el norte de Inglaterra, realmente todo ocurre en el infierno".
Desde las brisas que "parecen silbar a nuestro alrededor" hasta los huracanes" que traen la música del averno", el viento ha sido asociado a menudo con la locura.
Un ejemplo: en el Ampurdán catalán, circulan expresiones para tildar a los paisanos que acaban cayendo bajo el influjo de la tramontana. Y es tentador relacionar la personalidad de muchos ampurdaneses -Salvador Dalí, Narcís Monturiol, Josep Pla... -con la inspiración obtenida en ese persistente silbido.
Desde un punto de vista científico, nada confirma la relación sibilina con el aire que corre a nuestro alrededor.
Un estudio realizado en 2008 en el Hospital de Figueres (Gerona) desmentía que existiera correlación entre la tramontana y el aumento de la ansiedad o la depresión. Pero sí hay investigaciones que muestran la pervivencia de un mecanismo de alarma.
Por ejemplo, se baraja la hipótesis de que las tendencias psicóticas se daban a dificultades para filtrar información.
Varios experimentos indican que estímulos normalmente intrascendentes -como la sensación de que el viento emite sonidos parecidos al habla humana- pueden resultar significativos a esas personas.
Serían como los chamanes: individuos hipersensibles capaces de captar -y temer- lo que para los demás pasa desapercibido.
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