I.
En los sinópticos. En Mt y Mc Jesús exhorta la enmienda o cambio de
vida (cf. Mt 3,8; Le 3,8) como preparación al reinado de Dios que llega
(Mt 4,17; Me 1,15). En Mt 3,2, la misma exhortación aparece antes en
boca de Juan Bautista.
a) En Mc, el término «pecados» (gr. hamartíai), según
la tradición profética, denota las injusticias (cf. Is 1,17s); aparece
dos veces, en ambas referido a la vida antes de dar la adhesión a Jesús
(1,5; 2,5). Nunca se emplea para los seguidores de Jesús (cf. 11,25: paraptomata).
El
pecado no consiste ya en transgredir una norma, sino en la maldad que
sale de dentro y daña a uno mismo o al prójimo (Mc 7,14-23 par.). Es de
suma gravedad escandalizar con el deseo de preeminencia a los que
quieren seguir a Jesús (Mt 18, 1-7; Mc 9,33-37.42; cf. Lc 17,1- 4).
Autodisciplina para no escandalizar (Mc 9,43-48 par.).
El
perdón de Dios es total, sin humillar (Lc 15,18-24), produce
agradecimiento (7,41s.47), que obliga a perdonar a los demás (Mt
18,21-35). Quien no perdona a su prójimo no puede ser perdonado por Dios
(Mt 6,14s), ni escuchado (Mt 5,23s; Mc 11,25; vf. Mt 6,12.14s; Lc
11,4). Perdón ilimitado (Mt 18,21s; Le 17,3s); el máximo del perdón se
muestra en el amor a los enemigos (Mt 5,43-48 par.; cf. Lc 23,34).
b} El
término «pecador» tiene con frecuencia un sentido de notoriedad social,
aplicándose a los descreídos o irreligiosos y a gente de bajo nivel
moral; en boca de los fariseos designaba a los que no seguían su
interpretación estricta de la Ley (Mt 9, 10s.13; Mc 2,15-17; Lc 5,30.32;
6,32-34; 15,1.2)
Jesús
frecuenta la compañía de los pecadores, come con ellos (Mt 9,10-13
par.); en Mt, elige a uno para el círculo de los Doce (Mt 9,9; 10,3). Lo
siguen en gran número (Mc 2,15), acuden a él en masa (Lc 15,1), se
invita él mismo a casa de Zaqueo (Le 19,1-10). Esto le valió una especie
de mote (Mt 1,19; Lc 7,34). Justifica su actitud ante los comentarios
malévolos (Mt 9,12s par.); responde con tres parábolas a los fariseos
(Lc 15,1-32).
Todo
pecado puede perdonarse, excepto el insulto contra el Espíritu Santo,
la mala fe que, cerrando los ojos a la evidencia, atribuye al diablo la
acción de Dios (Mc 3,28-30 par.).
En
el grupo de discípulos Jesús dice al ofendido que tome la iniciativa
para restaurar la unidad (Mt 18,15); al que no acepta la reconciliación
se le considera como un extraño (ibid. 17).
II. En J n, hamartía en sg. puede indicar una situación a n
1,29; 8,21; 9,41; 15,22; 16,8s) o una acción o actividad (8,34.46); en
plural indica siempre acciones determinadas (8,24; 9,34; 20,23).
a) El
pecado como situación se atribuye «al mundo», a la humanidad (1,29).
Este pecado existe antes de la llegada de Jesús, cuya misión es
quitarlo/eliminarlo (1,29), infundiendo el Espíritu (1,33). El pecado es
una opción que frustra el proyecto divino sobre el hombre, impidiendo
la vida, reprimiéndola o privando de ella. Se insinúa en 1,10: «el mundo
no la reconoció», no se dejó guiar por el proyecto divino sobre el
hombre ni colaboró con él.
Esta
opción la hace el hombre al hacer suyos los principios (la
ideología/tiniebla) que rigen el orden social injusto e integrarse en él
(8,23).
b) Colocando
«el pecado» en el sistema simbólico creado por Jn para describir la
sociedad enemiga de Dios, puede hacerse este resumen:
Hay
un grupo humano que tiene por principio inspirador (8,44: padre) el
provecho personal (raíz del pecado), concretado en la ambición de
riquezas (8,44) y de gloria humana (5,44; 7,18; 12,43). Ese principio se
traduce en una ideología que justifica el dominio y la explotación de
los demás (la tiniebla, cf. 1,5; 3,19; 8,12; 12,35; la mentira: 8,44) y
se objetiva en una estructura social (el orden este, el mundo: 8,23;
9,39; 12,25.31), dirigida por un círculo de poder (el jefe del orden
este: 12,31; 14,30; 16,11) . Con la enseñanza persuade al pueblo a dar
su adhesión a la ideología y valores del sistema injusto que le priva de
libertad (7,26.49; 12,34); con sus medios coercitivos lo mantiene en el
temor (7,13; 9,22; cf. 8,44: homicida). La existencia del sistema
injusto depende, por tanto, de la sumisión voluntaria del pueblo a la
ideología y dominio de los dirigentes. La opción por el sistema que lo
domina (el pecado) reduce al pueblo a una situación de invalidez, como
muertos en vida (5,3.21), condenados a la muerte definitiva
(5,5.21.24s).
c)
«Los pecados» (8,24; 20,23), acciones iteradas, equivalen a las obras
perversas (3,19; 7,7; d. 17,3), a «actuar con bajeza» (3,20; 5,19),
opuesto a «practicar la lealtad» ( = el amor leal, 3,21). «Pecados» son,
pues, acciones contrarias a las que inspira el amor al hombre, que se
oponen a su bien (cf. 5,29). Se concretan en engañarlo con «Ía mentira»
(8,44), explotarlo (10,1ss: ladrones) y privarlo de la vida (8,44:
homicida; 10,10).
«El
pecado», cuyo principio inspirador es el provecho propio, es la opción
constituyente de la solidaridad del mal, «el orden este» que despliega
su actividad en la opresión y la injusticia (los pecados). Jesús crea la
solidaridad del bien: su principio inspirador es el Espíritu, el amor
del Padre: su opción constituyente es el mandamiento de Jesús; éste crea
la solidaridad del amor centrada en Jesús, que despliega su actividad
en «las obras del Padre» (9,3s), llamadas «los mandamientos de Jesús».
III. a) Para
Pablo el pecado es una potencia maléfica que entra en el mundo con el
primer hombre (Rom 5,12). Hay una conexión íntima entre pecado y muerte:
el pecado reina dando muerte (5,12.21), paga con muerte (6,23; Ef 2,1;
cf. Sant 1,15). Siempre existió el pecado en la humanidad, aun antes de
la Ley, aunque, en ausencia de Ley, no se imputaba (Rom 5,13); todos los
hombres estaban bajo el dominio del pecado y separados de Dios (3,23).
La
Ley intervino para dar conciencia del pecado (Rom 3,20; Gál 3,19), pero
al mismo tiempo para aumentarlo, pues atizaba las pasiones pecaminosas
(Rom 5,20; 7,5; Gál 3,22). El pecado, apoyándose en la Ley, exacerba los
deseos (Rom 7,7). La Ley no se identifica con el pecado (Rom 7,7), pero
éste engaña al hombre que desea vida, haciéndole ver en la Ley un
obstáculo a la vida o bien un medio para alcanzarla, cuando de hecho la
Ley no puede dar vida (Rom 3,20; Gál 2,16; 3,21), es sólo un indicador
externo (Gál 3,19). Así, lo mismo quien viola la Ley que quien se apoya
en el propio esfuerzo de observancia para obtener vida, caen en poder
del pecado; este último por su arrogancia y orgullo, pues la vida no se
compra, es regalo de Dios (Rom 6,23).
De
ahí la triple conexión: el aguijón de la muerte (como animal venenoso)
es el pecado, y la fuerza del pecado está en la Ley (1 Cor 15,56). Por
tanto, para liberarse del pecado hay que liberarse de la Ley; si hay que
morir al pecado (Rom 6,2), hay que morir a la Ley, su instrumento
(7,4); donde no hay Ley, no hay transgresión posible (4,15).
La
liberación de la Ley y del pecado sólo es posible mediante el Espíritu
(Rom 8,2). Pablo describe esta liberación como un cambio de dueño
(6,13-22): el antiguo dueño, el pecado, pagaba con muerte; el nuevo,
Dios, regala vida definitiva por medio de Jesús Mesías (6,23).
En
Rom 7,7-23, la personificación del pecado como una fuerza exterior al
hombre describe la alienación y escisión interna que el hombre
experimenta (7,16.19.22). En 2 Cor 5,14s se expresa la esencia del
pecado del que Jesús libera: vivir para uno mismo, lo opuesto al amor
fraterno.
IV. La carta a los Hebreos presenta la obra de Jesús Mesías como la del sacerdote que expía los pecados de la humanidad (1,3; 2,17; cf. 1 Pe 3,18) de manera definitiva (9,12.26.28; cf. Rom 6,10). El simbolismo sacerdotal, tomado del AT, sirve al autor para oponer la inutilidad de los ritos antiguos (7,11; 10,1-4.11) a la eficacia permanente de la muerte-resurrección de Jesús (10,9.12-14), que elimina el pecado (9,26.28) y pone fin a los sacrificios por el pecado (10,18.26). Inaugura así la nueva alianza, en la -que Dios no recuerda los pecados (8,12; 10,17s). El sacrificio del Mesías fue único e irrepetible (7,27; 9,12.26.28; 10,10), su efecto, definitivo (10,2), purificando de una vez la conciencia del hombre (9,14); por eso, ahora, plena confianza (2,18; 4,16).
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