martes, 25 de noviembre de 2014

Cura de Ars

San Juan María Vianney
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Juan María Vianney
Santo Cura de Ars
Nombre Jean-Baptiste-Marie Vianney
Nacimiento 8 de mayo de 1786
Dardilly, (Francia)
Fallecimiento 4 de agosto de 1859
Ars-sur-Formans, (Francia)
Venerado en Iglesia católica
Beatificación 8 de enero de 1905 por San Pío X
Canonización 31 de mayo de 1925 por Pío XI
Principal Santuario Basílica de Ars, en Ars-sur-Formans
Festividad 4 de agosto
Patronazgo Párrocos
Juan Bautista María Vianney (* Dardilly, 8 de mayo de 1786 – † Ars-sur-Formans, 4 de agosto de 1859), conocido como el Santo Cura de Ars, fue un presbítero francés proclamado patrono de los sacerdotes católicos, especialmente de los que tienen cura de almas (párrocos).
Su humildad, su predicación, su discernimiento y saber espontáneos, y su capacidad para generar el arrepentimiento de los penitentes por los males cometidos fueron proverbiales. Administrador del sacramento de la penitencia durante cuatro décadas a razón de más de diez horas diarias, llegó a hacerlo entre dieciséis y dieciocho horas por día durante trece años, desde 1830 hasta que enfermó en 1843. Se lo considera uno de los grandes confesores de todos los tiempos.1 De él escribió Juan Pablo II:
Me impresionaba profundamente, en particular su heroico servicio de confesonario. Este humilde sacerdote que confesaba más de diez horas al día comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas horas, había logrado, en un difícil periodo histórico, provocar una especie de revolución espiritual en Francia y fuera de ella. Millares de personas pasaban por Ars y se arrodillaban en su confesonario.2

Biografía

Sus primeros años

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Casa natal de Juan María Vianney, hoy convertida en museo, ubicada en la comuna de Dardilly, en el departamento francés de Ródano. Con excepción de los períodos en que sirvió en el ejército y en que se formó en el seminario, Vianney vivió en esta casa hasta el inicio de su ministerio en el pueblo de Ars. En la imagen superior, la fachada del edificio actual. En la inferior, el dormitorio.
Nació en Dardilly, al noroeste de Lyon, Francia. Hijo de Matthieu Vianney y Marie Beluze, fue el tercero de seis hermanos, de una familia campesina.
Después de una breve estadía en la escuela comunal, en 1806, el cura de Ecully, M. Balley, abrió una escuela para aspirantes a eclesiásticos, y Juan María fue enviado a ella. Aunque era de inteligencia mediana y sus maestros nunca parecieron haber dudado de su vocación, sus conocimientos eran extremadamente limitados, acotados a un poco de aritmética, historia, y geografía. Encontró el aprendizaje excesivamente difícil, especialmente el estudio del latín. Uno de sus compañeros, Matthias Loras, más tarde primer obispo de Dubuque, le ayudaba con sus lecciones de latín. Como otros muchos seminaristas, hizo una peregrinación al santuario de San Juan Francisco Régis en Lalouvesc (1806). Ese mismo año fue dispensado del servicio militar en su calidad de aspirante al sacerdocio.
Sin embargo, fue llamado a filas en 1809, y el 26 de octubre, el joven recluta ingresó al cuartel de Lyon para ser enviado al ejército napoleónico que invadía España, vía Roanne.
El 6 de enero de 1810, Juan María desertó, y con la identidad de Jerónimo Vincent, se ocultó en los bosques del Forez, en los alrededores de Noes. Liberado del servicio militar y de su situación irregular por el enrolamiento anticipado de su hermano menor, el desertor regresó en octubre de 1810 a casa del párroco Balley. Recibió la tonsura el 28 de mayo siguiente.

Seminario y ordenación sacerdotal

Ingresó finalmente al Seminario Menor de Verriéres a los 26 años, para cursar filosofía en francés pues su «debilidad -en los estudios- es extrema». Allí fue compañero de curso de otro santo, Marcelino Champagnat, fundador de los Hermanos Maristas.
El 13 de agosto de 1815 fue ordenado sacerdote por monseñor Simon, obispo de Grenoble. Fue enviado a Ecully como ayudante de monseñor Don Balley, quien había sido el primero en reconocer y animar la vocación de Vianney. Don Balley ya había intercedido por él ante los examinadores cuando Juan María fue expulsado del Seminario Mayor por no ser considerado idóneo para los estudios de preparación al ministerio sacerdotal. Don Balley asumió toda la responsabilidad por él, y fue su modelo tanto como su preceptor y protector.

La parroquia de Ars

En febrero de 1818, tras la muerte de Don Balley, Vianney fue hecho canónigo de Ars, una aldea no muy lejos de Lyon. En verdad, Ars se convirtió en parroquia en 1821, y hasta entonces Vianney fue solo vicario o teniente cura de Ars, sometido a la autoridad del párroco de la vecina aldea de Misérieux. Ars era entonces «el último pueblo de la diócesis»,3 con alrededor de 250 habitantes, mayormente de condición humilde. El presbiterio tenía cinco habitaciones amuebladas por Mademoiselle d'Ars, pero de todo ese moblaje, Vianney solo se quedó con una cama, dos mesas viejas, un aparador, unas pocas sillas y una sartén. El resto lo devolvió a Mademoiselle d'Ars.
Cocina de Juan María Vianney.
Pues el nuevo párroco estaba convencido de que había solo dos maneras de convertir a la aldea: por medio de la exhortación, y haciendo él penitencia por los feligreses. Comenzó por esto último. Regaló un colchón a un mendigo; dormía sobre el piso en una habitación húmeda de la planta baja o en el desván, o sobre una tabla en su cama con un leño por almohada; se disciplinaba con una cadena de hierro; no comía prácticamente nada, dos o tres papas mohosas a mediodía, y algunas veces pasaba dos o tres días sin comer en absoluto; se levantaba poco después de medianoche y se dirigía a la iglesia, donde permanecía de rodillas y sin ningún apoyo hasta que llegaba la hora de celebrar misa. Para una época moderna y voraz, ansiosa de evitar las molestias a cualquier precio, las mortificaciones del presbítero Vianney parecerán carentes de sentido, crueles, necias, e incluso quizá perversamente masoquistas. Pero en La filosofía perenne, Aldous Huxley muestra que solo a los austeros se les concede un conocimiento místico de Dios. Expresa que no sabemos por qué es así; solo sabemos que es así.
[...] Años más tarde, cuando hubo convertido a su parroquia y Ars ya no era Ars,Nota 1 dijo a un sacerdote a quien afligía la tibieza de sus propios feligreses: «¿Ha predicado usted? ¿Ha rezado usted? ¿Ha ayunado usted? ¿Se ha disciplinado? ¿Ha dormido usted sobre una tabla? Mientras no haya hecho usted todo esto, no tiene derecho a quejarse».1
Fue en el ejercicio de las funciones de canónigo en esta remota aldea francesa en las que se hizo conocido en toda Francia y el mundo cristiano. Algunos años después de llegar a Ars, fundó una especie de orfanato para jóvenes desamparadas. Se le llamó "La Providencia" y fue el modelo de instituciones similares establecidas más tarde por toda Francia. El propio Vianney instruía a las niñas de "La Providencia" en el catecismo, y estas enseñanzas llegaron a ser tan populares, que se daban todos los días en la iglesia ante grandes multitudes.
Vista de la localidad de Ars, con la Basílica en la que se venera el cuerpo de san Juan María.
Aunque tuvo éxito, "La Providencia" tuvo que ser cedida en 1847 porque Juan María pensaba que no estaba justificado mantenerla frente a la oposición de mucha buena gente. Así, aunque se aseguró el futuro de esa institución tan querida por él, vivió la cesión con dolor.3 El apostolado de Vianney en Ars le ocasionó no pocos sufrimientos. Al principio hubo de soportar las calumnias de algunos parroquianos,Nota 2 y luego las difamaciones de los sacerdotes de las poblaciones cercanas.3 Nota 3
Pero la principal labor del Cura de Ars fue la dirección de almas. No llevaba mucho tiempo en Ars cuando la gente empezó a acudir a él de otras parroquias, luego de lugares distantes, más tarde de todas partes de Francia, y finalmente de otros países.
Ya en 1835, su obispo le prohibió asistir a los retiros anuales del clero diocesano porque «las almas le esperaban allí». Desde 1830 hasta que enfermó en 1843, pasó de dieciséis a dieciocho horas diarias en el confesonario, sin ayuda siquiera de un teniente cura, que recién le fue asignado en 1843, luego de haber enfermado gravemente y de apenas salvarse de la muerte.1 Incluso después de su enfermedad, continuó con su régimen de vida sumamente austero y sus confesiones. Su consejo era buscado por obispos, presbíteros, jóvenes y mujeres con dudas sobre su vocación, aristócratas y plebeyos, damas de sociedad, intelectuales y labriegos, personas con toda clase de dificultades y enfermos. En 1855, el número de peregrinos había alcanzado los veinte mil al año. Las personas más distinguidas visitaban el pueblo con la finalidad de ver al cura de Ars y oír su enseñanza cotidiana.
Estatua que representa a Juan María Vianney, en la iglesia de Sermentizon, en Puy-de-Dôme, Francia.
La iglesia estaba repleta durante todo el día, a partir de las primeras horas de la mañana. La gente formaba cola para recibir los sacramentos [...] La gente se arrodillaba en las capillas laterales,Nota 4 detrás del altar mayor, en el santuario, o permanecía de pie en la escalinata de la iglesia. Los penitentes debían pagar suplentes para que les guardaran el lugar mientras iban a almorzar. Los obispos aguardaban su turno como todo el mundo. Solo a los enfermos y a los impedidos se les concedía el privilegio de no formar cola, y el padre Vianney parecía intuir su presencia, pues abría la puerta del confesonario y los hacía salir de entre el gentío. Fue necesario abrir nuevos hoteles para dar alojamiento nocturno a los peregrinos, aunque en verano muchos de ellos dormían a campo abierto.
El cura dedicaba la mayor parte del día a los peregrinos. Comenzaba a escuchar confesiones a la una de la mañana y a veces a medianoche. Seguía confesando hasta las seis o siete, hora en que celebraba misa. En cuanto acababa su acción de gracias entraba (hasta 1834 sin romper el ayuno) en el confesonario nuevamente y permanecía allí hasta las diez y media, hora en que recitaba prima, tercia, sexta y nona, de rodillas frente al altar mayor. A las once prestaba instrucción catequística, después de lo cual escuchaba más confesiones. A mediodía almorzaba de pie, un tazón de sopa o de leche y unos gramos de pan seco. Después de visitar a los enfermos, regresaba a la iglesia, recitaba vísperas y completas y confesaba hasta las siete u ocho de la noche, hora en que rezaba el rosario desde el púlpito. Cinco horas más tarde estaba de vuelta en la iglesia para comenzar otra jornada de trabajo. Y esto continuó así, día tras día, durante más de treinta años.1
Murió el 4 de agosto de 1859. Sus restos mortales se conservan incorruptos en el santuario de Ars, el pequeño lugar al que dedicó su vida como presbítero y donde falleció.

Notas de la espiritualidad de Vianney

Su humildad

Escultura que representa a Juan María Vianney, el cura de Ars, realizada por Emilien Cabuchet en 1867. Joseph Toccanier, auxiliar de Vianney, pidió a Cabuchet que hiciera un retrato de su maestro. En 1858, el artista realizó un pequeño busto en cera. Después de la muerte de Vianney, Cabuchet esculpió ésta, su obra más famosa, en la que representa a Vianney orando de rodillas.
Durante casi todo el período de tiempo vivido en Ars, Juan María Vianney experimentó una profunda crisis, derivada en buena medida de considerarse a sí mismo incapaz y no idóneo para el ministerio pastoral. Deseaba retirarse en soledad.3 Era tan humilde que no se percataba de su propia humildad, y casi se hundía en la preocupación ante la idea de que jamás en la Historia de la Iglesia se había canonizado a un sacerdote parroquial.
Es terrible tener que comparecer ante Dios como sacerdote de una parroquia.1
Juan María Vianney
Vianney hacía caso omiso del comportamiento de muchos peregrinos y parroquianos que ya en vida lo consideraron un santo, o de vulgares coleccionistas de reliquias que llegaban a recortar trozos de su sotana mientras él pasaba entre la muchedumbre, o que robaban su breviario o catecismo para tener algo de él.1
Y aún en el último año de vida, cuando en la festividad de Corpus Christi, se sintió demasiado débil para transportar la eucaristía en procesión para su adoración, y solo pudo sostener la custodia para bendecir a la gente, lloraba mientras se preguntaba:
No sé si he realizado bien las funciones de mi ministerio.1
Juan María Vianney
La humildad, el amor y la fidelidad por su misión en la cotidianidad y simplicidad diarias fueron el esqueleto de su vocación.3 Y si bien recibió honores, los rechazó sistemáticamente. La cruz de la Legión de Honor que se le otorgara fue vista en público por primera vez cuando se la colocó en su ataúd.1

Su discernimiento

Fueron muchos, entre quienes se arrodillaron en el confesonario de Ars, los que aseguraron que Juan María Vianney parecía saber todo de ellos sin conocerlos. Resulta difícil desestimar esto, por el elevado número y variedad de esos testimonios.3 A modo de ilustración, se toman dos ejemplos citados por su historiador Francis Trochu y reproducidos por Antonio Royo Marín:
Un joven de Lyon [...] se había confesado con el cura de Ars. De repente, Vianney lo detuvo:
— Amigo, no lo has dicho todo.
— Ayúdeme usted, Padre; no puedo recordar todas mis faltas.
— ¿Y aquellos cirios que hurtaste en la sacristía de San Vicente?
Era exacto.4
— ¿Cuánto tiempo lleva usted sin confesarse? —preguntó un día Juan María Vianney a un pecador empedernido que le enviaron—.
— ¡Oh!, cuarenta años.
— Cuarenta y cuatro, replicó Vianney.
El hombre sacó un lápiz e hizo una resta en la pared.
— Es mucha verdad —confesó llanamente—.4
Parecía que Vianney conocía a quien tuviese delante, y ciertamente no por haber tenido relación anteriormente, o por haber recibido información previa, ni mucho menos por telepatía. Se considera que la única explicación posible del conjunto es que supiese «leer las conciencias», escrutar el interior del ser humano, e incluso enderezar su camino en el discernimiento vocacional y espiritual.3 Nota 5

Sus sermones

En 1845, el Cura de Ars confió sus sermones compuestos entre los años 1818 y 1827 al presbítero Adrien Colomb de Gast a fin de publicarlos en una librería de Lyon, con la previa y severa aprobación eclesiástica. Los hermanos del instituto canónico «Cinq Plaies» descifraron y transcribieron los sermones. Hoy solo se conservan 85 cuadernos que contienen 113 sermones enumerados en tal orden por el mismo santo. 81 cuadernos fueron llevados a la casa madre de las Canónicas Regulares de la Inmaculada Concepción. Al costado de este cofre se puso el sermón sobre los muertos en un cuadro con doble cristal. El sermón sobre los Macabeos fue llevado al Vaticano. El sermón sobre los deberes de los padres para con sus hijos fue confiado al arzobispo de Lyon. Los sermones 101 al 112 parecen haber sido destinados a los retiros, mientras que existen incluso dos o tres sermones para el mismo domingo o fiesta de guardar.5

Reconocimiento de la Iglesia católica y legado

Cuerpo incorrupto de san Juan María Vianney en el santuario de Ars.
El 3 de octubre de 1874 Juan Bautista María Vianney fue proclamado venerable por Pío IX y beatificado el 8 de enero de 1905. El papa Pío X lo propuso como modelo para el clero parroquial. En 1925 el papa Pío XI lo canonizó. Su fiesta se conmemora el 4 de agosto, ocasión en que se celebra además el día del párroco.
El papa Juan XXIII escribe en 1959 la encíclica Sacerdotii nostri primordia, en la cual realza, en el centenario de la muerte del Santo, las virtudes primordiales de todo sacerdote: la oración, la eucaristía y el celo apostólico.
Cincuenta años más tarde, el papa Benedicto XVI proclamó un año completo conmemorando los 150 años de san Juan María: del 19 de junio de 2009 al 11 de junio de 2010. Nombrado patrono de todos los sacerdotes católicos, ese año fue llamado el Año sacerdotal.6
A partir de su reconocimiento en la Iglesia católica, Juan María Vianney fue figura de referencia de los párrocos y motivo de comparación con otras personalidades en virtud de la dedicación pastoral. Así, Juan Pablo II asoció al presbítero José Gabriel Brochero —beato argentino conocido como «el cura Brochero»— con Juan María Vianney. El 7 de abril de 2009, el obispo Carlos José Ñáñez, señaló la respuesta que Juan Pablo II pronunció cuando se le explicó quién era Brochero:
«Entonces el cura Brochero sería el Cura de Ars de la Argentina»7 8
Juan Pablo II
Lo mismo reiteró el obispo de Cruz del Eje, Santiago Olivera, el 4 de mayo de 2009,8 y más tarde el arzobispo de Santa Fe y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, José María Arancedo.9

Notas

  1. El autor alude expresamente al estado de situación de Ars en 1818, cuando llegó Juan María Vianney: solo quedaban algunos cristianos, el resto había olvidado su religión o ni siquiera la había conocido. La gente no era declaradamente atea o anticlerical, pero vivía una religiosidad superficial y banal, esclava de sus propios gustos. Durante el ministerio de Vianney, prácticamente todos los habitantes de Ars terminaron por participar de la misa diariamente. En 1827 empezó lo que luego se llamaría «la peregrinación», en la que unos 20 visitantes por día llegaban desde distritos circundantes para confesarse con Vianney. Su fama tornó luego en tal que, de 1830 a 1859, llegaron hasta unos 400 extranjeros diariamente para confesarse con el cura. Fue preciso utilizar coches de ferrocarril especiales para trasportar a toda esa gente.
  2. Furiosos por la interrupción de sus placeres, los borrachos de los cabarets lo atacaron. Hicieron correr la voz de que la palidez del cura no se debía al ascetismo sino a la práctica del vicio. De noche cantaban canciones lascivas bajo su ventana. Salpicaban su puerta con inmundicias y decían que era el padre del hijo de una prostituta. Los rumores llegaron a oídos del obispo, quien se vio obligado a enviar al cura de Trévoux para realizar averiguaciones. Aunque las calumnias fueron desmentidas, el cura de Ars sufrió mucho.
  3. Las difamaciones llegaron incluso al despacho del obispo. Un sacerdote le dijo a monseñor Devie: «Al cura de Ars se lo considera bastante ignorante». Afortunadamente el cura de Ars contó con el apoyo del prelado, quien respondió: «No sé si es o no instruido, pero lo que sí sé es que está iluminado por el Espíritu Santo».
  4. Juan María Vianney agregó estas capillas laterales cuando amplió la iglesia.
  5. Antonio Royo Marín (op. cit., página 918) señala que han sido muchos los que gozaron de discernimiento espiritual. Los más conocidos son Tomás de Aquino, Felipe Neri, José de Cupertino, Francisco de Paula, Cayetano de Thiene, Andrés Avelino, Juan de Dios y, sobre todo, Rosa de Lima y Juan María Vianney. En tiempos contemporáneos se encuentran hechos notables de discernimiento en la vida de Teresa Neumann.

Referencias

  1. Marshall, Bruce (1965). «El cura de Ars». En Boothe Luce, Clare. Santos para el presente. Argentina: Compañía General Fabril Editora. pp. 293–316.
  2. Eugui, Julio (2004). Mil anécdotas de virtudes. Madrid: Ediciones Rialp. p. 130. ISBN 84-321-3515-1. Consultado el 20 de septiembre de 2013.
  3. Testa, L. (2000). «Juan María Vianney». En Leonardi, C.; Riccardi, A.; Zarri, G. Diccionario de los Santos, volumen II. Madrid: San Pablo. pp. 1379–1384. ISBN 84-285-2259-6.
  4. Royo Marín (1968). Teología de la perfección cristiana, p. 918
  5. Vianney, Juan María (22 de abril de 1925). «Preface aux sermons, Tomo I» (en francés). Consultado el 14 de octubre de 2013.
  6. Benedicto XVI (2009). «Carta para la convocación de un año sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del dies natalis del Santo Cura de Ars». Ciudad del Vaticano: Libr. Editrice Vaticana. Consultado el 20 de septiembre de 2013.
  7. Royo Mejía, Alberto; Godino Alarcón, José Ramón. Sacerdotes que dejaron huella en el siglo XX. Maxstadt, Francia: Editorial Vita Brevis. p. 280. ISBN 978-1-300-43027-8.
  8. «Mons. Olivera pide oraciones por la beatificación del Cura Brochero» (4 de mayo de 2009). Consultado el 14 de septiembre de 2013.
  9. Terra Networks (ed.): «El Cura Brochero, definido como el "Cura de Ars argentino"» (5 de agosto de 2013). Consultado el 14 de agosto de 2013.

Bibliografía

  • Trochu, Francis (2003). El Cura de Ars: el atractivo de un alma pura. 672 páginas. Madrid: Ediciones Palabra. ISBN 978-84-8239-722-1.
  • Royo Marín, Antonio (1968). Teología de la perfección cristiana. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

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