domingo, 13 de mayo de 2012

AÑO.

Los pueblos semitas de la Antigüedad en general, y los israelitas en particular, establecían su calendario por las fases de la luna. El mes comenzaba con la luna nueva y el año normal genía doce meses lunares (cf. 1R 4,7 por ej.) de veintinueve o treinta días; trescientos cincuenta y cuatro o trescientos cincuenta y seis días según el número de meses completos. Pero es del ciclo solar, no del de la luna, del que dependen el ritmo de las estaciones y a través de ellas los partos de los rebaños y las cosechas y las mieses, marcadas por las celebraciones litúrgicas en fecha fija. El desajuste de unos diez días por año entre el año lunar y el año solar habría obligado en poco tiempo a celebrar, por ejemplo la "fiesta de las primicias del trigo (Éx 34,22)" en época de labranza o sementera... Para corregir el desajuste, se añadió (de forma experimental y cada dos o tres años) un mes más al año. Así, cuando existía el riesgo de que la Pascua cayera antes del equinoccio de primavera, el año constaba de trece meses.

Según la más antigua tradición de Israel, el año comenzaba con el mes de Tirí o Etanim (Septiembre-Octubre). Después del Exilio se impuso la costumbre oriental: el año comienza en primavera con el mes de Nisán o Abib. Y así es como lo entiende el conjunto de redactores de los textos bíblicos en la forma que conocemos, cuando designan a los meses con un número de orden (ej. Lv 23,34; 1R 12,32-33; Esd 3,1; Est 2,16; Mac 4,52 etc.).

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