(PIETRO de MURRONE)
Nació en 1215, en la provincia Napolitana de Molina; electo en Perugia
el 5 de Julio, 1294; consagrado y Coronado en Aquila el 29 de Agosto;
abdicó en Napoles el 13 de Diciembre, 1294; murió en el Castillo de
Fumone el 19 de Mayo de 1296. Fue de humilde ascendencia, llegó a ser
monje Benedictino a la edad de 17 aÑos y fue ordenado sacerdote en Roma.
Su amor por la soledad le llevó a internarse en las grutas del Monte
Murrone en los Abruzios (de donde tomó su sobrenombre), y más tarde se
internó en la soledad del Monte Majella. Copió el modelo de Juan El
Bautista, usando ropas ásperas atadas con un nudo y una cadena de hierro
abarcaba su escuálida figura. Ayunaba cada día excepto los Domingos;
durante la Cuarezma el guardaba cuatro días, pasando tres de ellos a pan
y agua; el día entero y parte de la noche lo consagraba a la oración y
al trabajo. Como ocurre generalmente en los casos de santidad, el deseo
de Pietro por la soledad no era concedido. Habian muchos seguidores que
imitaban su estilo de vida, antes de su muerte habían 36 monasterios,
600 religiosos, honrando su nombre papal (Celestino). La orden fue
aprobada como una rama de los Benedictionos por Urbano IV en 1264. Esta
congregación de (Benedictinos) Celestinos no debe ser confundida con la
orden (Franciscana) Celestinos, llamados “espirituales” a quién el Papa
Celestino permitió en 1294 vivir como ermitaños de acuerdo a la regla de
San Francisco, pero dependientes de los superiores Franciscanos. En
gratitud ellos se llamaron despues del papa (Pauperes eremitae Domini
Celestine), pero fueron disueltos y dispersos en 1302 por Bonifacio
VIII. quiénes legitimaron las disputas de los Espirituales.
(Heimbucherm, Orden und Kongregationen 2nd ed. Paderborn, 1907); I, 280;
II, 360).
En 1284, Pietro, cansado de gobernar, dejó a su vicario Roberto a cargo y se internó en las grutas. Sería bueno que algún estudiante Católico invirtiera tienpo investigando la vida espiritual de aquella época; por lo que es cierto que el ermitaño piadoso no aprobó los principios heréticos sostenidos por los líderes, e igualmente cierto que los fanáticios hicieron abundante uso de su nombre durante su vida y después de su muerte.
En Julio de 1294, sus piadosos ejercicios fueron interrumpidos súbitamente, por una escena sin paralelo en la historia de la iglesia. Tres eminentes dignatarios, acompañados de una inmensa multitud de monjes y laicos, ascendió la montaña, y anunció que Pietro había sido escogido Papa por votación unánime del Sagrado Colegio Cardenalicio y humildemente le solicitaron que aceptara ese honor. Dos años y tres meses habían transcurrido desde la muerte de Nicolás IV (4 de Abril, 1292) sin mucho prospecto de que el Cónclave en Perugia votara a favor de un candidato. De los doce Cardenales que componían el Sacro Colegio seis eran Romanos, cuatro Italianos y dos Franceses. El espíritu intrigante de los Guelph and Gibelinos, que era epidémico en Italia, dividía el Cónclave, así como la ciudad de Roma, en dos partidos hostiles el de los Orsini y el de los Colonna. Una visita personal a Perugia, en la primavera de 1294, de Carlos II de Nápoles, quién necesitaba la autoridad papal para gobernar Sicilia, solamente exasperó los ánimos, fuertes palabras fueron intercambiadas entre el monarca Angevin y el Cardenal Caetani, y al mismo tiempo con el intelectual líder de los Colonna el que más tarde sería el Papa Bonifacio VIII, su más acérrimo enemigo. Cuando la situación era desesperante, el Cardenal Latino Orsini amonestó a los Cardenales que Dios había designado a un santo ermitaño y que si los Cardenales no llevaban a cabo su tarea dentro de cuatro meses, Dios visitaría la Iglesia con severos castigos. Todos sabían que se refería a Pietro de Murrone. La proposición fue aprovechada por el exhausto conclave y la elección fue llevada a cabo por unanimidad. Piedro oyó de su consagración con lágrimas en los ojos; pero después de una breve oración, obedeció lo que parecía ser la voz de Dios, ordenándole a sacrificar sus aspiraciones personales en aras del bienestar del pueblo. Luchar era imposible, incluso si hubiese contemplado esa posibilidad. Muy pronto las noticias atrajeron multitudes que, (en número de 200,000) le rodearon. Su consagración fue particularmente bienvenida por los Espirituales, quiénes vieron la realización de las profecías de que el reino del Espíritu Santo había llegado y lo proclamaron como el “primer Papa rico” (Infierno, Canto XIX). El Rey Carlos de Nápoles, y su hijo Carlos de Martel, Rey de Hungría, tomaron al Papa Celestino bajo su honorable custodia.
En respuesta a la petición de los Cardenales, de que el llegaria a Perugia a ser Coronado, Pietro, bajo la instigación de Carlos, convocó al Sacro Colegio a encontrarse con el en Aquila, un pueblo fronterizo del Reinado de Nápoles. Pietro entró cabalgando un manso borrico, entre los dos monarcas, solamente tres de los cardenales habían llegado, el rey ordenó que fuese Coronado, ceremonia que se repitió en una forma tradicional algunos dias mas tarde (una doble coronación papal). El Cardenal Latino estaba tan desconsolado con el curso de los acontecimientos que se sintió enfermo y murió. Pietro tomó el nombre de Celestino V. Cometió muchos errores en el curso de cinco meses. No hay registro de ellos, porque los actos oficiales fueron anulados por su sucesor. El 18 de Septiembre el nombró doce nuevos cardenales, siete de los cuales eran Franceses, y el resto con una posible excepción, Napolitanos, anticipando el camino a Avignon y el Gran Cisma. Dies dias después el presiona a los Cardenales a que renueven la rigurosa ley de Gregorio X, regulando el Cónclave, que Adrian V había suspendido. En Monte Casino, en su camino a Nápoles, se esfuerza por varias las reglas de la hermita y se muestra complaciente con todos. En Benevento el nombra Cardenal al Obispo de la ciudad, sin observar las formas tradicionales. mientras los asuntos urgentes de oficina se acumulan, llega a nombrar a tres personas diferentes para un mismo cargo. En consecuencia, los asuntos de la Curia cayeron en un desorden extremo. Al llegar a Nápoles, se hizo construir una celda de monje, igual a la que el amaba en su retiro de Abruzzi. Los asuntos de Estado le tomaban mucho tiempo para poder dedicarse a sus ejercicios de piedad. El sintió que su alma estaba en peligro. El pensamiento de la abdicación parece haber ocurrido simultáneamente al Papa y a los descontentos Cardenales, a quiénes el raramente consultaba.
La idea de la abdicación fue originada con el Cardenal Caetani pero negada más tarde por el mismo. Los canónicos serios dudaban: Puede un papa renunciar? el no tiene un superior en la tierra, quién está autorizado a aceptar su renuncia? La solución al problema fue resuelta por el Cardenal Caetani, un jurista, reconocido conocedor del derecho de la iglesia quién busca los argumentos legales para la renuncia y quién basó su conclusion en el sentido común y los derechos de la preservación de la Iglesia misma.
En el “Liber Sextus” I, VII, 1 el Cardenal Caetani, quién llega a ser Bonifacio VIII, extiende el siguiente decreto : “Algunas personas curiosas, argumentan sobre asuntos no convenientes, precipitadamente, con poca prevision, contra la enseñanza de los Apóstoles, quieren conocer más de lo que está permitido con ansiedad y duda. Depende del Romano Pontífice, renunciar al papado con honor, especialmente cuando se reconoce el mismo incapaz de regir la Iglesia Católica Universal y considerando la carga que esto supone para el Sumo Pontífice. El Papa Celestino V, nuestro predecesor, deseando acabar con toda indecision acerca del asunto de la renuncia, y habiendo deliberado con sus hermanos de comunidad, los Cardenales de la Iglesia Romana, quiénes son uno, y con el visto bueno y asentimiento de todos nosotros y por la autoridad Apostólica establecida, se ha decretado de que el Romano Pontífice puede libremente renunciar. Por consiguiente, para que esta promulgación con el transcurso del tiempo, no quede en el olvido y para que cualquier duda pueda revivir la discusión, ha sido puesta entre otras constituciones, bajo perpetua memoria según el consejo de nuestros hermanos”.
Cuando se conoció la noticia de que Celestino contemplaba renunciar, la excitación en Nápoles fue intensa. El Rey Carlos, quién había iniciado esta crisis, organizó una gran oposición. Una procesión de clérigos y monjes rodeó el Castillo, y con lágrimas en los ojos y oraciones imploraron al Papa a que continuara al mando. Celestino no estaba de acuerdo y dió una respuesta evasiva. Habia una multitud cantando el Te Deum la cual se retiró. Una semana más tarde (13 de Diciembre) la resolución de Celestino fue irrevocablemente firme; reuniendo a los Cardenales, leyó la constitución mencionada por Bonifacio en el “Liber Sextus”, anunció su renuncia y proclamó a los Cardenales libres de hacer una nueva elección. Después de un período de nueve días bajo la legislación de Gregorio X, los Cardenales entraron al Cónclave y Beneditco Caetani fue proclamado Papa con el nombre de Bonifacio VIII. Después de revocar muchos de los cambios hechos por Celestino, Bonifacio trajo a Roma a Celestino vestido ahora con ropas humildes. Lo forzó a tenerlo bajo custodia. Celestino permaneció en una celda en Abruzzi, escapó a San Germano ante la alegría de los monjes que lo ven reaparecer en Majella. Bonifacio ordenó su arresto; pero Celestino evadió a sus perseguidores por muchos meses resguardándose en las montañas y bosques. Finalmente trató de cruzar el mar Adriático hacia Grecia, pero, impedido de hacerlo por una tempestad, fue capturado a los pies del Monte Gargano y devuelto a las manos de Bonifacio quién lo confinó en una estrecha celda en el Castillo de Fumone cerca de Anagni (Analecta Bollandiana, 1897, XVI, 429-30). Ahí, después de ayunar y orar durante nueve meses, cuidadosamente atendido y vigilado por dos monjes y rudamente tratado por los guardias, llegó al final de su extraordinaria vida a la edad de noventa y cinco años. Es una calumnia que Bonifacio le haya tratado duramente y que le haya asesinado. Algunos años después de su canonización por Clemente V en 1313, sus restos fueron transferidos de Ferentino a la Iglesia de su orden en Aquila, donde son objeto hasta la fecha de gran veneración. Su fiesta es celebrada el 19 de Mayo.
Acta SS. May, IV, 419; Bibl. hagiogr. Latina, 979 seq.; Analecta Bollandiana (1897), XVI, 365-82 (the oldest life of Celestine); CELIDONIO, Vita di S. Pietro del Morrone, Celestino papa quinta, scritta su' documenti coevi (Sulmona, 1896); IDEM, La non-autenticita degli Opuscula Coelestina (ibid., 1896; these opuscula edited by TELERA, Naples, 1640, may have been dictated, but not composed by Celestine); ROVIGLIO, La rinuncia de Celestino V (Verona, 1894); AUTINORI, Celestino V ed il sesto anniversario della sua coronazione (Aquila, 1894); RAYNALDUS, Ann. eccl. ad ann. 1294-96; HEFELE, Conciliengeschichte, V; also the histories of the City of Rome by VON REUMONT and by GREGOROVIUS.
JAMES F. LOUGHLIN Transcrito por WGKofron Traducido por Nydia de Rayo
En 1284, Pietro, cansado de gobernar, dejó a su vicario Roberto a cargo y se internó en las grutas. Sería bueno que algún estudiante Católico invirtiera tienpo investigando la vida espiritual de aquella época; por lo que es cierto que el ermitaño piadoso no aprobó los principios heréticos sostenidos por los líderes, e igualmente cierto que los fanáticios hicieron abundante uso de su nombre durante su vida y después de su muerte.
En Julio de 1294, sus piadosos ejercicios fueron interrumpidos súbitamente, por una escena sin paralelo en la historia de la iglesia. Tres eminentes dignatarios, acompañados de una inmensa multitud de monjes y laicos, ascendió la montaña, y anunció que Pietro había sido escogido Papa por votación unánime del Sagrado Colegio Cardenalicio y humildemente le solicitaron que aceptara ese honor. Dos años y tres meses habían transcurrido desde la muerte de Nicolás IV (4 de Abril, 1292) sin mucho prospecto de que el Cónclave en Perugia votara a favor de un candidato. De los doce Cardenales que componían el Sacro Colegio seis eran Romanos, cuatro Italianos y dos Franceses. El espíritu intrigante de los Guelph and Gibelinos, que era epidémico en Italia, dividía el Cónclave, así como la ciudad de Roma, en dos partidos hostiles el de los Orsini y el de los Colonna. Una visita personal a Perugia, en la primavera de 1294, de Carlos II de Nápoles, quién necesitaba la autoridad papal para gobernar Sicilia, solamente exasperó los ánimos, fuertes palabras fueron intercambiadas entre el monarca Angevin y el Cardenal Caetani, y al mismo tiempo con el intelectual líder de los Colonna el que más tarde sería el Papa Bonifacio VIII, su más acérrimo enemigo. Cuando la situación era desesperante, el Cardenal Latino Orsini amonestó a los Cardenales que Dios había designado a un santo ermitaño y que si los Cardenales no llevaban a cabo su tarea dentro de cuatro meses, Dios visitaría la Iglesia con severos castigos. Todos sabían que se refería a Pietro de Murrone. La proposición fue aprovechada por el exhausto conclave y la elección fue llevada a cabo por unanimidad. Piedro oyó de su consagración con lágrimas en los ojos; pero después de una breve oración, obedeció lo que parecía ser la voz de Dios, ordenándole a sacrificar sus aspiraciones personales en aras del bienestar del pueblo. Luchar era imposible, incluso si hubiese contemplado esa posibilidad. Muy pronto las noticias atrajeron multitudes que, (en número de 200,000) le rodearon. Su consagración fue particularmente bienvenida por los Espirituales, quiénes vieron la realización de las profecías de que el reino del Espíritu Santo había llegado y lo proclamaron como el “primer Papa rico” (Infierno, Canto XIX). El Rey Carlos de Nápoles, y su hijo Carlos de Martel, Rey de Hungría, tomaron al Papa Celestino bajo su honorable custodia.
En respuesta a la petición de los Cardenales, de que el llegaria a Perugia a ser Coronado, Pietro, bajo la instigación de Carlos, convocó al Sacro Colegio a encontrarse con el en Aquila, un pueblo fronterizo del Reinado de Nápoles. Pietro entró cabalgando un manso borrico, entre los dos monarcas, solamente tres de los cardenales habían llegado, el rey ordenó que fuese Coronado, ceremonia que se repitió en una forma tradicional algunos dias mas tarde (una doble coronación papal). El Cardenal Latino estaba tan desconsolado con el curso de los acontecimientos que se sintió enfermo y murió. Pietro tomó el nombre de Celestino V. Cometió muchos errores en el curso de cinco meses. No hay registro de ellos, porque los actos oficiales fueron anulados por su sucesor. El 18 de Septiembre el nombró doce nuevos cardenales, siete de los cuales eran Franceses, y el resto con una posible excepción, Napolitanos, anticipando el camino a Avignon y el Gran Cisma. Dies dias después el presiona a los Cardenales a que renueven la rigurosa ley de Gregorio X, regulando el Cónclave, que Adrian V había suspendido. En Monte Casino, en su camino a Nápoles, se esfuerza por varias las reglas de la hermita y se muestra complaciente con todos. En Benevento el nombra Cardenal al Obispo de la ciudad, sin observar las formas tradicionales. mientras los asuntos urgentes de oficina se acumulan, llega a nombrar a tres personas diferentes para un mismo cargo. En consecuencia, los asuntos de la Curia cayeron en un desorden extremo. Al llegar a Nápoles, se hizo construir una celda de monje, igual a la que el amaba en su retiro de Abruzzi. Los asuntos de Estado le tomaban mucho tiempo para poder dedicarse a sus ejercicios de piedad. El sintió que su alma estaba en peligro. El pensamiento de la abdicación parece haber ocurrido simultáneamente al Papa y a los descontentos Cardenales, a quiénes el raramente consultaba.
La idea de la abdicación fue originada con el Cardenal Caetani pero negada más tarde por el mismo. Los canónicos serios dudaban: Puede un papa renunciar? el no tiene un superior en la tierra, quién está autorizado a aceptar su renuncia? La solución al problema fue resuelta por el Cardenal Caetani, un jurista, reconocido conocedor del derecho de la iglesia quién busca los argumentos legales para la renuncia y quién basó su conclusion en el sentido común y los derechos de la preservación de la Iglesia misma.
En el “Liber Sextus” I, VII, 1 el Cardenal Caetani, quién llega a ser Bonifacio VIII, extiende el siguiente decreto : “Algunas personas curiosas, argumentan sobre asuntos no convenientes, precipitadamente, con poca prevision, contra la enseñanza de los Apóstoles, quieren conocer más de lo que está permitido con ansiedad y duda. Depende del Romano Pontífice, renunciar al papado con honor, especialmente cuando se reconoce el mismo incapaz de regir la Iglesia Católica Universal y considerando la carga que esto supone para el Sumo Pontífice. El Papa Celestino V, nuestro predecesor, deseando acabar con toda indecision acerca del asunto de la renuncia, y habiendo deliberado con sus hermanos de comunidad, los Cardenales de la Iglesia Romana, quiénes son uno, y con el visto bueno y asentimiento de todos nosotros y por la autoridad Apostólica establecida, se ha decretado de que el Romano Pontífice puede libremente renunciar. Por consiguiente, para que esta promulgación con el transcurso del tiempo, no quede en el olvido y para que cualquier duda pueda revivir la discusión, ha sido puesta entre otras constituciones, bajo perpetua memoria según el consejo de nuestros hermanos”.
Cuando se conoció la noticia de que Celestino contemplaba renunciar, la excitación en Nápoles fue intensa. El Rey Carlos, quién había iniciado esta crisis, organizó una gran oposición. Una procesión de clérigos y monjes rodeó el Castillo, y con lágrimas en los ojos y oraciones imploraron al Papa a que continuara al mando. Celestino no estaba de acuerdo y dió una respuesta evasiva. Habia una multitud cantando el Te Deum la cual se retiró. Una semana más tarde (13 de Diciembre) la resolución de Celestino fue irrevocablemente firme; reuniendo a los Cardenales, leyó la constitución mencionada por Bonifacio en el “Liber Sextus”, anunció su renuncia y proclamó a los Cardenales libres de hacer una nueva elección. Después de un período de nueve días bajo la legislación de Gregorio X, los Cardenales entraron al Cónclave y Beneditco Caetani fue proclamado Papa con el nombre de Bonifacio VIII. Después de revocar muchos de los cambios hechos por Celestino, Bonifacio trajo a Roma a Celestino vestido ahora con ropas humildes. Lo forzó a tenerlo bajo custodia. Celestino permaneció en una celda en Abruzzi, escapó a San Germano ante la alegría de los monjes que lo ven reaparecer en Majella. Bonifacio ordenó su arresto; pero Celestino evadió a sus perseguidores por muchos meses resguardándose en las montañas y bosques. Finalmente trató de cruzar el mar Adriático hacia Grecia, pero, impedido de hacerlo por una tempestad, fue capturado a los pies del Monte Gargano y devuelto a las manos de Bonifacio quién lo confinó en una estrecha celda en el Castillo de Fumone cerca de Anagni (Analecta Bollandiana, 1897, XVI, 429-30). Ahí, después de ayunar y orar durante nueve meses, cuidadosamente atendido y vigilado por dos monjes y rudamente tratado por los guardias, llegó al final de su extraordinaria vida a la edad de noventa y cinco años. Es una calumnia que Bonifacio le haya tratado duramente y que le haya asesinado. Algunos años después de su canonización por Clemente V en 1313, sus restos fueron transferidos de Ferentino a la Iglesia de su orden en Aquila, donde son objeto hasta la fecha de gran veneración. Su fiesta es celebrada el 19 de Mayo.
Acta SS. May, IV, 419; Bibl. hagiogr. Latina, 979 seq.; Analecta Bollandiana (1897), XVI, 365-82 (the oldest life of Celestine); CELIDONIO, Vita di S. Pietro del Morrone, Celestino papa quinta, scritta su' documenti coevi (Sulmona, 1896); IDEM, La non-autenticita degli Opuscula Coelestina (ibid., 1896; these opuscula edited by TELERA, Naples, 1640, may have been dictated, but not composed by Celestine); ROVIGLIO, La rinuncia de Celestino V (Verona, 1894); AUTINORI, Celestino V ed il sesto anniversario della sua coronazione (Aquila, 1894); RAYNALDUS, Ann. eccl. ad ann. 1294-96; HEFELE, Conciliengeschichte, V; also the histories of the City of Rome by VON REUMONT and by GREGOROVIUS.
JAMES F. LOUGHLIN Transcrito por WGKofron Traducido por Nydia de Rayo
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