La
concepción lineal y progresiva del tiempo y de la historia como un
proceso dirigido a un fin y una meta marcará el destino de Occidente. La
doctrina de las dos ciudades será evocada por Lutero en su teoría de
los «dos reinos», que sirve de fundamento a su doctrina política.
Aunque
no es en realidad más que una expresión de la teología cristiana,
terminará por secularizarse a partir del siglo XVII hasta cristalizar un
siglo después en la concepción moderna de la historia como un proceso
inmanente al mundo.
En
esta concepción el hombre abandona la guía de la Providencia, tiene una
visión optimista de su naturaleza y capacidad natural, desde el ideal de
la égalité, lejos del misterio insondable de la eterna
predestinación de los elegidos. Así hace la historia y se construye a sí
mismo en un proceso de emancipación de la Razón y de construcción
autónoma de un orden político, social y económico libre y justo.
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