La Historia
nos habla de ocho Cruzadas, lIamémoslas "oficiales", que, desde los siglos
XI a XIII, intentaron la reconquista de los Santos Lugares. Pero además de
éstas, hubo también otras Cruzadas populares, que terminaron en rotundos
fracasos, casi al igual que las demás.
Una de
las más curiosas fue la llamada "Cruzada de los Niños" En 1212 miles
de niños y adolescentes alemanes y franceses se reunieron para marchar hacia
Jerusalén y recuperar el Santo Sepulcro. La idea de esta cruzada consistía en
que Dios no podía mostrarse insensible a la inocencia de la infancia y permitiría
el triunfo sobre los turcos, imposible hasta el momento por la arrogancia y la
sangre que vertían los orgullosos guerreros cristianos.
La
cruzada estaba dirigida por dos niños: Stephan de 13 años, que guiaba a los
franceses y Nicolás, de 15, que hacía lo propio con los alemanes. Se calcula
que participaron en esta aventura cerca de 30.000 franceses y 40.000 alemanes, acompañados
por algunos hombres y mujeres jóvenes, algunos de los cuales estaban muy lejos
de la finalidad perseguida y sólo deseaban aprovecharse de los niños.
Los
alemanes cruzaron los Alpes por un paso desconocido y se puede decir que desde
su inicio, comenzaron las bajas. Muchos murieron de hambre, de frío y cansancio,
y unos 1.000 llegaron al puerto de Génova en agosto de 1212. Algunos pagaron su
viaje hasta Jerusalén y el resto fueron bendecidos por el papa Inocencia 111, en
Roma, embarcando en Ostia hacia las costas africanas. Los franceses siguieron
el curso de Ródano y llegaron a Marsella para embarcar. Por delante tenían más
de 3.500 kilómetros. Los armadores les ofrecieron siete navíos para el viaje y tan
sólo dos llegaron a las costas de Cerdeña. Las demás se dirigieron a Argel y Egipto
donde los niños se vendieron para los burdeles de las ciudades y como esclavos.
Algunos pocos supervivientes llegaron, de milagro, a Jerusalén y allí se perdió
su rastro.
Esta
cruzada contaba con un antecedente: "la Cruzada de los Pobres" que tuvo
lugar a finales del siglo XI. 15.000 personas, que poco tenían que perder, procedentes
de la Francia central, Baviera y Suavia, se movilizaron hacia Tierra Santa. Prácticamente
todos murieron por los caminos europeos y de Oriente Medio después de sufrir
todo tipo de penalidades. Otro movimiento de estas características, pero que no
puede calificarse como propiamente de cruzada, fue el que tuvo lugar en Francia
entre los pastores y campesinos cuando supieron que su rey, Luis IX, estaba
preso en Egipto. Bajo la dirección de un monje cisterciense, Jacobo de Hungría,
se pusieron en marcha miles de ellos, pero esta expedición derivó en algo bien
distinto: una auténtica revolución campesina que saqueó las posesiones feudales
y que, al final, acabó reprimida por los ejércitos reales.
La
situación de Europa en aquellos momentos puede darnos una explicación sobre el
porqué de estos movimientos: la profunda fe religiosa de la época, pero también
la miseria, las plagas, el hambre y la guerra que hacían soñar a las gentes con
un mundo mejor que tal vez hallasen en Oriente. Las creencias en la llegada del
Juicio Final y las pocas expectativas de supervivencia en el mundo cruel de
estos siglos les hizo concebir a muchos la esperanza de que, por lo menos, muriendo
por los Santos Lugares tendrían una plaza asegurada en el Paraíso.
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