El milenarismo o quiliasmo1 es la doctrina según la cual Cristo volverá para reinar sobre la Tierra durante mil años, antes del último combate contra el Mal, la condena del diablo al perder toda su influencia para la eternidad y el Juicio Universal. Tuvo influencia en la Iglesia del Siglo II de la era cristiana, en la Edad Media, y finalmente entre los protestantes fundamentalistas.
Para algunos autores el milenarismo, expresado en un utopismo de carácter secular -pero religioso-, ha seguido vigente a través de proyectos políticos de salvación universal o ingeniería social totalitaria.2
La Bestia no debe identificarse con el Diablo. Las referencias a ella en el Apocalisis son varias y es posible que aludieran al emperador romano, aunque la identificación con el demonio tampoco es caprichosa. En este capítulo, de hecho la Bestia yace junto al diablo en el fuego.
Estos pasajes, especialmente complejos, proporcionan sin embargo una fecha precisa, que la Iglesia Católica se inclina hoy por interpretar simbólicamente como "un lapso muy prolongado". Los milenaristas calcularon esos mil años de distinta manera, pero siempre literalmente.
Eusebio de Cesarea no era partidario del Milenio. Aparentemente esa opinión antimilenarista suya fue la que influyó en la forma en que trata a los milenaristas, entre los cuales también hubo gnósticos, a pesar de que en general los gnósticos fueron los primeros en abominar de la sola idea de un reinado de Cristo sobre la Tierra.
Por ejemplo, leemos a Eusebio de Cesarea en Historia Eclesiástica III, 28:
Pese a la condena extraoficial con carácter de oficial para muchos, aun en 1790, año en que el jesuita chileno Manuel Lacunza culminó en Imola su obra La venida del Mesías en Gloria y Majestad, persistía el milenarismo como una corriente marginal y esporádica en el seno de la Iglesia Católica. El libro de Lacunza, en todo caso, fue incluido en el Index Librorum Prohibitorum ( el listado de libros prohibidos por la Inquisición).
La realidad es que la Iglesia católica nunca ha condenado el milenarismo, debido a que así creían los santos Padres de la antigüedad, no solamente Papías de Hierápolis, sino también, entre otros, Justino Mártir, Policarpo, y el insigne Ireneo de Lyon. Condenar el milenarismo equivaldría a condenar a una incontable nube de testigos de los primeros siglos y a echar por tierra el mismísimo concepto de la sucesión apostólica, ya que algunos de los primeros obispos cristianos eran milenaristas, como lo prueba el propio Lacunza en su obra al tratar in extenso de la historia de esta doctrina.
Prescindiendo del número mil, y por extensión, comenzó a llamarse milenaristas a los movimientos religiosos que ponen énfasis en el regreso de Cristo, la fundación de la Nueva Jerusalén (la ciudad de los justos) y el castigo a los pecadores.
Las razones de este renacimiento del milenarismo no son evidentes y lo más probable es que exista aquí una fuerte relación con el militantismo belicoso que invade a la cristiandad a partir de la Primera Cruzada, que se desencadena haciéndose eco del famoso Sermón de Clermont realizado por el papa Urbano II en 1095. Las “guerras santas” de aquella época se dan a su vez en un contexto económico y social cada vez más apremiante, donde el aumento poblacional estaba desbordando las capacidades de la agricultura europea. Había así muchos segmentos poblacionales que no podían acceder a la tierra ni tampoco a posiciones dentro de los estamentos establecidos de la sociedad medieval y entre los cuales tendía a imponerse un estilo de vida itinerante. Fuese como fuese, la marea de la fe militante se volcaría hacia el mundo, ya sea para conquistarlo, como en el caso de la Tierra Santa luego de América, o para reformarlo de raíz, como en el seno mismo de la antigua cristiandad.
Joaquín es el creador de una interpretación de la historia que, al igual que la de San Agustín, debe ser considerada como una de las grandes novedades culturales de Occidente y, además, como el restablecimiento sistemático del milenarismo. Tal como Karl Löwith lo dice: “Joaquín abrió la puerta a una revisión fundamental de mil años de historia y de teología cristiana [...] Su creencia en un último progreso providencial hacia la culminación de la historia de salvación dentro de la estructura misma de la historia del mundo es radicalmente nueva en comparación con el diseño de Agustín.”6 La esencia de la concepción del monje calabrés reside en su visión de la historia como manifestación progresiva de la Trinidad, es decir, como un proceso dividido en tres grandes fases, a través de las cuales se pasa a niveles más altos de perfección, culminando en un estadio de plenitud y bienaventuranza caracterizado por la libertad, la santidad, la inocencia, el amor y la armonía contemplativa que Joaquín llamó ordo monachorum. Para él, la humanidad había superado ya la primera fase en esta evolución, la Época de Padre, y se encontraba al final de la segunda fase, la Época del Hijo, cuyo término pronosticaba, apoyándose en el pasaje 12:6 del Apocalipsis, para el año 1260. Joaquín se consideraba a sí mismo como el anunciador de la tercera y dichosa fase, como el Juan Bautista de la Época del Espíritu Santo. El paso a esta tercera época estaría marcado por hechos de un dramatismo propiamente apocalíptico, como ser enormes guerras y sufrimientos relacionados con la aparición del muy temido Anticristo, el cual sería finalmente derrotado, el pueblo judío convertido y el milenio abriría así sus ansiadas puertas.
La grandiosa visión histórica de Joaquín conocería un destino singular. Algunos de sus discípulos radicalizarían su profecía, pasando en muchos casos a la preparación práctica de la renovatio mundi anunciada y la creación de esa especie de hombre nuevo medieval que es el homo bonus de Dolcino, uno de los seguidores más temidos de las profecías de Joaquín. Otros adoptarían las formas más radicales del movimiento franciscano, en cuyo seno tanto las profecías reales como las atribuidas a Joaquín tuvieron gran influencia. Ante el clima de cisma generalizado que dominaba a la cristiandad de entonces, la Iglesia respondió, por medio de la Inquisición, con una brutal represión de los disidentes más extremos. Las profecías del abate calabrés pasaron desde entonces a alimentar el submundo de la herejía y de la subversión, inspirando nuevas y nuevas generaciones de rebeldes durante los siglos venideros. Pero no sólo los Dolcino, los Müntzer o los Campanella recibirían inspiración de Joaquín. A través de la gran influencia de la obra del alemán G. E. Lessing (uno de los grandes referentes intelectuales de Marx) titulada Sobre la educación de la especie humana de 1780 se relanzará, desde el seno mismo de la Ilustración, el esquema triádico de Joaquín, preanunciando las formulaciones hegelianas y, por su conducto, las marxistas. En Francia, las ideas del abate calabrés serán reivindicadas por los discípulos de Henri de Saint-Simon y Auguste Comte rendirá homenaje a Joaquín en quien verá uno de sus predecesores. Entre los jóvenes hegelianos (entre quienes se cuentan Marx, Engels y Bakunin) la visión de Joaquín fue relanzada en 1838 por el conde polaco August von Cieszkowski en una obra señera titulada Prolegómenos sobre la filosofía de la historia. En esta obra Cieszkowski plantea la necesidad de pasar a la acción, formulando lo que él mismo llama una “filosofía de la praxis” (“die Philosophie der Praxis”). Así, Joaquín de Fiore entrará de lleno al panteón de la modernidad y le pondrá su sello a nuestras utopías contemporáneas.
Incluso en nuestros días el monje calabrés no pierde su actualidad. Según se pudo leer en el Sunday Times del 27 de marzo de 20097 el portavoz del Vaticano, padre Raniero Cantalamessa, afirmó que Joaquín fue citado tres veces en los discursos de la campaña electoral de Barack Obama como una autoridad moral y un visionario.8 Ante esto, Cantalamessa recordaba que, tal como el mismo Papa Benedicto XVI hace no mucho lo sostuvo, para la Iglesia Católica los pensamientos de Joaquín eran “falsos y heréticos”. Sin embargo, nadie ha podido encontrar las supuestas referencias de Obama a Joaquín.
Las ideas del fin de los tiempos, de la Nueva Jerusalén y la de los elegidos que reinarán junto a Jesús fueron centrales en iglesias protestantes que se establecieron en Norteamérica. La sectarización de algunos de estos grupos, sobre todo por basarse en la idea de los elegidos, los aisló de sus comunidades y redujo su influencia. En cambio, otras iglesias milenaristas, como la de los anabaptistas, llegaron a ser populares. Durante el siglo XX algunas iglesias evangélicas fundamentalistas articularon una visión milenarista, con una concepción sobre el Rapto para preservar a los creyentes antes de los acontecimientos finales y la proximidad del regreso de Cristo, revelada de acuerdo con sus interpretaciones, por el restablecimiento del estado de Israel. Los Testigos de Jehová también sostienen la idea de un reino milenario. El concepto de un milenio de paz y prosperidad en la tierra bajo el gobierno de Jesucristo y de 144.000 elegidos es una de las enseñanzas y creencias fundamentales de este grupo, muy socorrida en sus publicaciones.
El teórico político John N. Gray -apoyado de manera especial en las conversaciones y los trabajos del historiador Norman Cohn, autor, entre otros, del clásico libro En pos del milenio (The Pursuit of the Millennium)10 en el que plantea la tesis que relaciona el milenarismo con los fundamentos de los movimientos revolucionarios del siglo XX-11 desarrolla en su libro Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, la idea de que el milenarismo secularizado existe y ha tenido expresiones desastrosas en los proyectos políticos que han alcanzado el poder. El utopismo secular tendría su origen en las ideas apocalípticas de los primeros cristianos e invadiría de pleno la Ilustración trasladándose a los proyectos totalitarios utópicos tanto en ideales revolucionarios (época de El Terror de la revolución francesa, comunismo, nazismo) como en ideales democráticos (guerra contra el terror).2
Para algunos autores el milenarismo, expresado en un utopismo de carácter secular -pero religioso-, ha seguido vigente a través de proyectos políticos de salvación universal o ingeniería social totalitaria.2
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Apocalipsis
El milenarismo cristiano se basa en el libro del Apocalipsis ("revelación"), atribuido a San Juan, uno de los doce apóstoles de Jesucristo, que se calcula escrito hacia el año 90 dC. Específicamente, toma literalmente el capítulo 20 de este libro profético en el que se dice que el diablo permanecerá encarcelado en el abismo por mil años. Apocalipsis 20:4-5 dice que en ese tiempo, Cristo volverá y reinará junto a los mártires ("los que habían sido decapitados a causa del testimonio de Jesús y de la Palabra de Dios") y aquellos "que no habían adorado a la bestia". El diablo será liberado "por un breve tiempo" al finalizar ese período. Levantará contra Cristo las naciones de Gog y Magog y marchará por toda la tierra hasta rodear el campamento de los santos. Entonces, caerá fuego del cielo y los consumirá. El diablo será arrojado a un estanque de azufre junto al "falso profeta" y "la Bestia". A continuación, ocurrirá el "Juicio de las Naciones" o Juicio Universal: todos los muertos resucitarán y comparecerán frente a Cristo, quien los juzgará "según sus acciones". Los que no estén en El Libro de la Vida serán arrojados también al estanque de fuego, lugar que indica una destrucción eterna.La Bestia no debe identificarse con el Diablo. Las referencias a ella en el Apocalisis son varias y es posible que aludieran al emperador romano, aunque la identificación con el demonio tampoco es caprichosa. En este capítulo, de hecho la Bestia yace junto al diablo en el fuego.
Estos pasajes, especialmente complejos, proporcionan sin embargo una fecha precisa, que la Iglesia Católica se inclina hoy por interpretar simbólicamente como "un lapso muy prolongado". Los milenaristas calcularon esos mil años de distinta manera, pero siempre literalmente.
Polémica cristiana
La idea de un milenio bajo el reinado de Cristo en la Tierra formó parte importante de la teología de los tres primeros siglos del cristianismo. Desde el siglo II varios polemistas enfrentaron las tesis de los montanistas y otros creyentes que esperaban un rápido advenimiento del Milenio y refutaron a quienes querían hacer cálculos sobre cuándo llegaría esa edad, en la forma que posteriormente lo haría San Agustín, el autor de "La Ciudad de Dios", recordando que Cristo había tenido el cuidado de no favorecer fechas precisas sobre su segunda llegada cuando dijo: "En cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los Ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo mi Padre", en el llamado sermón escatológico del Evangelio de Mateo 24:36. La forma en que consideraban el milenio el gnóstico Cerinto, Papías, Justino e Ireneo de Lyon y otros escritores de los primeros siglos del cristianismo, tienen como punto de partida el libro de Apocalipsis, pero también declaraciones milenaristas que se encuentran en los escritos de Pedro y de Pablo, así como en el Padrenuestro: "Venga Tu Reino", esto es, a la Tierra, para que aquí se haga Su voluntad, como se hace en el cielo (Cf. Mt 6).Eusebio de Cesarea no era partidario del Milenio. Aparentemente esa opinión antimilenarista suya fue la que influyó en la forma en que trata a los milenaristas, entre los cuales también hubo gnósticos, a pesar de que en general los gnósticos fueron los primeros en abominar de la sola idea de un reinado de Cristo sobre la Tierra.
Por ejemplo, leemos a Eusebio de Cesarea en Historia Eclesiástica III, 28:
Esta es la doctrina que enseñaba Cerinto: el reino de Cristo será terrenal. Y como amaba el cuerpo y era del todo carnal, imaginaba que iba a encontrar aquellas satisfacciones a las que anhelaba, las del vientre y del bajo vientre, es decir del comer, del beber, del matrimonio: en medio de fiestas, sacrificios e inmolaciones de víctimas sagradas, mediante lo cual intentó hacer más aceptables tales tesis.La alusión al "falso mesías" en el Apocalipsis fue interpretada como señal de que antes del Juicio Final aparecerá un personaje así, también llamado Anticristo, lo que por otra parte es predicado por Jesús en el Evangelio de Mateo. Esto movió a identificar al falso mesías con diversos gobernantes y Papas. Para el reformador Martín Lutero, por ejemplo, el Anticristo era sin duda el Papa. A través de toda la Edad Media, escritores eclesiásticos intentaron interpretar el pasaje en el que San Juan menciona el milenio.
Pese a la condena extraoficial con carácter de oficial para muchos, aun en 1790, año en que el jesuita chileno Manuel Lacunza culminó en Imola su obra La venida del Mesías en Gloria y Majestad, persistía el milenarismo como una corriente marginal y esporádica en el seno de la Iglesia Católica. El libro de Lacunza, en todo caso, fue incluido en el Index Librorum Prohibitorum ( el listado de libros prohibidos por la Inquisición).
La realidad es que la Iglesia católica nunca ha condenado el milenarismo, debido a que así creían los santos Padres de la antigüedad, no solamente Papías de Hierápolis, sino también, entre otros, Justino Mártir, Policarpo, y el insigne Ireneo de Lyon. Condenar el milenarismo equivaldría a condenar a una incontable nube de testigos de los primeros siglos y a echar por tierra el mismísimo concepto de la sucesión apostólica, ya que algunos de los primeros obispos cristianos eran milenaristas, como lo prueba el propio Lacunza en su obra al tratar in extenso de la historia de esta doctrina.
Prescindiendo del número mil, y por extensión, comenzó a llamarse milenaristas a los movimientos religiosos que ponen énfasis en el regreso de Cristo, la fundación de la Nueva Jerusalén (la ciudad de los justos) y el castigo a los pecadores.
El renacimiento del milenarismo
La idea milenarista se dejó sentir, con un ímpetu cada vez mayor, a partir del siglo XII para pronto extenderse por toda Europa a través de incontables sectas militantes, entre las cuales las huestes de Dolcino en Italia, los taboritas bohemios y los campesinos revolucionarios de Thomas Müntzer así como los anabaptistas de Münster en Alemania se destacan por su radicalidad y por los horrendos baños de sangre con que se cerraron aquellos episodios.3Las razones de este renacimiento del milenarismo no son evidentes y lo más probable es que exista aquí una fuerte relación con el militantismo belicoso que invade a la cristiandad a partir de la Primera Cruzada, que se desencadena haciéndose eco del famoso Sermón de Clermont realizado por el papa Urbano II en 1095. Las “guerras santas” de aquella época se dan a su vez en un contexto económico y social cada vez más apremiante, donde el aumento poblacional estaba desbordando las capacidades de la agricultura europea. Había así muchos segmentos poblacionales que no podían acceder a la tierra ni tampoco a posiciones dentro de los estamentos establecidos de la sociedad medieval y entre los cuales tendía a imponerse un estilo de vida itinerante. Fuese como fuese, la marea de la fe militante se volcaría hacia el mundo, ya sea para conquistarlo, como en el caso de la Tierra Santa luego de América, o para reformarlo de raíz, como en el seno mismo de la antigua cristiandad.
Joaquín de Fiore
Será a fines del siglo XII que el milenarismo encontrará su teórico más destacado y de lejos más influyente: el monje calabrés Joaquín de Fiore (Gioacchino da Fiore, 1135-1202), “de espíritu profético dotado”, para usar las palabras que Dante le dedicó en La divina comedia.4 Paul Johnson lo califica en su Historia del Cristianismo, con toda razón, como el más erudito, sistemático y “científico” de todos los creadores medievales de sistemas proféticos. Además, “no era un rebelde, sino un elegante abate calabrés, protegido por tres papas, un hombre cuya conversación complació a Ricardo Corazón de León en su viaje durante la Tercera Cruzada.”5Joaquín es el creador de una interpretación de la historia que, al igual que la de San Agustín, debe ser considerada como una de las grandes novedades culturales de Occidente y, además, como el restablecimiento sistemático del milenarismo. Tal como Karl Löwith lo dice: “Joaquín abrió la puerta a una revisión fundamental de mil años de historia y de teología cristiana [...] Su creencia en un último progreso providencial hacia la culminación de la historia de salvación dentro de la estructura misma de la historia del mundo es radicalmente nueva en comparación con el diseño de Agustín.”6 La esencia de la concepción del monje calabrés reside en su visión de la historia como manifestación progresiva de la Trinidad, es decir, como un proceso dividido en tres grandes fases, a través de las cuales se pasa a niveles más altos de perfección, culminando en un estadio de plenitud y bienaventuranza caracterizado por la libertad, la santidad, la inocencia, el amor y la armonía contemplativa que Joaquín llamó ordo monachorum. Para él, la humanidad había superado ya la primera fase en esta evolución, la Época de Padre, y se encontraba al final de la segunda fase, la Época del Hijo, cuyo término pronosticaba, apoyándose en el pasaje 12:6 del Apocalipsis, para el año 1260. Joaquín se consideraba a sí mismo como el anunciador de la tercera y dichosa fase, como el Juan Bautista de la Época del Espíritu Santo. El paso a esta tercera época estaría marcado por hechos de un dramatismo propiamente apocalíptico, como ser enormes guerras y sufrimientos relacionados con la aparición del muy temido Anticristo, el cual sería finalmente derrotado, el pueblo judío convertido y el milenio abriría así sus ansiadas puertas.
La grandiosa visión histórica de Joaquín conocería un destino singular. Algunos de sus discípulos radicalizarían su profecía, pasando en muchos casos a la preparación práctica de la renovatio mundi anunciada y la creación de esa especie de hombre nuevo medieval que es el homo bonus de Dolcino, uno de los seguidores más temidos de las profecías de Joaquín. Otros adoptarían las formas más radicales del movimiento franciscano, en cuyo seno tanto las profecías reales como las atribuidas a Joaquín tuvieron gran influencia. Ante el clima de cisma generalizado que dominaba a la cristiandad de entonces, la Iglesia respondió, por medio de la Inquisición, con una brutal represión de los disidentes más extremos. Las profecías del abate calabrés pasaron desde entonces a alimentar el submundo de la herejía y de la subversión, inspirando nuevas y nuevas generaciones de rebeldes durante los siglos venideros. Pero no sólo los Dolcino, los Müntzer o los Campanella recibirían inspiración de Joaquín. A través de la gran influencia de la obra del alemán G. E. Lessing (uno de los grandes referentes intelectuales de Marx) titulada Sobre la educación de la especie humana de 1780 se relanzará, desde el seno mismo de la Ilustración, el esquema triádico de Joaquín, preanunciando las formulaciones hegelianas y, por su conducto, las marxistas. En Francia, las ideas del abate calabrés serán reivindicadas por los discípulos de Henri de Saint-Simon y Auguste Comte rendirá homenaje a Joaquín en quien verá uno de sus predecesores. Entre los jóvenes hegelianos (entre quienes se cuentan Marx, Engels y Bakunin) la visión de Joaquín fue relanzada en 1838 por el conde polaco August von Cieszkowski en una obra señera titulada Prolegómenos sobre la filosofía de la historia. En esta obra Cieszkowski plantea la necesidad de pasar a la acción, formulando lo que él mismo llama una “filosofía de la praxis” (“die Philosophie der Praxis”). Así, Joaquín de Fiore entrará de lleno al panteón de la modernidad y le pondrá su sello a nuestras utopías contemporáneas.
Incluso en nuestros días el monje calabrés no pierde su actualidad. Según se pudo leer en el Sunday Times del 27 de marzo de 20097 el portavoz del Vaticano, padre Raniero Cantalamessa, afirmó que Joaquín fue citado tres veces en los discursos de la campaña electoral de Barack Obama como una autoridad moral y un visionario.8 Ante esto, Cantalamessa recordaba que, tal como el mismo Papa Benedicto XVI hace no mucho lo sostuvo, para la Iglesia Católica los pensamientos de Joaquín eran “falsos y heréticos”. Sin embargo, nadie ha podido encontrar las supuestas referencias de Obama a Joaquín.
Pervivencia del milenarismo
La reforma protestante del siglo XVI vino luego a prestar terreno fértil para una nueva ola de difusión del pensamiento milenarista, que tomaría las formas más diversas, inspirando desde respetables sociedades científicas en Inglaterra hasta muchos de los emigrantes que partirían para buscar la tierra prometida más allá del Atlántico. La caída del Imperio bizantino (1453) mereció interpretaciones milenaristas, también el descubrimiento de América movió a muchos espíritus a entender el acontecimiento como un signo de la llegada de los tiempos profetizados por San Juan. El monje dominicano Francisco de la Cruz, condenado a la hoguera en 1578, predicó el traslado del Papa a Lima, la Nueva Jerusalén; él mismo se llamó el "tercer David" y proclamó la espera de un "Tercer Testamento". En plena Era Moderna, muchos siguieron ocupándose de la interpretación del Apocalipsis. El propio Isaac Newton, el descubridor de la ley de gravedad, escribió sobre la antigua profecía e hizo cálculos acerca del cumplimiento de sus plazos. En 1595 se publicaron las profecías de san Malaquías, supuestamente datadas en el siglo XII, que han adquirido un carácter apocalíptico fijando una fecha aproximada del fin del mundo a través de una lista de papas. Dado que esta profecía determina una fecha próxima para tal suceso (después del actual papa, Benedicto XVI, hasta el fin del mundo quedaría un solo papa: Pedro de Roma), han adquirido gran popularidad recientemente.Las ideas del fin de los tiempos, de la Nueva Jerusalén y la de los elegidos que reinarán junto a Jesús fueron centrales en iglesias protestantes que se establecieron en Norteamérica. La sectarización de algunos de estos grupos, sobre todo por basarse en la idea de los elegidos, los aisló de sus comunidades y redujo su influencia. En cambio, otras iglesias milenaristas, como la de los anabaptistas, llegaron a ser populares. Durante el siglo XX algunas iglesias evangélicas fundamentalistas articularon una visión milenarista, con una concepción sobre el Rapto para preservar a los creyentes antes de los acontecimientos finales y la proximidad del regreso de Cristo, revelada de acuerdo con sus interpretaciones, por el restablecimiento del estado de Israel. Los Testigos de Jehová también sostienen la idea de un reino milenario. El concepto de un milenio de paz y prosperidad en la tierra bajo el gobierno de Jesucristo y de 144.000 elegidos es una de las enseñanzas y creencias fundamentales de este grupo, muy socorrida en sus publicaciones.
Milenarismo secular, teorías sobre su existencia y función
Las tradiciones milenaristas conservan su vitalidad hasta bien entrado el siglo XIX y se hacen una fuente de las utopías cada vez mas frecuentes en el siglo XIX y XX. Su influencia sobre el naciente pensamiento socialista y comunista es directa, particularmente a través de figuras tan destacadas como Robert Owen en Inglaterra, Félicité de Lamennais en Francia y Wilhelm Weitling en Alemania. Robert Nisbet ha expuesto en su Historia de la Idea del Progreso y Ernest Lee Tuveson en Milenio y utopía que la idea misma del progreso, tal como fue formulada dentro del pensamiento moderno, le debe mucho a la vertiente milenarista de pensamiento.9El teórico político John N. Gray -apoyado de manera especial en las conversaciones y los trabajos del historiador Norman Cohn, autor, entre otros, del clásico libro En pos del milenio (The Pursuit of the Millennium)10 en el que plantea la tesis que relaciona el milenarismo con los fundamentos de los movimientos revolucionarios del siglo XX-11 desarrolla en su libro Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, la idea de que el milenarismo secularizado existe y ha tenido expresiones desastrosas en los proyectos políticos que han alcanzado el poder. El utopismo secular tendría su origen en las ideas apocalípticas de los primeros cristianos e invadiría de pleno la Ilustración trasladándose a los proyectos totalitarios utópicos tanto en ideales revolucionarios (época de El Terror de la revolución francesa, comunismo, nazismo) como en ideales democráticos (guerra contra el terror).2
Referencias
- ↑ La anomalía salvaje: ensayo sobre poder y potencia en Baruch Spinoza, Antonio Negri, Anthropos, 1993, ISBN 84-7658-390-7, pag. 143
- ↑ a b John Gray, Misa negra/Black Mass: La Religión Apocaliptica Y La Muerte De La Utopía, John Gray, Paidós, 2008, ISBN 978-84-493-2158-0
- ↑ Una obra clásica sobre el tema es Cohn, Norman (1970). The Pursuit of the Millennium, Oxford: Oxford University Press.
- ↑ La referencia está en Paraíso:XII. El estudio clásico sobre Joaquín es Reeves, Marjorie (1969). Prophecy in the Later Middle Ages – A Study in Joachimism. Oxford: The Clarendon Press.
- ↑ Johnson, Paul (2007). Historia del cristianismo. Barcelona: Editorial Vergara, p. 348.
- ↑ Löwith, Karl (1949). Meaning in History. Chicago: The University of Chicago Press, p. 154.
- ↑ http://www.timesonline.co.uk/tol/comment/faith/article5987457.ece
- ↑ En su tercera prédica por la Cuaresma 2009 Cantalamessa dijo: «Il fatto che il neo eletto presidente degli Stati Uniti, durante la sua campagna elettorale, si sia riferito per tre volte a Gioacchino da Fiore ha riacceso l’interesse per la dottrina di questo monaco del medioevo».
- ↑ Nisbet, Robert (1980). History of the Idea of Progress. London: Heinemann;Tuveson, Ernst Lee (1949). Millennium and Utopia. Berkeley: University of California Press.
- ↑ The pursuit of the millennium: revolutionary millenarians and mystical anarchists of the Middle Ages, 1970, Oxford University Pres
- ↑ Agradecimientos, John Gray, Misa negra/Black Mass: La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, John Gray, Paidós, 2008, ISBN 978-84-493-2158-0, pág. 11
Bibliografía
- Norman Cohn (1995), "El Cosmos, el caos y el mundo venidero." . Crítica - Grijalbo Mondadori. Barcelona.
- Norman Cohn, (1957) En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media. The Pursuit of the Millennium: Revolutionary Millenarians and Mystical Anarchists of the Middle Ages -Alianza, Madrid, 1997-.
- Paul Johnson (2007). Historia del cristianismo. Barcelona: Editorial Vergara
- Karl Löwith (1949). Meaning in History. Chicago: The University of Chicago Press
- Henri de Lubac (1984). La posterità spirituale di Gioacchino da Fiore. II. Da Saint-Simon ai nostri giorni. Milano: Jaca Book.
- Robert Nisbet (1980). History of the Idea of Progress. London: Heinemann
- José Luis Orozco, "De teólogos, pragmáticos y geopolíticos. Aproximación al globalismo norteamericano." . Gedisa-UNAM. Barcelona 2001.
- Focillon, Henri (1997). El año mil. Ediciones Altaya. ISBN 978-84-487-0730-9.
- Duby, Georges (1988). El año mil: Una nueva y diferente visión de un momento crucial de la historia. Editorial Gedisa. ISBN 978-84-7432-322-1.
- Gian Luca Potestà (2005). Gioacchino da Fiore nella cultura contemporanea, Roma: Libreria Editrice Viella
- Marjorie Reeves (1969). Prophecy in the Later Middle Ages – A Study in Joachimism. Oxford: The Clarendon Press.
- Ernst Lee Tuveson (1949). Millennium and Utopia. Berkeley: University of California Press.
Véase también
- Mesianismo
- Movimientos apocalípticos
- Movimiento Millerista
- Papías de Hierápolis
- Sebastianismo
- Quinto Imperio
Enlaces externos
- Milenarismo. Enciclopedia católica, artículo escrito de J.P. Kirsch
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