San
Jerónimo conocía bien Jerusalén y vivió en Belén en las décadas finales
de su vida, a comienzos del siglo V e.c. Era un notorio antijudío y
cuenta con satisfacción el trato que se daba a los judíos en la
Jerusalén de su época:
«No les está permitido residir en Jerusalén a los infieles judíos. Solo pueden acercarse a la ciudad para llorar por la pérdida y la destrucción de su país, y ni siquiera pueden hacerlo si previamente no pagan por ello. Están obligados a pagar por sus lágrimas. Ni siquiera se les permite llorar gratuitamente.»
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