El cristianismo explica, desde su posición, como fue la crisis del Imperio en el siglo III
He
obedecido tus instrucciones, bendito Agustín, y puedo decir que he
culminado mi tarea. Tú me ordenaste replicar la vacuidad y perversidad
de quienes, ajenos a la Ciudad de Dios, son llamados paganos. Son gentes
que, aunque no esperan nada del futuro ni saben nada del pasado,
pregonan que los tiempos actuales son especialmente calamitosos por el
simple hecho de que los hombres creen en Cristo y rinden culto a Dios
mientras olvidan los ídolos. Frente a esa opinión, me animaste a indagar
en los libros de historia el cúmulo de desastres que ha acompañado
siempre la vida de esos paganos. Al comenzar mi tarea, estuve a punto de
renunciar a ella pues, según repasaba los acontecimientos que me ha
tocado vivir, pensaba que excedían las calamidades de cualquier otra
época. Hoy puedo decir que he descubierto que los días del pasado no
solamente fueron tan opresivos como los del presente sino que, además, a
diferencia de estos, sus males se vieron agravados por carecer del
consuelo de la verdadera religión.
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