(A, privativo, y zyme, levadura).
Un término de reproche usado por los griegos cismáticos desde el siglo XI contra los latinos, quienes, junto con los armenios y maronitas, celebran la Sagrada Eucaristía con pan sin levadura. Puesto que el ultraje suele engendrar ultraje, algunos pocos controversistas latinos han replicado atacando a los griegos como “fermentarianos” y “procimitas”. Hubo, sin embargo, poca causa para la amargura del lado latino, pues la Iglesia Latina ha mantenido siempre la validez del uso de pan con o sin levadura para la consagración. Es otra pregunta si el pan que Nuestro Señor tomó y bendijo en la Última Cena era con o sin levadura. Respecto al uso en la Iglesia primitiva, nuestro conocimiento es tan escaso, y los testimonios tan aparentemente contradictorios, que muchos teólogos han declarado el problema insoluble.
Es cierto que en el siglo IX era obligatorio y universal el uso del pan ácimo en Occidente, mientras que los griegos, deseosos de enfatizar la diferencia entre la Pascua judía y la cristiana, ofrecían pan con levadura. Es sorprendente que Focio, tan alerta en hallar grietas en la Liturgia latina, no haya hecho uso de un punto de ataque que ocupa un lugar tan prominente en las polémicas de los cismáticos tardíos. La explicación obvia es que Focio era suficientemente astuto e inteligente para ver que la posición de los latinos no podía ser atacada exitosamente. Dos siglos después, la riña con Roma fue reasumida por un patriarca que padecía de escrúpulos no versados. Como un símbolo visible de la unidad católica, había sido la costumbre de mantener las iglesias y monasterios griegos en Roma y algunas del rito latino en Constantinopla. En 1053, Miguel Cerulario ordenó que se cerraran todas las iglesias latinas en la capital bizantina, y que se expulsara a los monjes latinos. Como una justificación dogmática para esta violenta ruptura con el pasado, promovió el dogma novel de que la oblación sin levadura de los “francos” no era una Misa válida; y uno de sus capellanes, de nombre Constantino, con un fanatismo digno de un calvinista, pisoteó la Hostia consagrada.
La proclamación de guerra con el Papa y Occidente fue redactada por su principal lugarteniente, Leo de Achrida, metropolitano de los búlgaros. Fue en forma de una carta dirigida a Juan, Obispo de Trani, en Apulia, en ese tiempo súbdito del emperador bizantino, y por decreto de León el Isaurio, unido al patriarcado oriental. Se le ordenó a Juan que mandara a traducir la carta al latín y se la comunicara al Papa y los obispos occidentales, lo cual hizo el erudito benedictino, el cardenal Humberto, quien estaba presente en Trani cuando llegó la carta. Baronio ha conservado la versión en latín; el cardenal Joseph Hergenröther fue muy afortunado al descubrir el texto original griego (Cornelius Will, Acta et Scripta, 51 ss.). Es un ejemplo curioso de la lógica griega. "El amor de Dios y un sentimiento de amigabilidad movió a los escritores a advertir a los obispos, el clero, monjes y laicos de los francos, y al muy Reverento Papa mismo, respecto a sus ácimos y a sus Sabbaths, los cuales son impropios, al ser observancias judías e instituidas por Moisés. Pero nuestra Pascua es Cristo. El Señor, ciertamente, obedeció la Ley al ser el primero en celebrar la pascua legal; pero, según vemos en los Evangelios, Él subsiguientemente instituyó la nueva Pascua… Él tomó pan, etc., esto es, una cosa llena de vida, espíritu y calor. Ustedes le llaman pan “panis”; nosotros le llamamos “artos”. Ésta de airoel (airo), levantar, significa algo elevado, subido, siendo elevado y calentado por el fermento y la sal; el ácimo, por otro lado, es sin vida como una piedra o barro horneado, apropiado sólo para simbolizar aflicción y sufrimiento. Pero nuestra Pascua está repleta de felicidad, nos eleva de la tierra al Cielo igual que la levadura levanta y calienta el pan”, etc. Esta manipulación etimológica de “artos” de “airo” era casi tan valiosa para decidir una controversia teológica como el descubrimiento que hizo Philipp Melancthon de que la palabra girega para “penitencia” es metanoia. Los teólogos latinos hallaron una gran cantidad de pasajes bíblicos donde el pan sin levadura se designa como artos. El cardenal Humberto recordó inmediatamente los lugares donde los panes de proposición ácimos son llamados artoi. Si los escritores de la carta hubiesen estado familiarizados con la Versión de los Setenta, hubiesen recordado la artous azymous de Éxodo 29,2.
Para Cerulario el mérito exegético de la controversia era de menor importancia. Él había hallado un grito de guerra efectivo, bien calculado para infundir en el seno de sus irrazonables partidarios ese odio y oposición hacia los latinos que llenaba su propio pecho. Las hostias de harina y agua de los “francos” no podían llamarse pan; sus sacrificios eran inválidos; no eran judíos ni cristianos. Su pan sin vida sólo podía simbolizar un Cristo sin alma; por lo tanto, claramente habían caído en la herejía de Apolinario. Con artes como éstas, los pobres griegos fueron seducidos de su obediencia al centro de la unidad católica, y surgió un cisma que los siglos no han podido sanar. Es interesante notar que este asunto de los ácimos, que trajo una nube de panfletos virulentos e hizo una impresión más profunda en la imaginación popular que la abstrusa controversia del Filioque, causó poca o ninguna discusión entre los teólogos de los Concilios de Lyons y Florencia. En este último concilio los griegos admitieron la contención latina de que la consagración de los elementos era igualmente válida con pan con o sin levadura; se decretó que los sacerdotes de cualquier rito se debían conformar a la costumbre de su respectiva Iglesia. Los rusos modernos han reclamado para su nación el dudoso honor de haber abierto esta cruzada contra los ácimos; pero los tratados adscritos a Leoncio, Obispo de Kiew, quien vivió un siglo antes que Cerulario, y en el cual se repiten todos los conocidos argumentos de los griegos, se juzga que proceden de una pluma posterior.
Bibliografía: HERGENRÖTHER, Photius, III, passim; y en K. L., I, 1778-80; HEFELE, Conciliengeschichte, 2da ed., IV,766, 772-774; PITZIPIOS, L'Eglise Orientale; NATALIS, Alex. Deazymorum usu, Hist. Eccl. (1778), VII, 380-389; MABILLON, De azymorum Eucharistico, in Vet. Ann. (1723), 522-547; BONA, Rev. Lith. I. c. 23 (a classic text); La question des azymes, in Messager des fideles (1889), 485-490.
Fuente: Loughlin, James. "Azymites." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/02172a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina
Un término de reproche usado por los griegos cismáticos desde el siglo XI contra los latinos, quienes, junto con los armenios y maronitas, celebran la Sagrada Eucaristía con pan sin levadura. Puesto que el ultraje suele engendrar ultraje, algunos pocos controversistas latinos han replicado atacando a los griegos como “fermentarianos” y “procimitas”. Hubo, sin embargo, poca causa para la amargura del lado latino, pues la Iglesia Latina ha mantenido siempre la validez del uso de pan con o sin levadura para la consagración. Es otra pregunta si el pan que Nuestro Señor tomó y bendijo en la Última Cena era con o sin levadura. Respecto al uso en la Iglesia primitiva, nuestro conocimiento es tan escaso, y los testimonios tan aparentemente contradictorios, que muchos teólogos han declarado el problema insoluble.
Es cierto que en el siglo IX era obligatorio y universal el uso del pan ácimo en Occidente, mientras que los griegos, deseosos de enfatizar la diferencia entre la Pascua judía y la cristiana, ofrecían pan con levadura. Es sorprendente que Focio, tan alerta en hallar grietas en la Liturgia latina, no haya hecho uso de un punto de ataque que ocupa un lugar tan prominente en las polémicas de los cismáticos tardíos. La explicación obvia es que Focio era suficientemente astuto e inteligente para ver que la posición de los latinos no podía ser atacada exitosamente. Dos siglos después, la riña con Roma fue reasumida por un patriarca que padecía de escrúpulos no versados. Como un símbolo visible de la unidad católica, había sido la costumbre de mantener las iglesias y monasterios griegos en Roma y algunas del rito latino en Constantinopla. En 1053, Miguel Cerulario ordenó que se cerraran todas las iglesias latinas en la capital bizantina, y que se expulsara a los monjes latinos. Como una justificación dogmática para esta violenta ruptura con el pasado, promovió el dogma novel de que la oblación sin levadura de los “francos” no era una Misa válida; y uno de sus capellanes, de nombre Constantino, con un fanatismo digno de un calvinista, pisoteó la Hostia consagrada.
La proclamación de guerra con el Papa y Occidente fue redactada por su principal lugarteniente, Leo de Achrida, metropolitano de los búlgaros. Fue en forma de una carta dirigida a Juan, Obispo de Trani, en Apulia, en ese tiempo súbdito del emperador bizantino, y por decreto de León el Isaurio, unido al patriarcado oriental. Se le ordenó a Juan que mandara a traducir la carta al latín y se la comunicara al Papa y los obispos occidentales, lo cual hizo el erudito benedictino, el cardenal Humberto, quien estaba presente en Trani cuando llegó la carta. Baronio ha conservado la versión en latín; el cardenal Joseph Hergenröther fue muy afortunado al descubrir el texto original griego (Cornelius Will, Acta et Scripta, 51 ss.). Es un ejemplo curioso de la lógica griega. "El amor de Dios y un sentimiento de amigabilidad movió a los escritores a advertir a los obispos, el clero, monjes y laicos de los francos, y al muy Reverento Papa mismo, respecto a sus ácimos y a sus Sabbaths, los cuales son impropios, al ser observancias judías e instituidas por Moisés. Pero nuestra Pascua es Cristo. El Señor, ciertamente, obedeció la Ley al ser el primero en celebrar la pascua legal; pero, según vemos en los Evangelios, Él subsiguientemente instituyó la nueva Pascua… Él tomó pan, etc., esto es, una cosa llena de vida, espíritu y calor. Ustedes le llaman pan “panis”; nosotros le llamamos “artos”. Ésta de airoel (airo), levantar, significa algo elevado, subido, siendo elevado y calentado por el fermento y la sal; el ácimo, por otro lado, es sin vida como una piedra o barro horneado, apropiado sólo para simbolizar aflicción y sufrimiento. Pero nuestra Pascua está repleta de felicidad, nos eleva de la tierra al Cielo igual que la levadura levanta y calienta el pan”, etc. Esta manipulación etimológica de “artos” de “airo” era casi tan valiosa para decidir una controversia teológica como el descubrimiento que hizo Philipp Melancthon de que la palabra girega para “penitencia” es metanoia. Los teólogos latinos hallaron una gran cantidad de pasajes bíblicos donde el pan sin levadura se designa como artos. El cardenal Humberto recordó inmediatamente los lugares donde los panes de proposición ácimos son llamados artoi. Si los escritores de la carta hubiesen estado familiarizados con la Versión de los Setenta, hubiesen recordado la artous azymous de Éxodo 29,2.
Para Cerulario el mérito exegético de la controversia era de menor importancia. Él había hallado un grito de guerra efectivo, bien calculado para infundir en el seno de sus irrazonables partidarios ese odio y oposición hacia los latinos que llenaba su propio pecho. Las hostias de harina y agua de los “francos” no podían llamarse pan; sus sacrificios eran inválidos; no eran judíos ni cristianos. Su pan sin vida sólo podía simbolizar un Cristo sin alma; por lo tanto, claramente habían caído en la herejía de Apolinario. Con artes como éstas, los pobres griegos fueron seducidos de su obediencia al centro de la unidad católica, y surgió un cisma que los siglos no han podido sanar. Es interesante notar que este asunto de los ácimos, que trajo una nube de panfletos virulentos e hizo una impresión más profunda en la imaginación popular que la abstrusa controversia del Filioque, causó poca o ninguna discusión entre los teólogos de los Concilios de Lyons y Florencia. En este último concilio los griegos admitieron la contención latina de que la consagración de los elementos era igualmente válida con pan con o sin levadura; se decretó que los sacerdotes de cualquier rito se debían conformar a la costumbre de su respectiva Iglesia. Los rusos modernos han reclamado para su nación el dudoso honor de haber abierto esta cruzada contra los ácimos; pero los tratados adscritos a Leoncio, Obispo de Kiew, quien vivió un siglo antes que Cerulario, y en el cual se repiten todos los conocidos argumentos de los griegos, se juzga que proceden de una pluma posterior.
Bibliografía: HERGENRÖTHER, Photius, III, passim; y en K. L., I, 1778-80; HEFELE, Conciliengeschichte, 2da ed., IV,766, 772-774; PITZIPIOS, L'Eglise Orientale; NATALIS, Alex. Deazymorum usu, Hist. Eccl. (1778), VII, 380-389; MABILLON, De azymorum Eucharistico, in Vet. Ann. (1723), 522-547; BONA, Rev. Lith. I. c. 23 (a classic text); La question des azymes, in Messager des fideles (1889), 485-490.
Fuente: Loughlin, James. "Azymites." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/02172a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina
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