Mensaje del santo Padre Benedicto XVI a los participantes en el VII simposio sobre "Religión, Ciencia y Medio Ambiente"
A Su Santidad Bartolomé I, Arzobispo de Constantinopla y Patriarca ecuménico.
Me da gran alegría saludarlo a usted y a todos los participantes en el VII Simposio sobre la religión, la ciencia y el medio ambiente, que este año centra su atención en el tema: "El Ártico, espejo de vida". Su dedicación y su compromiso personal en favor de la protección del medio ambiente muestran la necesidad urgente de que la ciencia y la religión colaboren a fin de salvaguardar los dones de la naturaleza y promover una gestión responsable.
Con la presencia del cardenal McCarrick deseo reafirmar mi ferviente solidaridad con los objetivos del proyecto y asegurarle mi esperanza de que en todo el mundo se reconozca cada vez más la relación vital entre la ecología de la persona humana y la ecología de la naturaleza (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2007, n. 8).
La conservación del medio ambiente, la promoción del desarrollo sostenible y la atención particular al cambio climático son cuestiones que preocupan mucho a toda la familia humana. Ninguna nación o sector comercial puede ignorar las implicaciones éticas presentes en todo desarrollo económico y social.
La investigación científica demuestra cada vez con más claridad que el impacto de la actividad humana en cualquier lugar o región puede tener efectos sobre todo el mundo. Las consecuencias del descuido del medio ambiente no se limitan a la región inmediata o a un pueblo, porque dañan siempre la convivencia humana, y así traicionan la dignidad humana y violan los derechos de los ciudadanos, que desean vivir en un ambiente seguro (cf. ib., nn. 8-9).
Con ocasión del simposio de este año, dedicado de nuevo a los recursos hídricos de la tierra, se han dado cita usted, varios líderes religiosos, científicos y otras personas interesadas, en Ilulissat Icefjord, en la costa occidental de Groenlandia. Reunidos en la magnífica belleza de esa región glacial única, patrimonio mundial, vuestro corazón y vuestra mente se elevan fácilmente a las maravillas de Dios; y, con asombro, resuenan las palabras del salmista que alaba el nombre del Señor, "admirable en toda la tierra". Sumergidos en la contemplación de la "obra de sus dedos" (Sal 8, 4), los peligros de la alienación espiritual de la creación resultan claramente evidentes. La relación entre personas o comunidades y el medio ambiente deriva, en último término, de su relación con Dios. "Cuando el hombre se aleja del designio de Dios Creador, provoca un desorden que repercute inevitablemente en el resto de la creación" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1990, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de diciembre de 1989, p. 11).
Santidad, la índole internacional y multidisciplinaria del simposio atestigua la necesidad de buscar soluciones globales para las cuestiones que se están considerando. Me complace el creciente reconocimiento de que la entera comunidad humana -niños y adultos, sectores industriales, Estados y organismos internacionales- debe asumir seriamente la responsabilidad que nos compete a todos y cada uno, sin excepción.
Aunque es verdad que los países en vías de industrialización no son moralmente libres de repetir los errores pasados de los demás, dañando temerariamente el ambiente (cf. ib., n. 10), también es cierto que los países altamente industrializados deben compartir "tecnologías limpias" y garantizar que sus propios mercados no sostengan la demanda de bienes, cuya misma producción contribuye al aumento de la contaminación. La interdependencia mutua entre las actividades económicas y sociales de las naciones requiere la solidaridad y la cooperación internacionales, así como esfuerzos educativos permanentes. Estos son los principios que la religión, la ciencia y el movimiento ambientalista sostienen valientemente. Con sentimientos de profundo aprecio, y consciente de nuestro compromiso de estimular y apoyar todos los esfuerzos realizados para proteger las obras de Dios (cf. Declaración común, 30 de noviembre de 2006), pido al Todopoderoso que bendiga abundantemente el simposio de este año. Que él lo acompañe a usted y a todas las personas reunidas ahí, para que toda la creación alabe a Dios.
Vaticano, 1 de septiembre de 2007
Selección de imágenes: José Gálvez Krüger
Enlaces relacionados
[1] Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla.
[2] Iglesia Ortodoxa.
[3] Ambiente
[4] Mensaje del Papa Benedicto XI a la Academia Pontificia de Ciencias Sociales con ocasión de su XIII Asamblea plenaria.
[5] Biología.
A Su Santidad Bartolomé I, Arzobispo de Constantinopla y Patriarca ecuménico.
Me da gran alegría saludarlo a usted y a todos los participantes en el VII Simposio sobre la religión, la ciencia y el medio ambiente, que este año centra su atención en el tema: "El Ártico, espejo de vida". Su dedicación y su compromiso personal en favor de la protección del medio ambiente muestran la necesidad urgente de que la ciencia y la religión colaboren a fin de salvaguardar los dones de la naturaleza y promover una gestión responsable.
Con la presencia del cardenal McCarrick deseo reafirmar mi ferviente solidaridad con los objetivos del proyecto y asegurarle mi esperanza de que en todo el mundo se reconozca cada vez más la relación vital entre la ecología de la persona humana y la ecología de la naturaleza (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2007, n. 8).
La conservación del medio ambiente, la promoción del desarrollo sostenible y la atención particular al cambio climático son cuestiones que preocupan mucho a toda la familia humana. Ninguna nación o sector comercial puede ignorar las implicaciones éticas presentes en todo desarrollo económico y social.
La investigación científica demuestra cada vez con más claridad que el impacto de la actividad humana en cualquier lugar o región puede tener efectos sobre todo el mundo. Las consecuencias del descuido del medio ambiente no se limitan a la región inmediata o a un pueblo, porque dañan siempre la convivencia humana, y así traicionan la dignidad humana y violan los derechos de los ciudadanos, que desean vivir en un ambiente seguro (cf. ib., nn. 8-9).
Con ocasión del simposio de este año, dedicado de nuevo a los recursos hídricos de la tierra, se han dado cita usted, varios líderes religiosos, científicos y otras personas interesadas, en Ilulissat Icefjord, en la costa occidental de Groenlandia. Reunidos en la magnífica belleza de esa región glacial única, patrimonio mundial, vuestro corazón y vuestra mente se elevan fácilmente a las maravillas de Dios; y, con asombro, resuenan las palabras del salmista que alaba el nombre del Señor, "admirable en toda la tierra". Sumergidos en la contemplación de la "obra de sus dedos" (Sal 8, 4), los peligros de la alienación espiritual de la creación resultan claramente evidentes. La relación entre personas o comunidades y el medio ambiente deriva, en último término, de su relación con Dios. "Cuando el hombre se aleja del designio de Dios Creador, provoca un desorden que repercute inevitablemente en el resto de la creación" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1990, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de diciembre de 1989, p. 11).
Santidad, la índole internacional y multidisciplinaria del simposio atestigua la necesidad de buscar soluciones globales para las cuestiones que se están considerando. Me complace el creciente reconocimiento de que la entera comunidad humana -niños y adultos, sectores industriales, Estados y organismos internacionales- debe asumir seriamente la responsabilidad que nos compete a todos y cada uno, sin excepción.
Aunque es verdad que los países en vías de industrialización no son moralmente libres de repetir los errores pasados de los demás, dañando temerariamente el ambiente (cf. ib., n. 10), también es cierto que los países altamente industrializados deben compartir "tecnologías limpias" y garantizar que sus propios mercados no sostengan la demanda de bienes, cuya misma producción contribuye al aumento de la contaminación. La interdependencia mutua entre las actividades económicas y sociales de las naciones requiere la solidaridad y la cooperación internacionales, así como esfuerzos educativos permanentes. Estos son los principios que la religión, la ciencia y el movimiento ambientalista sostienen valientemente. Con sentimientos de profundo aprecio, y consciente de nuestro compromiso de estimular y apoyar todos los esfuerzos realizados para proteger las obras de Dios (cf. Declaración común, 30 de noviembre de 2006), pido al Todopoderoso que bendiga abundantemente el simposio de este año. Que él lo acompañe a usted y a todas las personas reunidas ahí, para que toda la creación alabe a Dios.
Vaticano, 1 de septiembre de 2007
Selección de imágenes: José Gálvez Krüger
Enlaces relacionados
[1] Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla.
[2] Iglesia Ortodoxa.
[3] Ambiente
[4] Mensaje del Papa Benedicto XI a la Academia Pontificia de Ciencias Sociales con ocasión de su XIII Asamblea plenaria.
[5] Biología.
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