El avance del islam, aunque ha sido continuo a lo largo de la historia y se mantiene
en la actualidad en lugares como África, ha tenido también desde los primeros
tiempos reveses que marcaron sus límites.
En 732, la batalla de Poitiers, en el centro de Francia, marcó el punto de retroceso
de la penetración territorial musulmana en Europa occidental.
La península Ibérica fue durante siete siglos un territorio en el que se enfrentaron,
pero también convivieron, musulmanes y cristianos, hasta la caída del reino
de Granada en 1492.
Este hecho consolidó una línea de demarcación entre el islam y el cristianismo
que perdura hasta la actualidad, el estrecho de Gibraltar.
Por su parte, Constantinopla, la capital del imperio bizantino, fue atacada sin éxito
desde el 674, y solo fue conquistada en 1453 por los turcos otomanos, que en
el siglo siguiente extendieron sus conquistas y el islam por el centro de Europa
hasta las fronteras de Polonia y Austria. El límite lo marcaron los dos intentos
fallidos de conquistar Viena, en 1529 y 1683.
Posteriormente, el imperio otomano fue replegándose y perdió sus territorios
europeos, pero todavía perduran zonas con mayoría de población musulmana
en los Balcanes, como en Albania o en Bosnia.
El islam cada vez está más presente en Europa, pero no se trata ya de una invasión
violenta, sino que es la consecuencia de la llegada de trabajadores inmigrantes que
proceden de países musulmanes: paquistaníes en Gran Bretaña, turcos en Alemania
y magrebíes (argelinos, tunecinos y marroquíes) en Francia, Italia o España.
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