Es un término empleado con varios significados en la filosofía
moderna pero que se aplica generalmente al Ser Supremo. Significa (1)
aquello que es completo y perfecto; (2) lo que existe por su propia naturaleza
y, consecuentemente, es independiente de todo lo demás; (3) lo que no
está relacionado con ningún otro ser; (4) la suma de todo el ser, actual
y potencial (Hegel).
En las dos primeras definiciones el Absoluto es un nombre dado a Dios que puede ser aceptado fácilmente por la filosofía cristiana. Aunque ese nombre no era de uso común en la Edad media, los escritores escolásticos usaban expresiones equivalentes, por ejemplo, al hablar de Dios como pura actualidad (Actus Purus), en cuanto ser no causado o en cuanto ser que contiene toda perfección en forma superlativa. En particular, Santo Tomás de Aquino enfatiza lo absoluto de Dios a base de demostrar que Él no puede ser clasificado bajo ningún género o especie, y que su esencia es idéntica a su existencia. El mismo Aquino también anticipó las dificultades que emergerían del uso del término absoluto con sentido de ser no relativo, y que de hecho han sido claramente señaladas en discusiones modernas, principalmente en aquella sostenida por Mill, crítico de la filosofía de Sir William Hamilton, y Mansel, defensor de este último. Se insistía en que el Absoluto no puede ser pensado o explicado consistentemente como causa primera por razón de que la causalidad implica relación y el Absoluto es ajeno a cualquier relación. No puede, por tanto, ser concebido como productor de efectos. A pesar de ello, Santo Tomás ofrece una solución. Él mantiene que Dios y las cosas creadas están relacionadas pero que su relación solamente es real en sus efectos. En modo alguno esa relación significa condicionamiento o modificación del ser divino; es meramente conceptual en su aplicación a Dios. Nuestra forma de pensar nos obliga a concebir a Dios como si fuera uno de los términos de una relación, pero no a deducir que la relación lo afecte del mismo modo como afecta a las cosas creadas que constituyen el otro extremo de la relación. Esta distinción, además, está basada en la experiencia. El proceso de conocimiento incluye una relación entre el objeto conocido y el sujeto que conoce, pero el carácter de la relación no es idéntico en ambos. Dicha relación es real en la mente porque la percepción y el pensamiento implican el ejercicio de las facultades mentales y, consecuentemente, una modificación de la mente misma. Tal modificación, sin embargo, no alcanza al objeto; éste permanece invariable sea que lo conozcamos o que no.
Pero es precisamente aquí que emerge una nueva dificultad aún más seria. Se dice que el Absoluto no puede ser conocido ni concebido. "Pensar es condicionar", pero el Absoluto es, por su propia naturaleza, incondicionado, de manera que ningún esfuerzo de pensamiento lo puede alcanzar. Decir que Dios es el Absoluto es equivalente a decir que no es cognoscible. Esta opinión, expresada por Hamilton y Mansel, y suscrita por Spencer en sus "First Principles", provee un fuerte soporte para el agnosticismo, al tiempo que ataca tanto la racionabilidad como la posibilidad de la religión. No pasa de ser una respuesta parcial el afirmar que Dios, aunque incomprensible, es sin embargo cognoscible de acuerdo al modo y la capacidad de nuestra inteligencia. Los agnósticos afirman que Dios, precisamente porque es el Absoluto, está más allá de cualquier posibilidad de conocimiento nuestro. En otras palabras, el agnosticismo insiste que debemos creer en la existencia de un ser absoluto e infinito, pero nos advierte que no tenemos idea de ese ser. Nuestra fe debe expresarse en términos que no tienen significado. Para evadir esta conclusión uno puede rechazar totalmente un término del que se ha evaporado cualquier significado, o (y esto parece una línea más sabia) puede uno buscar el génesis de dicho término, manteniéndose aferrado a los contenidos del conocimiento involucrados en esa génesis, por más que éstos puedan ser imperfectos y estar necesitados de crítica. Al probar la existencia de Dios como causa primera, o como ser absoluto, partimos de hechos que son conocidos y cognoscibles. En la medida en que, al razonar sobre esos hechos, somos llevados más allá de los mismos hacia el concepto del Absoluto, cierto remanente de lo cognoscible que los hechos nos presentan debe ser encontrado en aquello que constituye la última explicación de los hechos mismos. Si, como afirma Spencer, "cada uno de los argumentos por los que queda demostrada la relatividad de nuestro pensamiento postula positivamente la positiva existencia de algo que trasciende lo relativo", se sigue que clarificando en nuestro pensamiento el significado de esos argumentos y su fuerza para postularlos distintamente, debemos obtener algún conocimiento del ser cuya existencia queda de tal modo establecida. No cabe duda que Spencer no percibe todo el alcance de las palabras "existencia positiva", "última realidad" y "fuerza incomprensible", que él usa tan libremente. De otro modo él no hubiera podido declarar de modo consistente que el ser a quien se aplican esos predicados no es cognoscible. De hecho es notable que tanto conocimiento del Absoluto quede de manifiesto precisamente en el intento de demostrar que el Absoluto no puede ser conocido. Un análisis cuidadoso de conceptos tales como "causa primera" prueba ciertamente que contiene una riqueza de significado que impide su identificación con lo no cognoscible, aún suponiendo que se pudiera demostrar lógicamente la existencia de lo no cognoscible. Santo Tomás y otros representantes de la filosofía cristiana hacen tal análisis. El método formulado por Santo Tomás, y seguido por sus discípulos, mantiene ante la vista las condiciones del pensamiento crítico, especialmente el peligro de aplicar las formas de pensamiento humano, sin someterlas a un debido refinamiento, al ser divino. La advertencia sobre nuestras tendencias antropomórficas fue hecha aún antes de que el Absoluto ocupara su actual lugar en la especulación filosófica, o que dejara su lugar a lo no cognoscible. Aunque tal advertencia es siempre útil, sobre todo en el interés de la religión, nada se ganaría con intentar formar un concepto de Dios que solamente ofrece una negación al pensamiento y al culto. Es igualmente inútil, claro, proponer un Absoluto no cognoscible como base de la reconciliación entre la ciencia y la religión. La deficiencia de la filosofía de Spencer en este sentido es aún más patente porque, mientras que por un lado concede total libertad a la ciencia para investigar las manifestaciones del Absoluto, descalifica cualquier postulado de la religión de aprender algo de la fuerza que queda así manifestada. (Ver agnosticismo, aseidad, analogía, Dios, conocimiento, teología Sobre la concepción hegeliana del Absoluto, ver hegelianismo, idealismo, panteísmo.)
Bibliografía: SCHUMACHER, The Knowableness of God (Notre Dame, Indiana, 1905), contiene buena bibliografía; SANTO TOMAS, Summa, I, Q. XIII; Contra Gentes, II, 12, 13; HAMILTON, Discussions (Nueva York, 1860); MILL, An Examination of Sir W. Hamilton's Philosophy (Boston, 1865); MANSEL, The Philosophy of the Conditioned (Londres, 1866); CAIRD, An Introduction to the Philosophy of Religion (Glasgow, 1901); ROYCE, The World and the Individual (Nueva York, 1900); FLINT, Agnosticism (Nueva York, 1903).
Fuente: Pace, Edward. "The Absolute." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01060c.htm>.
Traducido por Javier Algara Cossío
En las dos primeras definiciones el Absoluto es un nombre dado a Dios que puede ser aceptado fácilmente por la filosofía cristiana. Aunque ese nombre no era de uso común en la Edad media, los escritores escolásticos usaban expresiones equivalentes, por ejemplo, al hablar de Dios como pura actualidad (Actus Purus), en cuanto ser no causado o en cuanto ser que contiene toda perfección en forma superlativa. En particular, Santo Tomás de Aquino enfatiza lo absoluto de Dios a base de demostrar que Él no puede ser clasificado bajo ningún género o especie, y que su esencia es idéntica a su existencia. El mismo Aquino también anticipó las dificultades que emergerían del uso del término absoluto con sentido de ser no relativo, y que de hecho han sido claramente señaladas en discusiones modernas, principalmente en aquella sostenida por Mill, crítico de la filosofía de Sir William Hamilton, y Mansel, defensor de este último. Se insistía en que el Absoluto no puede ser pensado o explicado consistentemente como causa primera por razón de que la causalidad implica relación y el Absoluto es ajeno a cualquier relación. No puede, por tanto, ser concebido como productor de efectos. A pesar de ello, Santo Tomás ofrece una solución. Él mantiene que Dios y las cosas creadas están relacionadas pero que su relación solamente es real en sus efectos. En modo alguno esa relación significa condicionamiento o modificación del ser divino; es meramente conceptual en su aplicación a Dios. Nuestra forma de pensar nos obliga a concebir a Dios como si fuera uno de los términos de una relación, pero no a deducir que la relación lo afecte del mismo modo como afecta a las cosas creadas que constituyen el otro extremo de la relación. Esta distinción, además, está basada en la experiencia. El proceso de conocimiento incluye una relación entre el objeto conocido y el sujeto que conoce, pero el carácter de la relación no es idéntico en ambos. Dicha relación es real en la mente porque la percepción y el pensamiento implican el ejercicio de las facultades mentales y, consecuentemente, una modificación de la mente misma. Tal modificación, sin embargo, no alcanza al objeto; éste permanece invariable sea que lo conozcamos o que no.
Pero es precisamente aquí que emerge una nueva dificultad aún más seria. Se dice que el Absoluto no puede ser conocido ni concebido. "Pensar es condicionar", pero el Absoluto es, por su propia naturaleza, incondicionado, de manera que ningún esfuerzo de pensamiento lo puede alcanzar. Decir que Dios es el Absoluto es equivalente a decir que no es cognoscible. Esta opinión, expresada por Hamilton y Mansel, y suscrita por Spencer en sus "First Principles", provee un fuerte soporte para el agnosticismo, al tiempo que ataca tanto la racionabilidad como la posibilidad de la religión. No pasa de ser una respuesta parcial el afirmar que Dios, aunque incomprensible, es sin embargo cognoscible de acuerdo al modo y la capacidad de nuestra inteligencia. Los agnósticos afirman que Dios, precisamente porque es el Absoluto, está más allá de cualquier posibilidad de conocimiento nuestro. En otras palabras, el agnosticismo insiste que debemos creer en la existencia de un ser absoluto e infinito, pero nos advierte que no tenemos idea de ese ser. Nuestra fe debe expresarse en términos que no tienen significado. Para evadir esta conclusión uno puede rechazar totalmente un término del que se ha evaporado cualquier significado, o (y esto parece una línea más sabia) puede uno buscar el génesis de dicho término, manteniéndose aferrado a los contenidos del conocimiento involucrados en esa génesis, por más que éstos puedan ser imperfectos y estar necesitados de crítica. Al probar la existencia de Dios como causa primera, o como ser absoluto, partimos de hechos que son conocidos y cognoscibles. En la medida en que, al razonar sobre esos hechos, somos llevados más allá de los mismos hacia el concepto del Absoluto, cierto remanente de lo cognoscible que los hechos nos presentan debe ser encontrado en aquello que constituye la última explicación de los hechos mismos. Si, como afirma Spencer, "cada uno de los argumentos por los que queda demostrada la relatividad de nuestro pensamiento postula positivamente la positiva existencia de algo que trasciende lo relativo", se sigue que clarificando en nuestro pensamiento el significado de esos argumentos y su fuerza para postularlos distintamente, debemos obtener algún conocimiento del ser cuya existencia queda de tal modo establecida. No cabe duda que Spencer no percibe todo el alcance de las palabras "existencia positiva", "última realidad" y "fuerza incomprensible", que él usa tan libremente. De otro modo él no hubiera podido declarar de modo consistente que el ser a quien se aplican esos predicados no es cognoscible. De hecho es notable que tanto conocimiento del Absoluto quede de manifiesto precisamente en el intento de demostrar que el Absoluto no puede ser conocido. Un análisis cuidadoso de conceptos tales como "causa primera" prueba ciertamente que contiene una riqueza de significado que impide su identificación con lo no cognoscible, aún suponiendo que se pudiera demostrar lógicamente la existencia de lo no cognoscible. Santo Tomás y otros representantes de la filosofía cristiana hacen tal análisis. El método formulado por Santo Tomás, y seguido por sus discípulos, mantiene ante la vista las condiciones del pensamiento crítico, especialmente el peligro de aplicar las formas de pensamiento humano, sin someterlas a un debido refinamiento, al ser divino. La advertencia sobre nuestras tendencias antropomórficas fue hecha aún antes de que el Absoluto ocupara su actual lugar en la especulación filosófica, o que dejara su lugar a lo no cognoscible. Aunque tal advertencia es siempre útil, sobre todo en el interés de la religión, nada se ganaría con intentar formar un concepto de Dios que solamente ofrece una negación al pensamiento y al culto. Es igualmente inútil, claro, proponer un Absoluto no cognoscible como base de la reconciliación entre la ciencia y la religión. La deficiencia de la filosofía de Spencer en este sentido es aún más patente porque, mientras que por un lado concede total libertad a la ciencia para investigar las manifestaciones del Absoluto, descalifica cualquier postulado de la religión de aprender algo de la fuerza que queda así manifestada. (Ver agnosticismo, aseidad, analogía, Dios, conocimiento, teología Sobre la concepción hegeliana del Absoluto, ver hegelianismo, idealismo, panteísmo.)
Bibliografía: SCHUMACHER, The Knowableness of God (Notre Dame, Indiana, 1905), contiene buena bibliografía; SANTO TOMAS, Summa, I, Q. XIII; Contra Gentes, II, 12, 13; HAMILTON, Discussions (Nueva York, 1860); MILL, An Examination of Sir W. Hamilton's Philosophy (Boston, 1865); MANSEL, The Philosophy of the Conditioned (Londres, 1866); CAIRD, An Introduction to the Philosophy of Religion (Glasgow, 1901); ROYCE, The World and the Individual (Nueva York, 1900); FLINT, Agnosticism (Nueva York, 1903).
Fuente: Pace, Edward. "The Absolute." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01060c.htm>.
Traducido por Javier Algara Cossío
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